LA TELOMERASA (LA HORMONA DE LA INMORTALIDAD)
Jesús Lobillo Rios. Dr. en Medicina. Aforo:20 asistentes.
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I.-EL ESTRÉS
El estrés ha sido definido como
la enfermedad de nuestro tiempo sin que nadie haya establecido claramente la relación
causa-efecto de este fenómeno, pero sus efectos se ven y se observan a poco que
nos fijemos en ellos. Por ejemplo en la atenta observación de algunas
fotografías conmemorativas de las bodas de plata o de oro de cualquier
promoción de compañeros de cualquier actividad, veremos que una serie de ellos
están más envejecidos que la media, o al revés se mantienen más jóvenes.
Parece deducirse de ello que la
influencia que el medio en el que nos hemos desenvuelto (trabajo,
responsabilidades, dureza social, estabilidad familiar, fracasos o éxitos
habidos, capacidad personal de respuesta, etc.), se reflejan mediante algún
mecanismo en nuestra apariencia externa, mecanismo al que denominamos “estrés”,
y que vamos a intentar conocer un poco mejor desentrañando de alguna manera las
relaciones entre nuestro cerebro y nosotros.
Estas reacciones de adaptación al
medio se llevan a cabo a través de la acción de nuestro cerebro que se comporta
como un detector de novedades o amenazas, de todo aquello que intenta alterar
nuestro estado de inercia poniendo en marcha una serie de mecanismos
fisiológicos que tratan de sortear esta alteración para recuperar nuestro
estado de reposo o movimiento mediante un reequilibrio orgánico.
Estas reacciones fisiológicas son
continuas, constantes, automáticas y necesarias, y es lo que se denomina como “eustrés” o estrés
beneficioso. Son mecanismos de adaptación que el cerebro pone en marcha merced
a la activación del eje corticohipofisosuprarrenal a través de la liberación del cortisol (hidrocortisona)
cuyo aumento enciende nuestra atención, incrementa el flujo sanguíneo, el tono
muscular, el ritmo cardiaco, la captación y transporte de oxígeno y la tasa del
metabolismo basal, dando lugar a un incremento del azúcar en sangre (glucemia),
un enlentecimiento del sistema inmunológico, una ayuda al metabolismo de grasas
y proteínas y una disminución en la formación ósea. Es decir, una capacidad
psíquica como es la atención y valoración de todo aquello que nos afecta tiene
capacidad de transformarse en un auténtico arsenal de medidas adaptativas
físicas que reequilibran automáticamente nuestra situación espacial.
Pero estas reacciones también las
provocan las agresiones internas, los disturbios internos o alteraciones psíquicas.
Males considerados menores como el dolor cervical, la dorsalgia o el
encanecimiento del pelo, o incluso una parte alícuota de todas nuestras
enfermedades, están claramente relacionados con alteraciones psíquicas, con lo
que habitualmente denominamos depresión o estado de insatisfacción íntima
producto de nuestras alteraciones vitales, de nuestra forma de vivir, en
definitiva de nuestras relaciones con nuestro medio ambiente.
Si esta agresión en cuestión es
de un nivel tan intenso, extenso o persistente que el eustrés no alcanza a
superar o a reequilibrar, se convierte en “distrés” porque se han producido
deterioros que requieren una reparación y no solo una normalización, el
organismo tiene que echar mano de mecanismos de supervivencia, más fuertes, más
amplios y más potentes o persistentes mediante la participación a gran escala
del tejido conjuntivo, es decir, lo que conocemos como la reacción
inflamatoria.
II. LA INFLAMACIÓN
El tejido conjuntivo o conectivo
es el que une unas cosas con otras en nuestro organismo, donde nada hay ”suelto”. Esta especie de argamasa, de
elemento de unión está formado, a su vez, por células, fibras y sustancia
intercelular, y es también el asiento de un proceso fundamental de nuestra
defensa que es la inflamación, hasta tal punto de que se piensa que el tejido
conectivo solo existe para poder inflamarse.
La palabra inflamación deriva del
latín “inflammare” (prender fuego) y en su versión más sencilla la vemos y nos
la explicamos a través de los fenómenos que observamos en cualquier punto de
nuestro organismo en donde se produce, tal y como la describiera Aulo Cornelio
Celso en el siglo I: calor, rubor, tumor y dolor, y al que le faltó el último y
más importante que es la reparación o cicatrización (e incluso, por último, la
eliminación de todo el material degradado o consumido).
