miércoles, 5 de diciembre de 2018

DINÁMICA FAMILIAR Y NIDO VACÍO

Tertulia del 5 de Diciembre de 2018


                                             DINÁMICA FAMILIAR Y NIDO VACÍO






    
Dinámica familiar y el nido vacío                                    
Antonio Porras Cabrera. Psicólogo y enfermero especialista en salud mental.
Profesor titular de la Escuela Universitaria de Ciencias de la Salud. Universidad de Málaga.
Aforo: 28 asistentes.


Buenas tardes.
En primer lugar quiero agradecer la invitación y la presentación que de mí se ha hecho, así como la presencia de todos ustedes, y mostrar mi satisfacción por poder compartir mi visión de este tema con todos los presentes.
Hablar del nido vacío ante un auditorio que, en gran parte, ya pasó por esa experiencia, tiene un cierto riesgo, cuando no atrevimiento. Porque no existe una única forma de afrontamiento de la situación, ni las circunstancias de cada pareja son las mismas en la relación con sus hijos, lo que lleva a considerar este momento como algo singular y específico de cada caso.
En ese sentido comentaremos aspectos de la creación de la pareja, el proceso evolutivo de su relación, los ciclos vitales, las microculturas familiares, la actitud parental, la forma de acompañar a los hijos en su crecimiento, el rol de los padres, etc. hasta concluir en la situación final del abandono del hogar por parte de los hijos, que según como se viva y gestione por parte de los progenitores podrá desencadenar el llamado “Síndrome del nido vacío”.
Comencemos pues diciendo que el nido vacío es una situación que se da en un momento de la vida y que, en función de cómo se haya desarrollado esta, podrá ser una etapa más o menos conflictiva, pudiendo generar un síndrome perfectamente definido.
Un síndrome es un conjunto de signos y síntomas que definen un estado patología o un trastorno psicológico más o menos severo del sujeto, como veremos más adelante.
Por tanto, para poder comprender el estadio final, es conveniente entender antes, como ya he dicho, cuál ha sido el proceso relacional de la familia, cómo se han educado los hijos y qué variables se han dado, con objeto de valorar la situación final y la capacidad de afrontamiento del cambio vital por parte de la pareja o del sujeto afectado por esa situación.



