Aretha: un
mito con pies de barro
Rosa M. Ballesteros García
rosaballesterosgarcia@gmail.com
El Presidente Obama describió lo que ella significó para
todos los afroamericanos:
«En su voz podíamos sentir nuestra historia, toda ella y en cada tono: nuestro
poder y nuestro dolor, nuestra oscuridad y nuestra luz, nuestra búsqueda de la
redención y nuestro respeto ganado con tanto esfuerzo».
Se refería a una de las grandes estrellas, conocida como «Lady
Soul» o «Queen of Soul» y es posible que quien lea estas líneas ya haya adivinado
que se trata de la cantante, pianista, compositora y activista social Aretha
Franklin, quien la revista Rolling Stone,
especialista en música y cultura popular la situó en 2008 a la cabeza de los
100 cantantes más grandes de todos los tiempos. Sin embargo, los éxitos de su
carrera y su estrellato no se correspondieron con su vida privada y, a partir
de los datos de su biografía, me atrevería a decir que fueron dos realidades
antagónicas que trataré de resumir, poniendo en evidencia las luces y las
sombras, las subidas a la cima y los descensos a los infiernos de una mujer, de
una artista que llegó a vender 75 millones de discos y que fue galardonada con
18 premios Grammy. En 2019 recibió a título póstumo un Premio Pulitzer Mención
Especial por «su indeleble contribución a la música y a la cultura
estadounidense durante más de cincuenta años».
Aretha Louise Franklin nació en Memphis en 1942. Su padre,
C. L. Franklin, fue un predicador de quien uno de sus hijos, y hermano de la
cantante, describió como «el general que dirigía el operativo al completo». Quizás
esta opinión, que viene de uno de sus propios hijos, defina el contexto
familiar que rodeó a la futura cantante y justifique, por otra parte, los
sucesivos fracasos sentimentales que acumuló a lo largo de sus 76 años de vida.
Educada en esa «cultura de hombres con poder», como ya
adelantamos, fue de mal en peor, iniciándose ya durante su niñez y adolescencia,
que no fue precisamente un paraíso en el que la madre, Bárbara, también
cantante y pianista, cansada de las infidelidades del marido, abandonó el hogar
familiar cuando Aretha era una niña pequeña (el detonante había sido el
descubrir que el marido había seducido y convertido en madre a una chiquilla de
su congregación). Con 10 años murió su madre.
Si seguimos las memorias publicadas de Aretha se muestra
que el patriarcado fue demoledor para la cantante y buscó salirse del control
férreo de su progenitor casándose con un tal Ted White, un proxeneta
reconvertido por la música que competía con el padre de Aretha por ejercer el
dominio sobre la estrella. Es decir, intentar escapar del poder patriarcal con
la ingenua esperanza de obtener una hipotética libertad que, en su caso, fue
caer en otra cárcel, esta vez con el plus de un nuevo hijo. La boda fue el año
1961 y Aretaha tenía 19 años, pero antes ya había sido madre por primera vez a
los 12 y posteriormente a los 14. El matrimonio con White, del que tuvo su
tercer hijo, acabó en 1969 tras una relación tempestuosa (con malos tratos
incluidos). Su cuarto y último hijo nació en 1970 fruto de su
relación con su director de giras Ken Cunningham., es decir, un año después de
divorciarse, lo que nos lleva a reflexionar de qué forma desesperada se quiere
mantener una pareja procreando hijos. En 1978 se casó con el actor Glynn
Turman, del que se divorciaría en 1984. En esta ocasión no tuvieron
descendencia.
David Ritz, autor de dos biografías de Aretha, afirmaba
que a ella no le gustaba hablar de sus maternidades precoces con los
entrevistadores. La primera, un tanto edulcorada: Aretha: From These Roots, publicada en 1999 y una segunda (no
autorizada), publicada en español en 2013 con el título de Aretha Franklin. Apología y martirologio de la Reina del
Soul, que rompió su antigua amistad. En ella explicita la
vida torrencial de la diva, desvelando algunas de sus claves ―personales y
profesionales― como que la música espiritual la había poseído escuchando a las
sucesivas amantes del padre: las cantantes Clara Ward o Mahalia Jackson y
escribe al respecto: «Cada fragmento de música que formaba parte del mundo de
Aretha viene de la música sagrada, y eso te lleva a apreciar esos momentos de
éxtasis, de alegría y trance». Abunda también en sus adicciones como la gula o
su alcoholismo: «El alcohol acabó convirtiéndose en un gran problema, cuyos
efectos fueron extremadamente dañinos para su salud y un problema cada vez más
preocupante en demasiadas ocasiones durante los últimos años de su carrera».
En estas pocas líneas hemos podido comprobar que la
especie de milagro de su voz se opuso al silencio que acompañó a todos sus
traumas, inseguridades y maltratos pues como se ha escrito: fue una persona
incapaz de afrontar el dolor, una palabra que se negaba a reconocer, aunque su
vida, repleta del éxito y reconocimiento, estuviese casi marcada desde el
principio por este sentimiento. En opinión de su biógrafo: «Para Aretha el
dolor era la parte más privada de una persona».
Aretha es hoy un icono del empoderamiento femenino, sobre
todo por darle la vuelta a la famosísima y venerada de la historia del soul «Respect» (Respeto) de Otis Redding
y hacer de la canción un himno feminista. Otis la escribió en 1964, en clave masculina,
describiendo al marido que llega cansado de trabajar y pide a su esposa que lo
trate con dignidad. Aretha, tres años después, le dio la vuelta, esta vez en
clave femenina, para decirle al marido que si quiere su admiración y sus
favores se los tendrá que ganar[1].
(ooh) Qué quieres
(ooh) Baby, lo tengo
(ooh) Qué necesitas
(ooh) ¿Sabes que lo tengo?
(ooh) Todo lo que pido
(ooh) Es un poco de respeto
cuando llegas a casa (sólo un poquito)
Hey baby (sólo un poquito)
cuando llegas a casa
(sólo un poquito) señor (sólo
un poquito)
[1] El giro parece responder a la pregunta que
formuló Sigmund Freud décadas antes: «¿Qué es lo que quiere una mujer?»
No hay comentarios:
Publicar un comentario