Los síntomas de la inflamación
reproducen sus fases, una vascular (afluencia de sangre) y otra celular
(extravasación de esta sangre) para llevar a cabo la anulación de los elementos
extraños mediante su fagocitosis y la reparación del tejido dañado.
La reparación pasa por tanto por
una necesaria fase de degradación del tejido que dejará, o no lesiones tolerables
o irrecuperables, dependiendo del órgano en el que asiente ya que podemos
considerar que la inflamación es la base de la patología médica.
Lo que a nosotros nos importa es
que el desencadenante de la reacción inflamatoria no solo es externo y agudo,
porque también puede ser interno y crónico o generalizado, es decir, latente y
persistente, y de intensidad media o baja. Porque en definitiva el
desencadenante de la reacción inflamatoria puede ser cualquier alteración
orgánica que precise reparación como la
producida por agentes de origen psíquico como el estrés o la depresión o
simplemente el deterioro senil de nuestros propios componentes orgánicos.
La inflamación por tanto es un
proceso generalizado de alerta y defensa que consume una gran cantidad de
recursos que necesitan ser repuestos de manera constante para mantener la
supervivencia orgánica y por tanto de una organización global que asegure las
necesidades de esta intendencia. Y esta es la misión que llevan a cabo los
telómeros y la telomerasa.
III.- LOS TELÓMEROS Y LA
TELOMERASA.
Para entender y comprender lo que
son los telómeros debemos recordar algunos conceptos elementales del inicio de
la vida.
Recordemos que la vida se inicia
a partir de las bases nitrogenadas (que son cuatro: A, C, G y T) que se unen,
cada una de ellas, a un azúcar y a ácido fosfórico formando los nucleótidos,
cuatro nucleótidos que siguen llamándose A, C, G, y T, y que estos nucleótidos
forman largas tiras que se enroscan entre sí, emparejados de dos en dos, de
forma exclusiva, la A con la T y la C con la G, originando los llamados pares
de base. De continuo, la larga tira de nucleótidos enroscados van a organizarse
formando codones o asociaciones de nucleótidos de tres en tres cada uno de los
cuales tiene la capacidad de codificar la fabricación de una proteína
específica (siempre la misma según el orden de las mismas letras) que es
necesaria para el desarrollo de la vida, pero no solo para el desarrollo,
también para la renovación constante que se produce de nuestros órganos a lo
largo de nuestra vida.
La enorme cantidad de proteínas
necesarias para el desarrollo y renovación de cada organismo hace que la enorme
cantidad de codones codificadores necesarios se reúnan debidamente empaquetados
en columnas que constituyen los cromosomas y es necesario que su actividad
codificadora incesante se encuentre protegida sobre todo en sus extremos para
que no se pierda ni se altere secuencialmente el material genético codificador.
Por ello los extremos del cromosoma se encuentran protegidos por una especie de
funda o tapón que se denomina telómero.
El telómero se encuentra formado
por los llamados pares de base, el inicio de la hélice genética que es material
no codificante porque solo es protector y su secuencia es siempre la misma
repetida miles de veces y cuyo conocimiento nos permite averiguar la longitud
de los telómeros. Un niño al nacer tiene unos diez mil pares de base en sus
telómeros, mientras que un abuelo senescente tiene unos cuatro mil.
Los telómeros son por tanto
material genético inactivo, ADN, no codificante, recubierto de una capa de seis
proteínas denominadas shelterinas, formando ese capuchón a la manera de los
herretes de unos cordones de zapatos que son fundamentales para proteger la
integridad del codón y evitar su deshilachamiento.
Pero los telómeros inhabilitados
genéticamente para fabricar proteínas, no son pasivos en su función protectora
del ingente trabajo de producción proteica de los codones, son protectores
inteligentes activos porque sin su presencia, sin su protección, no habría
trabajo genético, no habría divisiones celulares ni producción de proteínas.
Conforme esta producción aumenta
y aumenta la división celular y por tanto el crecimiento orgánico, el telómero
aumenta su protección, es decir, su longitud, merced a una hormona denominada
telomerasa hasta que llega un momento en el que al no poder seguir este ritmo
de trabajo, se va quedando cada vez más corto hasta que alcanza un momento
crítico en el que, al no poder proteger el desarrollo, detiene la división
celular lo que produce la senescencia celular, el envejecimiento y la
activación de enfermedades propias de la vejez (el Alzheimer, la fibrosis
pulmonar, etc.) y finalmente la apoptosis o muerte celular programada como
medio de defensa.
