miércoles, 13 de junio de 2018

MANUEL CHAVES NOGALES (LA LITERATURA DE LA GUERRA CIVIL)

Tertulia del 13/Junio/2018

CHAVES NOGALES (LA LITERATURA DE LA GUERRA CIVIL)
(Jesús Lobillo Ríos, Dr. en Medicina. Aforo: 32 asistentes)



La elaboración de un trabajo de estas características es inevitablemente personal, y no debe implicar forzosamente la adopción de una ideología determinada, más bien se trata de atender aquellas opiniones o enjuiciamientos que en su momento nos fueron hurtados a nuestro conocimiento, en beneficio de la opinión o creencia únicas que fueron determinadas por la dictadura.
Pretendemos aquí exponer algo de algunos de los autores oscurecidos por la guerra civil en el elogio de sus calidades literarias y de su sinceridad en la transmisión y defensa de sus ideas. Sin capacidad para ser exhaustivo, casi todos los libros que vamos a mencionar se escribieron después de la guerra civil aunque sus autores estuvieran presentes desde mucho antes. Los vamos a clasificar como precursores de la guerra, como testigos de la misma que vieron y vivieron por sí mismos el conflicto, como recopiladores de las circunstancias que los rodearon antes y después o como historiadores que recopilan y tratan de demostrar documentalmente lo que ocurrió al objeto de resguardar su memoria.
      I.-Entre los precursores se encuentra el caso de nuestro autor principal. Manuel Chaves Nogales nace en Sevilla en 1897 y muere en Londres en 1944. Su familia es de clase media ilustrada. Su abuelo José María Chaves Ortiz fue pintor de temas taurinos y realizó el primer cartel ilustrado de la Feria de Sevilla en 1878, su padre Manuel Chaves Rey fue periodista, académico de la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla y Cronista Oficial de la Ciudad, su madre Pilar Nogales era concertista de piano, y su tío José Nogales, abogado periodista y escritor,  el primer director de “El liberal de Sevilla” gozaba de gran consideración local.
Simultaneó su dedicación al periodismo con sus estudios de Filosofía y Letras. En 1920 (con 23 años), se casó con Ana Perez y dos años después, tras colaborar en la fundación de “La Voz de Córdoba) se marcha a Madrid en donde llega a ser redactor-jefe de “El Heraldo” (donde coincidió con Cesar González Ruano, un convencido fascista) y en 1927 ganó el premio “Mariano de Cavia” (el más prestigioso del periodismo español) por un reportaje sobre “La llegada de la aviadora Ruth Elder a Madrid” (la primera mujer que atravesó el atlántico en solitario en un avión Junker).
Poseía una capacidad natural para leer las circunstancias y sus posibles secuelas mientras sucedían. Lo veía todo claro, era lucidísimo y analizaba con precisión lo que sucedía en el mundo como si hiciera una rueda de prensa de los acontecimientos, y siempre era imparcial y jamás se infectó de doctrinas ni de argumentarios políticos.
En 1931, en el cenit de su carrera alcanza la dirección del importante diario “Ahora” (de ideología azañista) y en 1935 publica su obra más famosa “Juan Belmonte, matador de toros”. Al estallar la guerra civil colabora con el gobierno legítimo y cuando éste abandona Madrid, convencido de que no puede hacer nada por su país se marcha a Francia en donde colabora con periódicos hispanoamericanos y sigue escribiendo. Y cuando los alemanes van a tomar París se instala en Londres donde en pocas semanas dirige la Atlantic Pacific Press una agencia periodística en Fleet Street, que provee a las principales cabeceras en español del continente americano.
También anterior a la guerra es Ramón J. Sender (Ramón José Sender Garcés) nacido en Huesca en 1901 de vida azarosa y en gran parte autodidacta se hizo famoso por su obra “Iman” (1930) una novela antibelicista sobre la guerra de Marruecos en la que participó durante su servicio militar, y en donde relata el desastre de Annual. Posteriormente ganó el Premio Nacional de Literatura por  “Mister Witt en el cantón”, publicada en 1935, en donde relata de manera intencionada la fracasada rebelión cantonal de Cartagena de 1873 a manera de aviso sobre los sucesos que se avecinaban.
