miércoles, 22 de noviembre de 2017

SALVADOR RUEDA. RETRATO VITAL DE UN ESCRITOR ANDALUZ

22/11/17

SALVADOR RUEDA. RETRATO VITAL DE UN ESCRITOR ANDALUZ

Dra. Amparo Quiles Faz. Profesora de Literatura de la Universidad de Málaga. Aforo:31 asistentes.


            El poeta y novelista malagueño nació en el pueblecito de la Axarquía malagueña de Benaque el 2 de diciembre de 1857, hijo mayor del matrimonio formado por Salvador Rueda Ruiz y María Santos Gallardo, y tuvo dos hermanos José y Ubalda -aunque el matrimonio tuvo siete hijos, cuatro murieron prematuramente- con los que siempre se mantuvo muy unido1.

            Su infancia discurrió entre las montañas y los paseros de los campos malagueños, más entregado a los juegos y a las excursiones de chiquillos que a los trabajos que su padre le intentó enseñar. El niño Rueda fue, sin duda, un aprendiz poco aventajado de unos cuantos oficios, tales como labrador, carpintero, panadero, pirocténico y acólito. Poco o casi nada sabemos de su educación, ya que él se declaraba casi autodidacta. Sin embargo, el profesor C. Cuevas señala la presencia del padre Robles quien subía desde Benajarafe a enseñarle latín y le aficionó a la lectura de los clásicos españoles, afición que mantuvo toda su vida.

            Salvador Rueda tuvo desde muy temprana edad conciencia de su ser poético; se sentía y se asumía poeta y su fuente de inspiración era fundamentalmente la naturaleza que observaba y bebía como una nueva realidad. Sus primeros versos proceden de esa primera juventud en contacto con la naturaleza de Benaque o ante el descubrimiento del mar Mediterráneo que se extendía ante los ojos del joven arriero. El incipiente poeta se trasladó a la capital malagueña hacia 1870 y allí comenzó a publicar sus primeros poemas en los periódicos locales. En esta su primera etapa malagueña nació la amistad con el abogado y escritor Narciso Díaz de Escovar, amistad perduró hasta el fallecimiento del poeta benaqueño. Decidido Rueda a triunfar en el mundo de las letras, comenzó a publicar sus primeros sonetos y charadas bajo el seudónimo de "Dos y medio", nombre que escondía a su amigo Gálvez, al propio Rueda y al muchacho que entregaba las charadas en la redacción del periódico malagueño El Mediodía donde fue protegido por Díaz de Escovar.

            Hacia 1880 Rueda se trasladó a Madrid en busca de la fama y el reconocimiento literario y allí obtuvo el mecenazgo del escritor Gaspar Núñez de Arce, quien le consiguió un empleo público y se convirtió en su maestro y mentor. Además de las reuniones con Núñez de Arce, donde el joven malagueño iba corrigiendo sus ensayos literarios, el maestro le consiguió varios trabajos en las redacciones de los periódicos madrileños, caso de la Gaceta de Madrid con un sueldo de 5.000 reales al año–, así como destinos y ascensos en diversos ministerios.
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1 La biografía más completa del escritor malagueño ha de verse en: Cuevas García, C., “Ensayo introductorio”, a Salvador Rueda. Canciones y poemas, Madrid, Ceura, 1986, pp. XIX-CLI y en Quiles Faz, A., y Jiménez Morales, Mª I., Salvador Rueda. Portal de autor, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes


            En Madrid alternó su trabajo de oficinista y archivero en organismos públicos con sus trabajos literarios, aunque por su carácter mediterráneo y sensible, su destino en la capital se iba convirtiendo en una situación asfixiante. Por ello, y pese a sus triunfos, reconocimientos y coronaciones Rueda siempre evocó en sus escritos la presencia tanto de Benaque como de Málaga. El sur mediterráneo fue siempre el lugar de retorno frente al frío madrileño, adonde regresaba todos los veranos. La mirada al sur era el pensamiento que reaparecía siempre en sus cartas y poemas.

