miércoles, 13 de marzo de 2019

PABLO GARCIA BAENA

Tertulia del 13 de Marzo de 2019

                                                                  "PABLO GARCÍA BAENA"

Mariló Berdún. Lda en Filología Hispánica. Aforo: 20 asistentes.




PABLO GARCÍA BAENA

Pablo García Baena nace en Córdoba el 29 de junio de 1923.  De su abuelo heredó la afición a la lectura, aunque sería su hermano Antonio quien le guiaría en las primeras (Dumas, Verne, Salgari). La muerte de Antonio lo marcó definitivamente, quizás incluso, se cuestionaba el propio Pablo, fuese el detonante de su fuerte vocación poética. Solo tenía 17 años.
Sus primeros años de vida transcurren en esta ciudad, a orillas del Guadalquivir, donde realizará estudios de pintura e historia del arte en la Escuela de Artes y Oficios. No obstante, será la poesía, desde muy pronto, el arte que invadirá su ser, como una pasión a la que se entrega de manera absoluta hasta el final de sus días. Tal es así, que la inspiración literaria nunca abandonaría a Pablo García Baena, que fue poeta, gran poeta, hasta su último suspiro, hasta el 14 de enero de 2018, día frío y desapacible, en que se apagó el corazón del poeta más importante que brindó Córdoba a las letras desde Luis de Góngora. A pesar de sus 94 años de edad, Pablo García Baena preparaba un nuevo libro, “Claroscuro”, su obra póstuma, que reúne 12 poemas. Ni siquiera las duras condiciones personales de los últimos años y sus limitaciones físicas, que iban en aumento, apartaron al autor de su labor creadora.
A los 14 años ya leía a San Juan de la Cruz, de quien toma cuatro de sus poemas para versionarlos en una obra teatral. Sus primeros poemas y dibujos fueron publicados en prensa local, bajo el seudónimo de Luis de Cárdenas. En ocasiones, firmaba simplemente con una E mayúscula. Es en estos años cuando entabla amistad con Juan Bernier. Fue la Biblioteca Provincial de Córdoba el primer escenario poético de García Baena. Allí, recordaba Juan Bernier, un adolescente Pablo pedía para préstamo “libros poéticos”. Bernier le presenta a Ricardo Molina y este a Julio Aumente, a quien Pablo ya conocía del instituto. Con Ginés Liébana empezó su amistad en la Escuela de Artes y Oficios.
Su primer libro, nacido bajo la influencia de Juan Ramón Jiménez, fue Rumor oculto,  publicado en Madrid en la revista Fantasía, en 1946. Al año siguiente, se presentó al premio Adonais con Junio, sin ningún éxito. Como él mismo recuerda en una conversación con el también poeta Luis Antonio de Villena en 1982: “Nos presentamos todos los poetas de Cántico y no nos dieron premio alguno ni nada”.  Este hecho fue un acicate para que saliera la revista: “no como un acto de rebeldía, sino de afirmación de que queríamos llegar a algo, que se conociera la obra que hacíamos”. En octubre de 1947 aparece en Córdoba el primer número de Cantico. En su primera página, el poema “Ágatha”.