Conformación de la pareja.
La relación de pareja se inicia, como bien sabemos, con el enamoramiento… esa extraña situación que se da tras un proceso seductor de características muy variables según cada caso.
Yo siempre mantuve que el enamoramiento es un delirio en el que se le otorga a la otra persona valores que no posee. La persona de la que nos enamoramos es la más extraordinaria del mundo y aquella que encaja con nosotros a la perfección para forman una unidad inquebrantable con la que nos vamos a entender de maravilla a la hora de crear y establecer nuestra familia. Ese pensamiento es impermeable a la argumentación lógica. El sujeto está enamorado, abducido por los encantos del objeto de su amor, embelesado por la magia y el hechizo de su presencia.
En esta etapa renuncia uno a su lugar y acaba colocándose como servidor del otro. Se preocupa más del bienestar de la otra persona que del propio.
-          Lo que tú quieras, cariño.
-          Qué te apetece hacer.
-          Tus deseos son órdenes para mí.
Etapa idílica que puede concluir cuando la realidad se impone, es decir, cuando se forma esa unidad familiar y se han de afrontar los problemas reales. Cuando se pasa del
-          “lo que tú quieras ”al
-          “eso que dices no tiene sentido”
Del
-          “Tus deseos son órdenes para mí” al
-          “Antes lo hacías y ahora no”.
Y aparecen reproches:
-          Tú ya no eres el que o la que eras.
Esta frase, para mí, no deja de ser una simpleza, pues claro que nadie es el que era tiempo atrás, si no cómo sería la evolución personal desde la infancia a la senectud.
Pero también, y eso es lo más importante, cuando aparecen las diferencias de criterio a la hora de enfocar o resolver los problemas comunes. Los primeros roces no suelen ser dramáticos, pero afloran ciertas dudas y desavenencias que se tapan, de momento, con ese amor del que nació la pareja. Yo creo que lo inteligente es ir aceptando las circunstancias de la vida, gestionarlas con sentido común y, apoyados en ese enamoramiento, procurar establecer contratos de relación de acuerdo a las nuevas situaciones que se dan con las crisis, de tal forma que fortalezca la pareja.
En la situación del conflicto ya hemos dejado de estar a disposición de la otra persona, para satisfacerla, o sea en su propio campo o interés, y hemos pasado a la zona de defensa de nuestro campo. El conflicto, que es inevitable, salvo que exista sumisión inquebrantable, se ha de producir ante la diferente forma de ver una situación nueva, o de crisis, generada dentro o fuera de la pareja.
Las crisis se presentan cuando cambian las cosas, cuando los sujetos en su relación con el entorno aprecian formas diferentes de afrontar las situaciones cambiantes. Ahora bien, en función de la habilidad y capacidad de afrontamiento, el resultado será diferente. Si existe una cultura de entendimiento y toma de decisiones razonadas y democráticas por ambas partes, la solución a la crisis no tiene por qué ser traumática, sino que sirve para consolidar la relación. Eso sí, en muchos casos devienen en separaciones ante la imposibilidad de resolver los problemas y reconducir la relación.
Yo suelo decir que hay tres circunstancias determinantes que condicionan la pareja:
1.      La pareja se apoya para que cada cual pueda autorrealizarse y entonces tenemos “garantizada” la felicidad o, al menos, una mejor convivencia.
2.      La pareja, aunque no se apoya al haber evolucionado en relativa divergencia, al menos no se estorba y comprende que cada uno tiene derecho a autorrealizarse desde la madurez psicológica de ambos. Con lo que no tienes una pareja sino un compañero de piso.
3.      Una tercera situación en la que cada cual quiere que el otro se adapte a sus exigencias, donde ambos se están estorbando y sacando continuamente la munición del arsenal para librar las batallas o discusiones. En esa guerra es imposible convivir, con lo que lo aconsejable puede ser una separación pactada.
¿Situaciones intermedias? “Haberlas haylas” porque ningún planteamiento de estos es estanco y, por tanto, podemos pasar de un estadio a otro con cierta facilidad, incluso, según el estado de ánimo en un momento puntual cargado de ambigüedad, lo que lleva, muchas veces, a perpetuar la crisis al amparo de otros nexos de dependencia, económicos, familiares, sociales, etc. como ocurre en bastantes parejas.
En todo caso, aquí quiero hacer alusión al posible desmontaje del enamoramiento, en estas circunstancias, aceptando la realidad de la otra parte, es decir que aquellos atributos que le otorgábamos antes, ya no son verdad sino mentiras que nos habíamos creído de forma directa o inducida por el proceso de seducción, donde el seductor presenta lo mejor de su repertorio y esconde sus miserias.
Esto me lleva, dado que me gusta tanto jugar con las palabras, a descomponer la palabra enamoramiento, resultando EN AMOR (A) MIENTO. Es decir que el enamoramiento es una mentira que nos montamos en el proceso de seducción, un delirio en el que otorgamos méritos y valores a la otra persona para reafirmar nuestro amor. Tal vez, aquí, nuestro subconsciente esté estructurando el pensamiento para evitar una disonancia cognitiva. (Disonancia cognitiva de Festinger (1957): Las personas nos sentimos incómodas cuando mantenemos simultáneamente creencias contradictorias o cuando nuestras creencias no están en armonía con lo que hacemos).
Ahora creo conveniente traer a colación esta idea de Erich Fromm sobre la diferencia entre enamorarse y amar:
“Cuando estamos enamorados nos parece que nuestra pareja es perfecta y la persona más maravillosa del mundo. Esa es la diferencia entre enamoramiento y el amor.”
“Empezamos a amar cuando dejamos de estar enamorados”.
(Erich Fromm en su libro "El Arte de Amar")