Pero el gran escritor que nos describe la situación del país que habrá de desembocar en la guerra civil es el hispanista inglés Gerald Brenan (Edward Fitzgerald Brenan 1894-1987). Protagonista de una vida aventurera, reside  largas temporadas desde 1919 en Yegen un pueblecito granadino y a partir de 1934 en Churriana prácticamente un barrio malagueño en donde fue un testigo perplejo y reflexivo de la batalla de Málaga. En 1943 publica “El laberinto español” en donde lleva a cabo el mejor análisis histórico, económico, político y social de España en la primera mitad del siglo XX. Este libro prohibido en nuestro país pudimos leerlo gracias a la traducción realizada por la editorial francesa Ruedo Ibérico en 1962.
Para terminar de conocer de forma más nítida los prolegómenos de la guerra se puede recurrir a Javier Tussell (1945-2005), Catedrático de Historia Contemporánea de la UNED, que lleva a cabo una reconstrucción muy documentada en su libro “Las elecciones del frente popular” publicado en 1971.
 También existieron con una fuerte presencia intelectual antes de la guerra Claudio Sanchez Albornoz Menduiña (1893-1984) Catedrático de Historia de España de la Universidad de Madrid, Américo Castro Quesada (1885-1972) Catedrático de Historia de la Lengua Española de Madrid) y el escritor granadino Francisco Ayala García-Duarte, Catedrático de Derecho Político, (1906-2009), cuya labor traspasó ampliamente la guerra civil y que comentaremos más adelante.
      II.-Como testigos directos de la situación que vivieron durante la guerra hemos de destacar en primer lugar a nuestro escritor guía Manuel Chaves Nogales que escribe en 1937 “A sangre y fuego”, un extraordinario reportaje sobre la violencia en la guerra, a su lado muchas de las páginas escritas de tantos otros parecen oscurecerse faltas de nervio o sobradas de retórica guerrera, nadie ha contado lo que él contó ni lo ha contado de la misma manera. “Cuento lo que he visto y lo que he vivido más fielmente de lo que yo quisiera”, porque ya sabía de la capacidad finita del ser humano para la honradez y de su colosal capacidad para la barbarie.
Con un prólogo muy elogiable, que comentaremos al final, que debiera ser de lectura obligada en todos nuestros colegios. También escribió un magnífico resumen sobre “La defensa de Madrid” entre otras muchas obras entregadas al olvido durante más de 60 años pero cuya existencia sitúan a Chaves no solo como un gran periodista sino como uno de los grandes valores de la literatura española del siglo XX.
Un pseudo-extranjero fue Carlos Morla Lynch, (Paris 1888-Madrid 1969). Hijo de un diplomático chileno por lo que vivió en muchos sitios siguiendo los destinos de su padre, adquiriendo una gran cultura, fue un músico aficionado y un escritor que nos proporciona una visión de la vida diaria en la capital de España, en la que como encargado de la embajada de Chile durante la guerra civil facilita refugio a toda clase de fugitivos tanto de derechas como de izquierdas, convirtiendo la embajada en un auténtico foro cultural, andanzas que publica en un libro delicioso titulado “España sufre” publicado en 2008.
También puede considerarse como un testigo directo a Juan Iturralde, pseudónimo de José María Perez Prat un abogado del estado salmantino (y requeté durante la guerra) que no publicó su obra hasta 1979 que se titula “Días de llamas”.  Su protagonista, Tomás Labayen, es un juez madrileño que resulta apresado y condenado a muerte por la propia legalidad que representa, su padre un coronel de derechas y su hermano un militar detenido en el cuartel de la montaña por no sumarse a los asaltantes. Es un magnífico testimonio de objetividad.
También tiene aquí su sitio Miguel Hernández, nacido en 1910 en Orihuela y muerto en 1940 no por sus proclamas de guerra, sino por su poesía de alto contenido social como el “El niño yuntero”, o los “Aceituneros”, “Las nanas de la cebolla”, etc.
