miércoles, 21 de febrero de 2018

FRANCISCO AYALA

21/02/18

                                              FRANCISCO   AYALA


Mariló Berdun. Lda. Filología Hispana. Profesora de Enseñanza Media. Aforo:30 asistentes






             Para comprender la figura y la obra de Francisco Ayala es indispensable tener en cuenta dos factores de muy distinto signo. En primer lugar, la floración intelectual que se produjo en la España de entreguerras, las llamadas vanguardias.
Se recogían los frutos tardíos de la Institución Libre de Enseñanza y de la Junta para Ampliación de Estudios creada en 1907, y nacía a la vida pública un grupo de intelectuales que encontraba en Ortega y Gasset y en la “Revista de Occidente” un refugio y un punto de apoyo esencial. El otro factor imprescindible para explicar la trayectoria de Ayala es la catástrofe de la guerra civil y la experiencia del exilio.

Francisco Ayala García-Duarte nació en Granada el 16 de marzo de 1906, en un carmen de la calle San Agustín. Hijo del abogado Francisco Ayala Arroyo y de Luz García-Duarte, tuvo seis hermanos. Su educación sentimental estuvo marcada por las aficiones artísticas de la madre y el prestigio civil de la figura del abuelo materno, al que no conoció, Eduardo García Duarte, médico republicano que desempeñó un papel fundamental en varias epidemias de cólera, y rector de la universidad de Granada. El carmen de los Ayala es ahora un convento. Un tranquilo lugar que mantiene la misma estructura que conoció el Ayala niño. Un lugar donde aún quedan ecos de las canciones populares, los “cuatro muleros” que le cantaban las chicas del servicio. Mucho después, aquellas canciones las armonizó su paisano Federico García Lorca. “Me las hizo escuchar como si fueran una invención suya. No sé si le gustó que dijera: “son las canciones que escuché a las criadas de mi casa”. Un tiempo feliz. El adolescente Francisco se entretiene cuidando un pequeño mono que su tío Pepe, el boticario, le había traído de Guinea. “Al tío Pepe le gustaba gastar el dinero a montones hasta que quebró su farmacia de la plaza de Bib-rambla. Y la trasladó a las colonias, a Guinea. De allí me trajo un mono chiquitín. Lo cuidé y quise mucho, como él a mí.” ese fue el primer macaco de los muchos que se cruzarían por la vida y obra de Ayala.
En Granada vivirá hasta los 15 años, y se traslada a Madrid con su familia en 1921; según cuenta él mismo, “con la esperanza de hallar más despejados horizontes”. Las cosas no iban económicamente bien. El padre tenía que buscar trabajo. Algo poco habitual en esa familia, en la que muchos se enorgullecían de su condición de señoritos, de personas que vivían de sus rentas y no del trabajo.
        Francisco Ayala tuvo la fortuna de haber sido prácticamente adoptado por su padrino, un hombre rico y generoso. Podía continuar sus estudios y dedicar su tiempo a la que ya era su mayor pasión, la escritura. “Yo he escrito desde siempre. El sentido de la vida está en la literatura, esa es la verdad, y creo que la literatura es la verdadera realidad. La realidad real, no es real, no existe.” Allí estudió las carreras de Derecho y Filosofía y Letras. Su afición por la literatura empezó pronto, y desde 1923 inicia sus colaboraciones en prensa. En 1925 publica su primera novela, Tragicomedia de un hombre sin espíritu, que lo introdujo de golpe en la vida literaria madrileña. Justo un año más tarde, publica la segunda, Historia de un amanecer. No se podía estar en el ambiente madrileño, en el periodismo o la literatura, si no se estaba en alguna tertulia. Se pasaba de una tertulia a la otra, la mayoría eran abiertas, en aquellos cafés que llenaban el espacio entre la Puerta del Sol a la Puerta de Alcalá. Fundamental para Ayala fuer ser admitido en la tertulia de la Revista de Occidente, la tertulia de Ortega, a la que se entraba con invitación, un grupo muy heterogéneo en la que se recordaba la llegada de Victoria Ocampo, que impresionaba siempre por su elegancia, su cultura y su refinamiento.
        Con la intención de ampliar estudios, vivirá en Berlín de 1929 a 1930. Cursa estudios con el sociólogo alemán Hermann Heller y envía artículos que se publican en la revista Política. Berlín era el centro del mundo. Durante este tiempo conoce a Etelvina Silva Vargas, una estudiante chilena becada por la Fundación Humboldt, con quien se casa en enero de 1931. Tras la boda se instalan en Madrid, en una España en la que se anunciaban cambios, la República cada vez más cerca. Y sigue el magisterio de Ortega. En estos años publica El boxeador y un ángel y la colección de relatos Cazador en el alba, algunos de los cuales ya habían aparecido en la “Revista de Occidente”. 
Tras haber escrito y publicado mi segunda novela, Historia de un amanecer (…) quedé en un estado de insatisfacción y desconcierto. No sabía qué camino seguir en mis escritos de imaginación. Sentía que la vanguardia, a cuyos movimientos extranjeros y no solo españoles me asomé con ávida curiosidad, era la actitud idónea para dar expresión literaria a la época en que estábamos viviendo. Me apliqué desde luego a probar mi mano en las estilizaciones vanguardistas y ensayando sus técnicas produje una serie de ficciones breves.
De vuelta a España, accede por oposición a la cátedra de Derecho Político en 1933. Ocupa la plaza de “Jefe de Negociado de primera clase, quinto Oficial quinto de la Secretaría del Congreso de los Diputados.
En 1934, muere su madre y nace su hija Nina, única hija de su matrimonio con Etelvina.
Cuando salí de sus funerales en compañía de mi padre y hermanos no imaginaba que la mirada de tristeza con que despedí su jardín de flores, su huerto de ciruelos, el arco de piedra que cierra el recinto, sería mi última mirada a esos parajes; que el abrazo con que despedí a mi padre sería el último que podría darle.
La Guerra Civil lo sorprende en América del Sur, dando unas conferencias. El 4 de agosto su padre, que había sido detenido al inicio de la guerra, ingresa en la Prisión Central de Burgos, donde es asesinado la noche del 8 de octubre. Semanas más tarde, también es ejecutado su hermano Rafael. Sus dos hermanos más pequeños, José Luis y Vicente, consiguen salir de la prisión gracias a la intermediación de una hermana de Etelvina.
Al volver a España, sirve al gobierno de la República como funcionario de Relaciones Exteriores, y es destinado a la Legación de España en Praga, en donde pasa algunos meses.
Sumamente difícil -en verdad, imposible- me resulta concitar y poner en orden mis memorias de aquellos últimos meses de guerra en España. Recuerdo, sí, que en mi ánimo la tragedia, familiar y nacional, que toda era una, hacía mezclarse los sentimientos de dolor con sentimientos de indignación moral y de rabia impotente, y que estos eran tan fuertes como para contrarrestar piadosamente el abatimiento de un dolor excesivo. (…) La noticia del asesinato de mi padre y demás desventuras no me concedió a mí el alivio de las lágrimas, sino que me dejó el corazón helado.

