domingo, 5 de octubre de 2025

Censura

Censura Made in Spain

 

En septiembre de 1939 escribía el Obispo de Pamplona Monseñor Olaechea: «Son los cines tan grandes destructores de la virilidad moral de los pueblos, que no dudamos que sería un gran bien para la Humanidad el que se incendiaran todos… En tanto llegue ese fuego bienhechor, feliz el pueblo a cuya entrada rece con verdad un cartel que diga: ¡Aquí no hay cine!». Son estas unas frases que vienen a dibujar con gran nitidez el régimen de censura que iba a determinar la sociedad y la vida de los españoles por varias décadas, si bien, durante todos estos años, este estado de cosas pasará por etapas, más o menos restringidas, según las circunstancias. En el caso citado es el cine la diana de los censores, en este caso la Iglesia católica, pero su sombra se alargaría también a la literatura, a la música y a cualquier manifestación sospechosa de atentar contra el Régimen. Si al comienzo de la dictadura la censura tuvo un carácter fundamentalmente político, a partir de 1945 la Iglesia tomaría el mando de la censura estatal, que la juzgaba «insuficiente», reafirmándola a partir del Concordato suscrito con la Santa Sede en 1953.

Hacía sólo unos meses que había comenzado la guerra, Franco había sido nombrado jefe de Estado en Burgos, y ya se había puesto en marcha la máquina represiva. El 23 de diciembre ya había firmado la primera disposición censora; el mes siguiente (14 de enero de 1937) la Delegación del Estado para Prensa y Propaganda publicaba el decreto y al año siguiente, la Ley de prensa de 22 de abril de 1938, Ley que daba origen a la estructura que iba a controlar la producción escrita, sonora y visual en el país. Al frente, y como responsables de la sección de propaganda, el murciano Juan Pujol Martínez y el navarro Joaquín Arrarás Iribarren, ambos escritores y periodistas ultraderechistas. El primero, director de Informaciones y Madrid, que pasó del anarquismo a la democracia cristiana para desembocar en el fascismo; el segundo, periodista y corresponsal de varias publicaciones como El Debate, Acción Española, Ya o ABC y autor de la obra Historia de la Cruzada Española o El sitio del Alcázar de Toledo[1].

Por otro lado, la censura no se limitaría a las manifestaciones populares, de masas, como el cine, la radio o la literatura. También los documentos privados: cartas, telegramas o, incluso, las conversaciones telefónicas, pasarían por este «Fielato». Las cartas, por ejemplo, deberían ir en sobres abiertos que los censores, tras hacer constar el «visado por la censura», se encargarían de cerrar antes de enviarlas a su destino. Las conversaciones telefónicas, si bien había pocos teléfonos, se podían interrumpir y, además tenían un tiempo determinado (no más de tres minutos). Por su parte, los libros considerados enemigos de España fueron «condenados al fuego», justificando la acción catedráticos, entre otros, como el granadino Antonio de Luna García, con el objetivo de «edificar a España una, grande y libre, condenados al fuego los libros separatistas, los liberales, los marxistas, los de la leyenda negra, los anticatólicos, los del romanticismo enfermizo, los pesimistas, los pornográficos, los de un modernismo extravagante, los cursis, los cobardes, los seudocientíficos, los textos malos y los periódicos chabacanos». También la Iglesia, especialmente negativa. En palabras del obispo Marcelino Olaechea, la quema de todas las salas de cine era «un gran bien para la humanidad». A estas opiniones se unía la del sacerdote y educador manchego, muy influyente, Ángel Ayala Alarcó, quien escribió que: «el cine es la calamidad más grande que ha caído sobre el mundo desde Adán para acá. Más calamidad que el diluvio universal, que la guerra europea, que la guerra mundial y que la bomba atómica. El cine acabará con la humanidad». No hace falta decir que muchos de los profesionales de este medio, como también de la radio, fueron objeto de depuración. Una de las víctimas más conocidas, por su popularidad, fue Luis Medina, locutor de Unión Radio de Madrid durante la República. Condenado a muerte, le conmutaron la condena por treinta años de cárcel.

