domingo, 11 de septiembre de 2022

Alejandra Pizarnick

Alejandra Pizarnik (1936-1972)

 

 

alejandra   alejandra
 debajo estoy yo
alejandra

“La última Inocencia”, Alejandra Pizarnik, 1956

 

A veces aparece un nombre recostado entre palabras ajenas.
Un nombre desconocido que probablemente no hemos escuchado nunca, pero el de Alejandra era atractivo, Alejandra acompañada de un Pizarnik que incrementaba su potencia y junto al nombre o antes del mismo, Cristina Rivera Garza, autora del texto[1], incorporaba  algunos versos que Alejandra escribió:

 

“Cuídate de mi amor mío
cuídate de la silenciosa del desierto
de la viajera con el vaso vacío
y de la sombra de su sombra”[2]

La lectura del texto de Cristina no era sino el camino hacia la poeta nombrada, un trayecto que se iniciaba en las primeras páginas y que las últimas cerraban con intensidad la necesidad de saber más sobre Alejandra.

Ella, nacida Flora o Buma ( su nombre en Yidihss) viajó hasta Alejandra a través de la palabra.
Argentina de Avellaneda, hija de emigrantes judíos, o rusos o polacos; las fronteras cambian.
Transitó sin pausa en busca de las palabras esenciales, las que envolvieran sin distracción  los expresado.

Nacida en el 36 del pasado siglo, Alejandra quedó atrapada por la poesía de Cesar Vallejo y del movimiento surrealista , ya decadente cuando Alejandra desarrolla su poesía. Su primer libro, “La tierra más ajena” está más cerca del romanticismo que del surrealismo, de hecho, renegaría de él el resto de su vida, del libro y de quién lo firmó, Flora-Alejandra. Desde entonces nunca más Flora.
“Ahora
en esta hora inocente
yo y la que fui nos sentamos
En el umbral de mi mirada”[3]

De ojos verdes, pequeña, tendente a ensanchar; algo tartamuda

Cada día tartamudeo más. Pero no sé si es tartamudez. En el fondo, no quiero hablar. Así como me alimento sin querer hacerlo sino que lo hago por compulsión o por temor del vacío, así hablo, sabiendo, no obstante, que debería callar.[4]

Las anfetaminas adelgazan, cercan el sueño, abren la noche. Insomnio
Viajó la noche y los poetas, los nombres más nombrados. Arriesgó su silencio y encontró las voces adecuadas : Olga Orozco, Silvina Ocampo, Cortazar, OctavioPaz.

Pero Alejandra se desdobla, la cercan los trastornos : arte y locura como amantes desbocados.

Arte locura y muerte, su cuerpo pleno sufre y busca un fin.

También sexo. Sexo y muerte en un todo indivisible.
Palabra, locura, sexo, muerte: Alejandra

Viajó a Paris en esa búsqueda incesante de la palabra esencial. Huyó de su lengua materna ,   la lengua natal castra”, diría y encontró en el francés un nuevo camino de expresión y esas nuevas relaciones que se convirtieron en intensas y definitivas, Córtazar y Paz.


Octavio Paz diría que su poesía era lo mejor escrito en lengua española hasta entonces. Prologó su libro más perfecto, “El árbol de Diana”. Depurado hasta la desnudez más absoluta, ni títulos para sus poemas, secuenciados y numerados como una unidad plena.

 

“He dado el salto de mi alba.
He dejado mi cuerpo junto a la luz
y he cantado la tristeza de lo que nace”[5]

Vive en la ausencia de todo, en la intemperie de lo cotidiano, solo escribe, poda, depura, rompe, insiste.

