domingo, 11 de octubre de 2020

MORIDEROS

                                                                    MORIDEROS

 

La vejez o senectud no es, por principio, un estado patológico aunque su concomitancia aumenta progresivamente  en comparación al resto de las fases vitales. La propia degeneración o desgaste solicita el aumento de los recursos reparadores cada vez en mayor cantidad hasta alcanzar el agotamiento de las posibilidades de renovación, momento en que también merman las posibilidades vitales propiciando la aparición de enfermedades intercurrentes, o de fallos orgánicos y estructurales  que terminan con la vida del individuo.

Es conocido que las enfermedades que mayor cantidad de recursos orgánicos solicitan para sobreponerse, son las depresiones internas y por tanto su control evitará esta fuga de recursos que tan necesarios serán en la vejez. Es relativamente fácil distinguir en cualquier foto conmemorativa académica  o familiar, a las personas agraciadas por la vida (buena situación profesional, buena situación familiar, buen entorno vital, etc.), de las personas que lo han tenido difícil (fracaso profesional, fracaso familiar, mal entorno vital). Los primeros se ven mejor conservados, más jóvenes y los segundos más deteriorados, más envejecidos.

Este entorno depresivo se acentúa sobremanera con la llegada de la jubilación, al cesar los estímulos o necesidades de decisión, momento en el que el mundo profesional habitual desaparece abruptamente para sumergir al individuo en un abismo insondable lleno de temores depresivos, cuyo vacío se acentúa sobremanera con el grado de marginación social y familiar que sobreviene paralelamente y en el que el sujeto pasa inopinadamente a ser alguien a quien hay que tolerar y  condescender sin ninguna contrapartida activa hasta el momento de su muerte que puede convertirse, incluso, en deseable.

Entre nosotros el anciano o la anciana, el abuelo o la abuela, son considerados como  seres  casi inanimados, improductivos, puede que molestos, carentes de la más mínima capacidad de contribución positiva al entorno social, en el que su acervo cultural y experiencia son sistemáticamente ninguneados o conculcados de forma política o familiarmente intencionada, sin posibilidad de contraste alguno con las valías demostradas a lo largo de su existencia vital.

La vejez necesita un enfoque positivo como un cambio de actividad que mantenga a nuestros mayores en la posesión de su capacidad de decisión y de realización manteniendo en marcha las estructuras neuronales que tanto trabajo costó desarrollar, lo que implica el reconocimiento del derecho del anciano a su individualidad e independencia en el desarrollo de una segunda vida. Y ello no quiere decir que deban descuidarse las necesidades médicas de atención que sin duda alguna irán apareciendo y aumentando con el paso de los años y que necesitarán un seguimiento. Y ojalá que todo pudiera armonizarse en un entorno próximo, familiar y entrañable.

Ninguna de estas condiciones se reúnen en  las modernas instituciones creadas al efecto, las residencias de ancianos, en las que no existen entorno familiar, ni amigable, ni las mínimas exigencias de atención médica, ni ninguna posibilidad de desarrollo personal o humano. Son apartaderos en los que se apartan y esconden a los mayores, se los atiende y se los observa incluso profesionalmente, o familiarmente en los casos en los que la familia vaya a visitarlos, hasta que la intensidad del abandono, la marginación y el olvido, es decir, el maltrato psicológico, incrementen de forma suficiente los niveles de depresión interna haciendo inevitable el fracaso de los recursos reparadores dando lugar a un óbito, en innumerables ocasiones, prematuro.

Como me comentaba un viejo y entrañable amigo mío, son auténticos  “morideros” para ancianos, expresado cabalmente, Centros de Eutanasia, legalmente permitidos, perfectamente organizados y, privados o no, con cargo al erario público.

 

Jesús Lobillo Ríos

Presidente del Ateneo Libre de Benalmádena