MEDICINA “ON LINE”
La visita al médico siempre se ha
revestido de acontecimiento solemne o al menos serio, formal, aunque no
oscurantista como lo era la visita al cura, al confesor, porque el médico tenía
la apariencia de un salvador que no censurador. Su accesibilidad era sencilla
como nos lo recuerda el inefable e irrecuperable médico de cabecera o de familia,
que tanto bien ha llevado a cabo en todos los lugares que pudieron disfrutar de
su presencia, donde siempre era recibido con expectación y agradecimiento tanto
en el domicilio como en consulta.
La solidez de la confianza del
paciente en su médico ha debido superar la transformación de las consultas en
ambulatorios o peor aún en grandes
centros hospitalarios donde multitud de especialistas coordinados tratan como
un todo a un paciente que se siente despersonalizado o incluso cosificado en
una organización perfecta, pero poco humanitaria, difícil de prescindir dado el
elevado coste que supone su acceso privatizado. Aquí la necesaria cohesión
social se mantiene merced a la asistencia universal que no discrimina la
extracción social de sus usuarios. Las medidas necesarias se aplican a todos
sin distinción de posibilidades económicas, ya que no en balde todos la costean
con sus impuestos.
El ente público sanitario
persigue ahora un ahorro de costes mediante la organización de la atención
masificada que en definitiva, en muchas circunstancias, supone una no atención producida
por la sobrecarga de tareas, las listas de espera y la angustia de quien no
puede esperar porque está convencido de que le va la vida en ello y se ve
obligado a recurrir a alguna empresa privada que en su funcionamiento adolece
de las mismas dificultades que lo público pero
de menor capacidad y calidad, que
gravan las atenciones en el bolsillo del paciente viniendo a constatar que el
coste obligatorio de la asistencia se convierte en una tasa vacía de contenido.
Esto no arredra a los
responsables de la prestación sanitaria que en su interés por aumentar, si
fuera posible, la capacidad de auxilio y ahorrar nuevos costes, en personal y
utillaje, no dudan en introducir nuevos métodos que palíen la falta de
ubicaciones y de personal, es decir, de centros y de responsables sanitarios. La
consulta telefónica ahorra la presencia de un gran número de pacientes en las
consultas y multiplica las posibilidades del médico de “atender” por llamarlo de alguna manera, a un mayor número
de usuarios por el mismo estipendio económico que se resuelve en un ajuste
horario cada vez más lejos de la “lex
artis médicae”.
No siendo suficiente estas
medidas que no pueden encubrir la necesidad del aumento de los servicios y
elevar sus presupuestos, el responsable de la salud ciudadana aumenta en forma
de tapadera la modernización informática de la asistencia recurriendo al
milagro de la telemedicina que ya se encuentra en todos los móviles pero que
ahora lo ofrece a través de una televisión de plasma. La nitidez de la imagen
transmitida puede incluso superar la capacidad de apreciación directa del
galeno, y no digamos los beneficios que puede reportar en cuanto se refiere a
los hallazgos de la auscultación cardiaca pues todo va a depender de la calidad
de los bafles. Otro cantar puede referirse a la apreciación de la temperatura
de la lesión, su textura o la percepción olfativa, así como a la necesidad de
palpar un hipocondrio, porque si pretendemos incluso que toda la exploración en
medicina sea comparada y completa nos argumentaran que este tipo de consultas
conforman ya una antigualla.
Para completar este onírico
cuadro pensemos ya en el desarrollo de un futuro que está aquí, los grandes
paquetes de software que guardarán los conocimientos médicos con los que las
modernas computadoras proporcionaran un diagnóstico en décimas de segundo con
su terapéutica correspondiente según la imagen y las conclusiones que ésta haya
permitido deducir. Los algoritmos sustituirán a la experiencia, y el
conocimiento previo se habrá devaluado y las penalizaciones por mal praxis
siempre tendrán un culpable en los defectos atribuibles a la máquina, porque el
último paso consiste en que estos paquetes de conocimiento estén en posesión de
todos los ciudadanos que puedan enfermar, y a los que por esa misma razón habrá
que vendérselos conformando así la segunda tasa vacua de un servicio médico languideciente.
Sola la cirugía y la
imprescindible presencia y actuación del cirujano parecen mantenerse a salvo de
la mecanización, pero solo lo parecen, porque la irrupción de la cirugía
robótica hace prever ya un futuro de actuación en el que un solo cirujano podrá
atender a varios pacientes desde una única consola, y quién sabe si en el
propio domicilio, desde una central hospitalaria adecuadamente desarrollada
informáticamente. Cabría preocuparse por la cuantía que estas centrales y el
material ambulatorio necesario representarían al erario público, pero al fin y
al cabo están destinados a producir réditos electorales, y en menor medida el
coste del personal especializado, que sería fácilmente subsanable con los
modernos métodos de satisfacción económicas desarrollados por las entidades
públicas, es decir, solicitando a los beneficiarios una generosa propina para
el personal sanitario.
Jesús Lobillo Ríos
Presidente del Ateneo Libre de Benalmádena
“benaltertulias.blogspot.com”
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