miércoles, 17 de enero de 2018

LA VIOLENCIA DE GENERO COMO PROBLEMA SOCIAL






LA VIOLENCIA DE GÉNERO COMO PROBLEMA SOCIAL


Elena Galán Jurado. Concejal de Cultura del Ayuntamiento de Benalmádena. 

Aforo: 52 asistentes.



VIOLENCIA MACHISTA COMO PROBLEMA SOCIAL 

Es necesario empezar por centrar la cuestión de lo que estamos hablando, y dejar claro que cuando hablamos de violencia machista, se trata de una violencia que afecta a las mujeres por el mero hecho de serlo. Constituye un atentado contra la integridad, la dignidad y la libertad de las mujeres, independientemente del ámbito en el que se produzca. 

Se entiende por violencia de género cualquier acto violento o agresión, basados en una situación de desigualdad en el marco de un sistema de relaciones de dominación de los hombres sobre las mujeres que tenga o pueda tener como consecuencia un daño físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas de tales actos y la coacción o privación arbitraria de la libertad, tanto si ocurren en el ámbito público como en la vida familiar o personal. 

El concepto "violencia machista" da nombre a un problema, que incluso hace poco, formaba parte de la vida personal de las personas; era considerado un asunto de familia que no debía trascender de puertas para fuera y, por lo tanto, en el que no se debía intervenir. Entender la violencia como un asunto personal refuerza a las mujeres a una situación de subordinación respeto del hombre e implica asumir las relaciones de poder históricamente desiguales entre ambos y a través de las cuales se legitima al hombre a mantener su status-quo de la dominación incluso a través de la  violencia. Esta percepción contribuye a que las mujeres no denuncien su situación por miedo, vergüenza oculpabilidad. 

La discriminación de las mujeres y la violencia de género (como la manifestación más brutal de las desigualdades entre hombres y mujeres) es un problema que traspasa fronteras y que está presente en la mayor parte de los países del mundo con la particularidad de que las vivencias del maltrato son enormemente parecidas en todos los lugares y culturas. 

Sean cuales sean las formas en que se manifiesta el maltrato, siempre busca un mismo objetivo: erosionar la autoestima de la mujer con fin de que el agresor aumente su grado de poder y control sobre ella. 

La forma más violenta y dramática de la violencia machista es el asesinato, pero no podemos olvidar que existen otras muchas formas de violencia machista que intentare
brevemente explicar. 

Violencia física que debe incluir cualquier acto de fuerza contra el cuerpo de la mujer, con resultado o riesgo de producir lesión física o daño: golpes, quemaduras, pellizcos, tirones de pelo, picadas, empujones, lanzamiento de objetos, uso de armas, intentos de estrangulamiento, intentos de asesinato, intentos de provocar abortos... 

El maltrato físico es el más evidente y el más fácil de demostrar; aun así, no es preciso que se requiera atención médica o que tenga efectos visibles en el cuerpo. Es muy probable que empiece con un simple golpe o bofetada. 

Violencia psicológica que incluye toda conducta, verbal o no verbal, que produzca en la mujer desvalorización o sufrimiento: insultos (expresiones como: estás loca, eres una histérica, ignorante, atrasada, fea); menosprecios (expresiones como: no sirves para nada, no eres capaz de hacer nada bien, mala madre, si no fuera por mí donde irías?..); intimidaciones / amenazas, abuso de autoridad (
como por ejemplo: registra tus cosas, revisa tu correo, preguntas cosas como “con quién estuviste hoy?”, llegaste 10 minutos tarde...); falta de respeto (no respeta tus necesidades, sentimientos, opiniones, deseos y manipula lo que dices, destruye objetos de especial valor para ti, ignora
tu presencia, te desautoriza delante de los niños/niñas..); 

El maltrato psíquico es el más difícil de detectar, dado que sus manifestaciones pueden adquirir gran sutileza; no obstante, su persistencia en el tiempo deteriora gravemente la estabilidad emocional, destruyendo la autoestima y la personalidad de la mujer. 

El tráfico y la explotación sexual de mujeres y niñas no deja de ser una forma más de violencia machista en tanto que  convierte el cuerpo de la mujer en una simple mercancía con la que comercializar 

Violencia económica incluye la privación intencionada, y no justificada legalmente, de recursos para el bienestar físico o psicológico de la mujer y de sus hijas e hijos o la discriminación en la disposición de los recursos compartidos en el ámbito de la convivencia de pareja. 

