domingo, 19 de octubre de 2025

El infinito en un junco

El arte de la vida con libros:

Irene Vallejo, la consolación y el cuidado

 

 

«La vida va más allá del libro, pero supone un paso a través del libro»

Emmanuel Levinas, Difícil libertad.

 

 

 

¿Por qué un ensayo de casi quinientas páginas como el de Irene Vallejo, dedicado a la

historia de los libros, ha tenido y tiene tanta repercusión mundial y un éxito tan notable

después de cinco años de su publicación?

 

En la primera edición de El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo (Ediciones Siruela, 2019), Irene Vallejo ha escrito y mostrado con belleza y elegancia la historia del libro en el mundo griego y latino, así como el protagonismo de personas e instituciones que hicieron posible su pervivencia a lo largo del tiempo. En la actualidad, durante el mes de septiembre de 2025, se han vendido más de un millón medio de ejemplares y está traducido a cuarenta y cinco idiomas. Su autora recorre el mundo en un baño de masas. Colas interminables de lectores se forman en los umbrales de bibliotecas, librerías, teatros, centros culturales, salas de exposiciones, museos…para escuchar el cálido, dulce y melódico fluir de su decir y, además, conseguir su dedicatoria y su firma en la página de respeto.

 

Recuperando una historia desde la época grecolatina, uniendo pasado y presente,

interconectando sabiduría y conocimientos ancestrales con saberes actuales, a la vez que

evidenciando la necesidad de que nos narren y de narrarnos, Irene Vallejo encanta al lector. Pudiera parecer que ante la presencia de una «atrofia de la capacidad narrativa» que caracteriza al sujeto del siglo XXI, en la consideración y expresión de la psicoanalista Lola López Mondéjar (2023), Irene Vallejo se erigiese en faro orientador que señala un puerto posible al que arribar, donde hallar consuelo a través de la experiencia lectora, donde encontrar cobijo ante una realidad abrumadora e intempestiva. El coreano Byung-Chul Han, en su breve ensayo La crisis de la narración (2023), valora el poder curativo de la narración y, también, de los contactos: «Los contactos tienen una fuerza narrativa…Los contactos son como narraciones táctiles, que liberan de las tensiones y de los bloqueos que podrían causar el dolor y enfermedad […] La creciente pobreza de contacto nos enferma. Si nos falta por completo el contacto, nos quedamos irremisiblemente atrapados en nuestro ego».

 

El infinito en un junco, a mi juicio, ha actuado como un elemento de apoyo y acompañamiento ante las soledades y la intemperie de un mundo acelerado, tecnologizado y en proceso de deshumanización, ha proporcionado caricia a través de la

palabra, de la escritura, negro sobre blanco. Un consuelo necesario, posiblemente autorreprimido, ocultado por una sociedad que ni nos acepta, ni nos integra, ni nos quiere sintiéndonos dolientes y vulnerables. El ensayo de Irene Vallejo interpela e invita, como seres narrativos, vulnerables, contingentes e históricos que somos, a recuperar y a persistir en la mirada poética del mundo, a leer y leernos, narrar y narrarnos, a considerar la narración, los libros, la lectura, como medios y recursos de curación y consuelo.

 

Posiblemente tras la pandemia y en la vorágine del mundo actual, el consuelo era una necesidad y muchas personas lo encontraron en un ensayo cuyos párrafos, de una prosa cálida y acariciadora, atraparon y encantaron a los corazones de solitarios y asendereados lectores confinados inicialmente a causa de las restricciones derivadas del impacto del Covid 2019. Tocados y libres de la cárcel pandémica posteriormente, el boca  a oreja y los múltiples medios digitales diseminaron esta singular historia del libro en la antigüedad por los confines del mundo. Somos frágiles. La condición humana es vulnerable. La existencia está impregnada de dolor, de conflicto, de indiferencia, de crisis, de soledad, de herida…Somos seres relacionales e interdependientes que reclamamos hospitalidad, consuelo, compasión, perdón, atención. Ante estas circunstancias y las contingencias del habitar el mundo, narrar y narrarnos nos hace bien.

