RENOVARSE O MORIR
La microbiota es el último
hallazgo funcional de nuestra fisiología que ha sido elevada a la categoría de
auténtico órgano, al que cada vez se le involucra más en las responsabilidades
de nuestro desarrollo vital. Consiste en el trabajo aunado de las capacidades
conocidas del tejido conjuntivo, y las cada vez más desentrañadas de las
bacterias que conviven en nuestro organismo.
El tejido conjuntivo conforma el
armazón global de nuestra economía y vigila, a través de nuestra piel, su
integridad defendiéndola de todas las agresiones biológicas o tóxicas, e
incluso repara los desperfectos causados gracias a su capacidad reconstructora
(la cicatrización).
Las bacterias fabrican enzimas,
vitaminas y metabolitos, necesarios a nuestra economía que permiten la
digestión de los alimentos, mejoran el desarrollo de nuestros mecanismos
defensivos y facilitan la regeneración de nuestros elementos envejecidos y
obsoletos.
Este acuerdo de colaboración conjuntivo-bacteriana
que llamamos microbiota tiene su asiento en el área esplácnica o territorio
intestinal, en el que por cada cien mil millones de células conjuntivas
presentes existen cien billones de bacterias. Mediante esta colaboración o
perfecta simbiosis, los principios activos fabricados por estas bacterias son
transmitidos gracias a la ubicuidad del tejido conjuntivo a todos los puntos en
que se precisa su actuación. De esta forma, todo aquel elemento orgánico que se
altera por una agresión o simplemente por envejecimiento y decrepitud va a
solicitar la activación, es decir, la inflamación, del tejido conjuntivo
que acudirá en su auxilio a colaborar en
su reparación con todos los elementos necesarios.
La microbiota se asegura su
contacto con el exterior a través del tracto intestinal o tubo digestivo que se
constituye como la mayor superficie de comunicación externa de todo el
organismo: unos 300 ó 400 metros cuadrados, considerando su superficie total
con las vellosidades desplegadas. Existen otras
microbiotas como la vaginal, la oral, nasal, auditiva e incluso
prepucial, y todas ellas tienen un papel
beneficioso en este triple carácter metabólico-defensivo-regenerativo.
En el intestino se ha estudiado
la existencia de entre 500 y 1000 especies distintas de bacterias que se pueden
resumir en dos clases: las nativas que viven permanentemente en él, y las de
tránsito. Las nativas se adquieren al nacer y en el primer año de la vida, y
son un tercio del total. Al nacer, el niño, adquiere, de la microbiota vaginal
de la madre, sus primeras bacterias. Las de tránsito se adquieren diariamente
con la comida y la bebida.
Estas bacterias de tránsito una
vez conocidas y reconocidas quedan marcadas por unas huellas desarrolladas
específicamente para su reconocimiento. Hay estudios realizados que demuestran
estadísticamente que en las casas en las que existe un “exceso de higiene” como
resulta de la utilización de lavavajillas o un excesivo cambio de sábanas, las
rinitis alérgicas son mucho más frecuentes por la ausencia de estas huellas.
El conocimiento profundo de
nuestra microbiota se hace cada vez más necesario si queremos que la
fabricación de tejido inmunológico y sustancias tróficas reparadoras se lleven
a cabo en cantidad suficiente Tengamos presente que enfermedades como la
demencia senil o el Alhzeimer, e incluso las enfermedades vasculares son beneficiarios de esta actividad.
Para mejorar el estudio
pormenorizado de cada microbiota individual se precisan análisis y cultivos de
cada individuo a fin de establecer los déficit y excesos de cada paciente. De investigaciones
hechas combinando enfermedades intestinales con cultivos de microbiota, alimentación y cambios observados, se obtuvo
la conclusión aproximada de que una dieta
caracterizada por nueces, frutas,
vegetales y legumbres, moderación de alimentos derivados de animales
como pescado, carne magra, aves de corral, y la disminución de carnes rojas, a
lo que se pueden añadir los lácteos y una copa de vino tinto, se asocian
beneficiosamente con el ecosistema intestinal.
Mientras no dispongamos en la
práctica habitual de estas exploraciones clínicas todo aquello con lo que
alimentemos nuestra microbiota tiene un impacto importante en nuestra salud,
mientras mejor la alimentemos más saludables estaremos. La clave para
conseguirlo es nutrir equilibradamente las mil especies diferentes de bacterias
que viven con nosotros.
Para las bacterias que nos
acompañan permanentemente les daremos lo
que les gusta, es decir, los prebióticos, que son las fibras vegetales que
constituyen su alimento y que van desde los espárragos hasta los puerros.
Y para todas las demás debemos de añadirles bacterias vivas
directamente, o sea, probióticos que contienen organismos vivos que se añaden a
nuestra población de microorganismos saludables y que se encuentran en el
yogurt, el chucrut, actimel o el kéfir.
La renovación de nuestras
estructuras es necesaria e imprescindible en todos los momentos evolutivos de
nuestra vida pero muy especialmente en los años postreros y si pese a todo no
conseguimos que nuestra microbiota equilibre la excesiva demanda de reparación,
antes de llegar al fracaso vital, debemos tratar de acortar la actividad de los
grandes hitos demandantes de inflamación, de manera muy concreta la depresión, cuya influencia aumenta
progresivamente con la edad.
No sabemos si esta depresión
tiene su origen exclusivamente en la regresión y desgaste del tejido nervioso o
de qué parte de él, pero sí sabemos que su intensidad se relaciona con las
condiciones socioeconómicas de los individuos, y que su mejora revierte
directamente sobre la calidad de vida de todos
y sobre la supervivencia de los mayores.
Jesús Lobillo Ríos
Presidente del Ateneo Libre de
Benalmádena
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