Era esta misma luz…
Este mismo laurel triunfaba sobre el frío alabastro del vaso…
En las piernas desnudas de los ángeles se enredaban los velos del otoño.
Yo, desde la ventana, los veía lejanos encendiendo de oro el verdor del jardín
y cantaban, cantaban.
En la astillada poesía de la posguerra española destaca la vigorosa y apartada rama intacta de los poetas cordobeses de la revista Cántico, una de las publicaciones más importantes e influyentes del panorama literario español, a pesar de la escasez de medios, la falta de apoyo oficial y la censura, que sirvió de enlace entre la Generación o Grupo del 27 y los Novísimos de los 50. Dos referencias capitales auspician este nombre: el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz, y el Cántico, más reciente, de Jorge Guillén. El grupo Cántico reivindicaba una mayor exigencia estética en poesía. Cántico se construyó sobre la trama de una amistad de tertulias y lecturas, de escritura de primeros versos, poco a poco, a fuego lento. Como él mismo afirmaba: “no fue una eclosión de pronto como un surtidor, porque todo se había ido elaborando mucho antes”. Como un “himno a la dicha de vivir”. La ilusión de los poetas de Cántico era vivir; la poesía vendría después por añadidura. Sin vida, no hay poesía. La poesía es siempre el reflejo de la vida, es el diario del poeta.
Los poetas de Cántico ya colaboraban en una revista anterior, Ardor, cofundada por el antes mencionado Juan Bernier.  El grupo de Ardor se reunía para leer sus poemas en torno a una copa de vino, unos discos de música (la escuchaban en casa del profesor don Carlos López de Rozas, en unas reuniones llamadas la Academia de la Gramola).
En la revista Cántico se publican los grandes nombres del 27. Tenía una universalidad de la que carecían las estrechas publicaciones poéticas de la época, atendiendo especialmente a las traducciones. Se traduce a Gide, a Passolini, a Eliott, a W. H. Auden, a Czeslaw Milosz, a Louis Aragon. “Sí, sí, el comunista. La censura no sabía ni una palabra de nada”, se jactaba divertido. Se traducía a los poetas chinos o se daba voz a las lenguas peninsulares, a poemas en catalán o gallego. Fue famoso en especial el número de homenaje a Luis Cernuda, primero que se le otorga al entonces casi ignorado poeta sevillano, exiliado en Reino Unido y México; a partir de entonces es innegable su vigencia en la poesía española. Cántico también estuvo abierto incluso a la poesía social de Gabriel Celaya o Victoriano Crémer, lo que desmiente el supuesto aislamiento y la falta de contacto del grupo con las otras corrientes de poesía española, pues Cántico no fue una torre de marfil.
La revista Cántico tuvo dos épocas; la primera transcurrió entre 1947 y 1949, y la segunda entre 1954 y 1957. Entre las claves de la misma estaban, según García Baena, «el ahondamiento en la búsqueda de la palabra justa, a veces desusada pero siempre precisa, el intimismo llevado como experiencia hacia un paganismo carnal que puede retroceder ante el acompasado gregoriano de la penitencia, la recuperación de la imagen y la metáfora, tan desdeñadas por los secos poetas escurialenses de la época. Nada de esto era nuevo pero sí ponía sobre el humilde mantel de hule de los racionamientos el poder deslumbrante de Góngora, el erotismo decadente de los modernistas, el ritmo sugestivo y caudaloso de la Generación del 27». Desoyendo a Ortega, los poetas de Cántico hicieron una poesía expresamente impura e intensamente humana, visual, una plenitud armónica de intelecto y sentidos. En palabras de Vicente Aleixandre, la irrupción de Cántico fue un hecho de gran importancia literaria: "En esta nuestra vida literaria, si es que existe, la aparición de una joven revista andaluza llena de coherencia, que se abre revelando a un definido grupo de poetas, con sazón, en su ámbito peculiar, es un suceso no del todo usual que a mí me parece justo registrar, subrayar de algún modo. Los más granados acusan su relieve propio, dentro de lo que habría que llamar afinidad de escuelas; los más jóvenes apuntan con variedad sus tempranas voces, en la común armonía. Casi todos se inclinan, por el momento, hacia la expresión del versículo. El verso libre, con su secreto musical, con su difícil cláusula, con muy frecuente acierto es usado. Hasta en algunos de los más reciente alcanza a desplegarse obediente a una ley, que raramente al juvenil poeta se entrega. Esta o aquella ley existe. Una libertad interior reina en las almas de los creadores".

A Rumor oculto le siguieron Mientras cantan los pájaros (1948), Antiguo muchacho (1950), Junio (1957) y Antología poética (1959). Luego llegaron los largos años de silencio, sus viajes (la Costa Azul francesa, la Riviera italiana, Milán, Florencia, Venecia, Roma, Nápoles, Capri, Atenas, Delfos, Athos, El Cairo y Alejandría, y algunos viajes ocasionales a Florida y Nueva York), su traslado a Málaga y el olvido, hasta que en 1976 Guillermo Carnero publica El grupo “Cántico” de Córdoba: un episodio clave de la historia de la poesía española de posguerra. El reconocimiento empieza a ser un hecho. Vuelve a escribir, compaginando su actividad literaria con su trabajo como anticuario aquí, en Benalmádena, donde residió entre 1965 y 2004, año en el que se traslada definitivamente a su ciudad natal. La finalidad última de su tienda de antigüedades no difería demasiado de su propia poética: mantener viva la belleza.  Pablo García Baena recuerda con cariño sus años malagueños, la tierra que ya de niño el médico le recomendaba para veranear dado su carácter enfermizo y endeble; aquel homenaje que en aquellos 70 los jóvenes poetas de Málaga le dedicaron en un bar de la calle Ollerías: “Pepe Infante, Rafael Merlo, Rafael Pérez Estrada, Rafael Ballesteros..., en fin, una serie de amigos que luego he conservado”.

            En 1978 ve la luz Antes que el tiempo acabe, le siguen Tres voces del veranoFieles guirnaldas fugitivas, entre otros, y las dos ediciones de sus obras completas en los 80 y en los 90, preparadas por Luis Antonio de Villena y Fernando Ortiz respectivamente. Los Campos Elíseos, en 2006. Selva varia, 2007. Y su obra póstuma, Claroscuro, que mencionamos anteriormente, formado por una serie de piezas poéticas ideadas a partir de 2014, año en que el autor comenzó a perder la vista y se limitó su capacidad de escribir a mano. En estas circunstancias, se decantó por ir pensando y memorizando versos, que luego grababa igual que hiciese Torrente Ballester. Una vez guardados, se los pasaba a su sobrino-nieto Antonio, quien se encargaba de transcribirlos al ordenador. De sus páginas, extraemos “Araucaria”, fiel a la música que siempre tuvieron sus versos y a su refinada imaginería verbal, poema que destila todo su pesimismo sobre la condición humana en contraste con una visión pura y vigorosa de la naturaleza.
Descripción: Resultado de imagen de araucaria pablo garcia baena

