LA MEZQUITA DE CÓRDOBA
Es muy posible que la Mezquita de Córdoba
ni siquiera fuera construida por los árabes que presuntamente nos invadieron en
el año 711. La historia nos dice que Abderraman I inició su edificación en el
año 785 y la terminó en el 786 incluyendo en este espacio de tiempo el derribo
de la basílica visigótica de San Vicente (hecho más que dudoso ya que no se ha
encontrado en su subsuelo restos de ninguna iglesia preexistente) (I. Olagüe:
“La Revolución Islámica en Occidente”, Plurabelle 2004). Es inconcebible que en
apenas un año pudiera levantarse un templo de la monumentalidad y perfección
del que nos ocupa y en el que sus principales características no fueron
importadas por los árabes, puesto que la doble arquería existía ya en el
acueducto romano de Mérida y los bellísimos arcos de herradura son típicos de
las construcciones visigodas (J. Pijoan: “Historia del Arte”, Salvat 1970).
Es más que probable, por lo tanto, que Abderraman
I, “el inmigrado”, no llegara a derribar ni a construir nada y que lo que
tenemos ante nuestros ojos es la mismísima basílica de San Vicente a la que
pertenecería el magnífico columnario y cuya construcción se suele datar entre
los siglos IV y VI, aunque su origen tampoco está claramente determinado y no
esté demostrado un posible inicio romano.
No obstante la existencia de un
asentamiento de utilización religiosa en este mismo lugar parece ser muy
anterior. En el denominado Manuscrito de Tamagrup editado del texto árabe por
Hussein Monés en la Revista del Instituto de Estudios Islámicos de Madrid
(1965-66) y citado en los “Anales de
Córdoba Musulmana” por Antonio Arjona Castro (1982), se encuentra un texto de
Al Razi, historiador cordobés cuestionable pero imprescindible, que atribuye la
construcción en este lugar de un primer templo a las indicaciones de Salomón
hijo del Rey David para las necesidades de los judíos. Hablamos por tanto de
mil años antes de Cristo.
No tenemos ninguna descripción de este
primer templo ni de su evolución posterior, pero, siguiendo a Al Razi, rezaron
en él generaciones de judíos que poco a poco se fueron cristianizando de tal
forma que tras la predicación de Jesús de Nazaret el templo pasó a ser de uso
cristiano unitario (monoteísta) heterodoxo porque en la España visigoda y
particularmente en Andalucía se
practicaba la herejía arriana de cuyo mejor conocimiento litúrgico podrían
extraerse algunas conclusiones relativas a la disposición y funcionalidad del
edificio actual, ya que éste de ninguna manera parece estar concebido para las
necesidades del culto islámico ni del cristiano que precisan de espacios
abiertos para seguir al oficiante.
El paso del arrianismo al islamismo debió
ser así mismo muy gradual ya que parece suficientemente atestiguado que antes
de ser mezquita ya se celebraba allí la oración de los viernes, es decir, que
musulmanes y cristianos arrianos compartieron el templo (C. Sánchez Albornoz:
“La España Musulmana”, Espasa Calpe 1974), lo que se puede explicar por la
existencia de una fuerte sintonía religiosa entre ambos, hecho constatable
porque los arrianos, como el resto de los católicos unitarios, presentaban
importantes similitudes con el islam, doctrina de origen romano-bizantina en la
que confluyeron negando la divinidad de Jesucristo y oponiéndose a la
concepción trinitaria cristiano-romana, lo que a su vez contribuiría a explicar
mejor la relativa facilidad de la islamización española (E. González Ferrín:
“Historia General de Al Andalus”, Almuzara 2007).
Las sucesivas ampliaciones llevadas a
cabo por los musulmanes cordobeses, Abderraman II (840-48), Al Haquen II
(962-65) y Almanzor (988), (siguiendo a Pérez Higueras en “El esplendor de los
Omeyas cordobeses”, Junta de Andalucía 2001) embellecieron y engrandecieron,
enriqueciéndolo hasta las máximas cotas artísticas de su tiempo el ya magnífico
recinto sin desvirtuar ni dañar el aspecto original, respetando su orientación
(falsamente supuesta como errónea) y su estructura, que han hecho a este
monumento universalmente admirado.
No ocurrió lo propio con las
modificaciones cristiano-trinitarias impuestas y llevadas a cabo a partir de la
toma de la ciudad por Fernando III en 1236. En este mismo siglo el obispo Mesa
inició la cadena de actuaciones aberrantes que culminarían en la gran
profanación llevada a cabo a propuesta del obispo Alonso Manrique en 1523 al
iniciar las obras de construcción de una enorme nave gótico-plateresca dentro
del columnario primitivo arrancando para esta ocasión cuanta columna fuera
necesaria hasta la terminación de la obra en el año 1600. Por increíble que
pueda parecer, semejante atrocidad no consiguió acabar con la Mezquita como
sucedió en tantos otros lugares de nuestro país.
No puede calificarse de error excusable
tamaña agresión al patrimonio cultural cordobés dada la tenaz oposición que el
Concejo y el Corregidor, y el pueblo todo, opuso a la ejecución de las obras
(“acordando que ninguna persona sea osada de tocar en la dicha obra, en
deshacer ni labrar cosa alguna de ella porque no se podrá volver a hacer con la
perfección que está hecha”) (“Historia de Córdoba”, Antonio Jaén Morente, 4º
edición,1971) hasta el punto de obligar a tomar la última decisión al mismísimo
emperador Carlos V, cuyo supuesto arrepentimiento posterior casa mal con las
similares y gratuitas actuaciones que aún podemos contemplar en el Alcázar
sevillano y en la Alhambra granadina.
Inerme a merced de sus depredadores el
monumental recinto histórico viene sufriendo
todo tipo de agresiones que intentan menoscabar su valor como emblema de
integración cultural antes que de exclusivismo creyente, testigo mudo de
nuestra tolerancia religiosa, símbolo universal del sincretismo cordobés y
patrimonio de la humanidad.
Jesús Lobillo Ríos
Presidente
del Ateneo Libre de Benalmádena
“benaltertulias.blogspot.com”
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