domingo, 28 de noviembre de 2021

Alejandro Magno

                              ELOGIO DE  ALEJANDRO MAGNO

 

Muchos de los grandes personajes que se han hecho notar por sus logros, juzgados a veces como imperecederos, encierran en su devenir acontecimientos muchos menos honrosos que solo son visibles en las observaciones pormenorizadas, o no, que tratan de poner de manifiesto los orígenes o las consecuencias de sus actos. Es el caso de Alejandro Magno, posiblemente uno de los personajes más fascinantes de la historia, un auténtico ídolo que suscita una admiración  acrecentada  por verdaderas hagiografías que han ido rebajando paulatinamente los aspectos humanos de las flaquezas habidas en su privilegiada capacidad para hacer historia.

Alejandro nace en Macedonia, en el año 356 antes de nuestra era, hijo de Filipo II rey de Macedonia, un reino que no tenía nada de bárbaro según el concepto en que lo tenían los griegos. Recibió una educación exquisita en lo militar y en lo político de la mano de su padre, y en lo intelectual del sabio griego Aristóteles. Desarrolló aficiones a la música y a la caza. Físicamente era de tez y ojos claros, llevaba la cara rasurada y una melena abundante y suelta con una raya en el centro, es decir un joven atractivo al que solo le faltaba una adecuada estatura puesto que Alejandro III de Macedonia, el deshacedor del nudo gordiano medía tres codos, es decir, no alcanzaba el metro y medio de altura.

Obtiene una rápida maduración a partir  de sus veinte años en la lucha terrible por el control del poder a la muerte violenta de su progenitor. Alejandro elimina sin dudarlo a varios de los descendientes de los siete matrimonios habidos por su padre, incluido su propio y recién nacido hermanastro y algunos personajes influyentes y militares para aliarse con el resto del ejército al que asegura y mejora sus condiciones económicas y se obliga a mantener las promesas de expansión previstas.

Su demostrada capacidad militar y estratega son heredadas, así mismo, de su progenitor y fue condición necesaria para ser aceptado como jefe por las tropas ya acampadas previamente en espera de la liberación de las ciudades griegas de Asia. Las batallas del río Gránico, Isos y  la toma de Tiro son tres hitos de esta primera fase de su campaña liberadora que empezó con 22 años, después de haber dejado sometidas a las ciudades griegas, algo que ya había llevado a cabo ayudando a su predecesor.

La superioridad militar y técnica de su ejército, basada en las unidades básicas de caballería y de infantería dotadas de las famosas “sarisas” (lanzas de hasta 5 metros de largas), extraordinarias en el ataque pero inútiles en el cuerpo a cuerpo, también habían sido organizadas previamente.

Los éxitos obtenidos (y quizás el mensaje que recibiera en el templo de Amón en el oasis egipcio de Siwa) liberan en él unos deseos irrefrenables de poder que lo impulsan a  una guerra de venganza contra los persas en los que alternan los triunfos militares como el de la batalla de Gaugamela con actos censurables como el saqueo del Palacio Real de Persépolis. Pero su afán de poder no conoce límites y una vez eliminado Darío decide conquistar todo el imperio persa lo que empieza a despertar recelos y oposición entre sus generales que se conforman con el cuantioso botín ya obtenido y no desean una campaña tan larga.  Las rebeliones internas son neutralizadas con dureza y se cobraron la cabeza de Filotas uno de sus más próximos colaboradores y comandante de su caballería y lo que es peor la de su padre el general Parmenion cuyo prestigio venía de sus servicios al rey Filipo.

Alejandro Magno se fue orientalizando conforme avanzaba en su campaña y  sus conquistas. Comenzó a vestir ropajes persas, a adoptar sus costumbres y a admitir en la organización del ejército y en el gobierno de las satrapías a los súbditos de este imperio conquistado, en desdoro de sus compañeros macedonios. La gota que colmó el vaso ocurrió en una cena en Samarcanda, uno de los últimos puntos de conquista, en la que se suscitó una fuerte discusión entre los merecimientos de unos y otros con tanta tenacidad que en un momento determinado con los ardores del vino Alejandro mató a Clito, “el negro”, de una lanzada,  uno de sus principales amigos que, incluso, le había salvado la vida en la batalla de Gránico.

