"EN RECUERDO DE UN ALCORNOQUE"
La primera
vez que te vi me pareció que no había otro
árbol tan hermoso ni más lleno de vida. Formabas una escultura de corcho
y ramas en medio de un paraje único. Tus brazos
se alargaban reptando en el espacio acaparando una amplia zona y creando
un techo artesonado de impulso natural y vivo.
Eras, el más
visitado por los niños que colgaban en sus juegos de tus ramas entre risas y
gritos emulando a los pájaros o como auténticos simios. También fuistes el árbol elegido para
las fiestas lugareñas en las que te engalanaban como “Rey por un día” todo
giraba a tu alrededor, formabas parte de las músicas, de las gentes unidas en
momentos de júbilo como en una gran familia.
Este aspecto
tuyo amable y servicial que recibíamos como un don natural ¡como un regalo! Por derecho propio y por haberte visto tantos años haciendo el mismo
papel, como si hubieras nacido para ese
cometido anual que tú esperabas con amor
ofreciéndonos cada año tu esplendor.
Tú guardabas en tu interior un misterio sutil, un
sentimiento. Eras algo más que un árbol,
un ser que trasmitía sentimientos como
serenidad, paz. Te sentía vivo, alguien
anidaba en tu interior , quizás tu alma o tu ninfa como en la antigua mitología que habla de una
ninfa en cada árbol como en los cuentos clásicos
Tu misterio me
quedó desvelado un atardecer, en esa hora bruja que precede a la noche y en la
que los campos quedan inmersos en un silencio sobrecogedor y confortable a la
vez. Fue un susurro suave que venía del
sitio donde tú estabas. Sentí que me atraías
como un imán. Según me acercaba, tus crujidos se hacían más evidentes, eras tú,
no me cabía duda. Te miré hipnotizada, las sombras iban cayendo y yo me sentía
atrapada en un momento único mientras
veía como te humanizabas. Tu tronco cobraba figura femenina . Tus brazos suplicantes hacia lo alto se balanceaban suavemente y del
centro de tu tronco salían gemidos que
murmuraban al ritmo de la brisa
¡hablabas! Y podía comunicarme contigo
¡Mírame soy yo quién te habla! Me sentí parte de ti, como la unión de un
todo, mis pies echaban raíces y se unían a las tuyas. Me sentí en ese momento como parte de esa
naturaleza que me esponjaba y respiraba
junto a todos esos seres que cobraban vida a mi alrededor.
Pasados unos
años volví a verte. Un virus te había enfermado. Contemplé con tristeza cómo tu vigor iba desapareciendo, aun
así, lucias hermoso y digno en tu vejez.
Habían
pasado muchos años cuando volví a verte. Estabas en el centro de una valla
redonda como una jaula, ¡solo quedaba de ti un tronco, triste mutilado, sin
vida! Ya no susurrabas ni te quedaban ramas que cimbrear con la brisa.
Sentí
nuestro olvido ¡el de todos! en tu silencio, en tu muerte melancólica, aunque quizás tu espíritu ya se haya unido a
un brote tierno lleno de ilusión y esperanza hacia una nueva vida.
Un nuevo
árbol que crecerá con ramas susurrantes contando vidas pasadas a quién sepa
escuchar. Historias en las que
volveremos a vivir todos de nuevo en ese mundo mágico, igual que el invierno propicia la entrada a la primavera como explosión de
esperanza.
Lola Recio
Barba
Diplomada en
Artes. Pintora
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