EMILIO PRADOS
Es el poeta malagueño más
desconocido de la generación del 27, el que queda siempre en los puntos
suspensivos tras haber mencionado a los importantes. En su haber dejó una obra poética de gran valor que espera
todavía el reconocimiento que no tuvo, por las tristes circunstancias que le
tocó vivir.
Nace en Málaga en 1899, en el
seno de una familia acomodada, y en donde pasó los primeros 15 años de su vida,
aprendiendo sus primeras letras y donde estudió el bachillerato. Con 15 años se
traslada a Madrid ingresando en el Instituto Escuela y luego en la Residencia
de Estudiantes donde se inicia en la poesía de la mano de Juan Ramón Jiménez,
mientras estudia Ciencias Naturales en la Universidad de Madrid. Cursa estudios
superiores en la universidad de Friburgo, necesitando ingresar en el sanatorio
suizo de Davosplatz durante varios meses para recuperarse de una dolencia
pulmonar, que le acompañó toda su vida, y que aprovecha para leer a la mayoría
de los autores europeos, viajando luego por Francia y Alemania.
En 1924, con 25 años, vuelve a
Málaga poniéndose a trabajar en la imprenta “Sur” adquirida por su padre y en
donde funda en 1926, junto con Manuel Altolaguirre, la revista “Litoral” que se
convierte en el punto de difusión más importante de los poetas del 27, en la
que aparecen dibujos, poemas y composiciones musicales de Manuel Hinojosa, Aleixandre,
Altolaguirre, Cernuda, García Lorca, Picasso, Alberti, Moreno Villa, Dalí,
Guillen, Falla, Gerardo Diego, Bores y Prados). Su compromiso social se va
decantando hacia los sectores más pobres y desfavorecidos de la sociedad, y
cada vez más a posiciones de izquierda a las que se une firmemente en los
inicios de la República colaborando activamente en su defensa cuando comienza
la guerra civil.
En 1938 recibe el Premio Nacional
de Literatura por la recopilación de su poesía de guerra (“Destino Fiel”). En
Febrero de 1939 cruza la frontera francesa con María Zambrano y Antonio Machado
para llegar a Paris y luego embarcar con destino a México, donde trabaja como
colaborador literario en la Editorial Séneca e impartiendo clases en colegios
fundados con los fondos republicanos destinados a los exiliados españoles. Pese
a la estrechez económica en que vivió se dedicó por entero a la poesía en sus
últimos años, colaborando con Bergamin en la Editorial Séneca, y con Octavio
Paz en la recopilación del libro “Laurel. Antología de la poesía moderna en
lengua española”. Fue un hombre solidario consigo mismo y murió solo en 1962 en
México.
En la obra de Emilio Prados
pueden distinguirse tres fases que conforman tres poetas distintos y un solo
poeta verdadero según la opinión de María Jesús Pérez Ortiz: la primera es la
del jubiloso poeta andaluz de la Revista Litoral, de la poesía pura de su primera época, en la
que contamos con “Tiempo” (1925), “Canciones del farero” (1926), “Vuelta”
(1927), y “El misterio del agua” (1927). Su segunda época es la de las
preocupaciones sociales, el tiempo de militancia en la que el poeta comienza a
enseñar a leer a los marineros de la barriada de EL Palo y El Sindicato de
Artes Gráficas. “Andando por el mundo” (1931-35), “Calendario incompleto del
pan y del pescado” (1933-34) y “El romancero general de la guerra de España” (1937).
La tercera fase se corresponde con su etapa mexicana, época de desarraigo y de
lamentos que lo asimila al poeta lírico de la muerte y la soledad hasta su
propio deshacimiento, “Memoria del olvido” (1940), “Mínima muerte”, “Jardín
cerrado” (1946), “Río Natural” (1957) y sus obras póstumas “Signos del ser”
(1962) y “Cita sin límite” (1963).
Emilio Prados Such, el “cazador
de nubes”, “la desdicha sonriente” o “el poeta de la muerte”, como le apodaron
sus amigos, fue definido por Juan Rejano, otro poeta andaluz en el exilio como
él, de esta guisa: ”Unió siempre en difícil maridaje, la lucidez y la gracia,
la sobriedad y la riqueza, el rayo de lo espontáneo y la virtud crítica de la
laboriosidad. Fue sentencioso y melancólico, como un campesino bético, y su
verso perfecto como un trébol, trémulo de interior musicalidad, aunque
expresara ansias universales, escuchó y recogió el eco de la canción
tradicional andaluza, como un tributo a la tierra de origen, a la sangre y al
misterio más recóndito que en ella se aposenta”.
Sus poesías completas pueden
disfrutarse en la edición de Carlos Blanco Aguinaga y Antonio Carreira Vérez
publicada en 1999, en dos tomos por la editorial Visor.
Jesús Lobillo Ríos
Presidente del Ateneo Libre de Benalmádena
“benaltertulias.blogspot.com.”
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