"PABLO GARCÍA BAENA"
Mariló Berdún. Lda en Filología Hispánica. Aforo: 20 asistentes.
PABLO GARCÍA BAENA
Pablo García Baena
nace en Córdoba el 29 de junio de 1923. De
su abuelo heredó la afición a la lectura, aunque sería su hermano Antonio quien
le guiaría en las primeras (Dumas, Verne, Salgari). La muerte de Antonio lo
marcó definitivamente, quizás incluso, se cuestionaba el propio Pablo, fuese el
detonante de su fuerte vocación poética. Solo tenía 17 años.
Sus primeros años
de vida transcurren en esta ciudad, a orillas del Guadalquivir, donde realizará
estudios de pintura e historia del arte en la Escuela de Artes y Oficios. No
obstante, será la poesía, desde muy pronto, el arte que invadirá su ser, como
una pasión a la que se entrega de manera absoluta hasta el final de sus días.
Tal es así, que la inspiración literaria nunca abandonaría a Pablo García
Baena, que fue poeta, gran poeta, hasta su último suspiro, hasta el 14 de enero
de 2018, día frío y desapacible, en que se apagó el corazón del poeta más
importante que brindó Córdoba a las letras desde Luis de Góngora. A pesar de
sus 94 años de edad, Pablo García Baena preparaba un nuevo libro, “Claroscuro”,
su obra póstuma, que reúne 12 poemas. Ni siquiera las duras condiciones
personales de los últimos años y sus limitaciones físicas, que iban en aumento,
apartaron al autor de su labor creadora.
A los 14 años ya
leía a San Juan de la Cruz, de quien toma cuatro de sus poemas para
versionarlos en una obra teatral. Sus primeros poemas y dibujos fueron
publicados en prensa local, bajo el seudónimo de Luis de Cárdenas. En
ocasiones, firmaba simplemente con una E mayúscula. Es en estos años cuando
entabla amistad con Juan Bernier. Fue la Biblioteca Provincial de Córdoba el
primer escenario poético de García Baena. Allí, recordaba Juan Bernier, un
adolescente Pablo pedía para préstamo “libros poéticos”. Bernier le presenta a
Ricardo Molina y este a Julio Aumente, a quien Pablo ya conocía del instituto. Con
Ginés Liébana empezó su amistad en la Escuela de Artes y Oficios.
Su primer libro,
nacido bajo la influencia de Juan Ramón Jiménez, fue Rumor oculto, publicado en Madrid en la revista Fantasía, en
1946. Al año siguiente, se presentó al premio Adonais con Junio, sin
ningún éxito. Como él mismo recuerda en una conversación con el también poeta
Luis Antonio de Villena en 1982: “Nos presentamos todos los poetas de Cántico y
no nos dieron premio alguno ni nada”. Este
hecho fue un acicate para que saliera la revista: “no como un acto de rebeldía,
sino de afirmación de que queríamos llegar a algo, que se conociera la obra que
hacíamos”. En octubre de 1947 aparece en Córdoba el primer número de Cantico.
En su primera página, el poema “Ágatha”.
Era esta misma luz…
Este mismo laurel
triunfaba sobre el frío alabastro del vaso…
En las piernas
desnudas de los ángeles se enredaban los velos del otoño.
Yo, desde la
ventana, los veía lejanos encendiendo de oro el verdor del jardín
y cantaban,
cantaban.
En la astillada
poesía de la posguerra española destaca la vigorosa y apartada rama intacta de
los poetas cordobeses de la revista Cántico, una de las publicaciones más
importantes e influyentes del panorama literario español, a pesar de la escasez
de medios, la falta de apoyo oficial y la censura, que sirvió de enlace entre
la Generación o Grupo del 27 y los Novísimos de los 50. Dos referencias capitales
auspician este nombre: el Cántico espiritual de San Juan de la
Cruz, y el Cántico, más reciente, de Jorge Guillén. El grupo
Cántico reivindicaba una mayor exigencia estética en poesía. Cántico se
construyó sobre la trama de una amistad de tertulias y lecturas, de escritura
de primeros versos, poco a poco, a fuego lento. Como él mismo afirmaba: “no fue
una eclosión de pronto como un surtidor, porque todo se había ido elaborando
mucho antes”. Como un “himno a la dicha de vivir”. La ilusión de los poetas de
Cántico era vivir; la poesía vendría después por añadidura. Sin vida, no hay
poesía. La poesía es siempre el reflejo de la vida, es el diario del poeta.
