miércoles, 16 de mayo de 2018

LA TELOMERASA (LA HORMONA DE LA INMORTALIDAD)

Día 16/5/18

LA TELOMERASA (LA HORMONA DE LA INMORTALIDAD)

Jesús Lobillo Rios. Dr. en Medicina. Aforo:20 asistentes.




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I.-EL ESTRÉS
El estrés ha sido definido como la enfermedad de nuestro tiempo sin que nadie haya establecido claramente la relación causa-efecto de este fenómeno, pero sus efectos se ven y se observan a poco que nos fijemos en ellos. Por ejemplo en la atenta observación de algunas fotografías conmemorativas de las bodas de plata o de oro de cualquier promoción de compañeros de cualquier actividad, veremos que una serie de ellos están más envejecidos que la media, o al revés se mantienen más jóvenes.
Parece deducirse de ello que la influencia que el medio en el que nos hemos desenvuelto (trabajo, responsabilidades, dureza social, estabilidad familiar, fracasos o éxitos habidos, capacidad personal de respuesta, etc.), se reflejan mediante algún mecanismo en nuestra apariencia externa, mecanismo al que denominamos “estrés”, y que vamos a intentar conocer un poco mejor desentrañando de alguna manera las relaciones entre nuestro cerebro y nosotros.
Estas reacciones de adaptación al medio se llevan a cabo a través de la acción de nuestro cerebro que se comporta como un detector de novedades o amenazas, de todo aquello que intenta alterar nuestro estado de inercia poniendo en marcha una serie de mecanismos fisiológicos que tratan de sortear esta alteración para recuperar nuestro estado de reposo o movimiento mediante un reequilibrio orgánico.
Estas reacciones fisiológicas son continuas, constantes, automáticas y necesarias, y es  lo que se denomina como “eustrés” o estrés beneficioso. Son mecanismos de adaptación que el cerebro pone en marcha merced a la activación del eje corticohipofisosuprarrenal  a través de la liberación del cortisol (hidrocortisona) cuyo aumento enciende nuestra atención, incrementa el flujo sanguíneo, el tono muscular, el ritmo cardiaco, la captación y transporte de oxígeno y la tasa del metabolismo basal, dando lugar a un incremento del azúcar en sangre (glucemia), un enlentecimiento del sistema inmunológico, una ayuda al metabolismo de grasas y proteínas y una disminución en la formación ósea. Es decir, una capacidad psíquica como es la atención y valoración de todo aquello que nos afecta tiene capacidad de transformarse en un auténtico arsenal de medidas adaptativas físicas que reequilibran automáticamente nuestra situación espacial.
Pero estas reacciones también las provocan las agresiones internas, los disturbios internos o alteraciones psíquicas. Males considerados menores como el dolor cervical, la dorsalgia o el encanecimiento del pelo, o incluso una parte alícuota de todas nuestras enfermedades, están claramente relacionados con alteraciones psíquicas, con lo que habitualmente denominamos depresión o estado de insatisfacción íntima producto de nuestras alteraciones vitales, de nuestra forma de vivir, en definitiva de nuestras relaciones con nuestro medio ambiente.
Si esta agresión en cuestión es de un nivel tan intenso, extenso o persistente que el eustrés no alcanza a superar o a reequilibrar, se convierte en “distrés” porque se han producido deterioros que requieren una reparación y no solo una normalización, el organismo tiene que echar mano de mecanismos de supervivencia, más fuertes, más amplios y más potentes o persistentes mediante la participación a gran escala del tejido conjuntivo, es decir, lo que conocemos como la reacción inflamatoria.