En mayo de 1938 es llamado a filas. Vuelve a España y se incorpora como soldado a la Comisión Topográfica del noreste de España. El 12 de julio es nombrado secretario general del Comité Nacional de Ayuda a España.
Ante la inminencia de la derrota republicana, el 21 de enero de 1939 abandona España con dirección a Francia. Tras la Guerra Civil comienza su exilio. Con la ayuda de la poeta cubana Flora Díaz Parrado, cónsul en París, consigue un visado que le permite viajar a Cuba, de allí a Chile y se instala en Argentina. “Recién llegados a Buenos Aires, todavía en un hotel, apareció un señor que me quería ver. Era Borges. Yo tenía amistad con su hermana Norah. Nos sentamos en el bar, comenzó a hablar de literatura, siguió hablando de otras cosas, nunca hablamos de la guerra, de la derrota, de lo duro del exilio.” En Argentina enseña Sociología en la Universidad Nacional del Litoral, en Santa Fe. Traduce a Rainer Maria Rilke, a Thomas Mann, a Alberto Moravia,…, colabora en el diario La Nación y funda su propia revista, Realidad, revista de ideas, que se publicará entre los años 1947 y 1949. Por sus 18 números pasaron colaboradores como Jean-Paul Sartre, Bertrand Russell o Borges. En 1949 año en que decide abandonar Argentina disconforme con su régimen político. En este mismo año aparecen dos de sus obras, Los usurpadores y La cabeza del cordero, con las que inicia su nueva etapa novelesca:

Así, en los años que van desde mi regreso de Alemania hasta el exilio en Buenos Aires, mi actividad literaria como autor de obras de imaginación quedó en suspenso. Mi pluma había estado activa, si acaso, en el campo del ensayo o estudio filosófico-político.

