EL
TECHO DE CRISTAL
Hace unas semanas, en el debate que
acompaña a la charla semanal del Ateneo Libre de Benalmádena se inició un
interesante coloquio: el tema había versado sobre las relaciones del feminismo
y la sociedad. A lo largo de la intervención se habían planteado una serie de
conceptos que intentaban explicar esa difícil relación, así como los hándicaps
que lastraban la capacidad de progresión de las mujeres.
El auditorio estaba muy
interesado y participativo y todas las intervenciones coincidieron en los
prejuicios y el empecinamiento de resistirse a cambiar los roles de
comportamiento que lastran, como decía, el que las mujeres pudieran alcanzar
las mismas cotas que los hombres sin tener que sufrir sangre, sudor y lágrimas
para lograrlo. Se alzaron voces apelando a la cooperación de ambos sexos para
conciliar la educación de los hijos y la vida familiar. Se habló de la doble y
a veces triple jornada a la que se enfrentan muchas mujeres que tienen que
conciliar la jornada laboral (fuera de casa), la ejecución de las tareas
domésticas y, en la mayoría de los casos, el cuidado de ancianos y enfermos.
Algunas de las mujeres
presentes plantearon las dificultades y la incomprensión a que se vieron
abocadas por ser “diferentes” y salirse de las normas establecidas, y el
importante coste que ello supuso para sus vidas, especialmente en los duros
años de la dictadura. Se habló sobre la injusticia que suponía el mal llamado
“genérico” con el que se suele dirigir a la audiencia y que, en realidad, sólo
alude al elemento masculino, ocultando a las mujeres. Decía muy acertadamente
la ponente: “…si la Real Academia de la Lengua había aceptado con mucha
naturalidad la palabra ´almóndiga´, el por qué le estaba costando tanto trabajo
admitir la feminización de ciertos términos de uso masculino”. Pongo un ejemplo
propio: si a una mujer se le envía como cónsul a un determinado destino, lo
lógico es que se dirigieran a ella como “cónsula”. Al principio, decía, la
ponente, “sonará raro”, pero ya hemos comprobado que con el tiempo el concepto
se interioriza y se socializa con toda normalidad, porque la lengua es un
elemento vivo que es susceptible, como toda construcción humana, de cambios.
También se hizo mucho
énfasis en la necesidad de la educación desde la escuela, como medio de ir
cambiando muchos de los esquemas establecidos y consolidados durante la etapa
franquista, esquemas que se han “normalizado” en nuestra sociedad, de forma que
es muy difícil desarraigarlos. Se ponían como ejemplo las dificultades que, en
principio, habían tenido las niñas y las jóvenes en su etapa de formación, y
los hándicaps que habían tenido que superar para poder conseguir un lugar en la
sociedad y en todos los ámbitos del conocimiento. A este respecto, hay que
recordar que hasta 1910 las mujeres españolas no tuvieron vía libre oficial
para acceder a los estudios superiores coincidiendo, no por casualidad, con el
nombramiento de la escritora Emilia Pardo Bazán, muy crítica con la educación
femenina en España, como Consejera de Instrucción Pública. Hasta entonces, no
estaba prohibido. En principio, simplemente nadie había pensado que una mujer
quisiera estudiar o que necesitara acudir a la universidad para ser una buena
madre y esposa, así que estas primeras valientes cogieron, como vulgarmente se
dice: “con el pie cambado” a la autoridad competente. Algo más de un siglo más
tarde más de la mitad del alumnado público universitario en España (2019-2020) es
femenino, concretamente un 56, 3%, con mayoría en todas las Facultades (en
Ciencias de la Salud llega al 72,5%) y sólo en Ingeniería y Arquitectura es del
29,8%. Datos, afortunadamente, muy lejos de las 77 mujeres que se habían
matriculado en 1910.
Curiosamente, y es un
dato para la reflexión, las primeras alumnas que se matricularon fueron catalanas:
María Elena Maseras (1872) en la Facultad de Medicina de la Universidad de
Barcelona, aunque que no pudo ejercer y se dedicó a la enseñanza; Dolors Aleu i
Riera, matriculada en 1874 en la Facultad de Medicina de Barcelona, quien finalizó
sus estudios en 1879, pero que no obtuvo el permiso para hacer el examen hasta
el 4 de abril de 1882, convirtiéndose por ello en la primera mujer licenciada
de España. Se especializó en Ginecología y Pediatría. Martina Castell se
licencio, también en Medicina, en 1882. Fue la primera mujer en alcanzar el
doctorado en España.
Por otra parte, las
mujeres universitarias tienen una carencia de referentes que hace que muchas
mujeres no se planteen estas profesiones tan masculinizadas, como las técnicas
o la informática, porque las personas tendemos a reproducir eso que vemos de
manera simbólica, por eso es tan importante tener a las mujeres en todos los
sectores. Y ese “techo de cristal” se hace más visible cuando vemos que de las
56 universidades públicas, sólo 9 han conseguido ser Rectoras: 20, en toda su
historia. La primera de ellas fue Elisa Pérez Vera, especialista en Derecho
Internacional, en 1982. En la Universidad de Málaga Adelaida de la Calle,
experta en Biología Celular, ejerció como Rectora entre 2004 y 2015.
En definitiva, las
mujeres somos mayoría en la universidad pública española. Son más alumnas y más
profesoras, tienen mejor rendimiento e idoneidad, y han conseguido cierta
paridad en puestos de responsabilidad intermedios, pero la desigualdad se hace
evidente cuando se les compara con los hombres en los cargos catedráticos,
donde las mujeres suponen cifras del 22,5% (unificando universidades públicas y
privadas).
En los estudios de
género, se denomina “techo de cristal” a esa limitación velada del ascenso
laboral, que no se ve, pero que impide y limita sus carreras profesionales,
difícil de traspasar y que les impide seguir avanzando. Y esta es una constante
en muchas otras situaciones en que esta sutil barrera frena el acceso de las
mujeres a altos puestos y a su promoción profesional, y que se explica por su
doble papel de mujeres y madres. Un
estudio comparativo muestra cómo la maternidad —sin estar prohibida o
desaconsejada por ningún organismo o empresa "oficialmente"— termina
siendo una barrera. Solo un dato más: en España el 70% de las labores
domésticas son realizadas por mujeres, y ello supone que a muchas de ellas la
decisión entre promoción y/o maternidad termina por ser un dramático dilema.
Y esta desigualdad se
observa en prácticamente todos los sectores del denominado espacio público.
Mujeres en grandes empresas que, para acceder y mantenerse en puestos
directivos se someten a una “masculinización”, a veces consciente, otras
mimética, adoptando los típicos roles masculinos. Incluso las artistas,
comentaba la ponente, que se ven relegadas cuando su aspecto físico denota el
paso de los años. Y es que, como se suele decir “a partir de cierta edad, las
mujeres nos convertimos en invisibles”.
Finalmente,
se apeló a la “sororidad” femenina, que no es más que el apoyo que todas las mujeres
tenemos que ejercer hasta que los hombres, nuestros compañeros, comprendan que
el mundo sería mejor para todos si luchamos juntos por una sociedad de
participación y no de enfrentamiento.
Rosa María
Ballesteros García
Vicepresidenta del Ateneo Libre
de Benalmádena
“benaltertulia.blogspot.com”
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