lunes, 29 de junio de 2020

ESTRÉS Y CORONAVIRUS

Ayudas a una desescalada: 29/06/2020



                                                       ESTRÉS Y CORONAVIRUS

Las posibilidades de resistencia del organismo humano ante la agresión pandémica están en relación directa con la capacidad de defensa de su mecanismo inmunológico en el arte de hacer frente a todas las agresiones, o estrés, que sufre de forma habitual, y que seguirá sufriendo, como viene ocurriendo desde que hace alrededor de cuatro mil millones de años,  se inició la vida al formarse nuestros genes.
La lenta progresión en este desarrollo ha debido sacrificar millones de posibilidades de vida que no dispusieron en su momento de los mecanismos adecuados para lograr sobrevivir, mecanismo que se basa en la reacción exitosa defensivo-constructiva frente a la acción depredadora, que es capaz de modificar nuestro genotipo, adaptando a las nuevas circunstancias a nuestro  fenotipo.
La organización evolucionada de este mecanismo defensivo y progresivo lo conocemos desde que en el siglo I nos lo explicara el romano Aulo Cornelio Celso con el nombre de reacción inflamatoria que consta además de las cuatro fases ponderadas por él (calor, rubor, tumor y dolor) una quinta y posiblemente la más importante que es la cicatrización, o reparación, o sea, la reposición de los elementos dañados que nunca serán idénticos a los perdidos, sencillamente serán otros nuevos, renovados, teniendo en cuenta que si ello no fuera posible, la alternativa es el deterioro y la muerte.
La reacción inflamatoria alcanza en su labor reparadora a todos los confines del organismo gracias a su distribución a través del ubicuo tejido conjuntivo, siempre alerta a las llamadas de cualquier agresión de origen externo o interno que produzca un deterioro o destrucción que requiera reparación puntual o crónica, que lleva a cabo a través de la movilización de las células defensivas, o constructivas, destinadas a este  menester. Toda agresión, o estrés, requiere por lo tanto una reacción reparadora, y si consideramos que el simple envejecimiento de las estructuras constituye un estrés que pide inflamación para repararse, o rejuvenecerse en este caso, y poder seguir funcionando, comprenderemos que el mecanismo inflamatorio precisa de una gran reserva estructural y de esa movilidad extraordinaria para acudir a todos los lugares que exigen su presencia.
Los factores de estrés más importantes demandantes de inflamación, es decir, de reparación  se generan en las estructuras orgánicas agredidas, en las células destruidas en primer lugar, pero en segundo lugar las propias estructuras nerviosas o cerebrales participan en esta demanda transmitiendo preocupación, temor y miedo, como una depresión igual que la causada por los grandes trastornos vitales como pueden ser la pérdida de un ser querido, una separación traumática o un insuperable trastorno económico, que de hecho se han convertido hoy en día en la mayor causa de demanda inflamatoria.
El estrés que supone la covid-19 presenta dos frentes difíciles de combatir. El primero consiste en la agresión a las células alveolares de nuestro pulmón y al transporte de oxígeno para lo que no tenemos soluciones. El segundo  en la transmisión de terror y preocupación, depresión interna, sobre todo en los pacientes mayores que se sienten inermes, y que se suma al anterior.
Las medidas terapéuticas de que disponemos son muy simples pues solo tratan de evitar el contagio mediante las más elementales reglas de higiene y urbanidad. El resto, una vez consumada la infección es medicina sintomática que está generando  un gran conocimiento práctico que permite salvar la vida de muchos de los pacientes afectados en primera instancia pese a la depresión añadida.
 Pero la depresión interna consecuencia de la gran distorsión producida por la crisis económica se constituye como una auténtica enfermedad secuela de la pandemia, con consecuencias incluso más graves porque puede provocar gran número de deterioros orgánicos y muertes prematuras en todas aquellas personas abocadas a la ruina laboral y económica, y su solución no alcanza a verse más que a través de una improbable solidaridad de las clases capacitadas hacia las clases más vulnerables, en un esfuerzo terapéutico mucho más moral y político que médico.

Jesús Lobillo Ríos
Presidente del Ateneo Libre de Benalmádena.        

No hay comentarios:

Publicar un comentario