En 1950 se traslada a Puerto Rico, en cuya universidad da clases y donde funda una nueva revista, La Torre. Compagina esta actividad con la impartición de cursos en Cuba y sus primeros viajes a Nueva York, donde es atendido por Federico de Onís y mantiene encuentros con Pedro Salinas y Amado Alonso. Incluso se le ofrece un puesto como supervisor de traducciones en las Naciones Unidas, al que renuncia al año para volver a Puerto Rico. En esta década comienzan a aparecer en España algunas publicaciones de Ayala. Por ejemplo, una edición privada de 50 ejemplares de Historia de macacos, a iniciativa de Ricardo Gullón.
A partir de 1956 vive en Nueva York, donde ya residía su hija Nina, en un apartamento que mantendrá hasta su jubilación en 1976 y posterior traslado definitivo a España,  y comienza su andadura como profesor de varias universidades norteamericanas, entre ellas Princeton, Vermont o Chicago.
En 1960 viene a España de visita en un viaje privado, y desde ese momento lo hará con frecuencia, sin aceptar ningún tipo de relación con el Estado franquista.  La editorial Aguilar decide publicar en 1969 sus Obras narrativas completas, pero tienen que ser impresas en México porque el franquismo seguía censurando La cabeza del cordero.
En el mes de junio de 1970, intelectuales españoles firman un documento de salutación a Ayala, recuperado a partir de entonces (como ellos dicen) para la vida cultural española. Al año siguiente publica en Seix Barral El jardín de las delicias, que obtiene el Premio de la Crítica en 1972, año en que también se autoriza en España La cabeza del cordero, y se publica Los ensayos. Teoría y crítica literaria, compilación de sus escritos teóricos sobre Literatura.
A mediados de los 70 conoce a la profesora Carolyn Richmond, que se convertirá en 1976 en su compañera y, años más tarde, 1999, 22 de junio, en su segunda esposa. Carolyn conversaba animadamente con Ayala y ante alguna broma del profesor, echó la cabeza hacia atrás al reír, y su hermosa cabellera color de miel se prendió en una vela. Entre todos apagaron el incendio, pero no el amor, que ya ardía en el corazón del escritor.
Su regreso definitivo a España será en 1976, pero antes de esta fecha el escritor ya se había convertido en una referencia moral para la nueva sociedad española. Representaba la narrativa del exilio, aunque la literatura española no siempre ha sabido dónde clasificar a los escritores exiliados.  Consciente de ello, fue uno de los temas que abordó en Alcalá de Henares el día que recibió el Premio Cervantes de 1991.
En 1982 comienza la publicación de sus Recuerdos y olvidos, que obtiene en 1983 el Premio Nacional de Literatura. Un año más tarde, el 25 de noviembre, ingresa en la Real Academia Española. Sillón Z. Su discurso de ingreso versó sobre “La retórica del periodismo”.
Suceden los premios y los homenajes. En 1988 se le concede el Premio Nacional de la Letras Españolas y es nombrado Doctor Honoris Causa por la Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid.
En 1990 publica El escritor en su siglo, obra que recoge ensayos sobre teoría literaria y específicamente sobre la novela. En el prólogo de esta obra, leemos, a modo de resumen:
Ha sido la mía una larga vida de escritor público. (…) Durante ella he dirigido una atención constante hacia el desenvolvimiento de los acontecimientos en torno mío a la vez que procuraba expresar mi visión del mundo en obras de imaginación literaria. Así, mi labor escrita presenta dos grandes vertientes: por un lado, la del comentario encaminado a interpretar el curso de la historia donde me encuentro sumergido, y por el otro, la plasmación artística de mis intuiciones acerca de lo que pueda ser la realidad esencial. Esta última vertiente, específicamente literaria, contiene también un sector de tipo teórico-crítico que responde a mi actividad docente, pues la mayor parte de mi carrera profesional ha estado dedicada, como enseñante, a los estudios literarios. Con todo, no he de ocultar (y más de una vez lo he declarado) que es en la creación imaginaria donde creo hallarme en terreno más propio, y donde espero que mis esfuerzos creativos puedan alcanzar alguna perduración.
Junto con el ya mencionado tema del escritor en el exilio, el Quijote fue otro de los asuntos que trató en su discurso del Premio Cervantes en 1992. Aquella mañana de 23 de abril se definió como “escritor español en América”, es decir, alguien tenido por propio y por ajeno al mismo tiempo.
Y en 1998, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.
Cumplió 100 años y lo celebró con una cena organizada por el Ministerio de Cultura en la Biblioteca Nacional, a la que asiste abrumado y avergonzado. Reconocimientos y más reconocimientos. Hasta que el 3 de noviembre de 2009 fallece en Madrid.
El crítico Ayala ha sido el mejor “lector” de su creación. Su palabra sirve de guía para una lectura serena de su obra. la conciencia de su quehacer literario y de la presencia del lector le llevan a convertir sus prólogos e introducciones en mucho más que en un elemento de la publicación.