Los complots contra su vida aumentan pero mantiene la campaña alcanzando una gran victoria en la batalla del rio Hidaspes, en la que murió como un presagio su caballo Bucéfalo, pero al llegar al rio Beas la tropa macedonia con el veterano Ceno de portavoz, se niega a seguir y le conminan a que continúe sin ellos. Alejandro pese a su enfurecimiento se da por vencido. Dejaba atrás dieciocho mil kilómetros recorridos en los últimos ocho años y unos setecientos cincuenta mil asiáticos eliminados según las cifras oficiales, y la fundación de 70 nuevas ciudades, cincuenta de ellas con su nombre.

Alejandro Magno ejercía una atracción y un liderazgo indiscutible sobre sus soldados, a los que exigió obediencia ciega y sometimiento absolutos, que imitaban su forma de cabalgar, sus maneras de expresión y sus gestos. Todo en sus formas de administración fue grande, grandes sus empresas, sus fiestas y su generosidad con una tropa a la que enriqueció y permitió toda clase de desenfrenos, haciéndose famosos sus excesos con la bebida.

La vuelta forzada por sus generales marca uno de los mayores fracasos militares como lo fue la travesía del desierto de Makran en la que perecieron las tres cuartas partes de la tropa y que todavía hoy dudan sus estudiosos  si fue un error o un castigo por su comportamiento. Pero al llegar a Susa Alejandro organizó una orgía monstruosa con juegos, música y un concurso de beber vino puro que acabó con la vida de treinta y cinco de sus participantes, fiesta que fue superada poco después con la organización de las bodas  estivales, el festival más excepcional de todos los que organizaría, en la que cerca de un centenar de sus oficiales desposarían a otras tantas iranias de alta alcurnia en un intento notable por darle cohesión y consistencia a su magna empresa.

El propio Alejandro tomó en esta boda dos nuevas esposas, las persas Estatira y Parisátide por conveniencia política para asegurar su reinado sobre los aqueménidas, al margen de la bactriana Roxana considerada su verdadera esposa pero que carecía de estirpe real. Pese a la existencia de amantes como Barsine, la reina amazona Talestris o la soberana india Cleofis, su amor fue homosexual y perteneció a Hefestion, un lugarteniente de su guardia que le acompañó durante toda su campaña hasta su muerte en el motín de Opis, otra rebelión de sus tropas, ocurrida después de las bodas, que Alejandro acalló con promesas y fiestas.

A partir de este momento Alejandro ya totalmente orientalizado, se divinizó, un dios indiscutible e inapelable que pasó rápidamente a la inmortalidad tras ser envenenado a sus 32 años de vida en el  323. Los cuatro millones de kilómetros cuadrados conquistados fueron imposibles de mantener unidos. Una vez eliminada su propia descendencia se declara la guerra de los diácodos (generales) que se reparten sus conquistas destacando como triunfadores, “los antigónidas” que fundaron esta dinastía y reinaron en Macedonia, los “lágidas” que fundaron la dinastía ptolemaica gobernando Egipto y los “seléucidas” que fundaron este imperio. Dos siglos más tarde todos ellos serán provincias romanas.

Alejandro III de Macedonia, Hegemón de Grecia, Faraón de Egipto, Gran Rey de Media y Persia, más conocido como Alejandro Magno ha pasado a la historia como un gran civilizador que extendió la cultura griega, además de la destrucción y la muerte,  por todo el mundo conocido en su época, pero sus acciones no pueden considerarse ejemplares ni lo hacen un digno representante de ningún tipo de edificación moral. De sus seguidores e imitadores solo puede decirse que son pobres copias de un original plagado de fantasías en cuyas supuestas virtudes no conviene recrearse.

 

                                                               Jesús Lobillo Ríos

                                      Presidente del Ateneo Libre de Benalmádena

                                                    “benaltertulias.blogspot.com”

 

Bibliografía: Robin Lane Fox:“Alejandro Magno Conquistador del  mundo”. Acantilado 2008.

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