II. LA INFLAMACIÓN
El tejido conjuntivo o conectivo es el que une unas cosas con otras en nuestro organismo, donde nada hay  ”suelto”. Esta especie de argamasa, de elemento de unión está formado, a su vez, por células, fibras y sustancia intercelular, y es también el asiento de un proceso fundamental de nuestra defensa que es la inflamación, hasta tal punto de que se piensa que el tejido conectivo solo existe para poder inflamarse.
La palabra inflamación deriva del latín “inflammare” (prender fuego) y en su versión más sencilla la vemos y nos la explicamos a través de los fenómenos que observamos en cualquier punto de nuestro organismo en donde se produce, tal y como la describiera Aulo Cornelio Celso en el siglo I: calor, rubor, tumor y dolor, y al que le faltó el último y más importante que es la reparación o cicatrización (e incluso, por último, la eliminación de todo el material degradado o consumido).
Los síntomas de la inflamación reproducen sus fases, una vascular (afluencia de sangre) y otra celular (extravasación de esta sangre) para llevar a cabo la anulación de los elementos extraños mediante su fagocitosis y la reparación del tejido dañado.
La reparación pasa por tanto por una necesaria fase de degradación del tejido que dejará, o no lesiones tolerables o irrecuperables, dependiendo del órgano en el que asiente ya que podemos considerar que la inflamación es la base de la patología médica.
Lo que a nosotros nos importa es que el desencadenante de la reacción inflamatoria no solo es externo y agudo, porque también puede ser interno y crónico o generalizado, es decir, latente y persistente, y de intensidad media o baja. Porque en definitiva el desencadenante de la reacción inflamatoria puede ser cualquier alteración orgánica que precise reparación como  la producida por agentes de origen psíquico como el estrés o la depresión o simplemente el deterioro senil de nuestros propios componentes orgánicos.
La inflamación por tanto es un proceso generalizado de alerta y defensa que consume una gran cantidad de recursos que necesitan ser repuestos de manera constante para mantener la supervivencia orgánica y por tanto de una organización global que asegure las necesidades de esta intendencia. Y esta es la misión que llevan a cabo los telómeros y la telomerasa.

III.- LOS TELÓMEROS Y LA TELOMERASA.
Para entender y comprender lo que son los telómeros debemos recordar algunos conceptos elementales del inicio de la vida.
Recordemos que la vida se inicia a partir de las bases nitrogenadas (que son cuatro: A, C, G y T) que se unen, cada una de ellas, a un azúcar y a ácido fosfórico formando los nucleótidos, cuatro nucleótidos que siguen llamándose A, C, G, y T, y que estos nucleótidos forman largas tiras que se enroscan entre sí, emparejados de dos en dos, de forma exclusiva, la A con la T y la C con la G, originando los llamados pares de base. De continuo, la larga tira de nucleótidos enroscados van a organizarse formando codones o asociaciones de nucleótidos de tres en tres cada uno de los cuales tiene la capacidad de codificar la fabricación de una proteína específica (siempre la misma según el orden de las mismas letras) que es necesaria para el desarrollo de la vida, pero no solo para el desarrollo, también para la renovación constante que se produce de nuestros órganos a lo largo de nuestra vida.
La enorme cantidad de proteínas necesarias para el desarrollo y renovación de cada organismo hace que la enorme cantidad de codones codificadores necesarios se reúnan debidamente empaquetados en columnas que constituyen los cromosomas y es necesario que su actividad codificadora incesante se encuentre protegida sobre todo en sus extremos para que no se pierda ni se altere secuencialmente el material genético codificador. Por ello los extremos del cromosoma se encuentran protegidos por una especie de funda o tapón que se denomina telómero.
El telómero se encuentra formado por los llamados pares de base, el inicio de la hélice genética que es material no codificante porque solo es protector y su secuencia es siempre la misma repetida miles de veces y cuyo conocimiento nos permite averiguar la longitud de los telómeros. Un niño al nacer tiene unos diez mil pares de base en sus telómeros, mientras que un abuelo senescente tiene unos cuatro mil.
Los telómeros son por tanto material genético inactivo, ADN, no codificante, recubierto de una capa de seis proteínas denominadas shelterinas, formando ese capuchón a la manera de los herretes de unos cordones de zapatos que son fundamentales para proteger la integridad del codón y evitar su deshilachamiento.
Pero los telómeros inhabilitados genéticamente para fabricar proteínas, no son pasivos en su función protectora del ingente trabajo de producción proteica de los codones, son protectores inteligentes activos porque sin su presencia, sin su protección, no habría trabajo genético, no habría divisiones celulares ni producción de proteínas.
Conforme esta producción aumenta y aumenta la división celular y por tanto el crecimiento orgánico, el telómero aumenta su protección, es decir, su longitud, merced a una hormona denominada telomerasa hasta que llega un momento en el que al no poder seguir este ritmo de trabajo, se va quedando cada vez más corto hasta que alcanza un momento crítico en el que, al no poder proteger el desarrollo, detiene la división celular lo que produce la senescencia celular, el envejecimiento y la activación de enfermedades propias de la vejez (el Alzheimer, la fibrosis pulmonar, etc.) y finalmente la apoptosis o muerte celular programada como medio de defensa.
La telomerasa es una enzima constituida por proteínas y ácidos nucleicos que se origina en las células germinales, en los tejidos fetales y en células madre poco diferenciadas y su misión es secuenciar, ordenar y regular los mecanismos de división celular alargando los telómeros para compensar la pérdida que se va produciendo conforme se multiplican las divisiones celulares o mitosis, asegurando por lo tanto la multiplicación celular y la fabricación de proteínas facilitando el alargamiento de la vida.
Lo interesante es que la acción de la telomerasa y los telómeros es reversible lo que nos permite recuperar las funciones degradadas a nuestra voluntad porque somos nosotros mismos los que podemos influir en su regulación por lo que la forma de vivir, evolucionar y envejecer depende de que nosotros comprendamos el conocimiento de la función de los telómeros y de la telomerasa, y de la forma que nosotros mismos podemos actuar sobre ellos, que está en nuestra mano influir sobre nuestra propia longevidad y sobre todo sobre nuestra calidad de vida.