 

Probablemente Irene Vallejo encontró consuelo en el proceso de escritura de su ensayo y, por ende, una vez publicado el libro, consigue donar y expandir cuidado a miles de personas que hallaron alivio y paz en la manera de narrar la historia de la invención de los libros en el mundo antiguo: El infinito en un junco, un libro, un objeto, una cosa, un artilugio, un prodigioso invento, que en manos de los lectores actuales rememoraba y hablaba de sus antecesores, de otros libros, de otros lectores, sujetos dolientes de hace miles de años con los mismos deseos de consuelo y de conocimiento.

 

De hecho, como ha manifestado Irene Vallejo en varias entrevistas, en el contexto en el que escribe su libro, la escritura diaria fue posible en tiempos liberados de los cuidados de otros, devenía de un anhelo de consuelo ante la adversidad familiar y de un hondo deseo de narrar, de contar, de salir de sí, de dar más fuera del exiguo y asfixiante ir y venir y existir y hacer entre las paredes de los espacios públicos y privados. En la tradición literaria y filosófica encontramos obras con una clara finalidad de dar consuelo. Es el caso de Boecio (480-540 d.C.) que en Consuelo de la filosofía invoca a ésta para alivio de sí mismo mientras aguardaba su ejecución en la cárcel de Pavía. En el caso de Consolación a Polibio (43 d. C.), escrita por el cordobés Lucio Anneo Séneca, para confortar y calmar al liberto Polibio por la muerte de su hermano.

 

En los textos de Irene Vallejo, además de la idea de lectura que nos cuida, vislumbramos ideas fuerza como el persistir actualmente en el aprecio y cultivo de las humanidades; como la consideración fundamental que ha de tener la memoria cultural e histórica en los análisis de la realidad y en la reflexividad, sin olvido del legado civilizatorio; como el valor de los clásicos, fuentes de revelaciones, visiones y conocimientos perfectamente útiles para la vida buena; como la importancia cotidiana de la transmisión del acervo de nuestros ancestros y de las labores de mediación llevadas a cabo por bibliotecas, editoriales, instituciones culturales y educativas; como la resistencia que supone el cobijo que nos proporciona el saber, alojado en los libros venerables y en la lectura. El profesor Josep María Esquirol, en La escuela del alma. De la forma de educar a la manera de vivir (2024), escribe: «La lectura es una de las prácticas de la resistencia. El lector necesita casa, y el soñador también. Casa, rincón. Pero la sociedad `pantallizada` y consumista mina el lugar, la situación, la ventana, el rincón y la casa. En el rincón, los buenos libros esperan pacientemente a los buenos lectores. La gente tiene necesidad de poesía y de mística para no enloquecer. Si no creemos en nada, nada quedará. Tampoco los libros».

 

Promovamos un arte de la vida con libros y generemos una actitud lectora virtuosa. Decía Aristóteles en torno a la virtud que se precisaba un aprendizaje para llegar a ella, del ejercicio de hábitos buenos, de frecuentación y tiempo para la experiencia, la formación y la práctica. La lectura convertida en buena costumbre -Nulla die sine linea- configura y enriquece el carácter e invita al lector a hacerse a sí mismo. La alternativa hoy para disponer de alimento y consolación diaria ante los múltiples ladrones de atención consistiría en robar tiempo a los afanes cotidianos y conquistar las condiciones para leer. Y esa atención ha de estar acompañada y asistida por la memoria, pues como nos indica Mayka Lahoz (La trama de la memoria, 2022), «nuestra memoria y nuestras vivencias, especialmente las traumáticas, reclaman auxilio narrativo».

 

En relación con las prácticas lectoras en la actualidad, este fenómeno de inusitado interés por el asunto abordado en el ensayo de Irene Vallejo, pone de manifiesto la relevancia que las acciones de mediación tienen en los ámbitos de las redes bibliotecarias municipales. Ante la ausencia de una prescripción literaria de referencia, y con marchamo de autoridad, de crítica fiable por la miríada de prescriptores en redes, de sobreproducción editorial, de prevalencia de criterios obedientes a tendencias de mercado a la hora de editar, etc., no cabe duda de que hay que poner en valor y laborar por una excelencia en la mediación lectora de proximidad que coadyuve, a través de múltiples estrategias de encuentro entre lectores, al acompañamiento en el desarrollo de las subjetividades y el fomento de un sujeto lector con criterio y centrado en su ser reflexivo.