La telomerasa es una enzima
constituida por proteínas y ácidos nucleicos que se origina en las células
germinales, en los tejidos fetales y en células madre poco diferenciadas y su
misión es secuenciar, ordenar y regular los mecanismos de división celular
alargando los telómeros para compensar la pérdida que se va produciendo
conforme se multiplican las divisiones celulares o mitosis, asegurando por lo
tanto la multiplicación celular y la fabricación de proteínas facilitando el
alargamiento de la vida.
Lo interesante es que la acción
de la telomerasa y los telómeros es reversible lo que nos permite recuperar las
funciones degradadas a nuestra voluntad porque somos nosotros mismos los que
podemos influir en su regulación por lo que la forma de vivir, evolucionar y
envejecer depende de que nosotros comprendamos el conocimiento de la función de
los telómeros y de la telomerasa, y de la forma que nosotros mismos podemos
actuar sobre ellos, que está en nuestra mano influir sobre nuestra propia
longevidad y sobre todo sobre nuestra calidad de vida.
IV.-LA FUNCIÓN DE LOS TELÓMEROS.
Los telómeros eran conocidos
vagamente pero a partir de 1975 la
doctora Elizabeth Blackburn comenzó a estudiarlos con detenimiento en la
Tetrahymena, un organismo unicelular fácilmente cultivable, que vive en los
charcos (agua dulce) en busca de alimentos o de pareja (tiene siete sexos) y un
gran número de cilios y de sistemas tubulares que la hacen ideal para
investigación. En 1975 consiguió aislar su ADN y en 1984 descubrió la
telomerasa, la enzima responsable de su crecimiento.
La medida de la longitud de los
telómeros puede hacerse con una gota de sangre obtenida por punción de la yema
de un dedo, y se lleva a cabo mediante una técnica de citometría de flujo y
tinción por fluorescencia, es decir, se trata de medir la dispersión que de la
luz hacen las células marcadas con anticuerpos monoclonales que están marcados
a su vez con moléculas fluorescentes, cuando se las hace atravesar, estando en
suspensión, por un rayo de luz, técnica que se denomina “flowFISH”. También se
pueden medir por PCR cuantitativa pero es menos precisa.
La relación entre la longitud de
los telómeros y la calidad de vida fue establecida a partir de una serie de
estudios experimentales en ratones que fueron sometidos a tratamientos que
alteraban esta longitud, demostrándose que a mayor longitud mayores signos
vitales y viceversa. Los resultados eran reversibles.
En series de individuos que se
prestaron a ello, se observó que aquellos que tenían los telómeros más cortos
eran los pacientes más deprimidos, más envejecidos prematuramente y con mayor
riesgo de enfermedad. El acortamiento de los telómeros se encontraba presente
en los casos de envejecimiento de la piel, de la pérdida de masa ósea, del
cabello encanecido y de los déficits del sistema inmunológico que nos defiende
de las agresiones externas y de las enfermedades, como la fibrosis pulmonar,
responsables de un envejecimiento
prematuro y una salud débil.
Esto resultó muy evidente en el
grupo experimental que estudió a mujeres cuidadoras de parientes próximos con
trastornos psíquicos, es decir, madres con hijos subnormales, o hijas con
madres con Alzheimer en estado avanzado. Pero sin necesidad de llegar a estos
extremos parémonos a considerar la “foto recuerdo” de la conmemoración de las
bodas de plata o de oro de los integrantes de cualquier colegio o Universidad
para aceptar que el paso del tiempo ha causado alteraciones muy diferenciadas
en cada uno de los individuos.
Y si esta relación está
sólidamente establecida y demostrada, lo más importante es que la relación
inversa también lo está, es decir, que si conseguimos mejorar la longitud de
nuestros telómeros, podemos mejorar nuestra calidad de vida y nuestra
longevidad.
La longitud de los telómeros, por
lo tanto, constituyen un índice de nuestra calidad de vida, porque ellos
vigilan y controlan o regulan las funciones celulares acelerando o frenando su
división y por tanto acelerando o frenando la codificación de proteínas, la
síntesis de las mismas y organizando el número y la calidad de las mitocondrias
(la estructura fabricante de proteínas) y controlando las divisiones celulares
y, en definitiva, constituyen una llave del desarrollo orgánico, de su
estabilidad y de su longevidad.