Las grandes obras autobiográficas se escribieron todas después de la guerra y en general tardaron mucho tiempo en llegar a manos de los lectores españoles a los que solo se les permitió leer la trilogía de José María Gironella, un escritor de origen humilde de nula formación intelectual, extremadamente religioso, católico y profundamente franquista, que fantasea y deforma la guerra y sus consecuencias.
Pero no se tuvo acceso a las experiencias escritas de  Max Aub Mohrenwitz, escritor nacido en Paris, en 1903, de madre francesa y padre alemán pero criado y educado en España, en Valencia a donde emigró su familia al comenzar la 2ª Guerra Mundial y aunque hablaba alemán y francés, siempre escribió en español y a pesar de ser un intelectual reconocido al comenzar la guerra civil, casi toda su obra la llevó a cabo en el exilio mexicano en donde escribió una cumbre narrativa de sus experiencias sobre la guerra civil que tituló “El laberinto Mágico”, en seis novelas (Campo cerrado 1943, Campo de sangre 1945, Campo abierto 1951, Campo del moro 1963, Campo francés 1965, Campo de los almendros 1969). Entre lo mucho que escribió hay que destacar “La calle de Valverde”, una extraordinaria novela de costumbres, publicada en 1961.
Tampoco pudimos leer hasta muy tarde la trilogía de Arturo Barea Ogazón (Badajoz 1887-Inglaterra 1957) titulada “La forja de un rebelde” (La forja, La ruta y La llama), obra de un realismo y una sinceridad impresionantes. Se publicó en ingles entre 1941 y 1946 alcanzando un enorme éxito tanto en Inglaterra como en Estados Unidos. La primera versión en español se publicó en Buenos Aires en 1951 pero solo con Franco muerto comenzaron a aparecer las ediciones españolas (que por cierto se hicieron retraduciendo del inglés por pérdida de los manuscritos originales). Es una de las obras autobiográficas e historiográficas más importantes del siglo XX, baste decir que llegó a ser el quinto autor español más traducido.
Hay que volver a mencionar aquí a Ramón J. Sender y su “Crónica del Alba”, nueve novelas cortas autobiográficas sobre la guerra que se empezaron a publicar en México en 1942, viendo la luz en España en 1969 obteniendo al año siguiente el Premio Ciudad de Barcelona, y su magnífico “Réquiem por un campesino español” publicada también en México en 1953 y en España en 1960 calificada como una de las 100 mejores novelas españolas del siglo XX.
Estas obras junto con “La Esperanza” de André Malraux (1901-1973), escritor autodidacta, aventurero y político francés publicada en 1937 en la que relata los avatares de una escuadrilla de pilotos voluntarios que organizó al comienzo de la guerra, se consideran lo mejor escrito del exilio español.
Casi todas estas obras fueron traducidas y publicadas para España por la Editorial francesa RUEDO IBERICO que  fue fundada en París en 1961 por exiliados españoles que la convirtieron en una tribuna de difusión de ideas antifranquistas y su distribución en España, entre ellos estaban Nicolás Sanchez Albornoz (hijo del historiador que fue juzgado y condenado por su participación en movimientos estudiantiles y consiguió huir del Valle de los Caídos) y José Martinez Guerricabeitia, hijo de un minero anarcosindicalista que fue el alma auténtica de la empresa.
  III.- Pasada la guerra civil la literatura que se produce en el franquismo es denominada existencialista y se caracteriza por ser plana, chata, inhibida, que no dice nada que tan solo es descriptiva como ocurre en “Nada” de Carmen Laforet, “El Jarama” de Sánchez Ferlosio,”El gran momento de Mary Tribune” de Juan Garcia Hortelano y sobre todo con el delicioso “Entre visillos” de Carmen Martin Gaite, aunque estas mismas descripciones, a veces, son enormemente significativas.  Destaca entre todas la obra de Camilo José Cela “La Colmena” tan cruda en la descripción realista de la vida de post-guerra, en la corrupción de todo tipo a nivel rastrero, que fue prohibida por la censura religiosa pese a ser su autor un delator voluntariamente ofrecido al régimen y un declarado y convencido fascista intelectual.
