domingo, 12 de noviembre de 2023

Dido

La astuta Dido

Son muchas las teorías que existen para definir la inteligencia, aunque lo más común es asociarla con las habilidades para adaptarse al entorno. Comprender las cosas y obtener provecho, mediante la astucia, es el ejemplo del caso extraordinario de la princesa Elisia de Tiro (Fenicia) que las fuentes clásicas griega y romana han recogido con el nombre de Dido.

Siguiendo la cronología, destacamos a los historiadores Timeo de Taormina, un griego (c. 350-260 a.C.), Josefo, un judío del siglo I a.C., o Virgilio, escritor romano del siglo I a.C. del que se ha conservado la versión más famosa de la historia de Dido en su obra Eneida, una epopeya que tiene como protagonista a Eneas, héroe de la guerra de Troya, progenitor del pueblo romano y futuro marido de Dido.

En esta última versión Dido era la hija del legendario Belus, rey de Tiro, la más importante ciudad fortificada (su nombre significa “roca”) de Fenicia, situada al sur del Líbano. En aquellos momentos, el territorio fenicio abarcaba áreas de los actuales Israel, Siria, Líbano y Palestina y el nombre fenicio de nuestra protagonista era Elisa, aunque los libios le dieron el nuevo nombre de Dido que significa “vagabunda”. Cuenta Virgilio que Dido tenía un hermano, Pigmalión, que con malas artes la despojó de su herencia y también, para apropiarse del trono de Tiro, y apropiarse del tesoro real mató a Siqueo, el marido de Dido. Viuda, y despojada de su herencia, esta tuvo que huir acompañada de un grupo de colonos fieles y huir por mar hacia el oeste buscando una nueva vida.

La primera escala de su periplo hasta arribar al norte de África (donde fundaron una ciudad) fue en un lugar de Chipre: Citio, situado al sur de la isla. Desde allí partieron, incorporando al grupo un sacerdote de la diosa Astarté, al que habían convencido con la promesa de hacerle Sumo Sacerdote de la futura colonia que iban a formar, además de unas cuantas decenas de prostitutas sagradas que ejercían en el templo de esta diosa.

Los fenicios destacaron por ser unos magníficos mercaderes y también expertos navegantes, de forma que estas habilidades les fueron muy útiles al grupo para conseguir su fin: establecer su colonia y fundar una nueva ciudad: Cartago.  La habilidad de Dido y su capacidad diplomática hicieron posible negociar con Hiarbas, rey de la colonia fenicia de Útica, y llegar a convencerle de que les cediera un terreno adecuado para establecerse. Hiarbas se mostró dispuesto a concedérselo a condición de que sólo podían disponer de la superficie de tierra que podía cubrir la piel de un buey. Lógicamente era misión imposible realizar tal hazaña, pero lo que no contaba el rey fenicio era con la astucia de Dido, quien dispuso que la piel de buey se cortara en tiras muy finas y se unieran formando una cuerda larguísima con la que rodeó una colina que se convertiría en la ciudadela o acrópolis de la que sería Cartago. Esta ciudadela fue conocida como la colina de Birsa, que en griego significa piel de buey (Birsa, en la actualidad, es un límite del área metropolitana de la ciudad de Túnez).

            Esta ingeniosa acción de Dido, que sucedió en 814 a.C., es el origen de un famoso problema matemático que consiste en​ hallar la forma de la mayor superficie que se puede delimitar con un perímetro de longitud. En honor a su fundadora, Cartago acuñó monedas a partir del siglo V a.C., y la efigie que aparece en dichas monedas: una cabeza femenina con gorro frigio se ha identificado con esta inteligentísima mujer.

Lo que no hemos contado aún es que, para financiar su viaje, tuvo que engañar al hermano asesino dándole pistas falsas de donde había escondido el asesinado (marido de Dido) el tesoro real. El hermano picó el anzuelo y mientras lo buscaba infructuosamente, la pícara Dido huía con sus fieles.

Siguiendo de nuevo a Virgilio y su Eneida, volvemos a encontrar de nuevo a Dido cuando los troyanos, huyendo de su ciudad destruida, llegan a Cartago tras desviarles una gran tempestad de su primitivo destino, que era Italia. Allí los recibe Dido, a quien el caudillo Eneas (hijo de Anquises y Afrodita) solicita hospitalidad y, aunque ella había prometido serle fiel a su viudo, y por mágica intervención de Cupido se enamora perdidamente de Eneas, aunque es posteriormente abandonada por éste. La historia finaliza en tragedia cuando, al verlo partir en su nave, se lanza a una pira funeraria tras hundirse en el pecho la espada de Eneas.

No es la última referencia a la reina Dido, porque cuando Eneas desciende al inframundo griego con ayuda de la Sibila de Cumas, en busca de su padre Anquises, encuentra a Dido vagando por los Prados Asfódelos, la región del inframundo donde iban a parar los muertos por amor, pero esta ya es otra historia y lo que destacamos de ella es la inteligencia y la astucia de una mujer y las consecuencias que propiciaron, siguiendo a Ovidio, el odio que enfrentó a Roma con Cartago y que desembocó en las guerras púnicas. 

 

                                       Rosa M. Ballesteros García

                        Vicepresidenta del Ateneo Libre de Benalmádena

                                        “benaltertulias.blogspot.com”