LAS ENFERMEDADES IMAGINARIAS
“La medicina ha avanzado tanto, que ya no hay
nadie sano”. Aldous Huxley (1894-1963)
Ya en el siglo XVII, Molière
(Jean-Baptiste Poquelin 1622-1673) criticaba en su obra “El enfermo
imaginario”, la despiadada actuación de
los médicos ignorantes aprovechando los temores imaginarios de un paciente que
hoy no dudaríamos en calificarlo de hipocondriaco, y cuya existencia y actitud
han influido sin duda alguna en la evolución de la medicina clínica.
Los hipocondriacos desarrollan un
temor exagerado e infundado a tener algún tipo de padecimiento grave que les hace observarse minuciosamente y
acudir de forma continua al médico que nunca consigue encontrar ningún padecimiento
fiable o probado. Esta insistencia figurada, pero real, ha dado lugar por su
magnitud, y necesidad de atención, al desarrollo de amplias capas de la asistencia
sanitaria que hemos denominado como “medicinas marginales” en tanto que
mantienen una distancia calculada de la Medicina Oficial.
La Naturopatía, Herboristería, Homeopatía,
Osteopatía, Acupuntura, Fisioterapia, Fitoterapia, Psicoterapia, Hipnotismo e
incluso la Ciencia Cristiana o creencia en los milagros, desarrollan
procedimientos terapéuticos no académicos que benefician a un número importante
de personas que creen en su eficacia y
que no deben de ser desdeñados. Hemos de tener en cuenta que algunos de estos
métodos, como la Fisioterapia o la Psicoterapia, fueron aceptados e
incorporados a las prácticas oficiales, así como del estudio de los principios
fundamentales en la Herboristería se sintetizaron muchos fármacos.
La relación entre el paciente y
su enfermedad, de la que el médico es un mediador válido, tiene mucho de
personal e intransferible y posee infinitas interpretaciones que el acto
médico, es decir, la entrevista médico-paciente, no siempre es capaz de
controlar. Pese a ello la actuación del médico permite mediatizar la respuesta
del paciente ante su problema llevándolo por caminos manejables, y ello depende
casi exclusivamente de la capacidad del galeno en influenciar benéficamente a
su paciente.
Pero aquí también es aplicable la
conocida sátira que hiciera Juvenal en el siglo II, ¿quién vigila a los
vigilantes? Porque si bien Molière fustiga la incompetente actuación médica
como base necesaria del engaño, el éxito generado por ello, ha dado lugar a un
movimiento fundamentalmente farmacéutico y periodístico que intenta aprovechar
a su vez la ignorancia de médicos y enfermos para aumentar el consumo de
fármacos innecesarios e incrementar las ganancias crematísticas.
Se trata pues de inducir la toma
de fármacos en la población aceptados por la tutela del médico, o sea, primero
hay que convencer al médico de la necesidad de estar atentos y prevenir la
aparición de algún tipo de afección o dolencia que supuestamente pudiera llegar
a ser grave. El esfuerzo de la industria farmacéutica en desarrollar protocolos
que demuestren la insostenible gravedad de determinados síndromes no para en
gastos, tratando de desarrollar un nuevo campo de posibles enfermedades como
promoción comercial de nuevas dolencias y creación de nuevas necesidades, algo
bastante común en el comercio general, que exijan el consumo de nuevos
fármacos.
Hay que convencer a gente sana de
que está enferma, inventando para ello enfermedades inexistentes a fin de
incrementar la venta de productos sanitarios y con ello las ganancias
perseguidas. La creación de este mundo ilusorio de nuevas necesidades se ayuda
de la búsqueda del confort en una sociedad más sensibilizada por la salud que
por la enfermedad y que cifra en el
bienestar su triunfo social.
Procesos normales de la evolución
y desgaste de la estructura humana pasan a estudiarse como problemas graves que
hay que atajar. Ejemplo de ello son la calvicie, la fobia social, la
osteoporosis o la declinación sexual tanto en el hombre como en la mujer. Para
todo ello se han creado mercados fantasmas de artículos sanitarios que han
proporcionado ingentes ganancias a las casas farmacéuticas.
El control farmacéutico de la
investigación médica facilita la creación de este comercio o tráfico de
enfermedades denominado “desease mongerin” (mercantilización de enfermedades),
en donde el médico se asimila más a un técnico que aplica las instrucciones facilitadas
por el fabricante que a un investigador. Se pagan ensayos clínicos ficticios y
se costean artículos en donde se defiende la eficacia del producto. Los
controles de mercado demuestran que el consumo de medicamentos está relacionado
con el poder adquisitivo de los consumidores más que con sus necesidades
sanitarias.
Muchas de las personas con las
que convivimos están chequeándose inútilmente buscando afecciones que no
existen o que son falsas para a continuación tomar los productos absurdamente
recomendados en base a esos diagnósticos o avances falsos. La industria del
chequeo premonitorio es una de las bases más importantes del desarrollo de esta
patología imaginaria porque curar enfermedades no es rentable pero buscarlas
inútilmente sí que los es, y buscarlas abusando de la ignorancia de los médicos
y el temor de los pacientes debiera de ser una práctica punible.
La involucración estatal a través
de los sistemas concertados de salud magnifican crematísticamente este problema
dándole dimensiones exorbitantes a sus costes y a sus ganancias y comisiones, haciendo
peligrar la capacidad para sostener una asistencia sanitaria necesaria y universal
por lo que urge replantearse el problema para reducirlo a sus límites
profesionales y sociales.
Jesús Lobillo Ríos
Presidente del Ateneo Libre de Benalmádena
“benaltertulias.blogspot.com”
Bibliografía
Andreasik D.: “Desease mongering:
el arte de fabricar enfermedades”.Hosp. Italiano. UBA.
Varios: “Desease
mongering:¿estamos cada vez más enfermos? HUPA. Alcalá de Henares.
Guerra F.: “Las medicinas
marginales” Alianza Editorial 1976.
Valtueña J.A.: “Contra la
medicina del médico” Barral. 1976.