En 1956 se publica en España la mejor novela escrita sobre la guerra civil. Se titula “Incierta gloria” y es debida a la mano del editor catalán Joan Sales, un combatiente republicano, patriota y cristiano, que se exilió al final de la guerra para volver en 1948. Construye una novela perfeccionista que huye de los grandes dogmatismos y del maniqueísmo para centrarse en el dolor y el sufrimiento inútil generado por el combate fratricida.
A estas alturas comienzan a aparecer los libros de historia en donde los hispanistas ingleses vuelven a destacar. El primero de ellos es Hugh Thomas, formado en Cambridge y en la Sorbona, publica en 1961 su “Historia de la guerra civil española”, cuando apenas tenía 30 años, que es la más conocida y tildada de favorecer a la República.
Muerto Franco y en pleno y complicado proceso de desmantelamiento de su obra y de su régimen aparecen muchos libros reveladores de las verdades silenciadas, ocultadas y en muchas ocasiones manipuladas durante cuarenta años.
Hay que rendir homenaje en este momento al historiador Manuel Tuñón de Lara (1915-1995) profesor de Historia y Literatura Española en la Universidad de Pau y a sus  Coloquios sobre la Historia Contemporánea de España. Sus libros, publicados en 1976 y 78, nos han aclarado muchas cosas. Su rigurosidad y exhaustiva profundidad le hacen merecedor del mayor crédito.
En 1985 y 1987, Francisco Moreno Gomez, filósofo de formación, publica una historia profunda y detallada de “La guerra civil en Córdoba” y “Córdoba en la postguerra. La represión y la guerrilla” en los que realiza un estudio muy completo de la contienda y de sus víctimas expresadas con nombres apellidos y circunstancias de su muerte, obra que completó en 2008 con “El genocidio franquista en Córdoba” en los que pone al descubierto la magnitud de la represión llevada a cabo por el nuevo orden impuesto.
Un buen estudio sobre la guerra es el publicado por Jorge Martínez Reverte (1948) con “La caída de Cataluña”, en 2001, “La batalla de Madrid” en 2004 y “La batalla del Ebro” en 2006, que completó aún con “El arte de matar” en 2009, en los que analiza de forma didáctica las sinrazones de una guerra prefabricada y absurda en muchos de sus planteamientos.
Dulce Chacón (1954-2004) escribió en 2002 “La voz dormida”, producto de su dedicación a estudiar la represión franquista y en donde da voz a las mujeres republicanas, encarceladas, ultrajadas y humilladas.
Pero lo más extraordinario de este periodo es la obra de Alberto Méndez (1941-2004), editor y Premio Nacional de Traducción por su versión de las obras de Shakespeare que publicó en 2005, y que se titula “Los girasoles ciegos”, más conocida como la crónica de la derrota de tal calidad que vendió 250.000 ejemplares (aunque él no pudo verlo porque había muerto el año anterior).
Sin embargo es a partir de la aprobación de la Ley de Memoria Histórica en Diciembre de 2007 cuando los relatos, recuerdos y testimonios sobre la guerra civil se multiplican. Todos los periódicos dedican alguna sección a ofrecer a sus lectores historias dramáticas silenciadas que afloran al comenzar a abrirse las fosas comunes del franquismo, rasgándose el velo de silencio y olvido que la dictadura había impuesto.
 Posiblemente la obra más ambiciosa es la de Almudena Grandes (1960) con su serie  ”Episodios de una guerra interminable” que comienza a publicar en 2014 (“Inés y la alegría”, “El lector de Julio Verne”, “Las tres bodas de Manolita”, “Los pacientes del Dr. García”, ”La madre de Frankenstein” y “Mariano en el Bidasoa”), toda una recreación histórica basada en episodios reales.
A modo de ejemplo, en “Las tres bodas de Manolita” recrea de forma historiográficamente muy trabajada los degradantes negocios del cura de la cárcel de Porlier (2000 pts, 2 cartones de tabaco y 20 kilos de pasteles, por 1 boda), la utilización de los niños huérfanos como esclavos y el pseudo-programa de remisión de penas por el trabajo (Cuelgamuros).
Es significativo el hecho de que la mayoría de las veintitantas cárceles que hubo en Madrid, eran centros religiosos cedidos para este fin por una entidad  que si bien sigue recordando a sus caídos (“caídos por Dios y por España”), no fue capaz de decir ni una jaculatoria por el resto de los españoles.
