TARTESSOS
Cuenta la leyenda que Hércules,
hijo de Zeus y de una humana llamada Alcmena con la que fue infiel a su
legítima esposa la diosa Hera, atravesó las columnas de su nombre para acceder
al reino de Tartessos con el objeto de robar las manzanas doradas del Jardín de
las Hespérides, que conferían la inmortalidad a quien las probaba, cumpliendo
así la última penalización a que había sido condenado para redimir las maldades
que había cometido inducido por la inquina de la malvada Hera.
No era la primera vez que hacía
este recorrido pues con ocasión de una penalización anterior, él mismo se
encontró en la necesidad de abrir este paso en las murallas que cerraban el
acceso del mar Mediterráneo con la mar Océana, lo que hizo con sus propias manos dando origen
a lo que hoy llamamos Estrecho de Gibraltar y a través del cual pasó a Tartessos cuya belleza le entusiasmó.
El primer rey mitológico de
Tartessos de que se tiene noticias pero no fechas, se llamaba Gárgolis, al que
le sucedió su hijo Habidis, y de cuyas relaciones surge una leyenda asaz
repetida en la historia y la literatura con diferentes variantes, en la que el
padre intenta inútilmente anular al hijo, por lo general para evitar la
ineludible sucesión.
A
Habidis, le sucedió Argantonio, bajo cuyo reinado, Tartessos, alcanzó su
máximo esplendor. Su larga vida, unos ciento treinta años, y su dilatada
monarquía, unos ochenta años de reinado, hacen suponer que posiblemente se tratara
de más de uno, una dinastía que fue la última antes de la desaparición del
reino.
Argantonio, que significa “hombre
de plata” en alusión a la riqueza en este mineral de su reino, nació en el año
670 antes de nuestra era y falleció, posiblemente, de muerte natural en el 550.
La extensión de su reino alcanzaba las provincias de Sevilla, Huelva y Cádiz, y
zonas de Extremadura y Portugal. Además de
plata poseía cobre que mezclaban con el estaño que importaban de las
Islas Británicas para formar bronce que era más duro y resistente y servía para
fabricar armas.
Su esplendor económico se debió a
su capacidad negociadora con los fenicios, comerciantes venidos de Tiro que ya
poseían asentamientos en el litoral mediterráneo de la península ibérica,
particularmente importantes como Gadir (Cádiz), y cuyas compras mantenían la
estabilidad y prosperidad del reino. A ellos se añadió la llegada de nuevos
comerciantes griegos de Focea (Turquía) a los que autorizaron a desarrollar
nuevos asentamientos litorales como Mainake (Málaga).
Las relaciones entre fenicios y
griegos se deterioraron, en especial con los fenicios asentados en Cartago,
mucho más militaristas que comerciantes, originando tal detrimento en las vías
comerciales que los tartesios se vieron en la necesidad de ayudar a los griegos
al objeto de proteger su comercio, enviándoles grandes cantidades de plata para
potenciar su capacidad defensiva.
En el año 535 la pugna desatada se manifestó en la batalla
naval de Alalia (actual Aleria en Cerdeña) en la que más de cien naves aliadas
de etruscos y cartagineses vencieron a unas sesenta naves foceas poniendo fin a
la talasocracia griega y hundiendo definitivamente el comercio tartésico cuyo
reino vino a caer en el olvido.
Este olvido dejó, no obstante,
señales reconocibles de esa pasada riqueza. En el enclave arqueológico de “Cancho
Roano”, en la provincia de Badajoz, pueden visitarse los restos de un santuario
situado en una importante vía comercial que atestigua que además de centro
religioso era un señalado mercado de metales, en especial, oro, cobre y bronce
que se aleaban en sus mismas dependencias en las que se han detectado restos de
crisoles y balanzas de medición.
Cancho Roano era famoso por su
orfebrería sobre caballos, finas joyas en las que el caballo era el motivo
principal, y esculturas ecuestres realizadas en bronce, así como los arreos,
frenos y guarnicionería en general que gozarían de fama en todo el entorno del
que era centro espiritual y de difusión cultural.
Pero la evidencia más ostensible
de esta riqueza perdida se demostró en el hallazgo, en 1958, a pocos kilómetros
de Sevilla del llamado “Tesoro del Carambolo”, “formado por 21 piezas de oro de
24 kilates, con un peso total de 2.950 gramos. Joyas profusamente decoradas con
un arte fastuoso, a la vez delicado y bárbaro, con muy notable unidad de estilo
y un estado de conservación satisfactorio, salvo algunas violencias ocurridas
en el momento del hallazgo”, según reza el informe que sobre él realizara el
profesor Juan de Mata Carriazo (1898-1989), catedrático y arqueólogo en la Universidad
de Sevilla, y máxima autoridad en ese momento, que lo calificó como “digno de
pertenecer a Argantonio, el legendario
rey de Tartessos”.
Pese a que nunca se han podido
encontrar los restos de Tartessos en el Valle del Guadalquivir, lo que sí
perduró fue su influjo sobre sus descendientes los turdetanos, a los que los
historiadores griegos calificaron como “los más cultos de los iberos, ya que
conocen la escritura y, según sus tradiciones ancestrales, incluso tienen
crónicas históricas, poemas y leyes en verso que ellos dicen de seis mil años
de antigüedad” (Estrabón 64 a.C a 24 d.C), señas de identidad que aún mantenían
a la llegada de los romanos.
Jesús Lobillo Ríos
Presidente del Ateneo Libre de Benalmádena
“benaltertulias.blogspot.com”
Bibliografía.-
Pimentel M. “Leyendas de
Tartessos”, Edit. Almuzara 2015.
Herodoto. “Historia”, Cátedra
2011.
No hay comentarios:
Publicar un comentario