Querría vivir para escribir. No pensar otra cosa que escribir. No pretendo amor ni dinero. No quiero pensar ni construir decentemente mi vida.”[6]

 

Algún artículo, alguna traducción, el dinero de sus padres (siempre fue una niña). Las becas  Guggenheim en 1969 y Fullbright en 1971, confirmaron el nivel alcanzado y aliviaron temporalmente  su exigua economía. Habitaciones oscuras, sucias. Pleno caos, tarjetas con palabras apiladas o escondidas entre el desorden. De cada verso una tarjeta por cada palabra. Sobre la cama, ordenaba, cambiaba, añadía, quitaba. Horas, días en cada verso, construyendo la esencia, solo la esencia.              
Quería escribir prosa, algo hizo, pero su afán por el simbolismo y la depuración hasta lo esencial  dificultaban su elaboración. Siempre quiso prescindir de lo transaccional y escribir la novela perfecta. Solo logró extraer de un texto de Valentine Penrose , “Erzsébet Báthory la Comtesse sanglante“, y por encargo para un artículo,  uno  de sus textos más conseguidos, “La condesa sangrienta”, sobre el que también Cortazar  con su novela “62/modelo para armar”, probablemente por sugerencia de Alejandra, aunque anunciado  precisamente en el capítulo 62 de Rayuela.
Pizarnik en su “Condesa Sangrienta”, fiel a su obsesión por la depuración logra reducir la obra de Penrose de 160 páginas, a algo más de una veintena sin que se quedase en el camino absolutamente nada de lo pretendido por Penrose.

Seis años en París y el retorno a Buenos Aires, amores mal correspondidos con Silvina Ocampo, cuestión de clases, diría alguno de sus biógrafos.

Pero a Alejandra se la acabaron las palabras, su mundo, y no supo a donde ir sino a su otra pasión, la muerte. Y en septiembre de 1972 tomo viaje en compañía de cincuenta pastillas de Seconal, tenía treinta y seis años , nueve libros de poemas, otros más recogidos en artículos y escritos sueltos ; un diario de más de mil páginas y una breve obra en prosa de difícil comprensión.

Alejandra no fue esa mujer heroína de algo, no fundó nada ni perteneció a  asociaciones en favor o en contra de algo; no fue de esas personas de las que solemos conocer más los detalles de  su vida cotidiana y sus logros sociales  ( importante, desde luego) que de su obra. Alejandra se construyó sobre sus poemas, sus palabras , su soledad interior. Vivió la literatura y solo la literatura. Alejandra logró ser  sus poemas y  su diario y eso es  todo lo que tenemos que saber de ella.

                                               ---------------    .  --------------

Cortazar, convencido de su viaje final, le escribió desde Paris una última carta que por supuesto no obtuvo respuesta:

..”Pero vos, ¿te das realmente cuenta de todo lo que me escribis?. Si, desde luego tedas cuenta. Sin embargo no te acepto así, no te quiero así, yo te quiero viva, burra, y date cuenta que te estoy hablando del lenguaje mismo del cariño y la confianza y todo eso , carajo, está del lado de la vida y no de la muerte (…) Escríbeme, coño, y perdona el tono, pero con que ganas te bajaría el slip (¿rosa o verde?) para darte una paliza de esas que dicen te quiero a cada chicotazo.”[7]

“La noche soy y hemos perdido.
Así hablo yo, cobardes.
La noche ha caído y ya se ha pensado todo.”[8]

Septiembre 1972. Probablemente su último poema

 

                                                           Manuel del Castillo Molina
                                          Secretario del Ateneo Libre de Benalmádena

                                                       “benaltertulias.blogspot.com”



[1] “La muerte me da”, Cristina Rivera Garza, Tusquets, Colección andanzas, 2007

[2] “El árbol de Diana”; Alejandra Pizarnik, Poesía completa, Lumen

[3] “El árbol de Diana”

[4] Diarios de Alejandra Pizarnik, Edición de Ana Becciu, Lumen 2016

[5] “El árbol de Diana”, Alejandra Pizarnik, Poesía completa. Lumen.

[6] Diarios de Alejandra Pizarnik, Edición de Ana Becciu, Lumen 2016

[7] Fragmentos de la última car de Cortázar a Alejandra Pizarnik

[8] Poesía completa; Alejandra Pizarnik . Editorial Lumen