IV.-LA FUNCIÓN DE LOS TELÓMEROS.
Los telómeros eran conocidos vagamente pero  a partir de 1975 la doctora Elizabeth Blackburn comenzó a estudiarlos con detenimiento en la Tetrahymena, un organismo unicelular fácilmente cultivable, que vive en los charcos (agua dulce) en busca de alimentos o de pareja (tiene siete sexos) y un gran número de cilios y de sistemas tubulares que la hacen ideal para investigación. En 1975 consiguió aislar su ADN y en 1984 descubrió la telomerasa, la enzima responsable de su crecimiento.
La medida de la longitud de los telómeros puede hacerse con una gota de sangre obtenida por punción de la yema de un dedo, y se lleva a cabo mediante una técnica de citometría de flujo y tinción por fluorescencia, es decir, se trata de medir la dispersión que de la luz hacen las células marcadas con anticuerpos monoclonales que están marcados a su vez con moléculas fluorescentes, cuando se las hace atravesar, estando en suspensión, por un rayo de luz, técnica que se denomina “flowFISH”. También se pueden medir por PCR cuantitativa pero es menos precisa.
La relación entre la longitud de los telómeros y la calidad de vida fue establecida a partir de una serie de estudios experimentales en ratones que fueron sometidos a tratamientos que alteraban esta longitud, demostrándose que a mayor longitud mayores signos vitales y viceversa. Los resultados eran reversibles.
En series de individuos que se prestaron a ello, se observó que aquellos que tenían los telómeros más cortos eran los pacientes más deprimidos, más envejecidos prematuramente y con mayor riesgo de enfermedad. El acortamiento de los telómeros se encontraba presente en los casos de envejecimiento de la piel, de la pérdida de masa ósea, del cabello encanecido y de los déficits del sistema inmunológico que nos defiende de las agresiones externas y de las enfermedades, como la fibrosis pulmonar, responsables de  un envejecimiento prematuro y una salud débil.
Esto resultó muy evidente en el grupo experimental que estudió a mujeres cuidadoras de parientes próximos con trastornos psíquicos, es decir, madres con hijos subnormales, o hijas con madres con Alzheimer en estado avanzado. Pero sin necesidad de llegar a estos extremos parémonos a considerar la “foto recuerdo” de la conmemoración de las bodas de plata o de oro de los integrantes de cualquier colegio o Universidad para aceptar que el paso del tiempo ha causado alteraciones muy diferenciadas en cada uno de los individuos.  
Y si esta relación está sólidamente establecida y demostrada, lo más importante es que la relación inversa también lo está, es decir, que si conseguimos mejorar la longitud de nuestros telómeros, podemos mejorar nuestra calidad de vida y nuestra longevidad.
La longitud de los telómeros, por lo tanto, constituyen un índice de nuestra calidad de vida, porque ellos vigilan y controlan o regulan las funciones celulares acelerando o frenando su división y por tanto acelerando o frenando la codificación de proteínas, la síntesis de las mismas y organizando el número y la calidad de las mitocondrias (la estructura fabricante de proteínas) y controlando las divisiones celulares y, en definitiva, constituyen una llave del desarrollo orgánico, de su estabilidad y de su longevidad.
Todo aquello que aumente la longitud de los telómeros aumentará la actividad orgánica y la longevidad. Y viceversa. Por ello es de sumo interés conocer, para prevenir, todas aquellas agresiones que sean causantes de posibilidad de acortar los telómeros.

