domingo, 28 de septiembre de 2025

Los probióticos

                                                               LOS PROBIÓTICOS

Deben de considerarse alimentos, es decir, residuos alimentarios en los que se conservan solo las bacterias vivas que habitualmente penetran en nuestro organismo, a través de la piel y de las mucosas, fundamentalmente las del sistema digestivo, para incorporarse a nuestra microbiota y colaborar en las funciones que benefician a nuestro organismo.

Hay que diferenciarlos de los prebióticos que son las fibras que sirven de alimento a estas bacterias y que se identifican con los carbohidratos no digeribles, razón por la que pasan rápidamente del intestino delgado al grueso en donde alimentan a estas bacterias mediante su fermentación.

Las funciones de nuestra microbiota, muy importantes para nuestra economía, pueden clasificarse en dos apartados. El primero defensivo, es decir, como defensa de nuestra integridad impidiendo el paso de forma selectiva a todos aquellos elementos vivos o inertes que pudieran dañar a nuestra biología e incluso combatiendo contra ellos mediante el acrecentamiento del sistema inmunitario. El segundo es potenciador de nuestro desarrollo, pues en su seno se fabrican la práctica totalidad de los elementos hormonales, enzimáticos y fermentos biocatalizadores que, imbuidos por nuestros genes, dirigen el incremento diverso y multidireccional de nuestro organismo, y la posterior conservación vital de sus funciones.

Se calcula que el número de estas bacterias necesarias multiplica fácilmente por cien al número total de células calculadas tan solo en nuestro sistema conjuntivo o de unión, que viene a ocupar la totalidad de nuestro organismo uniendo unos sistemas con otros de manera que nuestra economía forme en su conjunto un todo compacto.

Nuestras células conjuntivas por lo tanto están colonizadas por una multitud de bacterias con cuya colaboración, como ya hemos adelantado, se fabrican los enzimas y fermentos que permiten y contribuyen a nuestro desarrollo. Esta colaboración se denomina “simbiosis” y es la forma en que dos organismos vivos se relacionan entre sí. A esta simbiosis concreta y específica, nosotros la denominamos “microbiota”, en la que nuestro organismo es el huésped y las bacterias, las acogidas, los simbiontes. Esta simbiosis es de tipo mutualista, es decir, produce un beneficio mutuo.

El beneficio que nosotros obtenemos de la colaboración de estas bacterias aumenta conforme aumenta el conocimiento que la investigación de nuestra microbiota nos proporciona.

En primer lugar mejora el buen funcionamiento de nuestro sistema intestinal, es decir, de nuestra propia mibrobiota, evitando descomposiciones y pérdidas inopinadas de nutrientes que necesitamos, y evitando las enfermedades inflamatorias como la colitis ulcerosa y la enfermedad de Crohn

Es aquí en la microbiota donde se fabrican las hormonas y enzimas que facilitan un correcto funcionamiento cerebral, y ello es cierto hasta el punto de que los neurólogos consideran como enfermedades intestinales a la demencia senil, al alzheimer, al parkinson, la esclerosis múltiple y los déficit de atención o hiperactividad.

De la misma forma la falta de fermentos idóneos elaborados en nuestra microbiota, debilitan la adecuada solidez de la calidad ósea dando lugar a la aparición de la osteoporosis y enfermedades afines.

Igualmente el déficit de los elementos precisos, dificultan la formación de los vasos sanguíneos (angiogénesis) mostrando un papel estelar en la patología vascular. Y lo mismo podemos decir de los trastornos pulmonares y de la distribución de la grasa, es decir, en la obesidad. Y posiblemente más cosas que iremos descubriendo en un próximo futuro, que avalan la importancia de la mantener equilibrada a nuestra flora intestinal, cuyos desarreglos se denominan disbiosis.   

Como bacterias que son, los probióticos se encuentran en todas partes y los asumimos e incorporamos a nuestro organismo de forma continua. La leche fermentada o yogurt es una buena fuente de estos microorganismos, así como el kéfir, chucrut, los quesos fermentados, el kinchi, etc.

La industria se ha aplicado a la fabricación de estos productos que mejoran nuestra salud a dosis adecuadas. Pero hay que tener en cuenta que muchas de estas bacterias no son cultivables, y por tanto inasequibles. Las más utilizadas por conocidas son las bifidobacterias y lactobacillus, así como las levaduras del género sacharomyces.  Para que un producto pueda ser considerado probiótico debe de reunir una serie de características como que se mantengan vivos, y que sean capaces de colonizar nuestro intestino inhibiendo la actividad de las bacterias patógenas mediante la inducción de un pH inferior a 4, la producción de ácido láctico, el aumento de actividad de la lactasa y disminución de la permeabilidad intestinal.

El mercado de probióticos asequibles es francamente extenso y enormemente variable por lo que es aconsejable dejarse guiar por unas mínimas normas elementales para acceder a su elección. Según las cepas de probióticos utilizadas y su dosis, la acción clínica puede variar. Por ello es exigible que en los envases de venta se especifique el tipo de cepas utilizadas y sus cantidades e indicaciones. En general, como índice de acción se utilizan las UFC, es decir, “unidades formadoras de colonias”, de las que en cada cápsula deben ir no menos de diez mil millones de estas colonias para que pueda hablarse de utilidad.

Las modernas investigaciones avalan su capacidad antimicrobiana, su poder de restauración de la flora intestinal mejorando su balance y la mejoría de la respuesta autoinmune. Podemos concluir que los probióticos son un complemento eficaz en nuestra alimentación.

 

                                                                       Jesús Lobillo Ríos

                                                 Presidente del Ateneo Libre de Benalmádena

                                                              “benaltertulia.blogspot.com”


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