Dicho esto, hay que situar la violencia machista en el marco de un sistema patriarcal que sitúa las relaciones sociales y de pareja en una situación de desigualdad para la mujer. 

Desde estos planteamientos hay que ver una realidad en la que la mujer está siendo la más afectada por la crisis ya que es la más afectada por desempleo en España, la que tiene menores prestaciones y durante menos tiempo, ocupa el 72% de los contratos a tiempo parcial y la mayor temporalidad también es femenina. La brecha salarial sigue en aumento y las mujeres representamos el 63,79% de la franja de salarios más bajos. 

Al mismo tiempo las mujeres que se incorporan al trabajo productivo continuamos siguen cargando con el trabajo reproductivo, con las dobles jornadas, la conciliación de la vida familiar y laboral sigue siendo un sueño, la mayoría de excedencias y permisos concedidos para el cuidado de las
personas dependientes son mayoritariamente para mujeres. Pero las desigualdades no acaban aquí, lo que hoy sufren las mujeres también tiene consecuencias futuras. Las mujeres perciben una pensión de jubilación  inferior a los hombres y en cuantías inferiores, por lo que el riesgo de ser excluidas socialmente durante la jubilación es mayor. 

Más de 2,5 millones de mujeres de 16 años o más (el 12,5%) han sufrido en España algún episodio de violencia física o sexual a lo largo de su vida. 

Desde 2003, año en el que se empezaron a contabilizar las víctimas mortales de la violencia machista, han sido asesinadas por sus parejas o exparejas 800 mujeres, una cifra similar a la de todos los homicidios perpetrados por ETA en los 42 años que mantuvo su actividad armada - 829-. 

Y el problema no se circunscribe únicamente a los asesinatos. En la Macroencuesta sobre la Violencia Contra la Mujer realizada en 2015 por la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género, el 2,7% de las ciudadanas aseguró haber sufrido algún tipo de agresión física o sexual por parte de su pareja o expareja sólo en el último año; el 9,2% declaró haber sido controlada; el 7,9% fue insultada o humillada, y el 2,5% afirmó que su compañero o excompañero sentimental se negaba a darle dinero para los gastos del hogar cuando la pareja sí lo tenía para otras cosas, le impedía tomar decisiones relacionadas con la economía familiar o no le dejaba trabajar o estudiar fuera
del hogar. Además, el 13% confesó haber tenido miedo de su novio o marido en algún momento. 

En el contexto europeo no existe un recuento específico de las víctimas mortales de la violencia machista por países, pero sí se realizó otra macroencuesta en 2014 por parte de la Agencia Europea de los Derechos Fundamentales (FRA, por sus siglas en inglés), que situó a España por debajo de
la media en cuanto al porcentaje de mujeres que declararon haber sido víctimas de violencia física o sexual alguna vez en la vida. Lo reconocieron el 12,5%, frente a  las de países nórdicos como Finlandia o Dinamarca en los que la cifra se situó en el 30% y el 32%, respectivamente. 

Las expertas aconsejan realizar una lectura prudente de esos datos. “En los países nórdicos es en los que las mujeres hablan de más casos de violencia de género, precisamente porque allí ha dejado de ser un tema tabú y existe una mayor libertad para comentar y denunciar este
tipo de situaciones”. 

Al margen de las cifras y las estadísticas, ¿cuáles son las causas de fondo de esta lacra? ¿Qué hace que la violencia machista persista en la sociedad del siglo XXI? Los expertos insisten en que la raíz del problema es social. 

“La de género no es una violencia que surja de una determinada circunstancia”, “Es un problema social que hace que algunos hombres decidan ejercer la fuerza, y que algunos de ellos lleguen al homicidio. No podemos caer en la trampa de considerar el machismo como un accidente. Es una construcción interesada, voluntaria y dirigida a mantener una posición de poder, de autoridad y de
influencia de la cual los hombres se benefician”. 

El machismo perdura a pesar de las campañas de sensibilización y de que, en 2004, el Parlamento aprobara a instancias del Gobierno socialista la Ley de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, en la que ésta se define como “una violencia que se dirige sobre las mujeres por el hecho mismo de serlo, por ser consideradas, por sus agresores, carentes de los derechos mínimos de libertad, respeto y capacidad de decisión”. 

El texto contempla tanto medidas asistenciales -por ejemplo, la obligación del Estado de disponer de centros de acogida para las maltratadas- como de prevención y dedica una especial atención a las políticas educativas que insistan en la igualdad y el respeto de los derechos de las  mujeres. La norma establece una jurisdicción especial para la violencia de género y busca la coordinación de todos los
agentes implicados en el proceso (fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, fiscales, forenses, psicólogos, magistrados, etc.), que desde la aprobación de la norma reciben una formación específica para que las víctimas sean atendidas en todo momento por especialistas en la
materia. 