V.- SITUACIONES QUE TIENDEN AL DETERIORO DE LOS TELÓMEROS.
En general son tres las situaciones que alteran la longitud de nuestros telómeros, y son:
1.- el estrés
2.- la inflamación
3.- la oxidación
4.- la resistencia a la insulina.

1.- El estrés produce en el organismo una situación de temor, angustia, inseguridad, ansiedad y vergüenza (una preparación para la huída) que afecta a nuestro eje corticosuprarrenal aumentando la presencia  de cortisol sanguíneo (la hormona del estrés) desencadenando una respuesta que percibimos en la tensión muscular, la frecuencia cardiaca y la respiración. Todo ello pone a prueba la capacidad telomérica de respuesta que si fracasa actúan como elementos deteriorados que inducen una mayor inflamación en busca de reparación.
Pero la respuesta al estrés también puede ser de desafío, de reacción positiva, de enfrentamiento que nos define la existencia de un “estrés bueno” o positivo que debe cultivarse y desarrollarse en las personas.
2.-La reacción inflamatoria precisa de unos telómeros suficientes porque la producción de células antiinflamatorias, las que conforman nuestro mecanismo inmunitario, depende del ritmo mantenido de la división celular. Si la reacción inflamatoria es muy amplia y mantenida, por la presencia de una enfermedad senecta o de una enfermedad crónica, las necesidades aumentan mucho, y la fabricación puede fracasar por exceso de demanda. Y si fracasa porque los telómeros no den abasto, ellos mismos fabricaran elementos proinflamatorios pidiendo una rápida reparación de sí mismos, contribuyendo a mantener el status inflamatorio crónico y latente, de forma que, variados procesos patológicos como la fibrosis pulmonar como la pancitopenia pueden llevar al individuo a la muerte.
La relación entre la inflamación y la longitud telomérica es mutuamente destructiva. El enlentecimiento de la división celular provoca un déficit en las células inmunitarias protectoras y una bajada en nuestra capacidad defensiva y envía señales proinflamatorias que inducen al sistema inmunitario a atacar al propio organismo, como hemos dicho, como la pescadilla que se muerde la cola.
3.- El estrés oxidativo podemos denominarlo como la enfermedad de los “single”, la de los electrones sueltos con capacidad de apareamiento.
Los radicales libres son átomos o grupos de átomos que se encuentran disponibles, y que  se producen en la mayoría de las reacciones orgánicas como son el metabolismo,  la respiración y el ejercicio, y son utilizados habitualmente para luchar contra las bacterias y  son fácilmente controlados o eliminados por el organismo.
Cuando uno de nuestros átomos tiene un electrón suelto está en desequilibrio puede aparearse con el primero que encuentra provocando a su vez el desequilibrio del átomo robado. Es como la estructura de un andamio a la que le hurtamos un puntal o travesaño que le hace perder su cohesión y derrumbarse.
El problema se plantea cuando existe una excesiva acumulación de estos radicales que absorbemos de la contaminación ambiental, del tabaquismo, las dietas ricas en grasa, la exposición excesiva a las radiaciones solares o la ingesta  de aceites vegetales. Y el mayor problema es que, en opinión de la Dra. Blackburn, los radicales libres tienen predilección por las secuencias de ADN que forman la estructura de los telómeros con lo cual tienden a  acortarlos con todas sus consecuencias.
4.- La resistencia a la insulina es un efecto causado por la excesiva ingestión de azúcar. Normalmente la insulina controla la glucemia (azúcar en la sangre) haciéndola pasar a las células, pero si tomamos más azúcar, el páncreas tiene que aumentar la producción de insulina hasta que es incapaz de hacerlo si la ingesta aumenta en exceso, que es lo que ocurre por la adicción. La mayoría de los refrescos y alimentos infantiles, así como los postres y “los caprichos”, tienen una enorme cantidad de azúcar.
El acortamiento de los telómeros dificulta la producción de insulina posiblemente por disminuir las divisiones celulares.