Los poetas de
Cántico ya colaboraban en una revista anterior, Ardor, cofundada por el antes
mencionado Juan Bernier. El grupo
de Ardor se reunía
para leer sus poemas en torno a una copa de vino, unos discos de música (la
escuchaban en casa del profesor don Carlos López de Rozas, en unas reuniones
llamadas la Academia de la
Gramola).
En la revista
Cántico se publican los grandes nombres del 27. Tenía una universalidad de la
que carecían las estrechas publicaciones poéticas de la época, atendiendo
especialmente a las traducciones. Se traduce a Gide, a Passolini, a Eliott, a
W. H. Auden, a Czeslaw Milosz, a Louis Aragon. “Sí, sí, el comunista. La
censura no sabía ni una palabra de nada”, se jactaba divertido. Se traducía a
los poetas chinos o se daba voz a las lenguas peninsulares, a poemas en catalán
o gallego. Fue famoso en especial el número de homenaje a Luis Cernuda, primero
que se le otorga al entonces casi ignorado poeta sevillano, exiliado en Reino
Unido y México; a partir de entonces es innegable su vigencia en la poesía
española. Cántico también estuvo abierto incluso a la poesía social
de Gabriel Celaya o Victoriano Crémer, lo que desmiente el supuesto aislamiento
y la falta de contacto del grupo con las otras corrientes de poesía española,
pues Cántico no fue una torre de marfil.
La
revista Cántico tuvo dos épocas; la primera transcurrió entre 1947 y 1949, y la segunda
entre 1954 y 1957. Entre las claves
de la misma estaban, según García Baena, «el ahondamiento
en la búsqueda de la palabra justa, a veces desusada pero siempre precisa, el
intimismo llevado como experiencia hacia un paganismo carnal que puede
retroceder ante el acompasado gregoriano de la penitencia, la recuperación de
la imagen y la metáfora, tan desdeñadas por los secos poetas escurialenses de
la época. Nada de esto era nuevo pero sí ponía sobre el humilde mantel de hule
de los racionamientos el poder deslumbrante de Góngora,
el erotismo decadente de los modernistas, el ritmo sugestivo y caudaloso de la
Generación del 27». Desoyendo a Ortega, los poetas
de Cántico hicieron una poesía expresamente impura e intensamente
humana, visual, una plenitud armónica de intelecto y sentidos. En palabras de
Vicente Aleixandre, la irrupción de Cántico fue un hecho de gran importancia
literaria: "En esta nuestra vida literaria, si es que existe, la
aparición de una joven revista andaluza llena de coherencia, que se abre
revelando a un definido grupo de poetas, con sazón, en su ámbito peculiar, es
un suceso no del todo usual que a mí me parece justo registrar, subrayar de
algún modo. Los más granados acusan su relieve propio, dentro de lo que habría
que llamar afinidad de escuelas; los más jóvenes apuntan con variedad sus
tempranas voces, en la común armonía. Casi todos se inclinan, por el
momento, hacia la expresión del versículo. El verso libre, con su secreto
musical, con su difícil cláusula, con muy frecuente acierto es usado. Hasta en
algunos de los más reciente alcanza a desplegarse obediente a una ley, que
raramente al juvenil poeta se entrega. Esta o aquella ley existe. Una
libertad interior reina en las almas de los creadores".
