María
Blanchard (1881-1932): Otra gran desconocida
Se llamaba María Eustaquia Adriana Gutiérrez-Cueto
Blanchard, aunque es conocida como María Blanchard. Nacida en 1881 en
Santander, el mismo año que nació Picasso, forma parte de la pléyade de
pintoras y artistas plásticas que eclosionaron durante la llamada “Edad de
Plata” de nuestro país, es decir, los años veinte y treinta del pasado siglo.
Bien es verdad que María (la “Frida Kahlo” española) era algo mayor que el grupo
que forman la pintora y escenógrafa Victorina Durán (1899-1993) y las pintoras
Maruja Mallo (1902-1995), Delhy Tejero (1904-1968), Marisa Roësset (1904-1976),
Remedios Varo (1908-1993) o Ángeles Santos (1911-2013), por citar algunas de
las pintoras más destacadas de aquellos años. Con ellas compartió profesión y también
las dificultades de romper esquemas sociales. También, como varias de ellas,
tuvo que sufrir exilio. Durán, Mallo y Varo tuvieron que exiliarse con la
Guerra Civil; Delhy pasó por una depuración al finalizar la contienda; Santos
desapareció, prácticamente, tras un debut exitoso; la catalana Marisa Roësset,
moderna, progresista y socia del Lyceum Club en su juventud, se alineó tras la
guerra en posturas más conservadoras y siguió pintando, si bien en un estilo ad
hoc (como correspondía al Régimen). María Blanchard sufrió doble exilio.
María
(Cuca para sus familiares y amigos), como todas, o casi todas las
artistas a las que hemos citado, ha sido, hasta hace relativamente pocos años,
una desconocida[1].
Descrita como un “animalito asustado en un rincón”, o una “dulce sombra”, la
describía el poeta Federico García Lorca, quien le dedicó una preciosa elegía
cuando murió en 1932. María triunfó en el arte, pero lo hizo viviendo un exilio
voluntario en París, ciudad en la que se había refugiado huyendo del rechazo
que su cuerpo de jorobada le marcaría de por vida, no solo su personalidad,
sino su arte. Sí, era jorobada desde que vino al mundo (se dice que debido a
una caída de la madre cuando estaba embarazada de ella) y esta deformidad, y el
rechazo social, la hizo encerrarse en sí misma. Su tabla de salvación fue la
pintura, el arte, y la necesidad de transmitir la belleza que a ella le había
sido negada. Sus lienzos demuestran tanto el talento como la belleza
idealizada, tan deseada por ella. Amor, ternura, todo es un reflejo de lo que
siempre deseó y no pudo tener, si bien consiguió ser una artista alabada y
reconocida entre los artistas de su tiempo. Su amiga y alumna, la francesa Jacqueline
Rivière, la describió como un pájaro salvaje encerrado en una triple jaula: su
“cuerpo torturado”, su “corazón ávido” y “el mundo hostil”. La hostilidad y el
escarnio diario sufrido al que fue sometida por las alumnas del colegio de
monjas parisino, donde daba unas clases para lograr subsistir, le dejaron de
por vida “un extraño rencor”, como afirma su biógrafa, María Laffitte (1902-1986).
Fue amiga y compañera
de Pablo Picasso (1881-1973) y Juan Gris (1887-1927), con el que compartió
estilo durante su etapa parisina. En París también compartió apartamento con el
gran muralista mexicano Diego Rivera (1886-1957), quien le influenció con sus
colores luminosos. Con la pintora Marie Vassilief (1884-1957) se inició en el
cubismo y hará amistades con otros artistas como el catalán Anglada Camarasa
(1871-1959) o la ruso-mexicana Angelina Beloff (1879-1969).
Hasta 1920 desarrolló
su etapa cubista, aunque no olvidó las referencias figurativas de sus primeras
obras, entre las que se destaca La comulgante (1914), presentada en el
Salón de los Independientes de 1921. Su obra pictórica establece reveladoras
conexiones con su trágica existencia. La infancia, la tristeza, la enfermedad
son temas recurrentes en sus pinturas (retratos de mujeres y niños).
