domingo, 11 de junio de 2023

Tartesos

                                                             TARTESSOS

 

Cuenta la leyenda que Hércules, hijo de Zeus y de una humana llamada Alcmena con la que fue infiel a su legítima esposa la diosa Hera, atravesó las columnas de su nombre para acceder al reino de Tartessos con el objeto de robar las manzanas doradas del Jardín de las Hespérides, que conferían la inmortalidad a quien las probaba, cumpliendo así la última penalización a que había sido condenado para redimir las maldades que había cometido inducido por la inquina de la malvada Hera.

No era la primera vez que hacía este recorrido pues con ocasión de una penalización anterior, él mismo se encontró en la necesidad de abrir este paso en las murallas que cerraban el acceso del mar Mediterráneo con la mar Océana,  lo que hizo con sus propias manos dando origen a lo que hoy llamamos Estrecho de Gibraltar y a través del cual pasó  a Tartessos cuya belleza le entusiasmó.

El primer rey mitológico de Tartessos de que se tiene noticias pero no fechas, se llamaba Gárgolis, al que le sucedió su hijo Habidis, y de cuyas relaciones surge una leyenda asaz repetida en la historia y la literatura con diferentes variantes, en la que el padre intenta inútilmente anular al hijo, por lo general para evitar la ineludible sucesión.

A  Habidis, le sucedió Argantonio, bajo cuyo reinado, Tartessos, alcanzó su máximo esplendor. Su larga vida, unos ciento treinta años, y su dilatada monarquía, unos ochenta años de reinado, hacen suponer que posiblemente se tratara de más de uno, una dinastía que fue la última antes de la desaparición del reino.

Argantonio, que significa “hombre de plata” en alusión a la riqueza en este mineral de su reino, nació en el año 670 antes de nuestra era y falleció, posiblemente, de muerte natural en el 550. La extensión de su reino alcanzaba las provincias de Sevilla, Huelva y Cádiz, y zonas de Extremadura y Portugal. Además de  plata poseía cobre que mezclaban con el estaño que importaban de las Islas Británicas para formar bronce que era más duro y resistente y servía para fabricar armas.

Su esplendor económico se debió a su capacidad negociadora con los fenicios, comerciantes venidos de Tiro que ya poseían asentamientos en el litoral mediterráneo de la península ibérica, particularmente importantes como Gadir (Cádiz), y cuyas compras mantenían la estabilidad y prosperidad del reino. A ellos se añadió la llegada de nuevos comerciantes griegos de Focea (Turquía) a los que autorizaron a desarrollar nuevos asentamientos litorales como Mainake (Málaga).

Las relaciones entre fenicios y griegos se deterioraron, en especial con los fenicios asentados en Cartago, mucho más militaristas que comerciantes, originando tal detrimento en las vías comerciales que los tartesios se vieron en la necesidad de ayudar a los griegos al objeto de proteger su comercio, enviándoles grandes cantidades de plata para potenciar su capacidad defensiva.

En el año 535  la pugna desatada se manifestó en la batalla naval de Alalia (actual Aleria en Cerdeña) en la que más de cien naves aliadas de etruscos y cartagineses vencieron a unas sesenta naves foceas poniendo fin a la talasocracia griega y hundiendo definitivamente el comercio tartésico cuyo reino vino a caer en el olvido.

Este olvido dejó, no obstante, señales reconocibles de esa pasada riqueza. En el enclave arqueológico de “Cancho Roano”, en la provincia de Badajoz, pueden visitarse los restos de un santuario situado en una importante vía comercial que atestigua que además de centro religioso era un señalado mercado de metales, en especial, oro, cobre y bronce que se aleaban en sus mismas dependencias en las que se han detectado restos de crisoles y balanzas de medición.

Cancho Roano era famoso por su orfebrería sobre caballos, finas joyas en las que el caballo era el motivo principal, y esculturas ecuestres realizadas en bronce, así como los arreos, frenos y guarnicionería en general que gozarían de fama en todo el entorno del que era centro espiritual y de difusión cultural.

Pero la evidencia más ostensible de esta riqueza perdida se demostró en el hallazgo, en 1958, a pocos kilómetros de Sevilla del llamado “Tesoro del Carambolo”, “formado por 21 piezas de oro de 24 kilates, con un peso total de 2.950 gramos. Joyas profusamente decoradas con un arte fastuoso, a la vez delicado y bárbaro, con muy notable unidad de estilo y un estado de conservación satisfactorio, salvo algunas violencias ocurridas en el momento del hallazgo”, según reza el informe que sobre él realizara el profesor Juan de Mata Carriazo (1898-1989), catedrático y arqueólogo en la Universidad de Sevilla, y máxima autoridad en ese momento, que lo calificó como “digno de pertenecer a  Argantonio, el legendario rey de Tartessos”.

Pese a que nunca se han podido encontrar los restos de Tartessos en el Valle del Guadalquivir, lo que sí perduró fue su influjo sobre sus descendientes los turdetanos, a los que los historiadores griegos calificaron como “los más cultos de los iberos, ya que conocen la escritura y, según sus tradiciones ancestrales, incluso tienen crónicas históricas, poemas y leyes en verso que ellos dicen de seis mil años de antigüedad” (Estrabón 64 a.C a 24 d.C), señas de identidad que aún mantenían a la llegada de los romanos.

                                                              

                                                                Jesús Lobillo Ríos

                                         Presidente del Ateneo Libre de Benalmádena

                                                          “benaltertulias.blogspot.com”

 

Bibliografía.-

Pimentel M. “Leyendas de Tartessos”, Edit. Almuzara 2015.

Herodoto. “Historia”, Cátedra 2011.

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