domingo, 11 de julio de 2021

ANDROCRACIA

                                                        ANDROCRACIA

La androcracia es la definición que se propone para un sistema y régimen social en el que predomina la autoridad indiscutible del varón. Nuestra sociedad actual encaja perfectamente en esta definición nada más considerar los reiterados esfuerzos que la mujer, la mitad de la humanidad, realiza de forma continua por igualarse a la otra mitad que la sojuzga u oculta.

Muchos pensaran que esta situación es la normal porque, en un razonamiento simple, es como ha sido siempre y, profundizando mínimamente, porque es mejor un patriarcado que un matriarcado en el que el predominio fuera femenino. Pero esto no es así, ni ha sido siempre así.

Superando las limitaciones históricas que el comienzo de la escritura impone, conocemos merced a los avances de la arqueología y sus portentosos medios modernos de datación que las civilizaciones que existieron milenios antes de nuestra era, identificables con el paleolítico y el neolítico fueron culturas pacíficas que adoraban la vida y el misterio de su origen y en donde su simbología más reverenciada eran las conchas de cauri en su similitud con los genitales externos femeninos como fuentes de vida, y su suprema adoración era la diosa madre que además daba a luz al sol, es decir al día y a la noche.

En las excavaciones llevadas a cabo en el creciente fértil no se han encontrado restos de murallas defensivas, ni emblemas recordatorios de batallas, ni grandes monumentos a generales o caudillos invictos, pero, en cambio, sí organizaciones urbanas de recolectores y agricultores para el bienestar común. Prueba de ello son los trabajos llevados a cabo en Catalhoyuk que data de 8.500 años antes de nuestra era, y sobre todo en la isla de Creta en el periodo minoico, unos 3000 años antes de nuestra era.

Todo ello nos habla de una época perdida en la que existía la armonía y la paz dentro de una organización social en la que la mujer era respetada y considerada en relación a su privilegio de dar la vida y reconocida en sus capacidades. Conforman lo que Riane Eisler denomina en su libro “El cáliz y la espada” (Editorial Swing 2021), un sistema social de colaboración pero no de dominio, que ya nos había adelantado Jean M. Auel en su saga “Los hijos de la Tierra” (Editorial Maeva 1987). Toda una civilización que entre brumas heredan las gentes doradas de las que nos hablan los recuerdos de Solón, en los diálogos de Platón, sobre la Atlántida que parece ser desapareció tras una catástrofe ambiental y que está por investigar.

La historia sí nos cuenta que estas civilizaciones fueron invadidas por los kurganes indoeuropeos, pastores, entre los que destacan los hebreos, en la edad de los metales que llegaron provistos de armas, primero de bronce y de hierro después, armas que la arqueología comienza a detectar en grabados en piedra, recuerdos de batallas y de sacrificios y la consagración de la supremacía del más fuerte, es decir, del varón sobre la mujer.

Predomina ahora la organización jerárquica y la propiedad. Las virtudes varoniles son exaltadas en detrimento de las femeniles que son consideradas un desdoro y una vergüenza que inducen a su ocultación. Los intentos femeninos por destacar son sistemáticamente anulados. La predicación sobre el amor y la confraternización de Jesús de Nazaret es contrarrestada por la acción de los padres varones de la Iglesia que no admiten a ninguna mujer en su organización religiosa. La mujer es relegada a funciones secundarias en el hogar y a la maternidad y a los  cuidados de la prole, despreciando y desechando sus capacidades intelectuales.

Las capacidades femeninas, en principio, están muy lejos del patrón ideal confeccionado por los hombres para ella. Su capacidad de captación y comprensión, su finura en la profundización de los problemas, su delicadeza en el trato, su educación y su sentido en la priorización de las soluciones, descubren en ella una personalidad idónea para tratar con realidad los asuntos de la comunidad a todos los niveles. Sus competencias equilibran y complementan las dotes masculinas alcanzando una vivencia muy superior a la desarrollada por la androcracia.

En el momento actual asistimos a un esfuerzo sin igual de las mujeres por alcanzar una igualdad en el plano social  con los hombres que continuamente tratan de menoscabar su ascenso sin que sean capaces de desarrollar la inteligencia suficiente para entender el beneficio que para todos supondría contar en plenitud con nuestras mujeres y no solo en el plano material, porque en el plano de las relaciones humanas es necesario que revisemos los estereotipos de nuestras relaciones amorosas. El principio masculino de dominación, imposición, obligación, control y castigo no se corresponde con el amor verdadero. El amor, tolera, concede, perdona, ayuda y facilita la realización del amado, y esto pertenece inequívocamente a la contribución de la mujer a un mundo mejor.

 

                                                                       Jesús Lobillo Ríos

                                               Presidente del Ateneo Libre de Benalmádena

                                                               “benaltertulias.blogspot.com”