FRANCISCO AYALA
Mariló Berdun. Lda. Filología Hispana. Profesora de Enseñanza Media. Aforo:30 asistentes
Para comprender la
figura y la obra de Francisco Ayala es indispensable tener en cuenta dos
factores de muy distinto signo. En primer lugar, la floración
intelectual que se produjo en la España de entreguerras, las llamadas vanguardias.
Se recogían los frutos tardíos de la Institución Libre de Enseñanza y de la Junta para Ampliación de Estudios creada en 1907, y nacía a la vida pública un grupo de intelectuales que encontraba en Ortega y Gasset y en la “Revista de Occidente” un refugio y un punto de apoyo esencial. El otro factor imprescindible para explicar la trayectoria de Ayala es la catástrofe de la guerra civil y la experiencia del exilio.
Se recogían los frutos tardíos de la Institución Libre de Enseñanza y de la Junta para Ampliación de Estudios creada en 1907, y nacía a la vida pública un grupo de intelectuales que encontraba en Ortega y Gasset y en la “Revista de Occidente” un refugio y un punto de apoyo esencial. El otro factor imprescindible para explicar la trayectoria de Ayala es la catástrofe de la guerra civil y la experiencia del exilio.
Francisco Ayala
García-Duarte nació en Granada el 16 de marzo de 1906, en un carmen de la calle
San Agustín. Hijo del abogado Francisco Ayala Arroyo y de Luz García-Duarte,
tuvo seis hermanos. Su educación sentimental estuvo marcada por las aficiones
artísticas de la madre y el prestigio civil de la figura del abuelo materno, al
que no conoció, Eduardo García Duarte, médico republicano que desempeñó un
papel fundamental en varias epidemias de cólera, y rector de la universidad de
Granada. El carmen de los Ayala es ahora un convento. Un tranquilo lugar que
mantiene la misma estructura que conoció el Ayala niño. Un lugar donde aún
quedan ecos de las canciones populares, los “cuatro muleros” que le cantaban
las chicas del servicio. Mucho después, aquellas canciones las armonizó su
paisano Federico García Lorca. “Me las hizo escuchar como si fueran una
invención suya. No sé si le gustó que dijera: “son las canciones que escuché a
las criadas de mi casa”. Un tiempo feliz. El adolescente Francisco se
entretiene cuidando un pequeño mono que su tío Pepe, el boticario, le había
traído de Guinea. “Al tío Pepe le gustaba gastar el dinero a montones hasta que
quebró su farmacia de la plaza de Bib-rambla. Y la trasladó a las colonias, a
Guinea. De allí me trajo un mono chiquitín. Lo cuidé y quise mucho, como él a
mí.” ese fue el primer macaco de los muchos que se cruzarían por la vida y obra
de Ayala.
En Granada vivirá
hasta los 15 años, y se traslada a Madrid con su familia en 1921; según cuenta
él mismo, “con la esperanza de hallar más despejados horizontes”. Las cosas no
iban económicamente bien. El padre tenía que buscar trabajo. Algo poco habitual
en esa familia, en la que muchos se enorgullecían de su condición de señoritos,
de personas que vivían de sus rentas y no del trabajo.
Francisco Ayala tuvo la fortuna de haber
sido prácticamente adoptado por su padrino, un hombre rico y generoso. Podía
continuar sus estudios y dedicar su tiempo a la que ya era su mayor pasión, la
escritura. “Yo he escrito desde siempre. El sentido de la vida está en la
literatura, esa es la verdad, y creo que la literatura es la verdadera
realidad. La realidad real, no es real, no existe.” Allí estudió las carreras
de Derecho y Filosofía y Letras. Su afición por la literatura empezó pronto, y
desde 1923 inicia sus colaboraciones en prensa. En 1925 publica su primera
novela, Tragicomedia de un hombre sin espíritu, que lo introdujo de
golpe en la vida literaria madrileña. Justo un año más tarde, publica la
segunda, Historia de un amanecer. No se podía estar en el ambiente
madrileño, en el periodismo o la literatura, si no se estaba en alguna
tertulia. Se pasaba de una tertulia a la otra, la mayoría eran abiertas, en aquellos
cafés que llenaban el espacio entre la Puerta del Sol a la Puerta de Alcalá.
