ESTRÉS Y CORONAVIRUS
Las posibilidades de resistencia
del organismo humano ante la agresión pandémica están en relación directa con
la capacidad de defensa de su mecanismo inmunológico en el arte de hacer frente
a todas las agresiones, o estrés, que sufre de forma habitual, y que seguirá
sufriendo, como viene ocurriendo desde que hace alrededor de cuatro mil
millones de años, se inició la vida al formarse
nuestros genes.
La lenta progresión en este
desarrollo ha debido sacrificar millones de posibilidades de vida que no
dispusieron en su momento de los mecanismos adecuados para lograr sobrevivir,
mecanismo que se basa en la reacción exitosa defensivo-constructiva frente a la
acción depredadora, que es capaz de modificar nuestro genotipo, adaptando a las
nuevas circunstancias a nuestro fenotipo.
La organización evolucionada de
este mecanismo defensivo y progresivo lo conocemos desde que en el siglo I nos
lo explicara el romano Aulo Cornelio Celso con el nombre de reacción
inflamatoria que consta además de las cuatro fases ponderadas por él (calor, rubor,
tumor y dolor) una quinta y posiblemente la más importante que es la cicatrización,
o reparación, o sea, la reposición de los elementos dañados que nunca serán
idénticos a los perdidos, sencillamente serán otros nuevos, renovados, teniendo
en cuenta que si ello no fuera posible, la alternativa es el deterioro y la
muerte.
La reacción inflamatoria alcanza
en su labor reparadora a todos los confines del organismo gracias a su
distribución a través del ubicuo tejido conjuntivo, siempre alerta a las
llamadas de cualquier agresión de origen externo o interno que produzca un deterioro
o destrucción que requiera reparación puntual o crónica, que lleva a cabo a
través de la movilización de las células defensivas, o constructivas,
destinadas a este menester. Toda
agresión, o estrés, requiere por lo tanto una reacción reparadora, y si
consideramos que el simple envejecimiento de las estructuras constituye un
estrés que pide inflamación para repararse, o rejuvenecerse en este caso, y
poder seguir funcionando, comprenderemos que el mecanismo inflamatorio precisa
de una gran reserva estructural y de esa movilidad extraordinaria para acudir a
todos los lugares que exigen su presencia.
Los factores de estrés más
importantes demandantes de inflamación, es decir, de reparación se generan en las estructuras orgánicas
agredidas, en las células destruidas en primer lugar, pero en segundo lugar las
propias estructuras nerviosas o cerebrales participan en esta demanda transmitiendo
preocupación, temor y miedo, como una depresión igual que la causada por los grandes
trastornos vitales como pueden ser la pérdida de un ser querido, una separación
traumática o un insuperable trastorno económico, que de hecho se han convertido
hoy en día en la mayor causa de demanda inflamatoria.
El estrés que supone la covid-19
presenta dos frentes difíciles de combatir. El primero consiste en la agresión
a las células alveolares de nuestro pulmón y al transporte de oxígeno para lo
que no tenemos soluciones. El segundo en
la transmisión de terror y preocupación, depresión interna, sobre todo en los
pacientes mayores que se sienten inermes, y que se suma al anterior.
Las medidas terapéuticas de que
disponemos son muy simples pues solo tratan de evitar el contagio mediante las
más elementales reglas de higiene y urbanidad. El resto, una vez consumada la
infección es medicina sintomática que está generando un gran conocimiento práctico que permite salvar
la vida de muchos de los pacientes afectados en primera instancia pese a la
depresión añadida.
Pero la depresión interna consecuencia de la
gran distorsión producida por la crisis económica se constituye como una
auténtica enfermedad secuela de la pandemia, con consecuencias incluso más graves
porque puede provocar gran número de deterioros orgánicos y muertes prematuras
en todas aquellas personas abocadas a la ruina laboral y económica, y su
solución no alcanza a verse más que a través de una improbable solidaridad de
las clases capacitadas hacia las clases más vulnerables, en un esfuerzo terapéutico
mucho más moral y político que médico.
Jesús Lobillo Ríos
Presidente del Ateneo Libre de
Benalmádena.
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