EL EMIRATO CORDOBÉS DE CRETA DEL SIGLO X
El famoso historiador británico
Edward Gibbon (1737-1794) refiere en su monumental “Historia de la
decadencia y caída del Imperio Romano”, que, en el siglo IX, “una banda de
andaluces voluntarios, descontentos con el clima o el gobierno de España se
aventuraron al mar en una guerra que, dado que no superaban las veinte galeras, solo cabe calificarla de piratería”. Sin
embargo, dicha banda, con esta exigua hueste contribuyó a la fundación de la
ciudad africana de Fez, señorearon el Mediterráneo, dominaron Alejandría y crearon
un emirato en la isla de Creta que subsistió durante ciento treinta y ocho años.
Este evidente contraste entre capacidad y resultados, incitan fuertemente
nuestra curiosidad por conocer más sobre los orígenes, formación y objetivos de
esa “banda de piratas andaluces”, cuya fascinante historia ha sido calificada
como una auténtica odisea protagonizada por los “rabadíes” o habitantes del
rabal, cuya aventura, iniciada durante el emirato andalusí de al-Hakam I
(770-822), vamos a recordar aquí de la mano de su máximo estudioso el
periodista cordobés Manuel Harazem (Manuel León Figueroa 1956-2020).
Nada más iniciado el Emirato Omeya
de Occidente en 756, con la entronización de Abd al-Rahman I, (el príncipe
omeya superviviente fugado de la matanza de los abasíes de Damasco), comenzó el
desarrollo de su capital, Córdoba, que, superando las estrechas limitaciones de
sus murallas romanas, dio en la construcción de arrabales (la axerquía=al este de la Medina) que
contuvieran la numerosa población que hicieron de ella la mayor ciudad de su
tiempo. Uno de estos arrabales, quizás el más importante y populoso, fue el
Arrabal de “Sacunda” situado al otro lado del rio Guadalquivir, frente a la
Mezquita y al Palacio del Emir, con una extensión calculada de más cien mil
metros cuadrados, cuidadosamente planificados, y que debe su nombre a una
posible deformación arabizante de su primitiva raíz latina de “segunda” por
estar en la segunda milla de la Vía Augusta, unida a la Medina por el Puente
que construyeran originariamente los romanos. Su población debió exceder en
mucho a los 30 ó 40 mil habitantes y
debió estar compuesta por muladíes, clases populares, artesanos, comerciantes y
agricultores e incluso hombres de leyes como los alfaquíes. Su principal
comercio era atender las demandas de los habitantes del alcázar.
En 796 hereda el trono el tercer
emir omeya, al-Hakam I, que desde el primer momento hubo de sortear problemas
para conseguir su estabilidad dando muestras sobradas de sus métodos brutales
para controlar a la población. Al año de su nombramiento se encontró con la
disidencia de la clase aristocrática toledana que solucionó mediante la llamada
“Jornada del Foso” en la que los nobles disidentes fueron invitados a una
fiesta en el palacio del gobernador y decapitados y arrojados a un foso según
llegaban. Poco después, año 806, tuvo conocimiento de un complot para
derrocarlo en la misma Córdoba, y haciéndose con la lista de sus componentes
mandó ejecutar a sus 72 integrantes. Encrespada la población cordobesa se
levantó contra su tiránico emir en el año 818, hundida bajo los exagerados
impuestos que requerían los costes defensivos palatinos, e inermes ante la
hambruna desarrollada por aquellas fechas. La “revuelta del arrabal”, aunque
fuera protagonizada por Sacunda, arrastró a todos los arrabales de la ciudad y
estuvo a punto de derribar al emir que gracias a la utilización de su guardia
(los famosos mercenarios reclutados en la frontera norte apodados “los mudos”
porque no sabían hablar árabe), que vadeando el rio más arriba sorprendieron
por la retaguardia a los asaltantes, dominando la situación.