Fundamental para Ayala fuer ser admitido en la tertulia de la Revista de
Occidente, la tertulia de Ortega, a la que se entraba con invitación, un grupo
muy heterogéneo en la que se recordaba la llegada de Victoria Ocampo, que
impresionaba siempre por su elegancia, su cultura y su refinamiento.
Con la intención de ampliar estudios,
vivirá en Berlín de 1929 a 1930. Cursa estudios con el sociólogo alemán Hermann
Heller y envía artículos que se publican en la revista Política. Berlín era el
centro del mundo. Durante este tiempo conoce a Etelvina Silva Vargas, una
estudiante chilena becada por la Fundación Humboldt, con quien se casa en enero
de 1931. Tras la boda se instalan en Madrid, en una España en la que se
anunciaban cambios, la República cada vez más cerca. Y sigue el magisterio de
Ortega. En estos años publica El boxeador y un ángel y la colección de
relatos Cazador en el alba, algunos de los cuales ya habían aparecido en
la “Revista de Occidente”.
Tras haber escrito y publicado mi segunda novela,
Historia de un amanecer (…) quedé en un estado de insatisfacción y
desconcierto. No sabía qué camino seguir en mis escritos de imaginación. Sentía
que la vanguardia, a cuyos movimientos extranjeros y no solo españoles me asomé
con ávida curiosidad, era la actitud idónea para dar expresión literaria a la
época en que estábamos viviendo. Me apliqué desde luego a probar mi mano en las
estilizaciones vanguardistas y ensayando sus técnicas produje una serie de
ficciones breves.
De vuelta a España,
accede por oposición a la cátedra de Derecho Político en 1933. Ocupa la plaza
de “Jefe de Negociado de primera clase, quinto Oficial quinto de la Secretaría
del Congreso de los Diputados.
En 1934, muere su
madre y nace su hija Nina, única hija de su matrimonio con Etelvina.
Cuando salí de sus funerales en compañía de mi padre y
hermanos no imaginaba que la mirada de tristeza con que despedí su jardín de
flores, su huerto de ciruelos, el arco de piedra que cierra el recinto, sería
mi última mirada a esos parajes; que el abrazo con que despedí a mi padre sería
el último que podría darle.
La Guerra Civil lo
sorprende en América del Sur, dando unas conferencias. El 4 de agosto su padre,
que había sido detenido al inicio de la guerra, ingresa en la Prisión Central
de Burgos, donde es asesinado la noche del 8 de octubre. Semanas más tarde,
también es ejecutado su hermano Rafael. Sus dos hermanos más pequeños, José
Luis y Vicente, consiguen salir de la prisión gracias a la intermediación de
una hermana de Etelvina.
Al volver a España,
sirve al gobierno de la República como funcionario de Relaciones Exteriores, y
es destinado a la Legación de España en Praga, en donde pasa algunos meses.
Sumamente difícil -en verdad, imposible- me resulta
concitar y poner en orden mis memorias de aquellos últimos meses de guerra en
España. Recuerdo, sí, que en mi ánimo la tragedia, familiar y nacional, que
toda era una, hacía mezclarse los sentimientos de dolor con sentimientos de
indignación moral y de rabia impotente, y que estos eran tan fuertes como para
contrarrestar piadosamente el abatimiento de un dolor excesivo. (…) La noticia
del asesinato de mi padre y demás desventuras no me concedió a mí el alivio de
las lágrimas, sino que me dejó el corazón helado.
En mayo de 1938 es
llamado a filas. Vuelve a España y se incorpora como soldado a la Comisión
Topográfica del noreste de España. El 12 de julio es nombrado secretario
general del Comité Nacional de Ayuda a España.
