domingo, 25 de julio de 2021

Conversaciones sobre cine

S CONVERSACIONES DE SALAMANCA (mayo, 1951)

El cine español está muerto. ¡Viva el cine español!

Rosa M. Ballesteros García

rosaballesterosgarcia@gmail.com

 

Las interrelaciones historia-cine son múltiples y van desde simples representaciones de los hechos históricos hasta la explicación de nuestro tiempo y nuestra sociedad. Lo cierto es que el cine se convirtió en un arma poderosísima y desde el primer momento comenzó a ser utilizado por los poderes para llevarlo a su terreno y sus intereses. En el caso que nos ocupa, la filmografía producida durante el franquismo fue controlada desde el poder mediante la censura, los permisos de rodaje, las subvenciones y la represión. El cine de ficción, realizado a lo largo de la dictadura, los expertos lo han dividido en varias etapas, si bien en este artículo vamos a ocuparnos de las dos que siguen al final de la Guerra Civil (1936-1939) y al periodo republicano; es decir los años 40 y 50, décadas que coinciden con unos hitos que obligaron a dar un viraje de fondo y forma a las producciones. Entre otros, destacamos el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945; la firma del Concordato con el Vaticano en 1953; la alianza militar con los Estados Unidos (los llamados «Pactos de Madrid»), firmados en este mismo año, y el ingreso de España en la ONU en 1955. La dictadura, replegada voluntariamente durante la autarquía, pero necesitada con urgencia de que se reconociera el régimen en el exterior, se empeñó en una su incesante lucha contra el ateísmo, el anticomunismo y la protección de los valores y costumbres cristianas que casaban a maravilla en el contexto internacional de la Guerra Fría que se produjo, como se sabe, tras finalizar la Guerra Mundial, dividiendo el mundo entre el bloque Occidental (occidental-capitalista), liderado por los Estados Unidos y el bloque del Este (oriental-comunista), liderado por la Unión Soviética.

En este contexto, y durante los años cuarenta, la temática que se exhibía en nuestro país estuvo volcada en “glorificar” la victoria de los sublevados, presentando historias que tendían a demonizar al enemigo de la Patria: materialistas, ateos, con ideas importadas del extranjero (no olvidemos que estábamos en plena autarquía). En pocas palabras: un cine propagandístico[1] (recordemos el NODO desde 1942 a 1981) y proteccionista (los productores tenían que pagar unas cuotas y conseguir una licencia de doblaje para controlar lo que se decía en las películas)[2]. Así, títulos como Sin novedad en el Alcázar (1940), coproducida con la Italia fascista; Raza (1941) con guion del mismo Franco y dirección de José Luis Sáenz de Heredia (primo de José A. Primo de Rivera) o El santuario no se rinde (1949), del director Antonio Ruiz Castillo, hacen protagonista al pueblo español como el elegido natural tocado por la divinidad. Cosa lógica, por cierto, ya que el Régimen había proclamado que la victoria había convertido a España en «Una unidad de destino en lo universal» y a su Caudillo en «Vigía de Occidente». Un vigía, por cierto, que mantenía encendida la luz de su despacho día y noche, una estrategia copiada, se ha dicho, de Mussolini. Junto a los títulos citados, otras películas de trasfondo histórico-político como El frente de Moscú (1940) o los ideales del bando nacional como El crucero Baleares (1940).

En la década de los cincuenta se abandonaron, en cierto modo, los homenajes a los héroes del bando nacional durante la guerra y tomó el protagonismo la religión. La católica, por supuesto, con cotas cada vez más numerosas de ministros nacional-católicos en este llamado «Primer franquismo» que se alargaría hasta 1959. Las primeras películas que inauguran el decenio no presentan apenas evolución. Ejemplo de lo dicho títulos como Cerca del cielo (1951), de Domingo Viladomat, con un sacerdote como protagonista[3]; Muñoz Conde, el año anterior dirigió Balarrasa (1950), con Fernando Fernán-Gómez dando vida a un militar que cambia el uniforme por la sotana[4]. En ese abordaje masivo del nacional-catolicismo podemos citar obras como La señora de Fátima, de Rafael Gil (1951), una recreación de esa aparición ante ingenuos pastorcillos en un pueblo de Portugal. También entrarían en el lote Sor intrépida, la historia de una monja que sacrifica su propia vida por la ajena en las misiones (Rafael Gil, 1952), protagonizada por la francesa Dominique Blanchard o La hermana Alegría (Luis Lucía, 1955), con Lola Flores en el papel de una Sor Consolación que devuelve al buen camino a chicas de moral dudosa, por decirlo de forma fina, como Soledad, encarnada por la actriz Susana Canales.

En estas dos décadas época destacamos actores y actrices como Alfredo Mayo, Ana Mariscal, Rafael Durán, Amparo Rivelles, Fernán-Gómez, Aurora Bautista, Jorge Mistral Sara Montiel y una larga saga de folklóricas: Lola Flores, Paquita Rico, Estrellita Castro, entre otras.

Hechas estas primeras consideraciones, imprescindibles para situar el foco principal del artículo, y partiendo del inicio de la década de 1950, fue cuando se produjeron las Primeras Conversaciones sobre Cine Español, también conocidas como «Conversaciones de Salamanca», unas jornadas organizadas por el director de cine Basilio Martín Patino (entre el 14 al 19 de mayo de 1955) con el objetivo de hacer una reflexión sobre las cinematografías, es decir, las distintas corrientes o  géneros que se estaban llevando a cabo en nuestro país. Durante aquellos días, que supondrían un punto de inflexión, un antes y un después y un «despertar» en que participaron críticos, directores, representantes del sector intelectual, organismos de Estado… Fue este un primer intento, si exceptuamos el Congreso Hispanoamericano de Cinematografía, celebrado en Sevilla en el marco de la exposición Ibero-americana de 1929. Había transcurrido más de un cuarto de siglo.

