EL TOLEDANO “MARCIAL LAFUENTE ESTEFANIA”:
El
Marshall español
Las
personas que tenemos “cierta edad” todavía recordamos las novelitas del Oeste,
tan populares durante las primeras décadas de la posguerra, que fueron sin duda
un fenómeno sociológico no sólo en nuestro país, sino en buena parte de los
países americanos de habla hispana y también de los Estados Unidos, con
millones de ediciones[1].
Su influencia en la cultura popular ha
sido reconocida por autores como el filósofo Fernando Savater: el mismo se
declaraba lector asiduo durante su adolescencia, o cantautores tan reconocidos
como Joan Manuel Serrat, que lo recuerda en su canción “Romance de Curro ¨el
Palmo¨”:
Buscando el olvido
Se dio a la bebida
Al mus, las quinielas
Y en horas perdidas
Se leyó enterito
A don Marcial la Fuente
Por no ir tras su paso
Como un penitente
Todas estas novelitas (de bolsillo y no
más de 100 páginas) iban firmadas por nombres tan sugerentes como: “Curtis
Garland”, “Dan Luce”,
“Donald Curtis”, “Clark Carrados” o “Lem Ryan”, por citar sólo unos pocos
pseudónimos, tras los cuales se ocultaban republicanos vetados por la censura
franquista: escritores, abogados, médicos, ingenieros y profesionales varios
impedidos de ejercer como tales, como es el caso del escritor
anarcosindicalista palentino Eduardo de Guzmán, más conocido como “Edward
Goodman”, entre otros pseudónimos, autor de la novela Aurora de Sangre, basada en la vida de la feminista Hildegart
Rodríguez Carballeira, asesinada por su madre en 1933, libro que fue adaptado
al cine por Fernando Fernán Gómez en 1977.
Por otro lado, sería muy improbable que
nadie que haya nacido en las décadas arriba citadas no haya leído, o al menos
escuchado, el mítico nombre de Marcial Lafuente Estefanía, el mayor
representante del género, un respetable ingeniero que comenzó a publicar sus
westerns bajo los pseudónimos de “Tony Spring”, “Dan Luce”, “Arizona” o “Dan
Lewis”. Para las novelas románticas, que también publicó, lo hizo con nombres
femeninos: “María Luisa Beorlegui” (que era el nombre de su esposa) y “Cecilia
de Iraluce” en la Editorial Bruguera[2],
hecho quen se podría justificar porque el género romántico era refractario a la
hispana masculinidad de sus lectores. Su fecundidad productiva (unos 2.600
títulos), solo fue superada por otra novelista popular conocida como Corín
Tellado, compañera de editorial.
El género Western fue un fenómeno
sociológico muy popular entre los años cincuenta y sesenta en España, hasta principios
de los setenta del siglo XX, como ya apuntamos, con una serie de
características que hermanan a sus autores, porque la inmensa totalidad fueron
republicanos represaliados, muchos de ellos petenecientes a familias de la
burguesía. M. Lafuente, por ejemplo, era hijo de un abogado, lo mismo que el ya
citado Eduardo de Guzmán o el abogado Francisco González Ledesma (“Silver Kane”).
Los argumentos, con títulos tan rimbombantes como Un ataúd para Lorna Russell, Garito
de levitas o Era más pistolero que
abogado, hablan siempre de tipos rudos, cuatreros, jugadores fulleros,
sheriffs corruptos o chicas de discutida virtud y oscuro pasado.
Nuestro personaje se llamaba Marcial
Antonio Lafuente Estefanía y nació en Toledo en 1903 en una familia acomodada.
Su padre, Federico Lafuente López-Elías, fue el abogado de origen navarro,
establecido en Toledo, escritor, y periodista, director del Heraldo Toledano. De él heredó su amor
al teatro clásico del Siglo de Oro. Sin embargo, sus estudios los dirigió hacia
la ingeniería que ejerció en España, África y gran parte de los Estados Unidos,
donde trabajó entre 1928 y 1931, lo que le sería de gran utilidad para
ambientar detalladamente sus historias del Oeste y a sus personajes, apoyado
por la historia de Estados Unidos, un atlas muy antiguo de este país, y una
guía telefónica de donde sacaba los nombres de sus personajes.
De pensamiento anarquista, se afilió al
comenzar la Guerra Civil a la CNT y ejerció como concejal en el entonces pueblo
madrileño de Chamartín de la Rosa (hoy barrio de Madrid) entre diciembre de
1936 y marzo de 1938, año que se alistó como voluntario en el Ejército Popular,
donde llegó a ser nombrado general de Artillería del Ejército Republicano en
el frente de Toledo. Finalizada la guerra, tomó la decisión de no exiliarse,
como tantos de sus compañeros ―muchos de ellos destacados cargos políticos culturales
republicanos―, resignado a sufrir el exilio interior y una inevitable prisión.
Fue en la cárcel donde comenzó a escribir, aprovechando cualquier trozo de
papel. En una de las entrevistas que concedió, pasados los años, afirmaba que
lo hacía a lápiz en rollos de papel higiénico: “Estaba en una sala quinta de
uno de los hoteles en los que me recluyó el Gobierno”.
Una vez en libertad hizo caso de los
consejos del también escritor y dramaturgo Enrique Jardiel Poncela que le instó
a escribir literatura ligera, para que la gente se divirtiera. Y así lo hizo. Desde
el principio buscó la amenidad, prescindiendo de largas descripciones, con
temas de mucha acción y diálogos muy trabajados: “Como ese tipo
esté muchos días en la ciudad, va a tener trabajo la funeraria”, afirma uno de
sus personajes. Gracias a su paso por los Estados Unidos pudo dar verosimilitud
a sus historias y a sus personajes, como ya apuntamos, en aquellas novelitas,
de a “duro” el ejemplar en la librería que se cambiaban y recambiaban luego en
los quioscos.
Su primera novela la escribió Marcial en
1943: La mascota de la pradera y
firmó un contrato con Bruguera que le editó unas dos mil seiscientas novelas
inspiradas en el teatro clásico español del español del Siglo de Oro, que tan
bien conocía. y sustituyó sus personajes por los arquetipos representativos del
oeste. Todas estas historias, de acción muy violenta, se hicieron muy populares
como literatura de pasatiempo. Pero su poularidad, ya lo hemos comentado, se
extendió también por América. En Estados Unidos, por ejemplo, la universidad de
Texas las grabó para que los ciegos de origen hispano pudieran escucharlas.
Dato
anecdótico: bajo su firma, MLE ha seguido publicando hasta la actualidad, a
pesar de que el autor murió en 1984. No se trata de ningún milagro: Sus hijos desde
1958 y, posteriormente, su nieto siguieron la saga.
Rosa Maria
Ballesteros García
Vicepresidenta del
Ateneo Libre de Benalmádena
“benaltertulias.blogspot.com”
[1] En España hay que citar como
precedente decimonónico al escritor Esteban Hernández y Fernández con su novela
Los hijos del desierto, escrito hacia
1870?, publicado en 1988.
[2] Para pensar: Una docena de
colecciones siguen poniendo en el mercado cada año unos 300 de los millares de
títulos del viejo fondo con la enorme tirada de unos 25.000 ejemplares por
título, de la que se vende un 70 %. Los sobrantes se vuelven a distribuir.