A Rumor oculto
le siguieron Mientras cantan los pájaros (1948), Antiguo muchacho (1950),
Junio (1957) y Antología
poética (1959). Luego llegaron los largos años de silencio,
sus viajes (la Costa Azul francesa, la Riviera italiana, Milán, Florencia,
Venecia, Roma, Nápoles, Capri, Atenas, Delfos, Athos, El Cairo y Alejandría, y
algunos viajes ocasionales a Florida y Nueva York), su traslado a Málaga y el
olvido, hasta que en 1976 Guillermo Carnero publica El grupo “Cántico” de Córdoba: un episodio
clave de la historia de la poesía española de posguerra. El
reconocimiento empieza a ser un hecho. Vuelve a escribir, compaginando su
actividad literaria con su trabajo como anticuario aquí, en Benalmádena, donde
residió entre 1965 y 2004, año en el que se traslada definitivamente a su
ciudad natal. La finalidad última de su tienda de antigüedades no difería
demasiado de su propia poética: mantener viva la belleza. Pablo García Baena recuerda con cariño sus
años malagueños, la tierra que ya de niño el médico le recomendaba para
veranear dado su carácter enfermizo y endeble; aquel homenaje que en aquellos
70 los jóvenes poetas de Málaga le dedicaron en un bar de la calle Ollerías:
“Pepe Infante, Rafael Merlo, Rafael Pérez Estrada, Rafael Ballesteros..., en
fin, una serie de amigos que luego he conservado”.
En 1978 ve la luz Antes que el tiempo acabe, le siguen Tres voces del verano, Fieles guirnaldas fugitivas, entre otros, y las dos ediciones de sus obras completas en los 80 y en los 90, preparadas por Luis Antonio de Villena y Fernando Ortiz respectivamente. Los Campos Elíseos, en 2006. Selva varia, 2007. Y su obra póstuma, Claroscuro, que mencionamos anteriormente, formado por una serie de piezas poéticas ideadas a partir de 2014, año en que el autor comenzó a perder la vista y se limitó su capacidad de escribir a mano. En estas circunstancias, se decantó por ir pensando y memorizando versos, que luego grababa igual que hiciese Torrente Ballester. Una vez guardados, se los pasaba a su sobrino-nieto Antonio, quien se encargaba de transcribirlos al ordenador. De sus páginas, extraemos “Araucaria”, fiel a la música que siempre tuvieron sus versos y a su refinada imaginería verbal, poema que destila todo su pesimismo sobre la condición humana en contraste con una visión pura y vigorosa de la naturaleza.
El mundo poético de
Pablo García Baena es uno de los más densos y fascinantes de todo el siglo XX.
Heredero de Juan Ramón y de Cernuda, de Góngora (a quien homenajea en su poema
“Infame turba”) y de la poesía popular, su verso desvela siempre una pasmosa y
natural maestría que no se reduce a lo meramente formal. Poeta sensorial y
sensitivo, atraído por los “alimentos terrestres” pero tocado también por el
temblor de lo sagrado, es, ante todo, un poeta verdadero. Es decir, un poeta
que no le teme al silencio, sino a la palabra muerta y al lugar común. Su
poesía aúna sensualidad y profundidad en un lenguaje de complicada y precisa
perfección técnica que, en parte, viene de los grandes maestros del Siglo de
Oro. En el poema “Viernes Santo “, un juego de imágenes eróticas se fusiona y
superponen en una escena de fuerte sensualidad:
Hace frío en los
atrios esta noche,
ascuas de cobre
sobre los braseros aviva la criada
y la helada ginebra
enfría el labio.
Roberto Carlos baja
tu voz desde el Brasil, oh cuerpo tuyo,
oh alma mía asómate
al gallo, no,
no le conozco, a la
mirada, no, no quiero ver,
sólo tu pecho
entreabriendo rosa oscura
a la táctil araña
de las manos.
Y está el Pretorio
frío con el alba,
jaspes yertos,
columna,
y desnudo, desnudo
hasta la sangre,
nos desnudamos,
rito, sobre el lecho, cordeles lacerantes
de los besos,
caricias aprietan,
tiran, tinta la res
del sacrificio,
soldados,
carcajadas, extinguidas antorchas humeantes…
O los versos
cálidos y artesanos de Amantes:
El
que todo lo ama con las manos
despierta la caricia de las cítaras,
siente el silencio y su pesada carne
fluyendo como ungüento entre los dedos,
lame la lenta lengua de sus manos
el hueso de la tarde y sus sortijas
se enredan en el ave adormecida
del viento. Labra en mármoles de humo
el cuerpo palpitante del abrazo
extenuado cual cervato agónico,
y con el pico frío de sus uñas
monda la oliva efímera del beso.