Durante los días que duraron estas jornadas fue inevitable que entraran en colisión dos generaciones de cineastas: por un lado, la de aquellos que llevaban varios años en la industria y por otro, los recién salidos del Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, creado en 1947[5]. A los filmes basados en películas folklóricas, adaptaciones literarias, de inspiración histórica (Locura de Amor, Agustina de Aragón) de Juan de Orduña, etc., tildadas de «artificiales» y «acartonadas», modelo de directores consagrados como Juan de Orduña, Rafael Gil o Juan de Orduña, los Bardem, Berlanga, Fernán Gómez, Martín Patino o Saura propugnaban un modelo de cine más actual y realista, que fuera un verdadero testimonio de los problemas que ocurrían en la España de los 50. Patino y Bardem definían su postura en un texto que afirmaba: «El cine español vive aislado; aislado no sólo del mundo, sino de nuestra propia realidad. Cuando el cine de todos los países concentra su interés en los problemas que la realidad plantea cada día, sirviendo así a una esencial misión de testimonio, el cine español continúa cultivando tópicos conocidos (…). El problema del cine español es que (…) no es ese testigo que nuestro tiempo exige a toda creación humana».

Este choque de mentalidades se adivina ya con películas como Surcos (1951), de José Antonio Nieves Conde, con Luis Peña y María Asquerino, un guiño al neorrealismo, que contaba la historia de una familia que se traslada del campo a la ciudad de Madrid con el fin de poder mejorar sus condiciones de vida (en su diseño se atisba la sombra del mago Zavattini), y se consolida con Berlanga y Bardem en 1953 con Esa pareja feliz, con Fernán-Gómez y Elvira Quintillá, donde se cuenta la historia de un matrimonio que obtiene como premio de un concurso la posibilidad que obtener todos los caprichos que quisieran durante 24 horas, y donde se ponen en evidencia temas como las condiciones de vida de los españoles, las dificultades de la vivienda, del trabajo. En consecuencia, las ayudas estatales le fueron negadas y su estrenó fue retrasado. El año anterior Berlanga había dirigido la exitosa ¡Bienvenido, Míster Marshall!, con Lolita Sevilla y José Isbert.

El mismo Berlanga resumió, a modo de «radiografía» la realidad del cine nacional con este quinteto que se ha hecho famoso:

«El cine español es: Políticamente ineficaz.

Socialmente falso.

Intelectualmente ínfimo.

Estéticamente nulo.

Industrialmente raquítico»​

Finalmente, y de forma general, Se decidió finalmente que era necesario que tanto las producciones como el panorama cinematográfico español en general cumplieran las siguientes características, partiendo de la base de lo imprescindible que era el reconocimiento del valor cultural del cine como medio de expresión contemporáneo, ya que, según sus organizadores: «El cine debía reflejar la situación por la que estaba pasando el hombre español, sus conflictos y su realidad tanto en épocas anteriores a los años 50 como en éstos, poniendo especial énfasis en el contexto social de dicha década».

En definitiva, a corto plazo, las jornadas resultaron ineficaces (no se cambió ninguna disposición legal), aunque si calaron en los ambientes intelectuales, universitarios y artísticos y se apoyaran por la crítica extranjera. Sin embargo, a largo plazo la situación evolucionó en forma de una renovación «sin prisas, pero sin pausas» en línea con una política aperturista cuyo objetivo general estaba puesto en la adaptación a las tendencias europeas. La siguiente etapa de la industria cinematográfica de nuestro país, bajo la dirección de García Escudero y con Carlos Saura como responsable de la II Escuela de Cine, dio paso a la corriente conocida como «Nuevo Cine Español» con títulos como Del rosa al amarillo (1963), de Manuel Summers; La tía Tula (1964), de Miguel Picazo; La caza (1965), del propio Saura; Nueve cartas a Berta (1965), de Martín Patino; El espíritu de la colmena (1973), de Víctor Erice; o Furtivos (1975), de José Luis Borau.

Concluía, pues, una etapa y emergía otra, y otras más que continúan hasta nuestros días. Pero esta ya es otra historia que rebasa los límites que nos hemos marcado para nuestro artículo.

                      

                     EL ATENEO LIBRE DE BENALMADENA

                                   “benaltertulias.blogspot.com”



[1] Una de las pocas excepciones fue el caso de Huella de Luz de Rafael Gil, una comedia que lleva a cabo una crítica social del momento.

[2]  Hasta 1962 no hubo criterios claros de censura y los directores de cine dependían de lo que opinara el censor de turno.

[3] Como curiosidad, en la película trabaja el actor Gustavo Rojo, nacido español, pero exiliado con la familia en México.

[4] Es un claro intento en sustituir uniformes por sotanas. Durante el primer franquismo, ocuparon cerca del 40 % de los altos cargos de la administración y de las empresas estatales, si bien siempre hubo entre cuatro y siete ministros militares

[5] En 1951, al crearse el Ministerio de Información y Turismo, el IIEC se integra en este departamento y, en 1962, cambia su nombre por el de Escuela Oficial de Cinematografía (EOC). En 1976, fueron clausuradas las actividades del centro y sus funciones se transfirieron a la Facultad de Ciencias de la Información.