miércoles, 7 de junio de 2017

EL YO INTERIOR

EL YO INTERIOR
(Tertulia del 7 de Junio de 2017, Jesús Lobillo Ríos, Doctor en Medicina. Aforo:30 asistentes)              

Hablar del yo interior es hablar de la consciencia humana, es decir, considerar no solamente la capacidad de conocer  el mundo que nos rodea, también la de percibir todos estos datos desde un centro coordinador al que atribuimos nuestra capacidad mental.
Esta capacidad mental es por tanto una propiedad de nuestro cerebro que ha evolucionado de tal forma que no solo conoce los datos, sino que es capaz de hacer abstracción de los mismos, es decir, separa los datos adquiridos de él mismo en un proceso por el que no solo  reacciona a los estímulos como los demás animales, sino que además se posiciona frente a ellos y los considera aparte de él mismo.
De este “darse cuenta” emerge la consciencia que es la propiedad que le permite valorar las situaciones a las que se enfrenta  y relacionarlas con su propia experiencia y con respecto a él mismo,  o sea que es autoconsciente, y esta autoconsciencia se alimenta de su experiencia cultural propia adquirida con el lenguaje en los últimos 2000 años, superando las influencias numinosas, en cuyo caso quiere decir que no sería biológica sino cultural.
La conciencia, pues,  puede entenderse como una unidad de acceso a la información que nos presenta los datos procesados de toda la información recibida de forma unitaria pero este proceso puede ser descompuesto en sus componentes que son mecanismos neuronales registrables como correlatos neuronales de la conciencia (CNC), que son descargas sincronizadas de 40 hz. Y con pausas de 0´5 a 1 mseg originadas en un conjunto de células prosencefálicas, lo que asentaría, por el contrario, la idea del origen biológico.
La conciencia resumiría y concretaría la enorme cantidad de información que posee el sistema nervioso que proviene de los estímulos externos (todo lo que le rodea), y de los internos (la expresión de sus genes que aporta la experiencia ancestral) facilitando la posibilidad de respuestas más elaboradas y evitando la necesidad de depender de mecanismos reflejos y respuestas prefijadas.
Esta elevación de la capacidad de síntesis y de simplificación de las respuestas ha llegado a unir en un yo único, tanto la recepción de los estímulos como las respuestas posibles haciendo que la evolución biológica haya hecho del hombre un ser más  responsable que responsivo, al ser capaz de evaluar las consecuencias de su respuesta.  El desarrollo de este yo interior único sería exclusivo y significativo de cada ser humano.
El centro receptor y difusor de todas estas sensaciones y reconocimientos, biológicos o culturales, es el cerebro, un órgano que pesa un kilo y medio y posee unos 100.000 millones de neuronas que reciben unas mil conexiones cada una de ellas. Estas neuronas están compuestas de una zona receptora (las dendritas), una zona integradora de estos mensajes (el soma neural), una zona transmisora (el axón) y una zona que codifica y traslada la información procesada a la siguiente neurona (la terminal sináptica). En esta terminal sináptica es donde se lleva a cabo el proceso más importante.
La sinapsis (“broche” en griego), es la zona en la que coinciden dos neuronas, una que comunica información (presináptica) y otra que la recibe (postsináptica), separadas por una hendidura sináptica, en la que se sitúan los neurotransmisores en el momento de la transmisión del impulso nervioso, porque la comunicación interneuronal es fundamentalmente química y no eléctrica (a excepción de algunos invertebrados que la llevan a cabo mediante canales iónicos equilibrados eléctricamente).
La terminal presináptica presenta una fina membrana que se engrosa en un punto determinado que se denomina zona activa en la que se sitúan unas proteínas reconocedoras porque reconocen a otras proteínas que aparecen almacenadas en unas vesículas situadas en las inmediaciones de la zona activa. Estas vesículas poseen unas doscientas moléculas proteicas que se dividen en transportadoras del impulso nervioso y mediadoras en el tráfico del mismo.