            A su vez, la evocación a su madre aparecía unida a la tierra natal en los escritos de Rueda. Ella fue una reiterada y obligada referencia, la ligazón a la tierra y a la naturaleza, así como la causa de sus viajes estivales a Benaque. Rueda sentía por ella una profunda y casi religiosa devoción, llegando a idolatrarla en grado sumo. Atento siempre tanto a la salud física como material de su madre, en 1891 anunciaba a Díaz de Escovar que se trasladaba a Málaga para una operación de
cataratas de su madre -afección que años después sufriría el hijo-. Todos los veranos viajaba a Benaque para cuidarla y en agosto de 1906, un mes antes del fallecimiento de su madre, el poeta aseguraba que ella quería trasladarse a Madrid, aunque el viaje finalmente no pudo realizarse. La pasión de Rueda por su madre quedó patente en El libro de mi madre, en cuyos versos se aúnan el cariño filial y la palabra poética. Además de su madre, el desvelo por su familia fue otra constante en sus escritos. A sus hermanos José y Ubalda se refería siempre con especial cariño y cuidó sentimental y económicamente tanto de sus hermanos como de sus descendientes. Igualmente recomendó a los hijos de su hermano José, así como a primos segundos y a parientes lejanos, tal y como vemos en sus cartas conservadas.

            Todos estos elementos conforman la personalidad del poeta, al que se le podría definir como un hombre profundamente tímido, un tanto desmañado en su trato social, y para quien el amor a la familia, la honestidad humana y artística, la intensa fidelidad a los amigos y su espíritu agradecido fueron sus claves personales.

            Su extrema timidez, ese palpable "aire de inferioridad" frente a los literatos y académicos madrileños hizo que, a veces, algunos no le tomaran en serio, y de ahí la irónica frase de Juan Ramón Jiménez: "Era un bendito de la mejor buena fe"2. Fue un hombre discreto en grado sumo, que odiaba parecer rico y que evitaba toda ostentación tal y como anotó Alfonso Canales: "Hasta el fin de sus días tuvo hacia la moneda el respeto de los que jamás la conocieron a fondo"3.

            Efectivamente, Rueda fue un hombre muy preocupado por el peculio y puntilloso en extremo con sus deudas y pagos. Sabía lo que costaba ganar el sustento para él y para su familia y era muy consciente de los asuntos editoriales, de los derechos de autor y la venta de ediciones. En sus cartas conservadas el tema económico fue una constante. Sabía que tenía que escribir para subsistir, y pese a la fama alcanzada, en julio de 1929 aseguraba que vivía "con necesidades".
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2 Vid. Cano, J. L., "Salvador Rueda y Juan Ramón Jiménez", cit. por C. Cuevas García, op. cit., p. XLVII.
3 Canales, A., "El tesoro de Salvador Rueda", Sur, Málaga, 1-4-1983.



            Su vida fue siempre parca, modesta, ahorrativa y su lema fue "Ganar el pan noble, de todo redime"; solía comer en restaurantes populares como en la Casa Laureano de la malagueña calle Camas o tomarse una copa en la malacitana Casa del Guardia.

            En contraste con este carácter puntilloso para los asuntos económicos, apreciamos la escasa o nula preocupación por conservar ejemplares de sus obras. Tal vez los envíos y regalos editoriales a los amigos y su afán por ser conocido por las figuras consagradas hicieron que el poeta no conservara ediciones de sus obras. Habrían de ser sus amigos, Hermenegildo Montes en Madrid y Eduardo de Ory en Cádiz quienes conservaran la obra completa del amigo malagueño.