Jaume Cabré, nacido en Barcelona en 1947, publica una novela magistral en 2004 “Las voces del Pamano”, magnífica exposición y estudio de los personajes que poblaron el país tras la guerra civil (maquis, falangistas y héroes anónimos).
Un libro que se popularizó mucho es “El tiempo entre costuras”, escrito por María Dueñas (1964, licenciada en filología inglesa), publicado en 2009, que puede considerarse didáctico por su planteamiento y sencillez de  exposición.
También en 2014, Javier Marías (1951) publica “Aquí empieza lo malo”, un libro muy duro que trata de poner de manifiesto la inhumanidad de los vencedores de la contienda, algo que ya había adelantado en su trilogía “Tu rostro mañana” que comenzó a publicar en 2002.
Pero también como ya adelanté hubo una serie de gigantes de las letras españolas que ni la guerra ni la dictadura consiguieron apartar de su labor.
Américo Castro Quesada (nacido en Brasil en 1885 y muerto en Lloret de Mar en 1972), catedrático de Historia de la Lengua Española, publica en 1948 un maravilloso libro sobre el ser de los españoles. “España en su historia. Cristianos, moros y judíos” en donde manifiesta su idea de que los españoles han conformado su humanismo a base de la sedimentación de las sucesivas capas de las culturas que nos han ocupado.
Claudio Sánchez Albornoz (1893-1984) le contesta en 1956 en su “España, un enigma histórico”, defendiendo la idea de que el genio español ya existía antes de la llegada de éstas culturas y que si los romanos o los árabes fueron grandes en España, se debió a que eran españoles antes que romanos o árabes.
Francisco Ayala García-Duarte (cuyas obras se están reeditando actualmente) (1906-2009) obtuvo la Cátedra de Derecho Político y letrado de las cortes republicanas por oposición, terció en la polémica con su ensayo sociológico “Razón del mundo” (1962).
También podríamos añadir aquí a Julio Caro Baroja (1914-1995), ilustre antropólogo de reconocimiento internacional con su “El  mito del carácter nacional” publicado en 2004.
Para terminar señalemos dos libros importantes a modo de resumen de todo lo expuesto. El primero de ellos es una vez más de un hispanista inglés Paul Preston que hace un estupendo resumen de la guerra y sus consecuencias que denomina intencionadamente “El holocausto español” porque él piensa que realmente, y con razón, en España se realizó un auténtico holocausto en el sentido de que se llevó a cabo una gran matanza con el fin de exterminar a una determinada clase social y política.
El segundo está escrito por José Ángel Sánchez Asiaín y fue publicado en 2012. Se trata de “La financiación de la guerra civil española”. Este autor, prestigioso profesor universitario, jefe de estudios del BBVA, y asesor económico del Vaticano, y sobre todo un banquero, lo es todo menos de izquierdas. En su libro, proclamado “Premio Nacional de Historia” de ese año, muy extenso, muy documentado y arduo de leer, nos dice que la guerra civil la pagaron los ahorros y el sufrimiento de los ciudadanos del estado español. La República pagó el coste con cargo al ahorro que los españoles habían acumulado en el pasado. Y los golpistas sublevados lo pagaron con cargo a los ahorros del futuro, que condicionaron las restricciones que se sufrieron en los años sucesivos.
Prácticamente nadie salvo la URSS y algo Francia negociaron con  la República, que se vió impotente para desarrollar y controlar sus gastos. Mientras que los golpistas se financiaron totalmente con capital extranjero que impuso altos intereses por su ayuda que se multiplicaron por la impericia e incapacidad de los militares para gobernar. Estuvieron aquí  Portugal, Italia y Alemania y El Vaticano (aunque este último solo moral y políticamente). La ayuda alemana se pagó en parte con exportaciones de minerales, aceite y frutas por las que no pagaron nada. Las ayudas del traficante y banquero Juan March fueron tan importantes que no es posible cuantificarlas.
Podemos enterarnos, por último aquí,  de la falta total de altruismo de los generales golpistas, de la verdadera historia del oro español y del tesoro del barco Vita, así como de  la gestión que de los fondos republicanos se hizo después de la guerra, particularmente  en los países hispanoamericanos.   