La terminal postsináptica presenta, igualmente, una  protuberancia denominada dendrítica y que se corresponde con la zona activa, y que se observa más oscura en el microscopio electrónico porque en ella se encuentran las proteínas receptoras, lo que quiere decir que la fusión de las proteínas se realiza por lugares específicos.
Estos lugares específicos son unos canales iónicos de calcio que se abren al efecto para conseguir la unión proteínica neurotransmisora, apertura que se lleva a cabo merced a la diferente concentración de calcio iónico entre el espacio intracelular (en donde es muy baja) y la hendidura sináptica (muy alta), de forma que cuando llega un potencial de acción (un impulso nervioso) la membrana se despolariza, pierde su equilibrio eléctrico y se abren los canales iónicos de calcio permitiendo la entrada de calcio al interior celular merced a la diferencia de gradiente entre ambos y el vaciamiento de las vesículas.
A continuación otras proteínas transportadoras reciclan rápidamente los elementos resultantes rellenando con ellos las vesículas para su reutilización, ya que una vez cerradas éstas por proteínas cremalleras quedan listas para ser utilizadas de nuevo con otro impulso.
Todo este proceso de apertura vesicular y comunicación se denomina exocitosis y precisa de un tiempo  de 0`1 ms y parece que en cada acción se utiliza la liberación de una  sola vesícula.  
La mayoría de las drogas y de los neurofármacos utilizados en clínica, actúan enlenteciendo (o acelerando) estas funciones permitiendo una acción más prolongada.
Los neurotransmisores involucrados en la transmisión de los impulsos nerviosos pueden ser excitatorios o inhibitorios. Hasta mediados del siglo XX se creía que solo la acetilcolina y la noradrenalina tenían estas propiedades, pero hoy se sabe que hay muchas más y que el organismo utiliza como neurotransmisor excitador sináptico el ácido glutámico y como inhibidor el ácido gammaaminobutírico.
Como hemos dicho cada impulso provoca una exocitosis y consume una vesícula, pero observamos que vesículas hay muchas lo que quiere decir que el sistema está preparado para atender a más de un estímulo, cuyas sucesivas respuestas se ven condicionadas por las previas, es decir, por la historia funcional de las sinapsis, o sea, que existe una capacidad de modular o modificar el impulso nervioso.
Esta capacidad propia del cerebro, que acabamos de mencionar, de modular y modificar la neurotransmisión habitual en aquellos impulsos que se salen de lo normal en función de su intensidad, del tipo de impulso, del tipo de sinapsis, o de otras circunstancias como las concentraciones de calcio residuales, o de su “experiencia”, es lo que denominamos plasticidad sináptica, neuronal o cerebral en definitiva, y es aquí en donde parece residir nuestra capacidad de aprendizaje o de cultivo de la memoria y cuyo mecanismo más demostrativo y estudiado, hasta ahora, es el fenómeno LTP.
El fenómeno LTP (Potenciación de Larga Duración) consiste en que la eficacia con la que una sinapsis transmite una información tras una estimulación repetida (un tren de estímulos) deja paso a una respuesta incrementada y que solo ocurre en la sinapsis activada pero que a su vez puede  provoca una cascada de reacciones que involucran a nuevos receptores de membrana y a un aumento de la transcripción y de la expresión genética que produce la creación de nuevas proteínas. La LTP se complementa con la LTD (Depresión de Larga Duración) en la que los fenómenos son inversos y cuya selección parece depender de los niveles de calcio.
Los trabajos llevados a cabo en laboratorio con animales de experimentación demuestran que el equilibrio entre LTP y LTD permite la adquisición de memoria ya que en el caso de la anulación de la LTP farmacológicamente nos descubre a un animal desorientado incapaz de aprender y recordar las pasos protocolarios experimentales, que en cambio se activan y se aceleran con tratamiento excitatorio.
Junto a la adquisición de la memoria está la adquisición del lenguaje con respecto al cual solo podemos decir que es un proceso lento, modulable, en el que se piensa que unos genes denominados FXPO2, en los que se está trabajando, están relacionados con su aparición.