La venganza del emir fue
terrible. Durante tres días “Sacunda” estuvo sometida al pillaje de los
soldados que asesinaron y robaron a placer. Trescientos notables fueron
crucificados y expuestos en el puente, pero no satisfecho aún, mandó arrasar
por completo el arrabal y prohibió
cualquier tipo de construcción en adelante en el lugar, y a los que quedaron
vivos los desterró lejos de Córdoba con duras condiciones como ir en pequeños
grupos, limitar la cantidad de enseres y pertenencias, etc. lo que los expuso
al bandolerismo reinante y a todo tipo de penalidades. Tras estos hechos
al-Hakam I se ganó para siempre el apodo de “el del arrabal” (al-Rabadi).
El exilio, vendido como un perdón
por parte del emir, fue llevado a cabo
con premura y desorganización, constituyendo una auténtica dispersión de la que
no se han conservado datos fiables, pero sí numerosas noticias contrastables
entre sí. Una parte de ellos marchó a Toledo, protagonizando el exilio más corto,
menos numeroso y del que tenemos menos noticias,
integrándose una minoría en la sociedad toledana, entre la que se cuenta al
alfaquí de origen bereber Yahya ibn Yahya (769-848), difusor en Al-Andalus de
las enseñanzas maliquies, que fue posteriormente perdonado, y otra continuando
su lucha permanente contra el emir llegando a organizarse y llamando a un jefe
rebelde Muhair al-Qatil para que los capitanease, al menos hasta que fue
apresado y probablemente ejecutado.
El segundo grupo de exiliados
compuesto por varios miles de familias se dirigieron a África a unos 500 km de
Córdoba a la zona central del actual Marruecos en donde se estaba desarrollando
en aquel momento la ciudad de Fez,
producto de la fundación de la primera dinastía islámica del Magreb a cargo de
Idris un personaje islámico huido de Bagdad que conforma un relato parecido al
del omeya cordobés, y cuyo sucesor Idris II ofrece a los exiliados asentamiento, que estos aprovechan para desarrollar allí su
cultura, de forma que la ciudad dividida por un río presenta una planicie
oriental que se denomina aún, Ribera de los Andaluces, en la que se reproduce
un urbanismo y costumbres cordobesas, y otra planicie occidental que ocuparían
los aglabies representantes africanos de los abbasies de Damasco que tenían su
capital en Cairuan y cuya zona se denominó de los Qarawanis.
Pero sin duda el tercer grupo de
exiliados es el más numeroso e importante. Se calcula que entre quince y
treinta mil familias formaron este núcleo que alcanzó las costas levantinas
embarcando posiblemente en Pechina (Almería) y haciéndose a las aguas del mar
Mediterráneo que al sur presentaba en Africa (Ifriquiya) el dominio de los
idrisies y más hacia oriente el de los abasíes, enfrentados a los omeyas. Y al
norte los bizantinos herederos de los romanos. Las diversas fases de relación
hegemónicas entre estos poderes hacen del antiguo “Mare Nostrum” un mar
descuidado, falto de control y vigilancia y por tanto asiento ideal para
piratas, corsarios y bucaneros que se mantienen robando y traficando con
esclavos que obtienen en unas costas y venden en otras.
Es más que posible que nuestros
exiliados se sumen de alguna manera a estas partidas de facinerosos pese a que
su perfil es puramente urbano y civilizado y en absoluto se les puede calificar
de “gentes de mar”, que se vieron involucrados en esta aventura. El puerto
principal de tráfico parece ser que fue el de Alejandría en donde debieron
aposentarse en gran número y por mucho tiempo, antes incluso de la llegada de
nuestros exiliados. La muerte del califa abbasí de Bagdad, Harún al Rashid
(766-809) sumió al estado en una guerra civil que solo se solucionó con la
victoria de su hijo al-Mamum (786-833) que no comenzó a reinar hasta el 813 y
bajo su mandato envía al general Ibn Tahir a liberar Alejandría que llevaba
muchos años en poder de “los andaluces” lo que consigue, en 827, negociando con ellos su marcha a tierras que
no fueran abasíes, es decir a la isla de Creta mediante un estipendio
económico. Creta estaba igualmente poco vigilada dado el conflicto bizantino
que existía entre Miguel II (770-829) y el general Tomás El Eslavo, al que
derrotó y ejecutó en 823.
