LOS PROBIÓTICOS
Deben de considerarse alimentos,
es decir, residuos alimentarios en los que se conservan solo las bacterias
vivas que habitualmente penetran en nuestro organismo, a través de la piel y de
las mucosas, fundamentalmente las del sistema digestivo, para incorporarse a
nuestra microbiota y colaborar en las funciones que benefician a nuestro
organismo.
Hay que diferenciarlos de los
prebióticos que son las fibras que sirven de alimento a estas bacterias y que
se identifican con los carbohidratos no digeribles, razón por la que pasan
rápidamente del intestino delgado al grueso en donde alimentan a estas
bacterias mediante su fermentación.
Las funciones de nuestra
microbiota, muy importantes para nuestra economía, pueden clasificarse en dos
apartados. El primero defensivo, es decir, como defensa de nuestra integridad impidiendo
el paso de forma selectiva a todos aquellos elementos vivos o inertes que
pudieran dañar a nuestra biología e incluso combatiendo contra ellos mediante
el acrecentamiento del sistema inmunitario. El segundo es potenciador de
nuestro desarrollo, pues en su seno se fabrican la práctica totalidad de los
elementos hormonales, enzimáticos y fermentos biocatalizadores que, imbuidos
por nuestros genes, dirigen el incremento diverso y multidireccional de nuestro
organismo, y la posterior conservación vital de sus funciones.
Se calcula que el número de estas
bacterias necesarias multiplica fácilmente por cien al número total de células
calculadas tan solo en nuestro sistema conjuntivo o de unión, que viene a ocupar
la totalidad de nuestro organismo uniendo unos sistemas con otros de manera que
nuestra economía forme en su conjunto un todo compacto.
Nuestras células conjuntivas por
lo tanto están colonizadas por una multitud de bacterias con cuya colaboración,
como ya hemos adelantado, se fabrican los enzimas y fermentos que permiten y
contribuyen a nuestro desarrollo. Esta colaboración se denomina “simbiosis” y
es la forma en que dos organismos vivos se relacionan entre sí. A esta
simbiosis concreta y específica, nosotros la denominamos “microbiota”, en la
que nuestro organismo es el huésped y las bacterias, las acogidas, los
simbiontes. Esta simbiosis es de tipo mutualista, es decir, produce un
beneficio mutuo.
El beneficio que nosotros
obtenemos de la colaboración de estas bacterias aumenta conforme aumenta el
conocimiento que la investigación de nuestra microbiota nos proporciona.
En primer lugar mejora el buen
funcionamiento de nuestro sistema intestinal, es decir, de nuestra propia
mibrobiota, evitando descomposiciones y pérdidas inopinadas de nutrientes que
necesitamos, y evitando las enfermedades inflamatorias como la colitis ulcerosa
y la enfermedad de Crohn
Es aquí en la microbiota donde se
fabrican las hormonas y enzimas que facilitan un correcto funcionamiento
cerebral, y ello es cierto hasta el punto de que los neurólogos consideran como
enfermedades intestinales a la demencia senil, al alzheimer, al parkinson, la
esclerosis múltiple y los déficit de atención o hiperactividad.
De la misma forma la falta de
fermentos idóneos elaborados en nuestra microbiota, debilitan la adecuada solidez
de la calidad ósea dando lugar a la aparición de la osteoporosis y enfermedades
afines.
Igualmente el déficit de los
elementos precisos, dificultan la formación de los vasos sanguíneos
(angiogénesis) mostrando un papel estelar en la patología vascular. Y lo mismo
podemos decir de los trastornos pulmonares y de la distribución de la grasa, es
decir, en la obesidad. Y posiblemente más cosas que iremos descubriendo en un
próximo futuro, que avalan la importancia de la mantener equilibrada a nuestra
flora intestinal, cuyos desarreglos se denominan disbiosis.
Como bacterias que son, los
probióticos se encuentran en todas partes y los asumimos e incorporamos a
nuestro organismo de forma continua. La leche fermentada o yogurt es una buena
fuente de estos microorganismos, así como el kéfir, chucrut, los quesos
fermentados, el kinchi, etc.
La industria se ha aplicado a la
fabricación de estos productos que mejoran nuestra salud a dosis adecuadas.
Pero hay que tener en cuenta que muchas de estas bacterias no son cultivables,
y por tanto inasequibles. Las más utilizadas por conocidas son las
bifidobacterias y lactobacillus, así como las levaduras del género
sacharomyces. Para que un producto pueda
ser considerado probiótico debe de reunir una serie de características como que
se mantengan vivos, y que sean capaces de colonizar nuestro intestino
inhibiendo la actividad de las bacterias patógenas mediante la inducción de un
pH inferior a 4, la producción de ácido láctico, el aumento de actividad de la
lactasa y disminución de la permeabilidad intestinal.
El mercado de probióticos
asequibles es francamente extenso y enormemente variable por lo que es
aconsejable dejarse guiar por unas mínimas normas elementales para acceder a su
elección. Según las cepas de probióticos utilizadas y su dosis, la acción
clínica puede variar. Por ello es exigible que en los envases de venta se
especifique el tipo de cepas utilizadas y sus cantidades e indicaciones. En
general, como índice de acción se utilizan las UFC, es decir, “unidades
formadoras de colonias”, de las que en cada cápsula deben ir no menos de diez
mil millones de estas colonias para que pueda hablarse de utilidad.
Las modernas investigaciones
avalan su capacidad antimicrobiana, su poder de restauración de la flora
intestinal mejorando su balance y la mejoría de la respuesta autoinmune.
Podemos concluir que los probióticos son un complemento eficaz en nuestra
alimentación.
Jesús Lobillo Ríos
Presidente del Ateneo Libre de Benalmádena
“benaltertulia.blogspot.com”