Pero la pregunta que tenemos que hacernos es, ¿por qué a pesar de la ley y de los avances que se han producido en estos años, se sigue sin poder erradicar la violencia machista? “Cuando y leye que avanzan para dar autonomía a las mujere¿ ociando las sociedades critican este tipo de conducta? Los machistas reaccionan y cuestionan todas las acciones o dicen que hay muchas denuncias falsas porque en el fondo lo que no quieren es que cambie la situación que a ellos les sitúa en una
posición de privilegio”. 

Las cifras son determinantes basta señalar que entre 2011 a 2016 han aumentado los casos de violencia de género, y puede ser según las expertas, precisamente porque quienes la utilizan y perciben que todos los cambios normativos y sociales son un ataque a su posición, responda con su argumento natural que es más violencia”.
También este aumento responde a una reacción del patriarcado que está en descomposición, que no quiere perder su situación de dominio, por ello debemos poner en cuestión el propio término de violencia de género porque creemos que el problema es mucho más amplio. 

También se atribuye el retroceso en los avances producidos hasta ahora a la crisis económica, que ha sido  “la excusa perfecta para recortar todas las partidas de atención a mujeres víctimas de violencia machista”. A nivel estatal, la reducción ha sido del 31% entre 2010 y 2015. Otro ejemplo es el de las campañas institucionales. Entre 2007 V 2015 los sucesivos gobiernos dedicaron 62 millones de euros a campañas de promoción de las Fuerzas Armadas, mientras tan sólo destinaron 33,2 a las de
sensibilización contra la violencia de género. 

Todos los expertos denuncian eso mismo: que el argumento de la crisis y los consiguientes recortes en la materia han descuidado el aspecto educativo que contemplaba la ley. 

La situación económica también ha hecho mella en la atención a las víctimas de esta lacra. Los expertos aseguran que, a pesar de que la violencia machista se mantiene, los centros y las plazas de acogida se reducen. 

En su última comparecencia parlamentaria Blanca Hernández, actual delegada del Gobierno contra la
Violencia de Género, hacía especial énfasis en el esfuerzo de mejora para que todos los condenados por violencia machista tengan la obligación de llevar un brazalete electrónico cuando disfruten de permisos penitenciarios para garantizar el cumplimiento de las órdenes de alejamiento, el protocolo de control telemático se aprobó en octubre de 2015 y pretende paliar las deficiencias denunciadas por las asociaciones de víctimas, ante las continuas manipulaciones de las pulseras por parte de los
condenados, que las dejaban inutilizables. 

Pero nos encontramos que el ámbito judicial también ha percibido las consecuencias de la crisis. De 2008 a 2014 el número de denuncias por violencia machista presentadas en los juzgados de guardia se ha reducido a pesar de que las macroencuestas y el número de fallecidas ha  demostrado que las agresiones son constantes. Siempre según los datos facilitados por el Consejo General del
Poder Judicial (CGPJ), en 2008 se presentaron 142.125 denuncias, mientras que en 2014 fueron 126.742. Los jueces también han cambiado su proceder. En 2009 se decretaron órdenes de protección para el 77,2% de las mujeres que denunciaron, mientras que en 2014, último año contabilizado por completo, fueron para el 69,8%. Mientras tanto, las llamadas al número de atención
telefónica 016, que es gratuito y no deja huella, han batido récords en el último trimestre de 2015. 

Ángeles Carmena, presidenta del Observatorio Contra la Violencia Doméstica y de Género del CGPJ, reconoce que en el contexto político, económico y social actual “la mujer tiene que sentirse apoyada para salir del círculo de la violencia, para denunciar y ser protegida”, algo para lo que la implicación de los familiares y allegados “es clave”. Las razones que esgrimen las mujeres para no acudir a los
tribunales también se relacionan con la estiqmatización social. La macroencuesta de 2015 reveló que el 44,5% de las maltratadas que no denunciaron, actuaron así porque consideraron que el maltrato “no era suficientemente grave”. El 26,6% no acudió a los tribunales por miedo a represalias y el 21,1%, por vergüenza. 

