HELEN
MAYER (1910-1953)
La
deportista judía que hizo posible las Olimpiadas nazis de 1936
Los Juegos Olímpicos de 1936 han pasado
a la historia por varias efemérides que aún se recuerdan (unas más que otras),
varias de ellas relacionadas con la época convulsa en que se desarrollaron:
nuestra propia Guerra Civil (julio,1936-abril, 1939); los años que precedieron
a la Segunda Guerra Mundial (septiembre, 1939- septiembre, 1945) y, como telón
de fondo, el auge del Nazismo. De algunas de ellas nos permitimos hacer
relación, aunque sea de forma un tanto resumida.
Es generalmente
conocido el hecho de que los Juegos Olímpicos, realizados durante el periodo
del Tercer Reich, en agosto de 1936, se convirtieron en una especie de pugna
entre Alemania y los Estados Unidos. El régimen nazi, que en un primer momento
se había mostrado crítico con la celebración de los Juegos en suelo alemán ―el
mismo Hitler, antes de hacerse con el poder, los había tildado de «invento de
judíos y masones»― había dado un giro radical convencido por su ministro de
propaganda J. Goebbels, de que era una ocasión de oro propagandística y
trascendental para el Tercer Reich. Los americanos, por su parte, se mostraban
preocupados tras los informes sobre la persecución sufrida por atletas judíos
en 1933. El presidente del AOC[1],
Avery Brundage, había afirmado que «los pilares básicos» del renacimiento
olímpico moderno se verían debilitados al restringir la participación de sus
atletas por motivos de clase social, credo o raza. Sin embargo, poco después,
esta afirmación se quedó en papel mojado al permitir que se celebraran, si bien
no tuvo que ser fácil de digerir para los defensores de la raza «aria» que 14
atletas negros consiguieran medallas (8 de oro, 4 de plata y 2 de bronce). Por
otro lado, es también bastante conocido el hecho de que un atleta negro
norteamericano: Jesse Owens, con cuatro medallas de oro en atletismo, fuera
considerado «el mejor y más reconocido atleta de la historia», si bien tampoco
tuvo en su momento, y en su país, el reconocimiento que merecía. En el equipo
americano figuraban los atletas judíos Marty Glickman y Sam Stoller.
Es algo menos conocido
que la atleta alemana Gretel Bergmann quien, a pesar de igualar el récord nacional
en salto de altura, un mes antes de los juegos, fuera excluida del equipo
alemán por ser judía[2].
En 1933 había sido expulsada de su club y en Inglaterra, donde se había
trasladado a vivir y competir, se había convertido en una estrella del deporte.
Meses antes de la inauguración de los juegos[3] y
ante la amenaza de boicot de varios países, encabezados por los EE.UU, la
atleta fue invitada a regresar a Alemania para participar como representante de
su país. Lo cierto es que fue una maniobra de falsa «integración»,
estratégicamente urdida, para librarse del boicot a los Juegos porque, llegado
el momento, su marca no fue inscrita, recibiendo una notificación de las
autoridades del Reich donde se le hacía saber que era «demasiado judía», por lo
que fue reemplazada por una atleta hermafrodita llamada Heinrich (Dora) Ratjen,
que quedó en cuarto lugar. La ganadora de aquellos Juegos fue la húngara Ibolya
Csák, quien logró la misma marca (1.60 metros) a la que ya había llegado Gretel
unos meses antes. La medalla de bronce fue para la atleta austriaca Ellen
Preis, también judía, obligada a esconderse para evitar su deportación.
En aquellos Juegos
participaron casi 4.000 atletas de 49 países[4] y,
según varias fuentes, al menos una veintena de atletas alemanes y austriacos,
con opción a medalla, fueron excluidos de la competición por ser judíos[5],
además de otros atletas judíos de distintos países. Algunos de ellos se
opusieron explícitamente a colaborar en los juegos, como es el caso de las
nadadoras Judith Haspel, Ruth Langer y Lucie Golder; el boxeador Abraham
Kurland o el esgrimista Iván Ossier. Muchos de ellos acabaron en campos de
concentración.