Finalmente, para concluir este apartado, bajo mi opinión, no es lo mismo AMAR que QUERER.
Platón, en los diálogos de Sócrates con el joven Lisis, refiere que: "el amor es desear que la persona amada sea lo más feliz posible".
Sin embargo la palabra querer (que proviene del latín quaerĕre: tratar de obtener, buscar) tiene un significado más egoísta (desear, apetecer) aunque en la RAE se le acepte como sinónimo de amar.
La diferencia, pues, estaría en:
Amar: Desear que la persona amada sea feliz (Relación objetiva)
Querer: Tratar de obtener lo que se desea o apetece (Relación objetal)
Los dos elementos están presentes, y suelen ir balanceando, en la relación de pareja. Si se le da al verbo querer su matiz posesivo, puede acabar la relación en una asimetría donde uno de los miembros se somete al otro. Yo entiendo que, aquí, es muy importante el respeto al rol y su negociación desde la libertad y compromiso mutuo. Pero no es menos importante que el amor asume una función balsámica de la relación, es decir, facilita que el querer no sea posesivo, que la cobertura de las necesidades no sea por imposición o por exigencia asimétrica de deberes, sino por mutuo amor.
La clave, como ya he apuntado antes, estaría en la gestión de la convivencia en el día a día. En la capacidad de resolución de problemas y en el ajuste sistemática de ambas evoluciones personales para seguir manteniendo una relación sana resultante del proceso homeostático elaborado desde el respeto compartido, el compromiso y el buen flujo comunicacional ante cualquier incidencia.
Nosotros, ante esa perspectiva, vamos a tratar de clarificar y comentar algunas de esas variables, como son:
·         El concepto de ciclo vital.
·         El modelo familiar y su microcultura.
·         Los procesos educacionales de los hijos.
·         Para desembocar en la situación final con el síndrome del nido vacío.


Ciclo vital
El ciclo vital humano es el resultado de la interacción entre factores biológicos y socioculturales entre los que se debe considerar el género. Es decir, a caballo de la genética y el ambiente. Abarca desde el nacimiento hasta la muerte y se desarrolla a lo largo de toda la vida.
Se divide en etapas, que son fases del desarrollo humano en el largo caminar de su existencia y no están, forzosamente, relacionadas con la cronología. Existen variaciones en la determinación de las etapas, según qué autores, peo yo, dentro de esas fases, enumero las siguientes:
·         Infancia-niñez. Hasta los 12 años aproximadamente.
·         Pubertad-adolescencia. Desde las 12 a los 20.
·         Adultez. Desde los 20 hasta el final de la crianza de los hijos.
·         Vejez y senectud. Hasta la muerte.

Cultura social y microcultura familiar:
La cultura social se consolida y define en función de principios, valores, ideas, creencias, ritos, hábitos, mitos, etc. que caracterizan a una sociedad. No es lo misma la cultura judeocristiana que la musulmana, la hindú, o la bosquimana por decir algunas. En todo caso la globalización nos está acercando mediante la influencia de la comunicación.
Cada una de estas culturas sociales tienen una peculiaridad que las delimita como un sistema abierto y, dentro de las mismas, siguiendo la teoría sistémica, encontramos subculturas jerarquizadas hasta llegar al propio sujeto come expresión individualizada.
En este sentido, la familia es una unidad cultural singular con características propias donde se matiza la cultura social de su entorno. Es decir, cada familia tiene una forma de aplicar los valores, principios, ideas, creencias, hábitos, etc. en la dinámica de su estructura funcional. Por tanto crea un espacio de microcultura propio, donde se enmarca su relación sistémica.
Esto tendrá especial importancia de cara al ajuste en la nueva pareja en tanto los hábitos y costumbres aprendidos de uno y otro pueden coincidir o no.