El que se ama solo, el que se sueña
bajo el deseo blanco de las sábanas,
el que llora por sí, el que se pierde
tras espejos de lluvia y el que busca
su boca cuando bebe el don del vino,
el que sorbe en la axila de la rosa
la pereza oferente de sus hombros,
el que encuentra los muslos del aljibe
contra sus muslos, como un saurio verde
sobre el mármol desnudo e inviolado,
ese que pisa, sombra, desdeñoso
el pavimento de las madrugadas…
despierta la caricia de las cítaras,
siente el silencio y su pesada carne
fluyendo como ungüento entre los dedos,
lame la lenta lengua de sus manos
el hueso de la tarde y sus sortijas
se enredan en el ave adormecida
del viento. Labra en mármoles de humo
el cuerpo palpitante del abrazo
extenuado cual cervato agónico,
y con el pico frío de sus uñas
monda la oliva efímera del beso.
El que se ama solo, el que se sueña
bajo el deseo blanco de las sábanas,
el que llora por sí, el que se pierde
tras espejos de lluvia y el que busca
su boca cuando bebe el don del vino,
el que sorbe en la axila de la rosa
la pereza oferente de sus hombros,
el que encuentra los muslos del aljibe
contra sus muslos, como un saurio verde
sobre el mármol desnudo e inviolado,
ese que pisa, sombra, desdeñoso
el pavimento de las madrugadas…
En palabras de Juan José Téllez, era capaz de
convertir lo cotidiano en un metal precioso, inmune al paso de las horas o de
los años. Era su estética, en realidad, el respeto por otros cánones diferentes
al propio. A fin de cuentas, buena parte de la poesía andaluza de la segunda
mitad del siglo XX es hija suya. “Los poetas del sur somos más poetas”, dijo en
una entrevista. Nunca quiso hacer
carrera literaria en Madrid, “no, por Dios”. De Despeñaperros para abajo
estaba la culpa y la alegría, la angustia y la belleza. Todo amontonado. “Nos
aíslan. Los poetas del sur somos distintos, entre otras cosas, porque los poetas del norte nos aprisionan debajo
del país.”
Bobby
No era el amor y se
llamaba Antonio.
Hablaba como un
indio del Far- West:
«hombre alto»,
«boca larga». Era de Fuengirola.
y siempre había un
teléfono donde llamarlo cuando
-y reía-a noche era
más larga, más amarga, más lenta.
El teléfono al que llamar a Pablo García Baena era el poema. El poema como
auricular de emergencia, el poema como cabina en extinción.
Forman parte de sus
coordenadas poéticas una singular religiosidad, el gusto por la imaginería y la
metáfora o el hedonismo patente en sus versos. “Yo creo que Adán y Eva hicieron
muy bien en probar la manzana”, decía. La emoción estaba en lo prohibido, siempre
arrastraba el poeta la nostalgia de cuando el sexo era flor rara e
inédita. “La carne era tan nueva y
tú sabías tanto”, apuntaló en Agatha 2. Y en Como el
árbol dorado sueña la hoja verde, leemos:
Sabíamos
que era un soplo…
Y
que no volvería
aquel
vino jamás a mojar nuestros labios.
Confusamente
turbia tiendo la mano ahora
hacia
la puerta, arcano, tarot, encantamiento
y allí encuentro tu mano entreabriendo el
recuerdo.
Ha recibido numerosos premios y reconocimientos, siendo sin duda el más importante el premio Príncipe de Asturias de las Letras en el año 1984. Junto a este, el Premio Andalucía de las Letras (1992), la Medalla de Oro de la Provincia de Málaga (2004), Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2008) o el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca (2012). Fue director del Centro Andaluz de las Letras y miembro de su Comisión Asesora.
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