LA SORORIDAD EN MARIA ZAMBRANO[1]
Quiera
considerarme su lectora y su amiga adicta y admiradora
que desea
encontrarla algún día en este mundo. Dios la guarde.
(Gabriela
Mistral a María Zambrano: “Cartas”)
A través de este artículo, dedicado a la memoria
de María Zambrano, nuestra filósofa malagueña más universal, nos hemos
decantado, como historiadora e investigadora feminista, por poner de manifiesto
su postura vital que la apartó, voluntariamente, en su momento, del movimiento
feminista de la época. Para ello hemos releído (de nuevo) Delirio y destino
(su obra más autobiográfica) escrita en La Habana en 1952, uno de los varios
países que la acogieron durante sus largos años de exilio. Al mismo tiempo,
queremos destacar esa sororidad que destacamos en el título, que mantuvo a lo
largo de su dilatada vida y que, paradójicamente, está íntimamente ligada a la
filosofía del mismo movimiento del que ella parece tomar distancia.
Si bien no es lo más recordado de su obra, ya sea
ensayos, libros o artículos, María aborda temas poco explorados por los
filósofos como es el sueño, la poesía o el saber femenino. Concretamente sobre
este último aspecto (lo femenino) elaboró una serie de textos, de denuncia y
reflexión, en los que pone al descubierto el, prácticamente nulo, papel de las
mujeres en la sociedad como consecuencia del dominio absoluto y controlador del
hombre.
Por otra parte, habrá que recordar que en la
malagueña existe una ambigüedad en cuanto a su postura frente al movimiento feminista
y sus análisis sobre la diferencia sexual; sin embargo, cuando repasamos su
libro autobiográfico Delirio y destino nos damos cuenta que en él
conviven, por una parte, su preocupación e interés en pensar qué significa ser
una mujer y, por otra, su tentación de negar la importancia de la diferencia
sexual y pensar sólo desde un sujeto universalizado. Contradicciones, por otra
parte, que arrastramos las personas y que forman parte de nuestra socialización
y nuestra experiencia. En este sentido, María estuvo muy influenciada por el
ejemplo de su padre, un profesor de ideas socialistas, colega de Antonio
Machado, a quien describe en el texto ya citado al frente de un desfile del
Primero de Mayo, en Segovia, donde impartía sus clases: «…en el que iba […] con
traje oscuro y corbata, en medio de hombres de blusa y chaqueta de pana››. Este
sentimiento hacia lo popular se manifiesta lo largo del texto como cuando
afirma, hablando con el padre: «¡Ah, si los que mandan escucharan de vez en
cuando lo que nadie se atreve a decirles! Y el padre, sonriendo irónicamente
con un deje de admiración le contesta: Claro, mujer, ya no hay Sibilas››. Más
adelante, María, siguiendo ese sentimiento de sororidad enunciado en el título
de este artículo escribe sobre una de las chicas de servicio que trabajaron en
su casa: «…recordaba a aquella muchacha venida de un pueblo [...] llorando
delante de un trozo de carne porque no podía comerlo››.
En esta misma línea, abundando en el interés por
las mujeres y su situación en la sociedad, María escribe una primera serie de
artículos en el periódico madrileño El Liberal, en la sección “Aire
libre”, y en una columna titulada “Mujeres”, una serie de 15 artículos, de
carácter social, que salen a la luz a partir de junio de 1928. En su libro autobiográfico
también destaca algunas de las charlas impartidas, junto a sus compañeros, en
centros obreros: «Estaba lleno de las cigarreras […] hablaban sin apenas tema […]
y ellas entendieron perfectamente. Serias, escuchaban atentamente con los ojos
brillantes››. Sin embargo, no duda en poner de manifiesto la “rareza” y lo
“inédito” que significaba que una mujer interviniera en estas palestras políticas,
y así lo manifiesta en algún momento en su libro cuando interviene en una de
las charlas dirigidas a las mujeres. Escribe: «Mira, nos habían dicho que iba a
venir una mujer y es una muchacha. Qué jovencita es, parece tener sólo veinte
años››.
