EL CINE: CINÉFILOS VS
CINÉFOBOS
Como ocurre con todo lo nuevo, este
nuevo invento, el cine, elevado a la categoría de «Séptimo Arte» por el crítico
italiano Ricciotto Canudo en su Manifiesto de las Siete Artes, en el que interpreta
el cine como la suma final de la ciencia y el arte, y lo trata como la unión
entre máquina y sentimiento. Este nuevo invento suscitó entre los críticos
contemporáneos un apasionado debate de filias y fobias. Escribe Rafael Utrera
que este nuevo hecho científico, desde un «simple objeto curioso, pasa a ser
espectáculo de público ingenio y posteriormente fenómeno artístico». Los ‹‹cinéfobos››,
como Miguel de Unamuno, ningunearon aquellas «fotografías en movimiento»,
desdeñándolo abiertamente, hasta tal punto de predecirle una corta vida. La
reacción lo acusó de pervertir a la juventud y de producir efectos nocivos
entre la infancia, como así lo expresaba en alguno de sus artículos la
escritora Concha Espina (aunque sin embargo accedió a que varias de sus propias
obras se llevaran al cine). Entre otras se llevaron al cine: Vidas rotas,
Altar Mayor, La esfinge maragata o Dulce nombre.
La aparición del cine, en
ello coinciden unánimemente los críticos, significó un choque estético y
cultural sobre todo con el mundo del teatro, una lucha entre el viejo y el
nuevo arte. Sin embargo, personajes como León Tolstói o Blasco Ibáñez fueron
notables ‹‹cinéfilos››. Tolstói escribía: ‹‹Ya verán cómo este pequeño y
ruidoso artefacto provisto de un manubrio revolucionará nuestra vida, la vida
de los escritores››. Por su parte Blasco declaraba abiertamente: ‹‹Yo admiro el
arte cinematográfico, llamado con razón el séptimo arte, por ser producto
legítimo y noble de nuestra época››. De ambos se han llevado algunas de sus
obras al cine, entre ellas destacamos: Guerra y Paz, Ana Karenina,
Los Cosacos (Tolstoi); Entre Naranjos, Los cuatro jinetes del
Apocalipsis, Sangre y arena (Blasco).
Los cinéfilos
vanguardistas dedicarían poemas a este nuevo arte, entre otros Vicente Aleixandre
en su poema «Cinemática»: «Venías cerrada, hermética, a ramalazos de viento
crudo, por calles tajadas»; otros más, como J. Rivas Panedas y su «Poema
cinemático»; Pedro Salinas y su «Cinematógrafo» o Pedro Garfias y Guillermo de
Torre que coinciden con su poema «Fotogenia». Por su parte, Manuel Machado en
su poema «Vagamente» afirma: «En el cinematógrafo de mi memoria tengo cintas
medio borrosas... ¿Son escenas de verdad o de sueño?» y José María Morón dedica
el suyo a la «Divina» Greta Garbo: «La va inventando en pérfido relieve, sola
presencia iterativa y muda, el lento luto amanecido en nieve que su inviolada
intimidad desnuda».
Finalmente, García
Lorca (1898-1936) dedica su poema a un inolvidable cómico; «El paseo de Buster
Keaton», actor al que la gracia popular rebautizó como «Cara de palo». Por su
parte, Francisco Ayala dedica tres capítulos a Janet Gaynor, Josephine Baker y
Greta Garbo, célebres divas de finales de la época muda y el maestro Azorín, a
través de sus artículos publicados en la prensa madrileña o bonaerense, expresó
su opinión sobre este nuevo arte. Ya septuagenario, Francisco Ayala escribirá
dos libros que apoyan definitivamente su cinefilia: El cine y el momento (1953)
y El efímero cine (1955).
No nos resistimos a un
último ejemplo: Carmen de Burgos, más conocida por su nom de plume:
«Colombine», además de ser maestra, escritora, periodista y activista feminista
fue también una moderna cinéfila. A pesar de que no había nacido «con el cine»,
como presumía Alberti, sino unos años antes de su aparición, la «Colombine» se
puso de su parte, desde los primeros momentos, escribiendo numerosos artículos
de crítica cinematográfica en la prensa; novelas como La (sic) mejor
film (1918), publicada en la colección La Novela Corta, y dando a la luz, a
su vez, otras como Confesiones de artistas (en dos tomos) que se
publicaron en Madrid hacia 1916. Tras la Guerra Civil y la victoria del régimen
franquista, su nombre fue incluido en la lista de autores prohibidos y sus
libros desaparecieron de las bibliotecas y las librerías. Por cierto, su hija
María fue actriz de teatro y cine durante la época del cine mudo en películas
como Mefisto y El protegido de Satán (1917) o Codicia
(1918).
También en las filas de
los adeptos militaron escritores como Gerardo Diego, Luis Buñuel, columnista de
noticias de Hollywood en La Gaceta Literaria, y autor y guionista de un
buen número de títulos, por citar algunos nombres. Otro ejemplo, de la
escritora vallisoletana Rosa Chacel quien, en su novela Desde el amanecer
escribe al respecto: «El cine, antes de inaugurarse ya era esperado por
nosotros con ansiedad. Ya me habían explicado en qué consistía, cómo había
surgido en Francia y se había extendido a otros países, y todo lo que se podía
esperar de él cuando adquiriese mayor perfección››.
Ciertamente, sobre la
utilidad del cine como catalizador de masas no se deja de escribir. Javier
Cercas en un artículo, escribe que «la utilidad del cine y la literatura
consiste en parte en que nos muestran la complejidad inabarcable de lo que
somos y nos enseñan a manejarla». En palabras del escritor almeriense Federico Utrera
‹‹los posicionamientos de modernistas y noventayochistas se hicieron evidentes
desde los comienzos››, ejemplo de ello es el ya citado Miguel de Unamuno, firme
‹‹cinéfobo››, que escribió sobre este arte en numerosos artículos de prensa,
adjetivándolo de «hórrido, molesto, antiartístico, parlamentario, trágico,
fatídico o revolucionario» y lo enjuicia como «teatro sin literatura sólo capaz
de dar el movimiento de una figura por cuanto su objeto estético era
representar las cosas que ocurrían sin palabras»
Rosa María
Ballesteros García
Vicepresidenta del Ateneo
Libre de Benalmádena
“benaltertulias.blogspot.com”
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