A partir de los años veinte, fue reemplazando
el cubismo por una pintura diferente para consolidar un estilo propio: figuras
geometrizadas con rostros angulosos, colores oscuros y ácidos, utilizados antes
de su fase cubista y también una pintura en la que abundan asuntos cotidianos
con uno o muy pocos personajes. (escenas de ocio, bodegones) Entre esa mezcla
entre lo figurativo y el cubismo destacan: Madre e hijo (1921-1922), Maternidad
(1925) o Niña orante (1923-26).
Al iniciarse la Primera
Guerra Mundial regresó a Salamanca, donde estuvo dando clases en la Escuela
Normal tras ganar una cátedra de dibujo. Pero de nuevo la situación del colegio
parisino se repite y tiene que renunciar por no poder soportar las continuas
humillaciones. Finalizada la guerra
regresa de nuevo a París con la firme decisión de no regresar nunca a España,
una decisión que se traduce hasta en el cambio de firma de sus obras: María
Cueto había muerto para reencarnarse definitivamente en María Blanchard.
Su última exposición fue
en el Salón de los Independientes de París con cuatro pinturas: Portrait,
Femme assise y Le buveur. Su última etapa y hasta su
fallecimiento, su vida, aislada forzosamente por sus enfermedades, transcurrió
en la ciudad que la adoptó: París, y su obra y vida, a posteriori, recordada y
aplaudida por escritores y artistas como el ya citado García Lorca, Ramón Gómez
de la Serna o André Lothe, pintor y teórico del cubismo, quien publicó un
elogioso artículo en La Nouvelle Revue Française, propiedad de la
familia Riviére, padres de su alumna Jacqueline. María ha sido la primera
artista moderna en entrar en exposición permanente en el Museo Nacional del
Prado.
En el París de la
bohemia:” Era una mujer con un físico doliente y deforme que rompió barreras”,
explica Baltasar Magro en su novela Como una sombra. “Para algunos fue
la mejor pintora cubista, la representante más genuina del movimiento”,
continúa. Ramón Gómez de la Serna dijo de ella que fue “la más grande y
enigmática pintora de España”. En París Había sido alumna de Anglada Camarasa
en la Academia Vitti, y el amor de aquel por los empastes se manifestaría en
Ninfas encadenando a Sileno (1910), su única pintura mitológica, que le valió
una medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes (antes logró otra por una
obra perdida: Los primeros pasos).
En abril de 1932, a los
51 años, murió de tuberculosis: “Si vivo, voy a pintar muchas flores”. Fueron
sus últimas palabras[2].
Elegía a María Blanchard (Federico
García Lorca)
Querida
María Blanchard: dos puntos... dos puntos, un mundo, la almohada oscurísima
donde descansa tu cabeza...
La lucha del ángel y el demonio
estaba expresada de manera matemática en tu cuerpo. Si los niños te vieran de
espaldas exclamarían: "¡la bruja, ahí va la bruja!". Si un muchacho
ve tu cabeza asomada sola en una de esas diminutas ventanas de Castilla
exclamaría: "¡el hada, mirad el hada!". Bruja y hada, fuiste ejemplo
respetable del llanto y claridad espiritual. Todos te elogian ahora, elogian tu
obra los críticos y tu vida tus amigos. Yo quiero ser galante contigo en el
doble sentido de hombre y de poeta, y quisiera decir en esta pequeña elegía,
algo muy antiguo, algo, como la palabra serenata, aunque naturalmente sin ironía,
ni esa frase que usan los falsos nuevos de "estar de vuelta". No. Con
toda sinceridad. Te he llamado jorobada constantemente y no he dicho nada de
tus hermosos ojos, que se llenaban de lágrimas, con el mismo ritmo que sube el
mercurio por el termómetro, ni he hablado de tus manos magistrales. Pero hablo
de tu cabellera y la elogio, y digo aquí que tenías una mata de pelo tan
generosa y tan bella que quería cubrir tu cuerpo, como la palmera cubrió al
niño que tú amabas en la huida a Egipto. Porque eras jorobada, ¿y qué? Los
hombres entienden poco las cosas y yo te digo, María Blanchard, como amigo de
tu sombra, que tú tenías la mata de pelo más hermosa que ha habido en España.
Federico García Lorca, discurso
en el Ateneo de Madrid, 1932.
Rosa María Ballesteros García
Vicepresidenta del Ateneo Libre
de Benalmádena
“benaltertulias.blogspot.com”
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