El mundo poético de Pablo García Baena es uno de los más densos y fascinantes de todo el siglo XX. Heredero de Juan Ramón y de Cernuda, de Góngora (a quien homenajea en su poema “Infame turba”) y de la poesía popular, su verso desvela siempre una pasmosa y natural maestría que no se reduce a lo meramente formal. Poeta sensorial y sensitivo, atraído por los “alimentos terrestres” pero tocado también por el temblor de lo sagrado, es, ante todo, un poeta verdadero. Es decir, un poeta que no le teme al silencio, sino a la palabra muerta y al lugar común. Su poesía aúna sensualidad y profundidad en un lenguaje de complicada y precisa perfección técnica que, en parte, viene de los grandes maestros del Siglo de Oro. En el poema “Viernes Santo “, un juego de imágenes eróticas se fusiona y superponen en una escena de fuerte sensualidad:
Hace frío en los atrios esta noche,
ascuas de cobre sobre los braseros aviva la criada
y la helada ginebra enfría el labio.
Roberto Carlos baja tu voz desde el Brasil, oh cuerpo tuyo,
oh alma mía asómate al gallo, no,
no le conozco, a la mirada, no, no quiero ver,
sólo tu pecho entreabriendo rosa oscura
a la táctil araña de las manos.
Y está el Pretorio frío con el alba,
jaspes yertos, columna,
y desnudo, desnudo hasta la sangre,
nos desnudamos, rito, sobre el lecho, cordeles lacerantes
de los besos, caricias aprietan,
tiran, tinta la res del sacrificio,
soldados, carcajadas, extinguidas antorchas humeantes…

O los versos cálidos y artesanos de Amantes:
El que todo lo ama con las manos
despierta la caricia de las cítaras,
siente el silencio y su pesada carne
fluyendo como ungüento entre los dedos,
lame la lenta lengua de sus manos
el hueso de la tarde y sus sortijas
se enredan en el ave adormecida
del viento. Labra en mármoles de humo
el cuerpo palpitante del abrazo
extenuado cual cervato agónico,
y con el pico frío de sus uñas
monda la oliva efímera del beso.
El que se ama solo, el que se sueña
bajo el deseo blanco de las sábanas,
el que llora por sí, el que se pierde
tras espejos de lluvia y el que busca
su boca cuando bebe el don del vino,
el que sorbe en la axila de la rosa
la pereza oferente de sus hombros,
el que encuentra los muslos del aljibe
contra sus muslos, como un saurio verde
sobre el mármol desnudo e inviolado,
ese que pisa, sombra, desdeñoso
el pavimento de las madrugadas…


 En palabras de Juan José Téllez, era capaz de convertir lo cotidiano en un metal precioso, inmune al paso de las horas o de los años. Era su estética, en realidad, el respeto por otros cánones diferentes al propio. A fin de cuentas, buena parte de la poesía andaluza de la segunda mitad del siglo XX es hija suya. “Los poetas del sur somos más poetas”, dijo en una entrevista. Nunca quiso hacer carrera literaria en Madrid, “no, por Dios”. De Despeñaperros para abajo estaba la culpa y la alegría, la angustia y la belleza. Todo amontonado. “Nos aíslan. Los poetas del sur somos distintos, entre otras cosas, porque los poetas del norte nos aprisionan debajo del país.”
Bobby
No era el amor y se llamaba Antonio.
Hablaba como un indio del Far- West:
«hombre alto», «boca larga». Era de Fuengirola.
y siempre había un teléfono donde llamarlo cuando
-y reía-a noche era más larga, más amarga, más lenta.

El teléfono al que llamar a Pablo García Baena era el poema. El poema como auricular de emergencia, el poema como cabina en extinción.

Forman parte de sus coordenadas poéticas una singular religiosidad, el gusto por la imaginería y la metáfora o el hedonismo patente en sus versos. “Yo creo que Adán y Eva hicieron muy bien en probar la manzana”, decía. La emoción estaba en lo prohibido, siempre arrastraba el poeta la nostalgia de cuando el sexo era flor rara e inédita. “La carne era tan nueva y tú sabías tanto”, apuntaló en Agatha 2. Y en Como el árbol dorado sueña la hoja verde, leemos:
Sabíamos que era un soplo…
Y que no volvería
aquel vino jamás a mojar nuestros labios.
Confusamente turbia tiendo la mano ahora
hacia la puerta, arcano, tarot, encantamiento
allí encuentro tu mano entreabriendo el recuerdo.

Ha recibido numerosos premios y reconocimientos, siendo sin duda el más importante el premio Príncipe de Asturias de las Letras en el año 1984. Junto a este, el Premio Andalucía de las Letras (1992), la Medalla de Oro de la Provincia de Málaga (2004), Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2008) o el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca (2012). Fue director del Centro Andaluz de las Letras y miembro de su Comisión Asesora.

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