VI.- EL MANTENIMIENTO DE UNOS TELOMEROS SANOS.
Lo aconsejable es tratar bien a nuestros telómeros evitando todo aquello que pueda alterar su funcionamiento.
1.-Tratar la depresión y los estados depresivos.
Consideramos a la depresión como un estado de ánimo que altera nuestras funciones fisiológicas. Existen patrones automáticos que definen nuestra actitud ante el medio ambiente como son: la hostilidad cínica, el pesimismo, la dispersión mental, es decir el “estrés malo” o destructivo.
Para combatirlo lo enfrentaremos a una serie de mecanismos defensivos, como son la monotarea o flujo frente a la multitarea, es decir, a concentrarnos profundamente en una actividad exclusivamente, al distanciamiento del problema que nos ataca, a la rumiación (pensar las cosas muchas veces hasta encontrarles un aspecto positivo), la supresión de pensamientos para hacerlos desaparecer conscientemente, el pensamiento resiliente o aceptamiento para mejorar su tolerancia, el pensamiento consciente (aceptarlo completamente para digerirlo) y el cambio del dolor por la autocompasión.
Para controlar nuestro componente ansioso es muy útil el ejercicio de la meticulosidad. Y por último poner en práctica terapias psicológicas “ad hoc”, como pueden ser los retiros de meditación.
2.- Hacer  ejercicio.
El ejercicio es una de las mejores medicinas que podemos autorecetarnos porque incrementa el aporte sanguíneo al corazón y al cerebro, genera musculatura y fortalece los huesos.
También combate la presencia de radicales libres porque al producir más oxígeno proporciona una reacción que aumenta los antioxidantes orgánicos. Disminuyen la producción de cortisol (la hormona del estrés) y por tanto nos tranquiliza y además hace que las células se vuelvan más sensibles a la insulina tendiendo a normalizar nuestra glucemia.
La cantidad de ejercicio que se debe de hacer es aquel que admite nuestro organismo. El ejercicio más completo es andar, como ejercicio de mantenimiento (entre media y una hora diarias).
El sueño es el complemento del ejercicio y debemos cuidarlo en cuanto a su cantidad y sobre todo a su calidad. Con el sueño recordamos y olvidamos pero también requiere una regulación. Lo importante, más que el tiempo, es el ritmo y su calidad. Al proteger la calidad de los telómeros, protege el sistema inmunitario y ayuda a evitar infecciones y enfermedades.
La luz azul de las pantallas, los teléfonos, tabletas, etc. y los ruidos inhiben la melatonina (hormona del sueño) y perjudican por tanto su calidad.
Para  beneficiar el sueño es bueno: dedicar un rato a la preparación (leer un rato en la cama), escuchar música relajante, disponer un ambiente relajante (luces atenuadas, fragancias), tomar una infusión de hierbas calientes una hora antes de acostarse y hacer estiramientos suaves.
3.- La alimentación.
Antes que el peso lo que nos importa es nuestra salud metabólica. La mala salud metabólica perjudica a la longitud de nuestros telómeros. No es lo mismo sobrepeso que obesidad, pero el sobrepeso nos lleva a la mala salud metabólica, a la acumulación de grasa indebida (sobre todo la abdominal) a la resistencia a la insulina y a la diabetes. Casi el 9% de la población mundial padece de diabetes.
El acúmulo de la grasa indebida lleva al aumento de glucosa en estos tejidos y a que la producción de insulina por parte del páncreas se muestre incapaz de controlarla (de introducirla en las células) con lo que se queda en el torrente sanguíneo aumentando la glucemia y dando lugar a la aparición de la diabetes.
La relación entre la longitud telomérica y la grasa abdominal, la resistencia a la insulina y la  diabetes está demostrada. Las células de la grasa abdominal, los adipocitos, segregan sustancias proinflamatorias (quizás con carácter defensivo) que tienden a desarrollar un estado general de inflamación crónica que a su vez dañará la longitud telomérica que enviará más señales proinflamatorias pidiendo reparación.
Nuestra actitud metabólica debe de enfocarse a no alimentar a la inflamación restringiendo la toma de azucares (pan, pastas, patatas fritas, arroz blanco, dulces, refrescos, zumos y bollería) y también de alcohol (que incrementa en el hígado la producción de proteína C-reactiva que es la medida más exacta de la actividad inflamatoria).