Ante la inminencia
de la derrota republicana, el 21 de enero de 1939 abandona España con dirección
a Francia. Tras la Guerra Civil comienza su exilio. Con la ayuda de la poeta
cubana Flora Díaz Parrado, cónsul en París, consigue un visado que le permite
viajar a Cuba, de allí a Chile y se instala en Argentina. “Recién llegados a
Buenos Aires, todavía en un hotel, apareció un señor que me quería ver. Era
Borges. Yo tenía amistad con su hermana Norah. Nos sentamos en el bar, comenzó
a hablar de literatura, siguió hablando de otras cosas, nunca hablamos de la
guerra, de la derrota, de lo duro del exilio.” En Argentina enseña Sociología
en la Universidad Nacional del Litoral, en Santa Fe. Traduce a Rainer Maria
Rilke, a Thomas Mann, a Alberto Moravia,…, colabora en el diario La Nación y
funda su propia revista, Realidad, revista de ideas, que se publicará
entre los años 1947 y 1949. Por sus 18 números pasaron colaboradores como
Jean-Paul Sartre, Bertrand Russell o Borges. En 1949 año en que decide
abandonar Argentina disconforme con su régimen político. En este mismo año
aparecen dos de sus obras, Los
usurpadores y La cabeza del cordero,
con las que inicia su nueva etapa novelesca:
Así, en los años que van desde mi regreso de Alemania
hasta el exilio en Buenos Aires, mi actividad literaria como autor de obras de
imaginación quedó en suspenso. Mi pluma había estado activa, si acaso, en el
campo del ensayo o estudio filosófico-político.
En 1950 se traslada
a Puerto Rico, en cuya universidad da clases y donde funda una nueva revista,
La Torre. Compagina esta actividad con la impartición de cursos en Cuba y sus
primeros viajes a Nueva York, donde es atendido por Federico de Onís y mantiene
encuentros con Pedro Salinas y Amado Alonso. Incluso se le ofrece un puesto
como supervisor de traducciones en las Naciones Unidas, al que renuncia al año
para volver a Puerto Rico. En esta década comienzan a aparecer en España
algunas publicaciones de Ayala. Por ejemplo, una edición privada de 50
ejemplares de Historia de macacos, a iniciativa de Ricardo Gullón.
A partir de 1956
vive en Nueva York, donde ya residía su hija Nina, en un apartamento que
mantendrá hasta su jubilación en 1976 y posterior traslado definitivo a
España, y comienza su andadura como
profesor de varias universidades norteamericanas, entre ellas Princeton,
Vermont o Chicago.
En 1960 viene a
España de visita en un viaje privado, y desde ese momento lo hará con
frecuencia, sin aceptar ningún tipo de relación con el Estado franquista. La editorial Aguilar decide publicar en 1969
sus Obras narrativas completas, pero tienen que ser impresas en México porque
el franquismo seguía censurando La cabeza
del cordero.
En el mes de junio
de 1970, intelectuales españoles firman un documento de salutación a Ayala,
recuperado a partir de entonces (como ellos dicen) para la vida cultural
española. Al año siguiente publica en Seix Barral El jardín de las delicias, que obtiene el Premio de la Crítica en
1972, año en que también se autoriza en España La cabeza del cordero, y se publica Los ensayos. Teoría y crítica literaria, compilación de sus
escritos teóricos sobre Literatura.
A mediados de los
70 conoce a la profesora Carolyn Richmond, que se convertirá en 1976 en su
compañera y, años más tarde, 1999, 22 de junio, en su segunda esposa. Carolyn
conversaba animadamente con Ayala y ante alguna broma del profesor, echó la
cabeza hacia atrás al reír, y su hermosa cabellera color de miel se prendió en
una vela. Entre todos apagaron el incendio, pero no el amor, que ya ardía en el
corazón del escritor.
Su regreso
definitivo a España será en 1976, pero antes de esta fecha el escritor ya se
había convertido en una referencia moral para la nueva sociedad española.