Todo aquello que aumente la
longitud de los telómeros aumentará la actividad orgánica y la longevidad. Y
viceversa. Por ello es de sumo interés conocer, para prevenir, todas aquellas
agresiones que sean causantes de posibilidad de acortar los telómeros.
V.- SITUACIONES QUE TIENDEN AL
DETERIORO DE LOS TELÓMEROS.
En general son tres las
situaciones que alteran la longitud de nuestros telómeros, y son:
1.- el estrés
2.- la inflamación
3.- la oxidación
4.- la resistencia a la insulina.
1.- El estrés produce en el
organismo una situación de temor, angustia, inseguridad, ansiedad y vergüenza
(una preparación para la huída) que afecta a nuestro eje corticosuprarrenal aumentando
la presencia de cortisol sanguíneo (la
hormona del estrés) desencadenando una respuesta que percibimos en la tensión
muscular, la frecuencia cardiaca y la respiración. Todo ello pone a prueba la
capacidad telomérica de respuesta que si fracasa actúan como elementos
deteriorados que inducen una mayor inflamación en busca de reparación.
Pero la respuesta al estrés
también puede ser de desafío, de reacción positiva, de enfrentamiento que nos
define la existencia de un “estrés bueno” o positivo que debe cultivarse y
desarrollarse en las personas.
2.-La reacción inflamatoria
precisa de unos telómeros suficientes porque la producción de células antiinflamatorias,
las que conforman nuestro mecanismo inmunitario, depende del ritmo mantenido de
la división celular. Si la reacción inflamatoria es muy amplia y mantenida, por
la presencia de una enfermedad senecta o de una enfermedad crónica, las
necesidades aumentan mucho, y la fabricación puede fracasar por exceso de
demanda. Y si fracasa porque los telómeros no den abasto, ellos mismos
fabricaran elementos proinflamatorios pidiendo una rápida reparación de sí
mismos, contribuyendo a mantener el status inflamatorio crónico y latente, de
forma que, variados procesos patológicos como la fibrosis pulmonar como la
pancitopenia pueden llevar al individuo a la muerte.
La relación entre la inflamación
y la longitud telomérica es mutuamente destructiva. El enlentecimiento de la
división celular provoca un déficit en las células inmunitarias protectoras y
una bajada en nuestra capacidad defensiva y envía señales proinflamatorias que
inducen al sistema inmunitario a atacar al propio organismo, como hemos dicho,
como la pescadilla que se muerde la cola.
3.- El estrés oxidativo podemos
denominarlo como la enfermedad de los “single”, la de los electrones sueltos
con capacidad de apareamiento.
Los radicales libres son átomos o
grupos de átomos que se encuentran disponibles, y que se producen en la mayoría de las reacciones
orgánicas como son el metabolismo, la
respiración y el ejercicio, y son utilizados habitualmente para luchar contra
las bacterias y son fácilmente
controlados o eliminados por el organismo.
Cuando uno de nuestros átomos
tiene un electrón suelto está en desequilibrio puede aparearse con el primero
que encuentra provocando a su vez el desequilibrio del átomo robado. Es como la
estructura de un andamio a la que le hurtamos un puntal o travesaño que le hace
perder su cohesión y derrumbarse.
El problema se plantea cuando
existe una excesiva acumulación de estos radicales que absorbemos de la
contaminación ambiental, del tabaquismo, las dietas ricas en grasa, la
exposición excesiva a las radiaciones solares o la ingesta de aceites vegetales. Y el mayor problema es
que, en opinión de la Dra. Blackburn, los radicales libres tienen predilección
por las secuencias de ADN que forman la estructura de los telómeros con lo cual
tienden a acortarlos con todas sus
consecuencias.
4.- La resistencia a la insulina
es un efecto causado por la excesiva ingestión de azúcar. Normalmente la
insulina controla la glucemia (azúcar en la sangre) haciéndola pasar a las
células, pero si tomamos más azúcar, el páncreas tiene que aumentar la
producción de insulina hasta que es incapaz de hacerlo si la ingesta aumenta en
exceso, que es lo que ocurre por la adicción. La mayoría de los refrescos y alimentos
infantiles, así como los postres y “los caprichos”, tienen una enorme cantidad
de azúcar.
El acortamiento de los telómeros
dificulta la producción de insulina posiblemente por disminuir las divisiones
celulares.
