LA “PAPISA” JUANA
Las acendradas costumbres y los
prejuicios arraigados en nuestra cultura popular hace que nos suene a oxímoron
el encabezamiento de este artículo porque no es posible de ninguna de las
maneras imaginables que una mujer pueda desempeñar las funciones de jefa
suprema de la Iglesia Católica, de la misma manera que sería difícil, aunque no
imposible, que lo fuera algún cardenal que no reuniera las más elementales
condiciones a que nos tienen acostumbrados a respetar.
Sin embargo, allá por el año
1255, en pleno siglo XIII, el dominico Jean de Mailly, compilador, hagiógrafo y
cronista católico, refiere el hecho de una mujer que había llegado a ejercer el
papado, en su “Crónica Universalis Mettensis”, e incluso previamente es posible
que otro dominico e inquisidor, Esteban de Borbón, lo mencionara entre los
muchos relatos de su obra “Tractatus de diversis materiis predicabilibus”
redactado hacia 1250. Sin embargo la narración que trascendió y que le dió
popularidad es la que publicó Martin de Opava (Martin el Polaco), otro
dominico, que en 1580 dio a conocer su “Crhonicon Pontificum et Imperatorum”.
Según refieren estas crónicas, la
que llegaría a “papisa”, fue una joven que se llamaba Juana, que había nacido
en 822 cerca de Maguncia, hija de un monje en cuyo hogar pleno de religiosidad
se formó estudiando a escondidas porque ello estaba prohibido a las mujeres,
siendo capaz de aprender griego para poder leer la biblia apenas traducida. Con
objeto de mejorar sus estudios ingresó como monje copista, ocultando su sexo,
con el nombre de Johannes Anglicus (Juan el inglés), bajo cuya condición viajó
por numerosos monasterios acrecentando su formación, hasta que recaló en Roma
donde su fama de erudito la llevó a convertirse en la secretaria particular del
papa León IV, a cuya muerte en 855 le sucedió a título de papa con el nombre de
Benedicto III o Juan VIII.
Dos años después en medio de una
procesión desde la Basílica de San Pedro a San Juan de Letrán, a la altura del
Coloseo, la “papisa” se puso de parto como consecuencia de sus secretas
relaciones carnales con el embajador Lamberto de Sajonia. Descubierto el engaño
de su sexo, el público enfurecido y poseído de una misoginia notable, la lapidó
en la calle, o bien, en otras versiones, se concede que murió a consecuencia
del parto.
Tras este escándalo manifiesto,
el Vaticano se obligó a tomar precauciones para que semejante hecho no volviera
a ocurrir a fin de evitar por todos los medios que una mujer pudiese controlar
la marcha de la Iglesia, aún sin especificar por qué motivo, dado que la
competencia demostrada por Juana superaba sus peculiaridades sexuales, y para
ello, y con el riesgo de anteponer las cualidades sexuales a las intelectuales,
puso en marcha una grosera y humillante verificación ritual de la virilidad de
los papas electos, consistente en sentar al futuro papa en una silla con el
asiento perforado (sedia gestatoria o stercoraria) por debajo de la cual el eclesiástico
más joven metía una mano para examinar manualmente los genitales del aspirante,
y asegurarse así de que era varón, y una vez comprobado que eran correctos,
exclamaba “duos habet et bene pendentes” (“tiene dos y cuelgan bien”).
Parece que este increíble control
detestable se mantuvo por varios cientos de años hasta cesar en el siglo XVI en
el que al parecer dejó de considerarse necesario, pese a que no se ha abjurado
de su más que cuestionable fundamento. Algunas guías turísticas afirman que la
silla, en mármol rojo, existe en los museos vaticanos aun cuando no recuerdo a nadie que afirme
haberla visto. De cualquier forma sería curioso que tras negar y borrar
concienzudamente todo rastro de la evidencia de la “papisa”, la silla
permanezca aún en nuestros días.
Jesús Lobillo Ríos
Presidente del Ateneo libre de Benalmádena
“benaltertulias.blogspot.com”
“ateneolibredebenalmadena.com”
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