Venimos comentando
hechos más o menos conocidos de estos Juegos, aunque sin duda es el caso de la
campeona de esgrima Helene Mayer el menos conocido y, en nuestra opinión, el
que más influyó a la hora de que se hicieran efectivos, como veremos. Esta
exitosa floretista era una gloria nacional y, al contrario que su compatriota
era sólo «un poco judía». Desde luego su físico era «genuinamente» ario. Era
rubia y esbelta, y la mitad judía era herencia de su padre, un médico que se
había casado con una alemana católica. No fue una familia ortodoxa, porque los
padres la enviaron a ella y a sus hermanos a una escuela cristina. Allí no
asistían a las clases de catequesis, pero el judaísmo nunca fue algo esencial
para la vida de la familia. Mayer fue, prácticamente, la llave que utilizó el
nazismo para que la Comunidad Internacional le permitiera realizar aquellos
juegos. Era, como se ha llegado a escribir una «burda propaganda política», con
Helen como peón bien pensante, porque ella creía, al parecer, que estaba
sirviendo a su país, si bien el tiempo le demostró que se había equivocado.
Aquella jovencita, tan exitosa, y tan famosa en su país, que hasta vendían
figuritas suyas como souvenir, había
estado alejada de Alemania instalándose en los Estados Unidas con una beca del
club de esgrima de Offenbach para estudiar en la Universidad del Sur de
California, y este alejamiento, en estos años de ensalzamiento del Nazismo fue,
quizás, causante de que no fuera consciente del horror que se cernía sobre los
no arios de su querida Alemania, una Alemania que le denegaba la ciudadanía y
la marginaba a ella, por ser judía, hasta que un año antes de que comenzaran
los Juegos, y con la espada de Democles sobre los organizadores nazis de la
Olimpiada, amenazada, como ya adelantamos, con boicotear los Juegos, no dudaron
en reclamarla para que les representara. Fue así como Berlín pudo ser el
escenario de los Juegos Olímpicos de 1936.
Helene regresó pues a
Alemania y su subió al podio, orgullosa, previo saludo nazi, para recibir su
medalla de plata. Le habían concedido la ciudadanía para poder participar en
los juegos, pero le duró lo que tarda en desaparecer un merengue a la puerta de
un colegio. A partir de aquí la prensa alemana prescindió de dar noticias sobre
sus éxitos en los Estados Unidos y la famosa cineasta Leni Riefensthal en su
famoso documental El trifunfo de la
voluntad pasó por alto su participación en los Juegos. En 1940 se trasladó
a los Estados Unidos. Se licenció en Berkeley, enseñó ciencias políticas y fue
profesora de alemán, francés e italiano en el Mills College de Oakland,
California. En 1952 regresó a Alemania y se casó en Múnich con el ingeniero de
vuelo Erwin Falkner von Sonnenburg y se trasladó con él a Heidelberg. Murió al
año siguiente de un cárcer de mama como Helene Meyer[6].
Finalmente,
y no menos importante, fue el boicot directo que España puso a los Juegos,
organizando la Olimpiada Popular VS la
«Olimpiada Parda» (en alusión al color del uniforme nazi) que debía realizarse
en Barcelona entre el 19 y 26 de julio de 1936. En estos juegos se habían inscrito
6.000 atletas de 23 naciones. En la tarde del 18 de julio las delegaciones de
23 países y regiones desfilaron por las Ramblas. Desgraciadamente, ese mismo
día se produjo el golpe militar que dio paso a la Guerra Civil, y ninguno de
nuestros atletas asistieron a Berlín. España, por primera y única vez en la
historia, boicoteó estos Juegos y no participó.
Rosa Maria
Ballesteros García
Vicepresidenta del Ateneo Libre de Benalmádena
“benaltertulias.blogspot.com”
[1] Siglas del Comité Olímpico de
los Estados Unidos.
[2] Emigrada en los EE. UU en 1937
consiguió dos medallas de oro en el campeonato nacional de EE. UU: en santo de
altura y lanzamiento de peso; al año siguiente, en 1938, volvió a conseguir la
medalla de oro en salto de altura.
[3] En 1931, casi dos años antes de
la llegada de Hitler al poder, Alemania había sido elegida como sede de los
Juegos.
[4] De estos atletas, un 10% eran
mujeres. Alemania consiguió 89 medallas frente a los EE. UU: 56.
[5] Entre otros: Erich Seeling y
Salomo Arouch (boxeo), Salomo Daniel Prenn (tenis), Gretel Bergmann (saltadora)
o Kurt Landauer (fútbol).
[6] En 1940 había americanizado su
apellido alemán Mayer por Meyer.
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