VI.- EL MANTENIMIENTO DE UNOS
TELOMEROS SANOS.
Lo aconsejable es tratar bien a
nuestros telómeros evitando todo aquello que pueda alterar su funcionamiento.
1.-Tratar la depresión y los
estados depresivos.
Consideramos a la depresión como
un estado de ánimo que altera nuestras funciones fisiológicas. Existen patrones
automáticos que definen nuestra actitud ante el medio ambiente como son: la
hostilidad cínica, el pesimismo, la dispersión mental, es decir el “estrés malo”
o destructivo.
Para combatirlo lo enfrentaremos
a una serie de mecanismos defensivos, como son la monotarea o flujo frente a la
multitarea, es decir, a concentrarnos profundamente en una actividad
exclusivamente, al distanciamiento del problema que nos ataca, a la rumiación
(pensar las cosas muchas veces hasta encontrarles un aspecto positivo), la
supresión de pensamientos para hacerlos desaparecer conscientemente, el
pensamiento resiliente o aceptamiento para mejorar su tolerancia, el
pensamiento consciente (aceptarlo completamente para digerirlo) y el cambio del
dolor por la autocompasión.
Para controlar nuestro componente
ansioso es muy útil el ejercicio de la meticulosidad. Y por último poner en
práctica terapias psicológicas “ad hoc”, como pueden ser los retiros de
meditación.
2.- Hacer ejercicio.
El ejercicio es una de las
mejores medicinas que podemos autorecetarnos porque incrementa el aporte
sanguíneo al corazón y al cerebro, genera musculatura y fortalece los huesos.
También combate la presencia de
radicales libres porque al producir más oxígeno proporciona una reacción que
aumenta los antioxidantes orgánicos. Disminuyen la producción de cortisol (la
hormona del estrés) y por tanto nos tranquiliza y además hace que las células
se vuelvan más sensibles a la insulina tendiendo a normalizar nuestra glucemia.
La cantidad de ejercicio que se
debe de hacer es aquel que admite nuestro organismo. El ejercicio más completo
es andar, como ejercicio de mantenimiento (entre media y una hora diarias).
El sueño es el complemento del
ejercicio y debemos cuidarlo en cuanto a su cantidad y sobre todo a su calidad.
Con el sueño recordamos y olvidamos pero también requiere una regulación. Lo
importante, más que el tiempo, es el ritmo y su calidad. Al proteger la calidad
de los telómeros, protege el sistema inmunitario y ayuda a evitar infecciones y
enfermedades.
La luz azul de las pantallas, los
teléfonos, tabletas, etc. y los ruidos inhiben la melatonina (hormona del
sueño) y perjudican por tanto su calidad.
Para beneficiar el sueño es bueno: dedicar un rato
a la preparación (leer un rato en la cama), escuchar música relajante, disponer
un ambiente relajante (luces atenuadas, fragancias), tomar una infusión de
hierbas calientes una hora antes de acostarse y hacer estiramientos suaves.
3.- La alimentación.
Antes que el peso lo que nos
importa es nuestra salud metabólica. La mala salud metabólica perjudica a la
longitud de nuestros telómeros. No es lo mismo sobrepeso que obesidad, pero el
sobrepeso nos lleva a la mala salud metabólica, a la acumulación de grasa
indebida (sobre todo la abdominal) a la resistencia a la insulina y a la
diabetes. Casi el 9% de la población mundial padece de diabetes.
El acúmulo de la grasa indebida
lleva al aumento de glucosa en estos tejidos y a que la producción de insulina
por parte del páncreas se muestre incapaz de controlarla (de introducirla en
las células) con lo que se queda en el torrente sanguíneo aumentando la
glucemia y dando lugar a la aparición de la diabetes.
La relación entre la longitud
telomérica y la grasa abdominal, la resistencia a la insulina y la diabetes está demostrada. Las células de la
grasa abdominal, los adipocitos, segregan sustancias proinflamatorias (quizás
con carácter defensivo) que tienden a desarrollar un estado general de
inflamación crónica que a su vez dañará la longitud telomérica que enviará más
señales proinflamatorias pidiendo reparación.
Nuestra actitud metabólica debe
de enfocarse a no alimentar a la inflamación restringiendo la toma de azucares
(pan, pastas, patatas fritas, arroz blanco, dulces, refrescos, zumos y
bollería) y también de alcohol (que incrementa en el hígado la producción de
proteína C-reactiva que es la medida más exacta de la actividad inflamatoria).