El nuevo modelo familiar. Microcultura resultante:
Por tanto, cobra especial relevancia la microcultura familiar de procedencia, ya que tendrá gran influencia en la creación de la nueva familia y la interrelación de sus miembros. Cada uno viene condicionado, en gran medida, por lo que vivió en su casa, cómo se educó y los valores y hábitos que fue adquiriendo. Si bien el entorno social puede matizarlos a través del proceso de socialización personal.
La tarea de la pareja, aunque solo tenga conciencia de ello de forma subliminal, es precisamente establecer o crear una microcultura propia que suele ser de fusión entre la de ambos miembros, lo que conllevaba consensos y acuerdos en las divergencias. Existen matices que pueden generar controversias con relación a cualquier situación, o forma de actuar ante ella, como, por ejemplo, el trato a los hijos, la relación con el entorno familia, los hábitos de ocio, la forma de acometer los problemas, si los niños se bautizan o no, etc. todo ello como posicionamientos influidos por la microcultura de procedencia.
Es decir, que mediante el proceso de resolución de conflictos y los acuerdos consiguientes, se establecerá una dinámica que definirá una nueva microcultura familiar propia. A este proceso lo identifico con la aplicación de un “contrata tácito” de relación, o sea con los acuerdos que se van estableciendo de forma automática en función de las conductas de cada uno de los miembros de la pareja. Recurriendo al ejemplo, diré que si el marido llega a casa tarde sistemáticamente y la mujer no dice nada, esa conducta se acabará estableciendo como un derecho o conducta asumible dentro de la relación, pero si tiene una bronca con su pareja por este hecho, desde el primer momento, lo podrá entender como conducta inapropiada o rechazable, firmando en su mente la primera cláusula del contrato tácito.

Actitud parental en la educación de los hijos.
En todo caso, la microcultura familiar tiene gran influencia en la actitud parental como método de educar de los hijos de cara a forjar adultos maduros. Hay descritas diversas formas de actuación de los padres con relación a los hijos, de las que extraigo estas cinco que enumero:
·         Impositiva. Que se caracteriza por padres autoritarios y exigentes, impositivos y no razonables.
·         Participativa. Donde a los hijos se les enseña a razonar en las decisiones que se toman y en las cosas que se les corrigen.
·         Paternalista-hiperprotectora. Son excesivamente proteccionista, protectora, evitando enfrentar a los hijos a todas las circunstancias adversas, los que les complica su proceso de maduración.
·         De laissze-faire (Dejar hacer). En este caso se deja que los hijos evolucionen por sí mismos sin intervenir los padres. Dadas las circunstancias el matiz del tutelaje es muy importante.
·         De doble vínculo. Lo podemos entender como un desacuerdo entre padre y madre en la sistemática educativa, descalificación mutua, con diferentes formas de expresar los propios sentimientos y las conductas a establecer, lo que puede llevar a una desorientación, inseguridad y desorden mental en el niño.
En mi opinión personal (para expresarla de forma gráfica lo comparo como transitar por el camino de la vida) hay tres momentos en la relación con los hijos que requieren diferentes actitudes de los padres en el acompañamiento para el desarrollo de los mismos, considerando, como ya he referido, que estos apartados actitudinales no son estancos, sino etapas de prevalencia de unos sobre otros:
1.      Etapa infantil. Debemos ir delante,  dándoles la mano e indicándole los obstáculos y las formas de superarlos, protegiéndoles como máximos responsables de ellos y transmitiéndoles seguridad mientras se les va enseñando a caminar por la vida, además de responsabilizarnos de su mejor calidad de vida.
2.      Etapa juvenil o púber. Continuamos llevándolos de la mano, pero ya no van tan detrás, sino que los ponemos a nuestra altura para ir debatiendo el afrontamiento y solución de los conflictos o circunstancias que se les vaya presentando. En este caso les vamos adiestrando en la toma de decisiones pero haciéndoles partícipes activos de las mismas y manteniendo la mutua confianza.
3.      Etapa de adulto. El hijo es mayor, toma sus decisiones y es “dueño” de su destino. Nosotros iremos detrás para ayudar, pero si él lo pide. No nos debemos inmiscuir invasivamente en su vida, sino adoptar una posición inteligente que nos permita seguir manteniendo una relación de mutuo respeto con los matices que puedan desprenderse de nuestra cultura familiar, sin entrar en conflicto.
Hago aquí un receso para una breve reflexión sobre los dos tipos de rol parental que nuestra sociedad adjudica a los padres a través de la evolución social de los últimos años. Nos encontramos con:
·         El rol clásico. Padre autoridad y madre nutriente, donde cada cual asume su papel hasta el punto que la madre, ante una falta de los hijos, acaba amenazando con un: “Ya verás cuando venga tu padre”, o que el padre no asume el cuidado ni la necesidad alimenticia de los hijos: “Si tienes hambre pídele a tu madre de comer”, o “Carmen, el niño se ha hecho caca, cámbialo”. Es el rol que hemos vivido la mayoría de la generación nacida antes del último cuarto del siglo pasado.
·         El rol moderno. Es el que impera más en las parejas actuales. Ambos corrigen y nutren, asumen su papel sin desviarlo al otro. La crianza es una actividad compartida y responsabilidad de los dos. En todo caso, las distribución de actividades viene más condicionada por el acuerdo entre las partes en función de la disponibilidad y habilidad de cada cual.