El punto de unión e
identificación de todos estos datos se encuentra en la figura del caudillo que
dirigía al grupo de andaluces, que todos los cronistas, sin excepción, identifican con Abu Hafs, que era natural de
Fahs al Ballut (el llano de las bellotas, actual Valle de los Pedroches ) y que
pertenecía a “qul al rabadhin” muy posiblemente “al arrabal=arrabalero”, y al que
califican también como “al galiz” que suele traducirse como “el gordo”, pero
que también alude al carácter rugoso o escabroso que se aplica a las gentes
agrestes y que hoy día es gentilicio de los habitantes de Pozoblanco (capital actual del Valle): tarugo. Es decir,
que Abu Hafs, el arrabalero, tarugo del Valle de los Pedroches fue el líder que
acaudilló a las gentes del arrabal en su desembarco en la isla de Creta en 827.
Esta isla representaría la tierra
deseada en la que, por fin, nuestros errabundos exiliados encontraron acomodo
fundando en su costa norte, en la actual Heraklion, una ciudad que denominaron
“Rabdh al-Jandaq”, un nombre que nos recuerda a sus fundadores y a su origen,
pero que no significa nada para quien no conozca su historia, pues puede
traducirse literalmente como “Arrabal del Foso”, que fue destruida y arrasada
posteriormente por el general bizantino Nicéforo Focas, pero cuyo estudio
arqueológico permite aún hoy día descubrir las cicatrices de sus primitivas
murallas y su mezquita. Fundaron un estado árabe con la forma de emirato tras
alcanzar un equilibrio de poder entre los piratas habituales, los exiliados
andaluces y la población autóctona, independiente del califato abbasí y del
omeya mediante la práctica de una tolerancia como la que fue proverbial en la
península ibérica.
Estabilizado el emirato
practicaron relaciones comerciales con todos los países vecinos, incluido el
califato de Damasco donde al parecer el hijo y sucesor de Abu Hafs, Suayb,
estudió adquiriendo la condición de intelectual que le faltaba a su padre y
predecesor, convirtiendo a su vez al nuevo emirato en un foro cultural en el
que se sabe que enseñó el jurista cordobés Abu Abd al Malik Marwan. Se labraron
pues un espacio cultural, comercial y militar, sobre todo naval como lo
demuestra el rechazo hasta en tres ocasiones de los ataques de la flota
imperial bizantina, pero por fin en 960 Rabdh al-Jandaq fue sitiada por las
tropas de Nicéforo Focas que la rindieron por hambre durante ocho meses. Los
habitantes que no murieron en la defensa fueron obligados a convertirse al
cistianismo o expulsados de nuevo.
La numismática nos ha demostrado
la correlativa sucesión sin sobresaltos de diez emires desde su fundador el
pedrocheño Abu Hafs en 827, todos ellos orgullosos de su procedencia como lo
patentizaron en su nombre y calificativos hasta el último derrocado en 961: Abd
al-Aziz ibn Suaib al-Qurtubi, es decir, el cordobés.
Jesús Lobillo Ríos
Presidente del Ateneo Libre de Benalmádena
“benaltertulias.blogspot.com”
Bibliografía.-
Edward Gibbon.-“Decadencia y
caída del Imperio Romano”. Atalanta 2012
Manuel Harazem.-“La odisea de los
rabadies”.Editado por el autor. Córdoba 2017
Eduardo Manzano
Moreno.-“Conquistadores, emires y califas”. Critica 2011
Vassilios Cristides.-“Relaciones
entre Creta bizantina y los omeyas de Siria y al-Andalus” en “El
Esplendor
de los Omeyas cordobeses”. Exposición en M. al-Zahra 2001
Claudio Sanchez-Albornoz.-“La
España Musulmana”. Espasa-Calpe 1974
Antonio Jaen-Morente.-“Historia
de Córdoba”. Librería Luque. Córdoba 1971
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