La memoria, como el lenguaje y como la propia consciencia no son un todo o nada, constituyen un fenómeno gradual que posee diversos niveles que coinciden  con los estadios de conocimiento cognoscitivo de los humanos modernos.
El primer grado corresponde al conocimiento episódico, útil para aprender asociaciones estímulo-respuesta pero no permite recuperar memoria que no esté asociada a las señales que observa, es decir, que no permitía pensar.
El segundo grado desarrolló un sistema mimético de representación que permitía redescubrir una experiencia vivida lo que permitía al individuo comunicar sus intenciones y deseos a través de un sistema gestual.
El tercer grado consistió en el desarrollo de un lenguaje primitivo y por tanto de la capacidad de construir relatos,  mitos  y  modelos nominados de su entorno.
El cuarto grado es la mente teórica que supone  el desarrollo de la capacidad de expresión mediante pinturas y figuras y por fin la llegada de la escritura y el desarrollo de las capacidades de representación y de la lógica.
Todo este desarrollo de la capacidad consciente coincide también con el aumento de la volumetría craneal  hasta llegar a alcanzar los 1.350 c.c. del homo sapiens, el único ser vivo que es consciente de que es consciente, gracias a sus 100.000 millones de neuronas y la enorme y creciente complejidad de sus conexiones interneuronales, lo que nos lleva a la consideración de que su consciencia posee un nivel superior en comparación con las consciencia primaria de los demás seres vivos, lo que quiere decir, a su vez, que esta consciencia surge de un sustrato biológico que ha evolucionado produciendo una actividad neuronal que es detectable y registrable, y que  depende de un centro organizador al que denominamos consciencia, mente, alma o yo interior, aunque a este ente realmente no podamos aprehenderlo porque no está por el momento, al alcance de nuestros métodos de investigación.
El funcionamiento del cerebro es aún complejo. Vemos con nuestros ojos, es decir, a través de ellos captamos la luz, pero no vemos realmente con ellos, porque esta luz se transforma en impulsos nerviosos que son transmitidos a la corteza occipital donde nuestro cerebro fragua la imagen de lo que vemos. Lo mismo ocurre con el olfato, el oído y el tacto. Quiere ello decir que el cerebro fabrica en su interior lo que ve, oye o aprecia por el tacto y si hay algo que no ve se lo inventa porque es mejor una información falsa que ninguna información (caso de los dolores fantasma).
De la misma forma nuestro cerebro puede fabricar el yo interior, la mente, el alma, la consciencia o como queramos denominarla de tal manera que es inaprensible para nosotros mismos. Pero si pensamos que la consciencia surge evolutivamente de la intensidad, variabilidad y complejidad de los impulsos y conexiones nerviosas debemos considerar que nuestros ordenadores están ya casi al nivel de cerebro humano. El constante aumento de la densidad de los paquetes de transistores en los circuitos integrados que los componen auguran que en el año 2020 cualquier ordenador típico de mesa tendrá la capacidad de un cerebro humano y costará menos de 1000 euros con lo que estaremos en condiciones de conseguir que cualquiera de ellos, al superar el test de Touring, reunirá las condiciones necesarias para generar una consciencia.
No obstante, la transición de la inconsciencia a la consciencia no es de ninguna forma el paso de un estado de inactividad a otro de actividad neuronal, sino que lo que supone es un cambio de actividad neuronal que no conocemos, porque lo que no comprendemos todavía es el mecanismo por el que un ente inmaterial como lo es la consciencia (la mente, el alma o el yo interior) puede interaccionar con otro material como es el cerebro, es decir, no dominamos el salto cualitativo que supone pasar de la actividad neuronal del cerebro a la experiencia subjetiva de la consciencia.


BIBLIOGRAFIA
“El yo neural”.-Jesús A. Fernández Zamora. Universitat de Valencia (2015)
“Cómo se comunican las neuronas”.-Juan Lerma. CSIC (Catarata) (2010)
“La consciencia es el mayor enigma de la ciencia y la filosofía”.-Francisco J. Rubia (2010)

“El yo es una ilusión que vive en una realidad virtual”.-Francisco J. Rubia (2013)   

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