domingo, 24 de enero de 2021

Aretha: un mito con pies de barro

                                        

Aretha: un mito con pies de barro

Rosa M. Ballesteros García

rosaballesterosgarcia@gmail.com

 

 

El Presidente Obama describió lo que ella significó para todos los afroamericanos:

 

«En su voz podíamos sentir nuestra historia, toda ella y en cada tono: nuestro poder y nuestro dolor, nuestra oscuridad y nuestra luz, nuestra búsqueda de la redención y nuestro respeto ganado con tanto esfuerzo».

 

Se refería a una de las grandes estrellas, conocida como «Lady Soul» o «Queen of Soul» y es posible que quien lea estas líneas ya haya adivinado que se trata de la cantante, pianista, compositora y activista social Aretha Franklin, quien la revista Rolling Stone, especialista en música y cultura popular la situó en 2008 a la cabeza de los 100 cantantes más grandes de todos los tiempos. Sin embargo, los éxitos de su carrera y su estrellato no se correspondieron con su vida privada y, a partir de los datos de su biografía, me atrevería a decir que fueron dos realidades antagónicas que trataré de resumir, poniendo en evidencia las luces y las sombras, las subidas a la cima y los descensos a los infiernos de una mujer, de una artista que llegó a vender 75 millones de discos y que fue galardonada con 18 premios Grammy. En 2019 recibió a título póstumo un Premio Pulitzer Mención Especial por «su indeleble contribución a la música y a la cultura estadounidense durante más de cincuenta años».

Aretha Louise Franklin nació en Memphis en 1942. Su padre, C. L. Franklin, fue un predicador de quien uno de sus hijos, y hermano de la cantante, describió como «el general que dirigía el operativo al completo». Quizás esta opinión, que viene de uno de sus propios hijos, defina el contexto familiar que rodeó a la futura cantante y justifique, por otra parte, los sucesivos fracasos sentimentales que acumuló a lo largo de sus 76 años de vida.

Educada en esa «cultura de hombres con poder», como ya adelantamos, fue de mal en peor, iniciándose ya durante su niñez y adolescencia, que no fue precisamente un paraíso en el que la madre, Bárbara, también cantante y pianista, cansada de las infidelidades del marido, abandonó el hogar familiar cuando Aretha era una niña pequeña (el detonante había sido el descubrir que el marido había seducido y convertido en madre a una chiquilla de su congregación). Con 10 años murió su madre.

Si seguimos las memorias publicadas de Aretha se muestra que el patriarcado fue demoledor para la cantante y buscó salirse del control férreo de su progenitor casándose con un tal Ted White, un proxeneta reconvertido por la música que competía con el padre de Aretha por ejercer el dominio sobre la estrella. Es decir, intentar escapar del poder patriarcal con la ingenua esperanza de obtener una hipotética libertad que, en su caso, fue caer en otra cárcel, esta vez con el plus de un nuevo hijo. La boda fue el año 1961 y Aretaha tenía 19 años, pero antes ya había sido madre por primera vez a los 12 y posteriormente a los 14. El matrimonio con White, del que tuvo su tercer hijo, acabó en 1969 tras una relación tempestuosa (con malos tratos incluidos). Su cuarto y último hijo nació en 1970 fruto de su relación con su director de giras Ken Cunningham., es decir, un año después de divorciarse, lo que nos lleva a reflexionar de qué forma desesperada se quiere mantener una pareja procreando hijos. En 1978 se casó con el actor Glynn Turman, del que se divorciaría en 1984. En esta ocasión no tuvieron descendencia.

David Ritz, autor de dos biografías de Aretha, afirmaba que a ella no le gustaba hablar de sus maternidades precoces con los entrevistadores. La primera, un tanto edulcorada: Aretha: From These Roots, publicada en 1999 y una segunda (no autorizada), publicada en español en 2013 con el título de Aretha Franklin. Apología y martirologio de la Reina del Soul, que rompió su antigua amistad. En ella explicita la vida torrencial de la diva, desvelando algunas de sus claves ―personales y profesionales― como que la música espiritual la había poseído escuchando a las sucesivas amantes del padre: las cantantes Clara Ward o Mahalia Jackson y escribe al respecto: «Cada fragmento de música que formaba parte del mundo de Aretha viene de la música sagrada, y eso te lleva a apreciar esos momentos de éxtasis, de alegría y trance». Abunda también en sus adicciones como la gula o su alcoholismo: «El alcohol acabó convirtiéndose en un gran problema, cuyos efectos fueron extremadamente dañinos para su salud y un problema cada vez más preocupante en demasiadas ocasiones durante los últimos años de su carrera».

En estas pocas líneas hemos podido comprobar que la especie de milagro de su voz se opuso al silencio que acompañó a todos sus traumas, inseguridades y maltratos pues como se ha escrito: fue una persona incapaz de afrontar el dolor, una palabra que se negaba a reconocer, aunque su vida, repleta del éxito y reconocimiento, estuviese casi marcada desde el principio por este sentimiento. En opinión de su biógrafo: «Para Aretha el dolor era la parte más privada de una persona».

Aretha es hoy un icono del empoderamiento femenino, sobre todo por darle la vuelta a la famosísima y venerada de la historia del soul «Respect» (Respeto) de Otis Redding y hacer de la canción un himno feminista. Otis la escribió en 1964, en clave masculina, describiendo al marido que llega cansado de trabajar y pide a su esposa que lo trate con dignidad. Aretha, tres años después, le dio la vuelta, esta vez en clave femenina, para decirle al marido que si quiere su admiración y sus favores se los tendrá que ganar[1].

 

(ooh) Qué quieres

(ooh) Baby, lo tengo

(ooh) Qué necesitas

(ooh) ¿Sabes que lo tengo?

(ooh) Todo lo que pido

(ooh) Es un poco de respeto cuando llegas a casa (sólo un poquito)

Hey baby (sólo un poquito) cuando llegas a casa

(sólo un poquito) señor (sólo un poquito)



[1] El giro parece responder a la pregunta que formuló Sigmund Freud décadas antes: «¿Qué es lo que quiere una mujer?»