El feedfack de los hijos a los padres
En el sistema familiar todos los miembros interactúan, por tanto los padres deberían valorar el feedback que le dan los hijos para observar si sus orientaciones son bien entendidas y efectivas.
Como en este texto no puedo ofreceros el video proyectado en la conferencia donde un niño de cinco años le indica a la madre como debe tratar a su hermanita de tres, transcribiré el diálogo.
El hecho es que la madre le permitió a la niña de tres años jugar con la condición de que al final recogiera los juguetes, pero dado que no los recogía, esta le regañó en voz excesivamente alta, por lo que la niña rompió a llorar y no respondía a la demanda de la madre. Ante este hecho la madre malhumorada se fue a la cocina, indicándole que si no recogía los juguetes tendría un castigo y, al poco tiempo, aparece el niño mayor con la hermana de la mano para hablar con su madre. He aquí la conversación:
-          Niño: Si te enfadas con Carmen, Carmen no te hará caso, pero si no te enfadas te hace caso; solo que ella no entiende, es chica, es pequeña…
-          Madre: Bueno y qué.
-          N. Y si no hace caso le tienes que explicar qué significa lo que estás diciendo.
-          M. ¿Y si no me hace caso aunque lo explique muy bien explicado?
-          N. Mira, le tocas así (el niño acaricia a la hermana), le das besitos, le abrazas, le cuidas muy bien, le coges y así te hace caso… yo lo he probado.
-          M. ¿Tú lo has probado… y te funciona?
-          N. Siempre.
-          M. ¿Y si aun así no hace caso?
-          N. Sí hace caso, es muy raro si no lo hace.
-          M. ¡Eh!
-          N. Y si le echas así el pelo (le echa el pela hacía atrás mientras Carmen se toca la nariz) te hace más acaso todo el rato…
-          M. Deja de tocarte la nariz, Carmen.
-          N. ¿Vale mami?
-          M. ¿Si le toco así el pelo me hace más caso? (Carmen ha dejado de tocarse la nariz)
-          N. Sí, mira… y ahora como lo has dicho “suavito” ya no se toca la nariz. Ves, funciona (la madre sonríe) hay que decírselo “suavito”
-          M. Ya, voy a intentar no enfadarme con ninguno de los dos. ¿Contigo también funciona eso?
-          N. Sí, todos los niños somos iguales. Vamos a seguir recogiendo. Ya está, ya hemos terminado (La niña le sigue para ir a recoger los juguetes).

Algunas enseñanzas del video:
Advertencia: Si te enfadas con Carmen ella no te hará caso.
¿Por qué?: Ellas es pequeña y no entiende.
¿Qué hacer?: Le tienes que explicar lo que significa lo que estás diciendo.
¿Cómo?: Le tocas así, le das besitos, le abrazas, le cuidas muy bien, la coges… (La hace receptiva)
Concluye: Yo lo he probado y siempre funciona, es muy raro si no lo hace. Como lo has dicho “suavito” ahora no se toca la nariz… ves, funciona. Todos los niños somos iguales. Conmigo también funciona.
Termina: Vamos a seguir recogiendo, ya está…