Años después, en el exilio de La Habana, dictaría
una serie de conferencias sobre la situación de la mujer en la historia,
recogidas en dos artículos publicados en la revista Ultra, además de los
varios ensayos que dedicó a diversas figuras femeninas, ya fueran personajes de
ficción, ya fueran mujeres reales. Entre ellas las primeras: Safo de Lesbos,
Eloísa, Sor Mariana Alcoforado, las mujeres de Galdós −Nina, Tristana,
Fortunata e Isidora−, Beatriz o Antígona; o mujeres reales como Lucrecia de
León, dama de la corte de Felipe II; Diótima de Mantinea, sacerdotisa griega
del silgo V (a.C.); Juana de Arco; la laica dominica del siglo XIV Catalina de
Siena; Bernadette, la visionaria de Lourdes o la también filósofa y activista
política Simone Weil, a quien María había conocido en Valencia durante el II
Congreso Internacional de Escritores.
Sobre la figura de Antígona, fundamental en la
vida y en el pensamiento de María Zambrano, llegaría a dedicarle varias decenas
de textos entre 1947 y 1967. En 1948, en la revista cubana Orígenes, bajo
el título “Delirio de Antígona” se publicó este ensayo que años más tarde, en
1967, daría lugar a su única obra teatral: La tumba de Antígona, publicada
en México. Antígona representa para Zambrano el símbolo del sacrificio encarnado
en ella misma, en su propia madre y en su hermana Araceli, víctimas inocentes,
las tres, del fenómeno demoledor del nazismo y el exilio y es reconocida, como
alguien afirma, como: «Un ejercicio de hermenéutica feminista, es decir, un
proceso crítico y emancipador compatible con los objetivos del feminismo, por
lo que, aunque María Zambrano no se definió a sí misma como feminista, puede
ser considerada como tal, al tiempo que la pionera de la metodología
crítico-feminista española››. Lo que es cierto es que María, en todo momento,
puso todo su empeño en destacar cualquier iniciativa o actuación en la que
intervinieran las mujeres. Es el caso, por ejemplo, en el que uno grupo de
personas influyentes, aristócratas, trataban de aconsejar al entonces Alfonso
XIII: «entre ellos algunas damas››, destaca. Tampoco olvida a las jóvenes
estudiantes que participaron en las primeras algaradas que anticiparon la
República. Varias de ellas fueron a parar a la Cárcel de Mujeres: «La prisión
de las muchachas fue la primera, la que marcó el camino››, enfatiza.
El largo exilio de María Zambrano incluye varias
estancias en el Caribe, en Cuba y Puerto Rico, entre 1940 y 1953. Algunos
autores creen que es significativo que mucha de su escritura feminista se llevó
a cabo en estos lugares, poniéndolo en conexión con la relación tirante con su
esposo y su colaboración con su amigo ˗˗algunos estudiosos los vinculan como
algo más que amigos˗ Gustavo Pittaluga, también exiliado en Cuba, en su tratado
Grandeza y servidumbre de la mujer: Situación de la mujer en la Historia,
publicada en aquel país en 1946. En aquellos momentos María estaba casada con
el historiador Alfonso Rodríguez Aldave, del que se divorció posteriormente.
Anteriormente había tenido una larga relación con el capitán Gregorio del Campo
Mendoza, un maño, fiel a la República, fusilado en 1936, con quien tuvo un hijo,
fallecido a los pocos días[2].
Aunque Zambrano no creía en el término
«feminista», sí creía en la libertad, y en el derecho implícito a la igualdad
por ser personas. Por medio de su trabajo posibilitó la expresión de las
mujeres, en su pluralidad y diversidad. En 1988 se convirtió en la primera
mujer en ganar el Premio Miguel de Cervantes, siendo así la figura
femenina del pensamiento español más importante del Siglo XX. Finalmente, el 6
de febrero de 1991, fallecía en Madrid, siendo enterrada en su ciudad natal
Vélez-Málaga.
Rosa María
Ballesteros García
Vicepresidenta del
Ateneo Libre de Benalmádena
“benaltertulias.blogspot.com”
[1] Término que se refiere a la relación
de solidaridad entre las mujeres.
[2] Con relación a esta pareja,
Marifé Santiago Bolaños prologó y editó: Cartas inéditas (a Gregorio del
Campo) de María Zambrano, publicadas por Ediciones Linteo en 2012. Como
Gregorio, también fueron varios los miembros de su familia víctimas de los
golpistas: una hermana y otro hermano fusilados y varios exiliados.