“Uno escribe siempre su propia vida, solo que, por pudor, la escribe en jeroglíficos. Cuánto mejor si lo hiciera sobre piedras funerarias, buscando la descarnada belleza del epitafio (encerrar la vida en una bala, o en un cohete, en un epigrama).  Su trayectoria narrativa ha sido dividida generalmente en dos etapas, antes y después de la Guerra Civil. En la primera, aborda la narrativa tradicional en la novela y la prosa vanguardista en los relatos, donde predomina el estilo metafórico, expresividad y la fascinación por el mundo moderno. Sus primeras obras ofrecen al lector una diversidad de técnicas narrativas y al mismo tiempo la unidad inconfundible de su estilo. Incluyen recreaciones históricas desde la ambición humana por el poder, evocaciones líricas. El desenlace puede ser sorprendente o el escamoteo del asunto central. En su etapa vanguardista, su narrativa se traduce en un juego esencialmente estético e ingenioso. Su instrumento es la imagen, la metáfora, la realidad se transforma gracias a las palabras. Así, la superficie del agua del baño de Susana en uno de sus relatos será espejo, bandeja o mapa, según la realidad que imagine su creador a partir de ella. No obstante, años después el propio Ayala juzgará con dureza esa contribución a la moda vanguardista: “Se había roto con el pasado, en literatura como en todo lo demás. Los jóvenes teníamos la palabra. Se tomaban en serio nuestras bromas, se nos invitaba a la insolencia y al disparate.”
La segunda etapa, iniciada en el exilio con El hechizado, es más heterogénea. Así, en La cabeza del cordero, la Guerra Civil sirve de fondo para analizar las pasiones y los comportamientos de una serie de personajes. La contribución más importante de Ayala a la literatura narrativa está constituida por las dos novelas complementarias Muertes de perro (1958) y El fondo del vaso (1962), donde la historia del tenebroso dictador Bocanegra está contada con una complejidad de recursos que podría calificarse de cervantina. Muertes de perro presenta la degradación del ser humano en un mundo sin valores donde la dictadura subyace como marco ambiental. Hay en la obra un espesor de voces y perspectivas que se cruzan y complementan, y algo parecido sucederá en la segunda novela. La idea orteguiana de que la realidad es algo inaprensible, porque sólo contamos con perspectivas parciales, adquiere una sólida contextura narrativa en esta historia acerca de la degradación del poder y del envilecimiento a que puede llegar el ser humano. En El fondo del vaso está presente la ironía como recurso esencial. Asimismo, al igual que en Cervantes, Ayala es consciente de su actividad literaria y practica una profunda e irónica crítica de su labor. Y, como Cervantes, o como Borges, los planos de realidad y narración se proyectan muchas veces en sucesivas estructuras especulares. Como ejemplo, ese El hechizado mencionado antes, donde el narrador inicial es un refundidor del Indio González Lobo, autor real o imaginario, de un prolijo y fatigoso texto sobre los motivos de su venida a Europa, a la corte de Carlos II el hechizado.
Las distintas obras que conforman Los usurpadores tienen una idea común y técnica semejante. Son recreaciones de temas históricos con el mismo asunto: el poder ejercido por el hombre sobre su prójimo, entendido como usurpación. Las que integran La cabeza del cordero contemplan la guerra civil española, presentada bajo el aspecto permanente de las pasiones que nutren al hombre. Algo así como la guerra civil en el corazón de los hombres. El Jardín de las delicias, lejos de ser una colección miscelánea, es una bien trabada unidad, con estructura abierta, a partir de la idea central: el famoso cuadro de El Bosco. Su argumento, el viaje de un hombre que mirando con ojos asombrados la fascinante diversidad del mundo, avanza por la vida y se esfuerza en vano en apresar el tiempo fugitivo. Como un Viaje por las etapas de la vida.

Sociólogo, crítico y sobre todo creador. Su prosa lúcida, inteligente, serena, nos lega originales construcciones narrativas, la belleza de páginas impecables, sugerentes, nuevas miradas hechas palabras espléndidas y una apasionante reflexión sobre la condición humana.
Libre, independiente, sin banderas. Un español que creyó en la España republicana, criticó sus errores, se escapó de los vencedores, conoció de cerca la muerte, el asesinato cruel e injusto de alguno de los suyos y que tuvo que partir al exilio sin enquistarse. No quiso ser uno de esos republicanos de café, dando vueltas al pasado, pensando obsesivamente en un regreso que, cuando menos, parecía bastante incierto, sino integrarse en la nueva realidad.
Ayala, partidario de la modernidad, no dudó nunca en adaptarse a las nuevas técnicas, pasando a lo largo de su vida del plumín a la estilográfica y

de la máquina de escribir al ordenador.
Alternó la literatura con las ciencias sociales. Apenas cerrada la herida de la II Guerra Mundial, supo ver que “el proceso de unificación mundial que venía avanzando desde hace tiempo” se había acelerado “prodigiosamente”.


“He escrito demasiado porque he vivido demasiado, y, además, lo he hecho intensamente”.