Tras esta interesante conversación entre el hijo de cinco años y la madre, hemos de pararnos a ver, también, la influencia que los hijos pueden ejercer en la relación con los padres, en base a su inteligencia intuitiva, por lo que hablaremos de tres grupos, remarcando que la estanqueidad entre ellos no existe, dándose la tendencia hacia uno u otro con mayor o menor prevalencia:
·         Hijos manipuladores. Son aquellos que se aprovechan de las desavenencias para sacar el máximo provecho o rentabilizar comportamientos. Saben de su influencia en los padres y sacan tajada de ello. Juega un papel importante la ganancia secundaria a algunos tipos de conducta, bien sean relacionales o expresiones de patologías que atrapan a los padres.
·         Hijos confrontadores. Es un ejercicio de poder e influencia sobre los padres. Tienen identificadas aquellas situaciones que les permite ejercer ese poder y las practican. Es el niño rebelde que se opone a los designios parentales intentado prevalezcan los propios.
·         Hijos colaboradores. Razonan y entienden a los padres y sus diferencias, procuran evitarlas y diluirlas para que no se produzcan. Colaboran en las actividades que los padres les asignan y suelen ser obedientes. Es el prototipo que en el análisis transaccional identificaríamos como (estados del yo) “niño adaptado” en contra posición la “niño rebelde”.

Proceso de emancipación:
En este caso consideraremos el cómo y cuándo se da el estado de emancipación de los hijos, las circunstancias que provocan el nido vacío. El hecho se puede dar por:
·         Preparación y madurez de los hijos. El hijo ya es mayor, adulto, y su grado de independencia permite se vaya a vivir fuera de casa, bien solo o en compañía. Es un hecho normal que no debe causar trauma alguno.
·         Por necesidades de estudio. Cuando es imprescindible que el hijo o la hija deba cambiar el domicilio por causa de los estudios. Es una circunstancia de preocupación para los padres, según la situación que sea y la confianza, o el miedo, que se tenga con relación a la capacidad de afrontar el hecho nuevo por parte de los hijos.
·         Por cuestiones de trabajo fuera de casa. En este caso se sobreentiende que el hijo está capacitado para afrontar la situación dado que es responsable ejercitando su trabajo. Los miedos de los padres a nuevas situaciones no desaparecen por ello.
·         Por conflicto intergeneracional. Tal vez este sea el mayor conflicto que pueda presentarse a los padres dado que es consecuencia de una controversia con el hijo o la hija. Los hijos se van dando un portazo o echados de la casa por los padres ante la imposibilidad de una buena convivencia, lo que suele generar grandes preocupaciones y conflictos.
·         Por matrimonio o convivencia con su pareja. Es el más natural y el deseado, o esperado, que nuestro hijo o hija se vaya cuando forma otra familia… es ley de vida, se puede decir, en nuestra cultura, no así en la anglosajona que se suelen emancipar antes como forma natural de independizarse.

El vuelo del pájaro y el retorno al nido con su pareja:
El pájaro voló… ¿hacia dónde va? ¿Cómo le irá la vida? Preocupación en los padres según haya sido la salida del nido y la circunstancias que la han provocado. Pero lo habitual, y a ello nos referiremos, es que haya formado su propia familia y establezcamos una relación con ella desde cierta simetría. En todo caso, nuestro hijo o hija, sin dejar de serlo, ha pasado a ser más de su pareja, desde el aspecto convivencial y relacional. Por tanto:
·         Vuelve con pareja. Pareja estabilizadora vs desestabilizadora. Siempre que se introduce un nuevo elemento en un sistema se desarrolla un proceso homeostático que lo asimila, condicionando la propia relación en el sistema. La relación entre padres y nueras o yernos pueden ser especialmente delicada si no somos capaces de establecer y asumir los límites que separan los nuevos sistemas familiares. Si somos excesivamente invasivos, entrometidos, le podremos crear un problema a nuestros hijos. A la vez deberemos defender nuestra parcela, poniendo los límites inteligentemente, para evitar que se produzca la invasión o intromisión de ellos.
·         La irrupción de los nietos… un nuevo compromiso de cuidados. La llegada de los nietos nos llena de satisfacción. Los seres humanos, que llevamos troquelada la misión de la perpetuación de la especie, sentimos que en los nietos está la trascendencia generacional, por lo que se nos cae la baba con ellos, como se suele decir. Nuestra disposición puede ser total, o limitada, para ayudar en la crianza de los nietos, lo que nos puede crear ciertas responsabilidades que nos sobrepasen dada la edad y nuestros hábitos, tanto personales como de cuidados hacia los niños, que podrían chocar con los de los padres del nieto. Este es, pues, otro campo de gestión de las emociones y las relaciones paterno filiales.