Los alimentos que evitan una respuesta inflamatoria son los vegetales: frutas y bayas, uvas, manzanas, col, brócoli, cebollas, tomates, todos los cuales contienen flavonoides y carotenoides que son antioxidantes. Las vitaminas C y D son antioxidantes y están relacionadas con telómeros más largos (o sea que es bueno tomar zumos naturales de cítricos y en nuestro ambiente tomar el sol).
Los pescados grasos (salmón, atún, caballa y sardinas), los frutos secos, las semillas de lino dorado, el aceite de linaza y las verduras de hoja (col, col rizada, coles de Bruselas, apio, borrajas, canónigos, espinacas, lechugas, berros cardo, acelgas, grelos, rúcula, zanahorias, nabos, rábanos, remolacha, etc.) que todos son ricos en Omega-3 que regula la inflamación y la coagulación de la sangre.
Los bebes que se alimentan solo de leche materna durante las primeras seis semanas  de su vida presentan telómeros más largos. Antes de estas seis semanas los alimentos sólidos en intestinos aún no preparados producen inflamación y estrés oxidativo y telómeros más cortos.
Como conclusión la alimentación debe de estar compuesta de alimentos frescos y naturales (lácteos, verdura, fruta, cereales integrales, legumbres pescado y marisco), que constituyen la llamada dieta mediterránea.
Por último en cuanto a los usos sociales, también ellos benefician la longitud de nuestros telómeros y por lo mismo es preferible vivir en un ambiente relajado, rodeado de plantas y verdor, seguros y confiados en no ser asaltados o perseguidos, realizando una actividad y un trabajo adecuadamente remunerado en relación con nuestra competencia, con las comodidades inherentes a nuestro bienestar, con buenas relaciones en general y en particular con una familia agradable y con amigos (o amantes) que beneficien nuestro psiquismo.
En definitiva la longitud de nuestros telómeros no predicen nuestro futuro, pero su buena conservación ayuda a mejorar y prolongar nuestra salud.
4.-La Terapéutica.
De todo lo expuesto hasta ahora parece elemental deducir que si necesitamos alargar nuestros telómeros para vivir más y mejor lo que hay que hacer es administrar telomerasa que es fundamental para conseguir una buena renovación celular. Pero ello presenta un aspecto oscuro y es la posibilidad de que esta hiperdivisión forzada celular se descontrole dando lugar a la aparición de un cáncer, que al fin y al cabo es precisamente una proliferación celular descontrolada por lo que esta medida es totalmente desaconsejable.
No obstante en el Centro Nacional de Investigación del Cáncer (CNIO) se está llevando a cabo una línea de investigación que trata la fibrosis pulmonar con telomerasa, si bien los sujetos de experimentación son ratones a los que se ha inducido la enfermedad mediante la administración de tóxicos ambientales. La fibrosis pulmonar se produce por la respiración de tóxicos y la producción de acortamiento telomérico cuya respuesta inflamatoria produce una reparación a base de cicatrices y fibrosis pulmonar.
La doctora Maria Blasco ha vehiculizado el gen de la telomerasa en un vector (un virus inocuo para el ser humano) y lo ha introducido una sola vez en los pulmones de los ratones consiguiendo la curación de la enfermedad, lo que supone un resultado alentador si consideramos que en España existen 8.000 enfermos de esta patología.
Las Universidades comienzan a desarrollar “Unidades de “Estudio de los Telómeros” que están identificando telomeropatias o alteraciones mutacionales de los telomeros o de la telomerasa en connivencia con enfermedades de la vejez y algunos cánceres, así como se está estableciendo la importancia de las proteínas shelterinas con el síndrome HHS y de Revesz, rarísimas disqueratosis congénitas de las que solo se han descrito unos pocos casos.
Este sería el caso de investigadores como la doctora Mary Armanios que es directora del Centro de Telómeros de la Universidad Jhons Hopkins donde investiga la posibilidad de establecer una relación pronóstica y terapéutica del conocimiento de la longitud de los telómeros.

Bibliografía:“La solución de los telómeros”. Elizabeth Blackburn y Elissa Epel. Aguilar Sep. 2017