EL
RELOJ
La manecilla
del reloj seguía su camino sin mirar atrás, resuelta a llegar lo más adelante
que pudiera, sin descanso. Su paso sonaba en el silencio de la estancia.
Habían
quedado con unos amigos, por lo que estaban preparándose para salir de la casa.
Ella había pensado en el tiempo que tenía antes de la cita, se había dado
minutos para cada cosa que tenía que hacer: asearse, ver que ropa se ponía,
poner agua a los perros. Todo le cuadraba, miraba el reloj y pensaba que
incluso podría sentarse, relajada, un momento antes de salir.
Él miró el
reloj de soslayo, como no queriéndolo ver. También tenía que asearse, vestirse,
pero para él, el tiempo era difuso, se concentraba en lo que estaba haciendo.
Para él, la manecilla no existía, oía las voces de su pareja achuchándole para
que se diera prisa, contestaba que ya le quedaba poco, no entendía los nervios
de su pareja y claro, los minutos seguían pasando.
Ella notaba
su ansiedad brotar, cosa que le fastidiaba. Siempre quería llegar a tiempo,
incluso algo antes, sin prisas, pero él no paraba en eso, no le incomodaba
llegar tarde: lo veía normal. Y así salían de la casa una vez más, como tantas
otras, algo enfurruñados, no sabiendo si llegarían a tiempo o no, repitiendo una
escena habitual.
Mientras
tanto, ajena a lo sucedido, la manecilla proseguía inalterable su camino.
Francisco Marín Urrutia
Médico. Especializado
en Rehabilitación
“benaltertulias.blogspot.com”