Los conflictos en la pareja de los hijos:
Existe otro aspecto sobre el que me gustaría comentar, como es la relación dentro de la pareja de nuestros hijos, donde cabe reseñar:
·         Una dinámica de relación propia entre los hijos y su pareja. Deberemos respetarla sin entrometernos, conocedores de que ellos están fraguando su propia familia y han de interactuar, con o sin conflictos, para perfilarla.
·         Las vivencias en los conflictos de los hijos y sus parejas. Desde ese sentido podremos angustiarnos y hacer nuestras las preocupaciones de nuestros hijos, sin poder evitar las emociones y sentimientos que nos despierten. Pero esa percepción es producto de nuestro análisis personal con el sesgo del amor parental.
·         El papel de los padres. (Ojo a ir por lana y salir trasquilado…). Sabiendo que han de gestionar ellos su propio contrato relacional, bajo una dinámica exclusiva, nosotros deberemos mantener cierta neutralidad, actuando de consejeros, si nos lo solicitan o vemos que es estrictamente necesario aportar nuestra opinión, pero con la mesura y la asepsia necesaria para no entrar en confrontación con la otra parte salvo que la ruptura sea irremisible. Podemos salir trasquilados.

El nido vacío. Cuando los hijos se van de la casa
El nido vacío, como ya sabemos, es una situación que se produce cuando los hijos se van de la casa familiar, y estas circunstancias generan una serie de emociones y sentimientos razonables que debemos gestionar. Entre ellos cabe que afloren los de tristeza, soledad, vacío, ansiedad, melancolía, irritabilidad… todo ello como signos del duelo por el que se transita al perder la presencia de los hijos en el hogar familiar.
Es posible que los padres, en estas circunstancias, se puedan plantear algunas preguntas existenciales, como: ¿Quién soy yo? ¿Hacia dónde voy ahora? ¿Qué me interesa en este momento? ¿Cómo le doy sentido a mi vida? Por tanto, esta pérdida nos proporciona una nueva situación que nos ofrece la oportunidad de replantear nuestra vida de otra manera. En todo caso, la situación requiere de un afrontamiento efectivo para evitar el síndrome del nido vacío, si bien, en la mayoría de los casos, el tiempo irá mitigando estos sentimientos hasta recuperar de nuevo el bienestar.
En un artículo en la revista Cuida tu salud emocional, Dolores Velázquez (Psicoterapeuta) propone 20 medidas para evitar el síndrome del nido vacío, como son:
1.      Acepta la vida como una sucesión dinámica de etapas.
2.      Analiza la situación y tus sentimientos.
3.      Reconoce tu pena.
4.      Alégrate por tus hijos.
5.      Déjales tomar sus propias decisiones.
6.      Mantén la comunicación con tus hijos.
7.      ‘Cambia el chip’ con respecto a ellos.
8.      No crees un santuario en la habitación de tus hijos para recrearte.
9.      No invadas su espacio o te pases el día en la nueva casa de uno de tus hijos.
10.  Dedícate tiempo a ti mismo.
11.  Retoma actividades que hacías anteriormente y a las que tuviste que renunciar por falta de tiempo.
12.  Desarrolla nuevas aficiones y realiza actividades físicas (paseos, excursiones, viajes. etc.).
13.  Estudia algo que te apetezca o aprende un idioma.
14.  Apúntate a alguna actividad creativa.
15.  Habla sobre tus sentimientos con tu pareja.
16.  Refuerza tu relación de pareja.
17.  Procura salir con amigos.
18.  Siéntete útil, ya que es una necesidad propia del ser humano.
19.  Regálate una mascota, te ayudará a no ver la casa tan vacía y silenciosa.
20.  Cuida de tus plantas o cultiva tu propio huerto.

