MEDICINA “LIGHT”
La cultura “light” o “sin” ha
entrado definitivamente en nuestra vida. Todos aquellos productos de gran
consumo, con algún aditivo en su composición que apartaba a un porcentaje
importante de consumidores, han sido corregidos retirándoles lo que les
sobraba, lo superfluo, aún a costa en muchos casos de perder sus cualidades
esenciales. Así ahora tenemos cerveza “sin” (sin alcohol), leche “sin” (sin
lactosa), o cola “light”, etc., lo que permite mantener el producto al alcance
de más consumidores ahorrando costes. La
Medicina, producto de gran consumo, no podía faltar a esta evolución cultural y
nuestros gobernantes en su afán de velar las arcas a su cuidado, han acertado
sagazmente con lo único superfluo posible a prescindir en ella: los médicos.
La medicina “light”, o sin
médico, tiene su importancia. Cuantificando la ingente masa que representan los
trabajadores sanitarios, un personal
formado específicamente hasta sus
más bajos escalones, el de más alta cualificación, sin lugar a dudas, es
el médico y por consiguiente el más caro, su retirada de la línea primera de la
atención médica (y perdonen la redundancia) supone un ahorro tangible. Y no es
un asunto baladí porque posiblemente es al médico al que se le exige un mayor esfuerzo
curricular en nuestro panorama educativo.
La formación de un médico para
llegar a ocupar “su” puesto de trabajo es larga y muy costosa. Sin valorar los
estudios primarios o de bachillerato, que ya los lleva, la carrera
universitaria necesaria son seis largos años, a los que hay que añadir un
promedio de cuatro años de especialización y práctica, sin querer cargar las
tintas en el doctorado, que si el chico egresado es de tendencia academicista,
le llevará, como mínimo, dos años más.
Por delante de todo esto le
espera una barrera de oposiciones o concursos de méritos y acúmulo de
experiencias, tras horas de estudio y comprobaciones de todo lo asumido, hasta
conseguir “estar situado”, situación que estamos comprobando, según la cultura
“sin”, es absolutamente prescindible, ya que su labor puede ser fácilmente
sustituida por los diplomados de enfermería, auxiliares, celadores, etc., etc. que
se verán obligados a realizar un sobreesfuerzo para el que no están preparados,
ya que su andadura académica es mucho menor. Un porcentaje importante de nuestras
Facultades de Medicina pueden quedar obsoletas o permanecer reconducidas a la
fabricación de médicos para exportar, porque investigar tampoco será necesario,
“que inventen ellos” como ironizó Unamuno..
Las consecuencias de la falta de
médicos en cualquier sector sanitario han sido ampliamente estudiadas y
divulgadas por la prensa. Parece claro que desplaza a la población menos
pudiente de las posibilidades de una atención correcta y eleva el riesgo de
accidentes facilitando la posibilidad de negligencias y aumentando la
mortalidad estimada como evitable. Si con ello puede sospecharse o
condicionarse una relación con la presencia de intereses económicos privados se
podría hablar de una inducción a un genocidio por imprudencia o incompetencia.
Resulta fácil comparar con
cualquiera otra actividad social, como pensar que no hacen falta arquitectos si
basta con aparejadores y albañiles, o sobran los ingenieros si hay mecánicos, o
sobran los ingenieros informático si nos basta con los programadores, también
podrían sobrar los jueces, si tenemos abogados. El problema es que aquí lo que
está en juego, no es la solidez de un edificio, o el engranaje de una máquina
ni el fallo de una aplicación o el error en un litigio, es la vida de las
personas su salud y su bienestar, lo que matiza el problema de una mayor
seriedad.
La asistencia sanitaria nos
cuesta una importante suma económica que sale de nuestros bolsillos y su
eficacia se demuestra en los momentos clave como ha sido la pasada pandemia. Los
defensores del negocio privado que aspiran a participar de ese mismo dinero
público, alegan que el sector no es sostenible económicamente porque su consumo
aumenta de forma continua la demanda, pero es significativamente lo mismo que
ocurre, por ejemplo, con el transporte y no dejamos de mejorar y aumentar
nuestras carreteras y autopistas y por supuesto nuestros vehículos.
De cualquier forma que lo
enjuiciemos, la cultura “sin” o “ligth”, presenta un futuro poco halagüeño para
el funcionamiento de nuestra sanidad pública, porque sería altamente sorprendente que, tras esta
profunda reordenación, se mejoraran sus resultados, porque en ese caso,
estaríamos ante el albor de un nuevo hito manifiesto como tantos que ha dado
nuestro genio creativo en su devenir histórico: el mantenimiento de una sanidad
de alta calidad prescindiendo de su elemento más fundamental como lo es el
médico, algo así como obtener la
cuadratura del círculo.
Jesús Lobillo Ríos
Presidente del Ateneo Libre de Benalmádena
“benaltertulias.blogspot.com”
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