Vamos a terminar siguiendo a nuestro escritor guía, es decir, haciendo un breve comentario del extraordinario prólogo de Manuel Chaves Nogales a su obra “A sangre y fuego” publicada por primera vez en la Editorial chilena “Ercilla” en 1937, que debiera ser texto obligatorio en todos nuestros colegios, porque el mérito de Chaves Nogales fue “decir lo que dijo, cuando lo dijo”. Dice así:
“Yo era eso que los sociólogos llaman un “pequeñoburgués liberal”, ciudadano de una república democrática y parlamentaria. Trabajador intelectual al servicio de la industria regida por una burguesía capitalista heredera inmediata de la aristocracia terrateniente, ganaba mi pan y mi libertad con una relativa holgura confeccionando periódicos y escribiendo artículos, reportajes, biografías, cuentos y novelas, con los que me hacía la ilusión de avivar el espíritu de mis compatriotas y suscitar en ellos el interés por los grandes temas de nuestro tiempo.
Si, como me ocurría a veces, el capitalismo no prestaba de buen grado sus grandes rotativas y sus toneladas de papel para que yo dijese lo que quería decir, me resignaba a decirlo en el café, en la mesa de la redacción o en la humilde tribuna de un ateneo provinciano, sin el temor de que nadie viniese a ponerme la mano en la boca y sin miedo a policías que me encarcelasen, ni a encamisados que me hiciesen purgar atrozmente mis errores. Todo revolucionario, con el debido respeto, me ha parecido siempre algo tan pernicioso como cualquier reaccionario. Mi única y humilde verdad era un odio insuperable a la estupidez y la crueldad, una aversión natural al único pecado que para mí existe, el pecado contra la inteligencia.
Pero la estupidez y la crueldad nos las sirvieron los laboratorios de Moscú, Roma y Berlín, con las etiquetas de comunismo, fascismo o nacionalsocialismo y el desapercibido hombre celtibérico los absorbió ávidamente. Ni blancos ni rojos tienen nada que reprocharse. Idiotas y asesinos se han producido y actuado con idéntica profusión e intensidad en los dos bandos que se partieran España.
Me fui cuando tuve la íntima convicción de que todo estaba perdido y ya no había nada que salvar, cuando el terror no me dejaba vivir y la sangre me ahogaba. ¡Cuidado! En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid como la que vertían los aviones de Franco, asesinando mujeres y niños inocentes. Y tanto o más miedo tenía a la barbarie de los moros, los bandidos del Tercio y los asesinos de la Falange, que a la de los analfabetos anarquistas o comunistas.
El hombre que encarnará la España superviviente surgirá merced a esa terrible e ininteligible selección de la guerra que hace sucumbir a los mejores. ¿De derechas? ¿De izquierdas? ¿Rojo? ¿Blanco? Es indiferente. Sea el que fuere para imponerse, para subsistir, tendrá, como primera providencia, que renegar del ideal que hoy lo mantiene clavado en un parapeto, con el fusil echado a la cara dispuesto a morir y a matar. Sea quien fuere será un traidor a la causa que hoy defiende. Formará un gobierno dictatorial que con las armas en la mano obligará a los españoles a trabajar desesperadamente y a pasar hambre sin rechistar durante veinte años, hasta que hayamos pagado la guerra. Rojo o blanco, capitán del ejército o comisario político, fascista o comunista, probablemente ninguna de las dos cosas, o ambas a la vez, el cómitre que nos hará remar a latigazos hasta salir de esta galerna será igualmente cruel e inhumano. En lo exterior se colocará bajo la protección de unas naciones y la vigilancia de otras, cosa nimia que se decidirá en torno a una mesa y que dependerá de la inteligencia de los negociadores y  que habrá costado a España más de medio millón de muertos. Podía haber sido más barato.”
No es improbable que cuando le preguntasen a Chaves “¿y tú de quién eres, de qué partido, de qué iglesia, de qué secta? Respondiera con  sus ojos diáfanos, su mirada límpida y desafiante: “Yo soy periodista”.   

BIBLIOGRAFIA
(Consultar directamente en el texto).

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