Representaba la narrativa del exilio, aunque la literatura española no siempre
ha sabido dónde clasificar a los escritores exiliados. Consciente de ello, fue uno de los temas que
abordó en Alcalá de Henares el día que recibió el Premio Cervantes de 1991.
En 1982 comienza la
publicación de sus Recuerdos y olvidos,
que obtiene en 1983 el Premio Nacional de Literatura. Un año más tarde, el 25
de noviembre, ingresa en la Real Academia Española. Sillón Z. Su discurso de
ingreso versó sobre “La retórica del periodismo”.
Suceden los premios
y los homenajes. En 1988 se le concede el Premio Nacional de la Letras
Españolas y es nombrado Doctor Honoris Causa por la Facultad de Filología de la
Universidad Complutense de Madrid.
En 1990 publica El escritor en su siglo, obra que recoge
ensayos sobre teoría literaria y específicamente sobre la novela. En el prólogo
de esta obra, leemos, a modo de resumen:
Ha sido la mía una larga vida de escritor público. (…)
Durante ella he dirigido una atención constante hacia el desenvolvimiento de
los acontecimientos en torno mío a la vez que procuraba expresar mi visión del
mundo en obras de imaginación literaria. Así, mi labor escrita presenta dos
grandes vertientes: por un lado, la del comentario encaminado a interpretar el
curso de la historia donde me encuentro sumergido, y por el otro, la plasmación
artística de mis intuiciones acerca de lo que pueda ser la realidad esencial.
Esta última vertiente, específicamente literaria, contiene también un sector de
tipo teórico-crítico que responde a mi actividad docente, pues la mayor parte
de mi carrera profesional ha estado dedicada, como enseñante, a los estudios
literarios. Con todo, no he de ocultar (y más de una vez lo he declarado) que
es en la creación imaginaria donde creo hallarme en terreno más propio, y donde
espero que mis esfuerzos creativos puedan alcanzar alguna perduración.
Junto con el ya
mencionado tema del escritor en el exilio, el Quijote fue otro de los asuntos
que trató en su discurso del Premio Cervantes en 1992. Aquella mañana de 23 de
abril se definió como “escritor español en América”, es decir, alguien tenido
por propio y por ajeno al mismo tiempo.
Y en 1998, el
Premio Príncipe de Asturias de las Letras.
Cumplió 100 años y
lo celebró con una cena organizada por el Ministerio de Cultura en la
Biblioteca Nacional, a la que asiste abrumado y avergonzado. Reconocimientos y
más reconocimientos. Hasta que el 3 de noviembre de 2009 fallece en Madrid.
El crítico Ayala ha
sido el mejor “lector” de su creación. Su palabra sirve de guía para una
lectura serena de su obra. la conciencia de su quehacer literario y de la
presencia del lector le llevan a convertir sus prólogos e introducciones en
mucho más que en un elemento de la publicación.
“Uno escribe
siempre su propia vida, solo que, por pudor, la escribe en jeroglíficos. Cuánto
mejor si lo hiciera sobre piedras funerarias, buscando la descarnada belleza
del epitafio (encerrar la vida en una bala, o en un cohete, en un epigrama). Su trayectoria narrativa ha sido dividida
generalmente en dos etapas, antes y después de la Guerra Civil. En la primera,
aborda la narrativa tradicional en la novela y la prosa vanguardista en los
relatos, donde predomina el estilo metafórico, expresividad y la fascinación
por el mundo moderno. Sus primeras obras ofrecen al lector una diversidad de
técnicas narrativas y al mismo tiempo la unidad inconfundible de su estilo.
Incluyen recreaciones históricas desde la ambición humana por el poder,
evocaciones líricas. El desenlace puede ser sorprendente o el escamoteo del
asunto central. En su etapa vanguardista, su narrativa se traduce en un juego
esencialmente estético e ingenioso. Su instrumento es la imagen, la metáfora,
la realidad se transforma gracias a las palabras. Así, la superficie del agua
del baño de Susana en uno de sus relatos será espejo, bandeja o mapa, según la
realidad que imagine su creador a partir de ella. No obstante, años después el
propio Ayala juzgará con dureza esa contribución a la moda vanguardista: “Se
había roto con el pasado, en literatura como en todo lo demás. Los jóvenes
teníamos la palabra. Se tomaban en serio nuestras bromas, se nos invitaba a la
insolencia y al disparate.”