            Los viajes fueron otra constante en la dilatada biografía de Rueda, ya que fue un viajero impenitente tanto por España como por los Estados Americanos. A lo largo de su vida realizó un total de seis viajes a América y Filipinas desde 1909 a 1917, más uno que no llegó a culminar y que tenía como destino Chile en 1918. Los destinos fueron Puerto Rico, Cuba, Argentina, Brasil, Méjico, Estados Unidos y Filipinas. En todos ellos, el escritor enarboló la bandera de la unificación y el hermanamiento de la metrópoli española con América y Filipinas. Para él, el español era la base de dicha unión, una lengua que era el elemento configurador de la literatura y la cultura. Por su ideario hispanista, en pro de la Hispanidad, fue aclamado como el "Poeta de la Raza" y como tal coronado en el Gran Teatro Nacional de la Habana el 4 de agosto de 1910. Estaba convencido del poder y de la singularidad del mensaje hispánico, por lo que sus viajes fueron un mensaje de hermanamiento entre los pueblos:

            Fruto de sus viajes por América y de su idea de exaltación de los Estados Unidos Castellanos son sus libros Cantando por ambos mundos (1914) y El milagro de América (terminado en 1918 y editado en 1929), además de multitud de poemas publicados en la prensa española y americana y artículos y cartas tanto en los periódicos americanos, El Demócrata, El Universal, El Excelsior de Méjico; como en los españoles, El Liberal y El Heraldo de Madrid. Sus poemas son una reivindicación del concepto de Hispanidad, que se constituye sobre la base de la sangre, la religión, la cultura y, sobre todo, la lengua.

            Aunque y pese a sus triunfos, el poeta se sentía abatido y solo en Madrid. Se había hecho viejo con sesenta y dos años y buscaba ansiosamente su traslado al sur, lo que consiguió con fecha 31 de enero de 1919. Y así, el 1 de marzo volvió a Málaga como jefe de Primer Grado de la Biblioteca Provincial de Málaga con un sueldo de 10.000 pesetas anuales. En su ciudad natal disfrutó de una existencia tranquila, viviendo en su modesta casa de Haza de la Alcazaba, recibiendo la visita de los poetas locales –Hinojosa, Souvirón, Altolaguirre–, e intentando recuperarse de una bronquitis crónica.

Cuando nos acercamos a 1928, su salud decayó terriblemente, llegando a afirmar en una carta que su máquina se deshacía. Apenas podía andar y la vista y los bronquios le impedían llevar una vida normal, por lo que se fue aislando en su casa de Haza de la Alcazaba bajo el cuidado de sus sobrinos, los vecinos y unos pocos amigos. El patetismo de la vejez se moldeaba en sus textos donde expresaba sus deseos de descansar eternamente. Pese al tono de sus palabras y la letra deformada de sus cartas y poemas finales, también nos encontramos a un Rueda capaz de seguir interesándose por el monumento a él erigido en el Parque de Málaga en enero de 1931 4, por sus pedidos de libros y por multitud de asuntos cotidianos. Resultado lógico de su personalidad vitalista-pesimista eran las frases en las que deseaba descansar en el sueño eterno de la muerte:



"Desde hace unos cuatro meses, estoy recluido en mi casa, ya con renunciación de la vida. Ayer que tuve necesidad forzosa de salir un momento, tuve que volver acompañado de un amigo. Este cuerpo se disgrega: mis átomos se vuelven un revoloteo de pájaros que emigran a lo desconocido. A mi corazón se le acaba la cuerda; a mi lámpara cerebral, se le acaba el óleo sagrado. Mi pulso es una guitarra loca. Mis manos y mi boca están ya para enterrarlos en las raíces de un rosal"5.

Se acercaba el final. El sábado 1 de abril de 1933, rebasados ampliamente los 77 años, la muerte vino a llamar a su puerta. Fue enterrado en el Cementerio de San Miguel de Málaga el domingo 2 de abril.




 4Carta de S. Rueda a N. Díaz de Escovar fechada en Málaga el 20-1-1931, en Quiles Faz, A., Epistolario de Salvador Rueda, Málaga, Arguval, 1996, p. 166 y Carta de S. Rueda a José Estrada y Estrada publicada en Vida Gráfica, el 26-1-1931, en Quiles Faz, A., Salvador Rueda en sus cartas, Málaga, Aedile, 2004, pp. 209-211.


5 Cfr. Quiles Faz, A., Epistolario de Salvador Rueda, op. cit., p. 165.