domingo, 8 de agosto de 2021

La hermosa y compleja aventura de la educación

           LA HERMOSA Y COMPLEJA AVENTURA DE LA EDUCACIÓN 

                                                                 I

 

Una noche, al salir del Ateneo de Málaga, un hombre próximo a los cincuenta años de edad, con aspecto demacrado, ropa maloliente y barba abandonada de mucho tiempo, se me acercó con la intención de pedir unas monedas:

            -Usted es don Diego -dijo mirándome fijamente a los ojos-. Me dio clase hace muchos años. Siempre le estaré agradecido por preocuparse por mí. Yo era muy malo y no estudiaba.

            -¿Cómo has llegado a esta situación? –le pregunté sin recordar su nombre.

Después de un breve diálogo supe quién era y que la droga lo tenía atrapado. Le di unas monedas y continué mi camino recordando la etapa de mi vida en la que me dediqué con todas mis fuerzas a ejercer la hermosa profesión de maestro. Seguramente mi ex alumno ya se sentía fracasado en la escuela. Una conflictiva situación familiar, el reducido espacio de su casa, la escasez de recursos y la desmotivación, fueron determinantes en el fracaso de su vida. Sin duda las circunstancias familiares y sociales tuvieron que ver en su actual situación.   ¿Tendría yo alguna responsabilidad en su frustración escolar por exigirle más de lo debía teniendo en cuenta sus circunstancias? ¿O era el sistema el causante de este tipo de fracasos prematuros? “No todos los hombres están de acuerdo sobre las cosas que los niños deberían aprender” -decía Aristóteles.

Llevaba razón el filósofo. Dos mil trescientos años después su pensamiento sigue siendo un hecho. En España hemos batido récord en cambios de leyes y en intentos de pactos de Estado, que hace tiempo debieron hacerse como en los demás países de nuestro entorno europeo. La diferencia de conocimientos de los alumnos españoles y finlandeses equivale a dos cursos según un estudio de la consultora McKinsey, que analiza el informe PISA cada año. Entre otras conclusiones afirma el informe que los profesores son la única clave. En 2018 España ocupaba, según el informe del World Economic Forumen, el puesto 38 de 137 por debajo de casi todos los países de la Unión Europea y muy lejos de los tres primeros puestos: Suiza, Singapur y Finlandia.

Para entender nuestro retraso conviene recordar de dónde venimos y si alguna vez fuimos capaces de cambiar los obsoletos sistemas educativos del pasado por otros más apropiados para el progreso social y la igualdad de derechos y oportunidades. La Educación en España ha sido un despropósito histórico. Cito sólo algún ejemplo: La Pragmática del rey Felipe IV en 1623 prohibiendo la escolarización de los niños de los pueblos para evitar el despoblamiento fue causa de un aumento masivo de analfabetos. La Ley Moyano de 1857 en el reinado de Isabel II, que permaneció inmutable hasta que llegó la II República, impidiendo cualquier tipo de iniciativa reformista que dignificara la profesión docente con una formación adecuada..

Por fin, en la reforma republicana de 1936 el maestro sería la clave y había que invertir en su formación pedagógica, fundamentada en los principios de la Institución Libre de Enseñanza, fundada y dirigida por Francisco Giner de los Ríos (1839-1915): “Que inventen, que descubran, que adivinen nuevas formas... Y entonces la cátedra (escuela) es un taller y el maestro un guía de trabajo, los discípulos una familia”. Estas novedosas ideas eran, en aquella época, una auténtica revolución pedagógica en un país tan arraigado al conocimiento reproductivo. Antonio Machado, Azaña, Besteiro, Ortega, Lorca, Dalí, Juan Ramón Jiménez, Buñuel, Unamuno, o Bosch Gimpera, pertenecieron a la Institución Libre de Enseñanza.

Implantado el pensamiento único después de la Guerra Civil, se trataba, por el contrario, de trasmitir la religión como única verdad, en tanto que la historia se manipulaba exaltando exageradamente figuras patrióticas. La Educación tenía como objetivo hacer buenos y sumisos españoles con una enseñanza memorista en la que la clave no era el profesorado, sino los exámenes como único elemento motivador. El miedo a suspender -pensaban- es suficiente para que estudien.

La ley General de Educación del ministro Villar Palasí en 1970, supuso un avance para estudiantes con un coeficiente intelectual medio y alto, mientras la Formación Profesional se convirtió en la alternativa para los que no superaban la EGB después de transitar año tras año por el abismo de los suspensos.

Con la democracia poco cambiaron las cosas a pesar de que la LOGSE intentó imponer una nueva filosofía, que nunca tuvo éxito por falta de presupuesto que permitiera un buen plan de perfeccionamiento del profesorado. La enseñanza comprensiva pesó como una losa en la educación secundaria. Tan solo grupos de renovación pedagógica avanzaron más allá de las propuestas curriculares de cada comunidad autónoma y de la pobre formación que se dio a los equipos directivos obviando a los demás docentes.

La clave en primaria y secundaria seguían siendo las calificaciones como única herramienta para despertar el interés por aprobar, que no es igual que el interés por aprender. El examen es una sentencia cuando debería ser una indagación para reconducir el proceso si fuera necesario, lo que requiere necesariamente un modelo alternativo con una ratio no superior a veinte alumnos.

La fábula del árbol, que leí al pedagogo Miguel Ángel Santos Guerra, ilustra estas reflexiones. Se trataba de que todos los animalitos del lugar consiguieran el mismo objetivo: ubicarse en las ramas de un árbol cercano. El mono lo tuvo fácil: con dos saltos eligió una alta rama. El pájaro también lo consiguió con prontitud. El perro, con gran dificultad, pudo encaramarse a una baja rama. La tortuga lo veía casi imposible. El pez… ¡Ay el pez! ¿Quién le ayudaría a subir al árbol? Viéndolo imposible, desistió al ver que otros, como la tortuga, fracasaron en el intento. El objetivo era inalcanzable para muchos; el tiempo de ejecución, muy diferente. En fin, el planteamiento inicial era claramente erróneo por exigir a todos lo mismo sin tener en cuenta los diferentes ritmos y capacidades.

¿No es eso lo que hacemos en los controles y exámenes en las enseñanzas obligatorias a pesar de la heterogeneidad del grupo? Hasta ahora ninguna ley ha solucionado el problema. Tan sólo los docentes, afortunadamente cada vez en mayor número, se preparan para construir una escuela con nuevos conceptos, como el de trabajar mejor la diversidad, asumir la heterogeneidad de los grupos y considerar el centro escolar como una comunidad real. La cooperación, la autonomía y el aprendizaje por descubrimiento tendrán sentido en un nuevo modelo radicalmente distinto en el que la evaluación oriente a nuestro alumnado en cómo puede mejorar. También supone analizar nuestro propio trabajo pedagógico para encontrar respuestas más adecuadas a los problemas del aula, a la educación emocional y a la orientación para enfrentarse al incierto futuro que se vislumbra en el horizonte.

 

                                  Diego Rodríguez Vargas

                   Presidente del Ateneo de Málaga (2009-2017)

 

                       EL ATENEO LIBRE DE BENALMADENA

                              “benaltertulias.blogspot.com”