            Como ya se ha apuntado, el estado de censura pasó por momentos de cierta apertura A partir de 1951, con la llegada de Gabriel Arias Salgado al Ministerio de Información y Turismo, se inicia una etapa muy restrictiva para el cine español, durante la cual José María García Escudero, director general de Cinematografía, con apenas seis meses en el cargo, fue cesado por criticar el poder censor de la Iglesia. Le sucedería en el cargo Joaquín Argamasilla, que introdujo un sistema por el que castigaba económicamente, suprimiendo subvenciones a las películas peor catalogados por la censura, así que los productores respondieron con la estrategia de realizar dobles versiones —una para España y otra para el extranjero—, como es el caso de la película Los jueves, milagro, de Luis García Berlanga, una comedia protagonizada por el gran Pepe Isbert. Y la censura siguió indiferente su curso, a pesar de la tímida apertura de la Ley Fraga de prensa de 1966, tan ambigua que permitió que continuase la labor censora del régimen, aunque editoriales, autores y traductores elaborarían, a su vez, sus propias estrategias para intentar eludir el control gubernativo, contraatacadas desde el Gobierno. El censor jefe y director general de Cultura Popular (entre 1973 y 1974), Ricardo de la Cierva, elaboró una lista negra de editoriales consideradas «marxistas» o «izquierdistas» (entre ellas, Barral o a Fundamentos).

Sería interminable citar la lista de profesionales de los medios que fueron represaliados, que tuvieron que exiliarse obligatoriamente fuera de España o, en muchos casos, a sufrir un exilio interior que les condenaba a vivir y trabajar en cualquier medio que no fuera su profesión. Con la salida del Gobierno de Fraga en 1969, presionado por Carrero, le sustituyó Alfredo Sánchez Bella, del Opus Dei, dando de nuevo un retroceso en las películas, especialmente por cuestiones morales o sexuales. Entre tantas otras, la película de Angelino Fons: Separación matrimonial (1973) la censura argumentó:  que «la mujer española, si se separa de su marido tiene que acogerse a la religión o aceptar vivir perpetuamente en soledad». Este nuevo retroceso provocaría un éxodo de cinéfilos a cruzar los Pirineos, donde se podían ver películas sin restricciones como El último tango en París, que llegó a exhibirse con subtítulos en castellano para los clientes españoles o la película de Chaplin, de 1940 El gran dictador, que no pudo verse en España hasta 1977. Finalizaba el año 1973 cuando la censura cinematográfica llegó (1 de diciembre) con el segundo Gobierno Suárez. De aquella época fueron censuradas películas (nacionales y extranjeras) como Si te dicen que caí, Viridiana, Con faldas y a lo loco, Tarzán, Muerte de un ciclista, El crimen de cuenca, El verdugo, La Venganza (primera película española nominada al Oscar), Noche de verano, La caza, Nunca pasa nada o Al otro lado del espejo. Tampoco la dramaturgia se libró, obras de teatro como Las arrecogías del beaterio de Santa María Egipciaca, de Martín Recuerda, escrita en1970 y estrenada en 1977. Otro caso interesante es la obra Equus, en principio aprobada por Comité de Censura, que suponía un desnudo integral (el primero), pero días antes del estreno fue prohibida por el Ministerio. Tras varios días de negociaciones se llegó al acuerdo de que los actores aparecieran parcialmente desnudos (María José Goyanes y Juan Ribó, los protagonistas).

Tampoco la literatura se vio libre. Ejemplos tan notables como El Jarama, de Sánchez Ferlosio, Cambio de piel (1967), de Carlos Fuentes, Juan sin Tierra (1975), de Juan Goytisolo o La calle de Valverde (1961), de Max Aub, permitida tras purgada por las tijeras moralistas de la censura en 1969. Casos relevantes censuradas son La colmena y la Familia de Pascual Duarte, ambas de Cela, por lo que se da la paradoja del «censor, censurado». Por último, es emblemático, y clandestino, por la forma de circular en nuestro país, el caso de la novela de Arturo Barea La forja de un rebelde, publicada en inglés en 1946, hasta ver la luz en nuestro país 1977. También víctimas de estos rigores fueron los Episodios nacionales, de Benito Pérez Galdós o Flor de leyendas y Nuestra Natacha, del dramaturgo asturiano Alejandro Casona.

                             Rosa M Ballesteros García

                   Vicepresidenta del Ateneo Libre de Benalmádena

                            “benaltertulias.blogspot.com”



[1] Publicada en 1937 en colaboración con Faustino Jordana de Pozas.


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