“La denuncia y el consiguiente procedimiento judicial en ocasiones se convierte en un acto de heroísmo por el miedo insuperable que las mujeres sufren hacia sus parejas respecto de su propia integridad física y psíquica o la de sus hijos e hiias, explica Carmona. Jimena Cazzaniga redunda en esta idea al señalar que “muchas veces denunciar es pernicioso y puede generar una
reacción más violenta por parte de los maltratadores”. Asegura que, en ocasiones, los problemas se multiplican en los propios juzgados porque “no se les otorga credibilidad a las mujeres y se ponen en duda sus vivencias, dando lugar a una revictimización” 

Desde estos planteamientos que vienen a señalar las dificultades de muchas mujeres para acudir a la justicia, es necesario reclamar el acceso a los recursos de los que dispone el Estado para las víctimas independientemente de  que exista o no denuncia, exigir “protección, justicia y 
reparación” para” todas las mujeres víctimas “de las violencias machistas” sin que las autoridades tengan en cuenta “la edad, su situación administrativa o que hayan acudido o no a los tribunales”. 

No podemos olvidar que incluso a pesar de atreverse a dar el paso y denunciar, muchas mujeres se arrepienten y acaban echándose atrás. “La falta de información de la víctima respecto al peligro que corre ante un regreso con el agresor ya condenado hace que no sea efectiva la medida del alejamiento. La mujer desea volver a convivir con el agresor e incluso solicita que se archive la causa, en
muchos casos, las víctimas de maltrato no quieren, ni tan siquiera, que sus agresores vayan a la cárcel. Lo que quieren es que no se les acerque más. 

De ahí que en muchos casos se den situaciones de arrepentimiento tras las denuncias presentadas cuando el abogado les comunica esas consecuencias penales. Y por eso la información previa a la víctima es esencial. 

Al margen de las denuncias, ¿qué más se puede hacer para erradicar la violencia de género? Todos los expertos recalcan la educación y la prevención, así como la necesidad de más recursos de las administraciones públicas. 

En este sentido se defiende la necesidad de dar a la violencia de género “trascendencia de gravedad” haciendo, por ejemplo, que los máximos responsables del país asistan a los funerales o participen en los actos de repulsa de los asesinatos, que se entienda que esto es un crimen  moral por lo que cuanta más reprobación tenga a nivel social, y cuanto más objetivo sea el rechazo, más dificultad va a tener para construirse”. 

Para dejar de considerar los asesinatos de mujeres como problema individual hace falta dejar de tratar estos acontecimientos como “sucesos”. Hace falta abordar la violencia machista como un problema social, indagar y cuestionar las raíces de tal comportamiento, que se incluya en el flujo de la historia como un fenómeno que necesita una explicación de largo recorrido y alcance y no que sea liquidado con la socorrida etiqueta del crimen pasional o como una violencia de segunda. 

Al convertir el asesinato de una mujer en un suceso lo estamos despojando de su contexto social, lo reducimos a una cuestión individual que atañe sólo a los afectados en el  crimen, como si los demás nos quisiéramos distanciar del acontecimiento, como si no tuviera nada que ver con nosotros, como si una vez más se tratara de una cuestión íntima y personal que afecta a los demás. 

Quiero terminar con algunas ideas sobre cómo prevenir la violencia de género 

Educar a los niños y niñas, desde las edades más tempranas, en una cultura centrada en la resolución
pacífica de conflictos, fomentar la empatía y desarrollar una autoestima equilibrada, son principios que favorecen la desaparición de los perjuicios de género que se dan ya
desde la escuela. 

Eliminar al máximo los estereotipos transmitidos por la cultura patriarcal; por lo tanto, enseñar a ‘ser persona’ en lugar de enseñar a "ser hombre" o a "ser mujer" y así  desterrar mitos como que la agresividad es un rasgo masculino, o por el contrario, la sumisión, el silencio, la obediencia... son rasgos femeninos, son objetivos de la coeducación. 

Además, se debe: 
Evitar todo menosprecio hacia aquellos chicos u hombres que no se adaptan al modelo de masculinidad dominante. 

Evitar todo menosprecio hacia aquellas chicas o mujeres que no se acomodan al modelo de feminidad dominante. 

Enseñarles a los niños y a los hombres a incorporar en sus vidas las vivencias y expresión de los propios sentimientos y emociones que enriquecen sus relaciones personales y
así favorecer la resolución de conflictos sin recurrir a comportamientos violentos, por medio del diálogo, el acuerdo, la negociación... 

Desarrollar una buena autoestima que capacite a niñas y niños para adoptar una actitud resuelta ante la venida y sus desafíos, asumir responsabilidades y enfrentarse con seguridad a los problemas.