Los alimentos que evitan una
respuesta inflamatoria son los vegetales: frutas y bayas, uvas, manzanas, col,
brócoli, cebollas, tomates, todos los cuales contienen flavonoides y
carotenoides que son antioxidantes. Las vitaminas C y D son antioxidantes y
están relacionadas con telómeros más largos (o sea que es bueno tomar zumos
naturales de cítricos y en nuestro ambiente tomar el sol).
Los pescados grasos (salmón, atún,
caballa y sardinas), los frutos secos, las semillas de lino dorado, el aceite
de linaza y las verduras de hoja (col, col rizada, coles de Bruselas, apio,
borrajas, canónigos, espinacas, lechugas, berros cardo, acelgas, grelos,
rúcula, zanahorias, nabos, rábanos, remolacha, etc.) que todos son ricos en
Omega-3 que regula la inflamación y la coagulación de la sangre.
Los bebes que se alimentan solo
de leche materna durante las primeras seis semanas de su vida presentan telómeros más largos.
Antes de estas seis semanas los alimentos sólidos en intestinos aún no
preparados producen inflamación y estrés oxidativo y telómeros más cortos.
Como conclusión la alimentación
debe de estar compuesta de alimentos frescos y naturales (lácteos, verdura,
fruta, cereales integrales, legumbres pescado y marisco), que constituyen la
llamada dieta mediterránea.
Por último en cuanto a los usos
sociales, también ellos benefician la longitud de nuestros telómeros y por lo
mismo es preferible vivir en un ambiente relajado, rodeado de plantas y verdor,
seguros y confiados en no ser asaltados o perseguidos, realizando una actividad
y un trabajo adecuadamente remunerado en relación con nuestra competencia, con
las comodidades inherentes a nuestro bienestar, con buenas relaciones en
general y en particular con una familia agradable y con amigos (o amantes) que
beneficien nuestro psiquismo.
En definitiva la longitud de
nuestros telómeros no predicen nuestro futuro, pero su buena conservación ayuda
a mejorar y prolongar nuestra salud.
4.-La Terapéutica.
De todo lo expuesto hasta ahora
parece elemental deducir que si necesitamos alargar nuestros telómeros para
vivir más y mejor lo que hay que hacer es administrar telomerasa que es
fundamental para conseguir una buena renovación celular. Pero ello presenta un
aspecto oscuro y es la posibilidad de que esta hiperdivisión forzada celular se
descontrole dando lugar a la aparición de un cáncer, que al fin y al cabo es
precisamente una proliferación celular descontrolada por lo que esta medida es
totalmente desaconsejable.
No obstante en el Centro Nacional
de Investigación del Cáncer (CNIO) se está llevando a cabo una línea de
investigación que trata la fibrosis pulmonar con telomerasa, si bien los
sujetos de experimentación son ratones a los que se ha inducido la enfermedad
mediante la administración de tóxicos ambientales. La fibrosis pulmonar se
produce por la respiración de tóxicos y la producción de acortamiento
telomérico cuya respuesta inflamatoria produce una reparación a base de
cicatrices y fibrosis pulmonar.
La doctora Maria Blasco ha vehiculizado
el gen de la telomerasa en un vector (un virus inocuo para el ser humano) y lo
ha introducido una sola vez en los pulmones de los ratones consiguiendo la
curación de la enfermedad, lo que supone un resultado alentador si consideramos
que en España existen 8.000 enfermos de esta patología.
Las Universidades comienzan a
desarrollar “Unidades de “Estudio de los Telómeros” que están identificando
telomeropatias o alteraciones mutacionales de los telomeros o de la telomerasa
en connivencia con enfermedades de la vejez y algunos cánceres, así como se
está estableciendo la importancia de las proteínas shelterinas con el síndrome
HHS y de Revesz, rarísimas disqueratosis congénitas de las que solo se han
descrito unos pocos casos.
Este sería el caso de investigadores
como la doctora Mary Armanios que es directora del Centro de Telómeros de la
Universidad Jhons Hopkins donde investiga la posibilidad de establecer una
relación pronóstica y terapéutica del conocimiento de la longitud de los
telómeros.
Bibliografía:“La
solución de los telómeros”. Elizabeth Blackburn y Elissa Epel. Aguilar Sep.
2017