El síndrome del nido vacío
Pero si no conseguimos controlar la situación existe el riesgo de caer en el síndrome del nido vacío, que, como ya hemos dicho, está formado por un conjunto de signos y síntomas que lo definen. Recalcamos los aspectos de su definición:
·         Es una sensación de soledad que los padres u otros tutores pueden sentir cuando uno o más de sus hijos abandonan el hogar.
·         Suele aparecer una desadaptación al nuevo estado, por un mal afrontamiento de la situación, con un trastorno afectivo enmascarado de características depresivas con sentimientos de tristeza y pérdida.
·         Suele ser más común en las mujeres que en los hombres.
·         Es más importante en los tiempos modernos en tanto las familias extensas son menos frecuentes.
Sus síntomas y manifestaciones son:
·         Anhedonia (Incapacidad de disfrutar) con sentimiento de inutilidad.
·         Sentimiento de soledad, una percepción súbita del paso de los años.
·         Apatía, no se siente con ganas de iniciar ninguna actividad ni resolver situaciones.
·         Reclamo de atención, manifestado por la sensación de que los padres quieren inquietar a los hijos que se han marchado.
¿Cómo afrontarlo? Actitudes constructivas y destructivas:
·         Intentar visualizar la nueva situación.
·         Establecer una relación de adultos entre padres e hijos.
·         Retomar actividades relegadas anteriormente. (Aprender algo nuevo, dedicarse a un hobby. Viajar, lectura, visitar museos, apuntarse a un club, etc…)
·         Disfrutar de mayor libertad.
·         Recuperar las actividades de pareja de forma consensuada para disfrutar de la vida. Reencuentro de la pareja…
·         Mejorar en la cantidad y calidad del tiempo compartido intercambiando pensamientos y sentimientos mediante una comunicación efectiva.
·         Sentirse orgullosos porque los hijos haya conseguido esa emancipación como colofón al proceso educativo. ¡Objetivo cumplido!
En este sentido, el reencuentro de la pareja, se presenta como una nueva y excelente oportunidad para encauzar la vida en su última etapa, con acciones como, por ejemplo:
·         Vivir la situación como una oportunidad para redefinir y redescubrir la pareja.
·         Incrementar la franca comunicación y el acercamiento.
·         Potenciar la expresiones afectivas (incluida una adaptación de la relación sexual) y de seguridad común.
·         Oportunidad para enmendar viejos errores.
·         Hacer más cosas en común y compartir afinidades.
·         Desarrollar nuevas maneras de estar en contacto con los hijos y los nietos.

Consolidando la relación final.
La relación final positiva debe ser el objetivo de toda pareja que pretenda tener una vejez tranquila. Debe estar basada en el respeto y no en la imposición, haciendo posible conjugar lo individual con lo común. Por tanto:
·         Es el momento de cada uno haga balance de su propio proyecto de vida desde la perspectiva personal buscando su paz interior.
·         La pareja no debe ser un impedimento, sino una ayuda para ello.
·         Gestionar esa situación final como la última oportunidad que nos da la naturaleza para el encuentro con uno mismo, con los demás y el entorno.
·         En suma, tomar conciencia madura de la vida en su sentido más amplio.

---------------------------------------------- F  I  N  -----------------------------------------------------------

Finalmente, tras todo lo dicho y expuesto, solo queda manifestar que espero les haya aportado algo y les sirva como elemento de reflexión para una mejor comprensión de esta etapa de la vida, a veces, tan compleja, donde se dan circunstancias de gran repercusión en el tránsito de la adultez a la senectud, así como manifestar mi agradecimiento por su atención y dar paso al coloquio. Gracias y buenas tardes.