La segunda etapa,
iniciada en el exilio con El hechizado, es más heterogénea. Así, en La cabeza
del cordero, la Guerra Civil sirve de fondo para analizar las pasiones y los
comportamientos de una serie de personajes. La contribución más importante
de Ayala a la literatura narrativa está constituida por las dos novelas
complementarias Muertes de perro (1958) y El
fondo del vaso (1962), donde la historia del tenebroso dictador
Bocanegra está contada con una complejidad de recursos que podría calificarse
de cervantina. Muertes de perro presenta la degradación del ser humano en un
mundo sin valores donde la dictadura subyace como marco ambiental. Hay en la
obra un espesor de voces y perspectivas que se cruzan y complementan, y algo
parecido sucederá en la segunda novela. La idea orteguiana de que la
realidad es algo inaprensible, porque sólo contamos con perspectivas parciales,
adquiere una sólida contextura narrativa en esta historia acerca de la
degradación del poder y del envilecimiento a que puede llegar el ser humano. En
El fondo del vaso está presente la ironía como recurso esencial. Asimismo, al
igual que en Cervantes, Ayala es consciente de su actividad literaria y
practica una profunda e irónica crítica de su labor. Y, como Cervantes, o como
Borges, los planos de realidad y narración se proyectan muchas veces en
sucesivas estructuras especulares. Como ejemplo, ese El hechizado mencionado
antes, donde el narrador inicial es un refundidor del Indio González Lobo,
autor real o imaginario, de un prolijo y fatigoso texto sobre los motivos de su
venida a Europa, a la corte de Carlos II el hechizado.
Las distintas obras
que conforman Los usurpadores tienen una idea común y técnica semejante. Son
recreaciones de temas históricos con el mismo asunto: el poder ejercido por el
hombre sobre su prójimo, entendido como usurpación. Las que integran La cabeza
del cordero contemplan la guerra civil española, presentada bajo el aspecto
permanente de las pasiones que nutren al hombre. Algo así como la guerra civil
en el corazón de los hombres. El Jardín de las delicias, lejos de ser una
colección miscelánea, es una bien trabada unidad, con estructura abierta, a
partir de la idea central: el famoso cuadro de El Bosco. Su argumento, el viaje
de un hombre que mirando con ojos asombrados la fascinante diversidad del
mundo, avanza por la vida y se esfuerza en vano en apresar el tiempo fugitivo.
Como un Viaje por las etapas de la vida.
Sociólogo, crítico
y sobre todo creador. Su prosa lúcida, inteligente, serena, nos lega originales
construcciones narrativas, la belleza de páginas impecables, sugerentes, nuevas
miradas hechas palabras espléndidas y una apasionante reflexión sobre la
condición humana.
Libre,
independiente, sin banderas. Un español que creyó en la España republicana,
criticó sus errores, se escapó de los vencedores, conoció de cerca la muerte,
el asesinato cruel e injusto de alguno de los suyos y que tuvo que partir al
exilio sin enquistarse. No quiso ser uno de esos republicanos de café, dando
vueltas al pasado, pensando obsesivamente en un regreso que, cuando menos,
parecía bastante incierto, sino integrarse en la nueva realidad.
Ayala, partidario
de la modernidad, no dudó nunca en adaptarse a las nuevas técnicas, pasando a
lo largo de su vida del plumín a la estilográfica y
de la máquina de escribir al ordenador.
de la máquina de escribir al ordenador.
Alternó la
literatura con las ciencias sociales. Apenas cerrada la herida de la II Guerra
Mundial, supo ver que “el proceso de unificación mundial que venía avanzando
desde hace tiempo” se había acelerado “prodigiosamente”.
“He escrito
demasiado porque he vivido demasiado, y, además, lo he hecho intensamente”.
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