 

La Federación de Gremios de Editores de España encargó un texto de alabanza al libro y a lectura a Irene Vallejo. En el año 2020 la editorial Siruela publicó en una hermosa edición dicho texto bajo el título Manifiesto por la lectura. Caligrafías del cuidado, en el que la autora apelaba a cuidar de la lectura porque ella nos cuida, porque somos una especie frágil necesitada de relatos, porque «somos la única especie que explica el mundo con historias, que las desea, las añora y las usa para sanar». Pues eso.

 

                                                  José García Guerrero

                                                              Maestro

                                 EL ATENEO LIBRE DE BENALMÁDENA

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domingo, 12 de octubre de 2025

Alfonso Gaspar Soler

                                 ALFONSO GASPAR SOLER VERSUS FRANCISCO FRANCO

            UN ALARDE DE VALORES HUMANOS FRENTE A LA INGRATITUD MÁS ABSOLUTA

En el mes de junio de 1916 las tropas españolas estaban inmersas en la batalla del Rif, en un complicado dispositivo que el General Gómez Jordana había diseñado para asegurar las comunicaciones entre Tetuán y Tánger y que consistían en avanzar por cuatro puntos simultáneamente, uno de ellos el pueblo de El Biutz que produjo gran cantidad de muertos y heridos, entre estos últimos se encontraba Francisco Franco, entonces un joven capitán de infantería de 23 años.

Tenía once perforaciones de estómago y el pronóstico era de muerte en pocas horas por lo que se había desestimado su atención en beneficio de otros menos graves y con mayores posibilidades de recuperación. Pero su amigo el Dr. Gaspar Soler, médico militar y compañero de armas, se empeña en salvarlo y se lo lleva en un coche al hospital de la plaza en cuyo quirófano, solo y sin ayudantes, limpiando, abriendo, cosiendo, consiguió durante tres horas salvarlo de la muerte. Tres meses después el milagro se ha consumado. El capitán Franco está recuperado.

Este éxito se lleva a multitud de coloquios científicos y a varias conferencias que enaltecen al médico que recibe miles de felicitaciones y en primer lugar del propio Francisco Franco que no dudó en afirmar que “para mí no hay más padre ni hermano que Alfonso, le debo la vida, si no fuera por él estaría enterrado”.

Estos hechos corresponden al relato publicado en un periódico argentino en 1954 por el periodista de Izquierda Republicana, exiliado en México, Clemente Cruzado García, rescatado por un lector anónimo que lo envió a Radio España Independiente en Abril de 1963 en donde pudo escucharse radiado en Julio  de ése mismo año.

El Dr. Gaspar Soler había nacido en Valencia en 1880 y tras estudiar medicina ingresa en el ejército como médico militar. Después de la guerra africana vuelve a Huesca en 1918 como comandante médico jubilado, en donde  establece su residencia convirtiéndose en una persona notable que se distingue por sus valores republicanos. Contrajo matrimonio con Rosalía Auria Lasierra con la que tuvo tres hijos.

En 1936 al estallar la guerra civil fue detenido y acusado de delito de masonería, tenía 50 años y fue condenado a muerte. Instigado por su esposa para que hablara con Franco se negó decididamente, porque decía que lo conocía muy bien, no obstante su situación debió de ser conocida, su hermano Vicente Gaspar había sido secretario personal de Azaña que se horrorizó, tiempo después, al conocer los hechos, incluso se afirma que una señora de alcurnia notable, consiguió llegar al dictador para pedirle clemencia a lo que éste le contestó que no podía hacer nada por él porque en la guerra no se entiende de sentimentalismos.

El Dr. Gaspar Soler, expoliado de todos sus bienes, fue ejecutado en las tapias del cementerio de Huesca el día 25 de Agosto de 1936, y más concretamente fue apaleado hasta la muerte en uno de los episodios de ingratitud más notables y desconocidos de la dictadura.

                                                                   Jesús Lobillo Ríos

                                             Presidente del Ateneo Libre de Benalmádena

                                                       “benaltertulias.blogspot.com”

Bibliografía.

Pardo Lancina y Mateo Otal.-“Todos los nombres. Víctimas y victimarios”. Huesca 2016

Balsebre A. y Fontova R.-“Las cartas de la Pirenaica”. Cátedra 2014

Barluenga M.-El diario.es.-Agosto 2025


domingo, 5 de octubre de 2025

Censura

Censura Made in Spain

 

En septiembre de 1939 escribía el Obispo de Pamplona Monseñor Olaechea: «Son los cines tan grandes destructores de la virilidad moral de los pueblos, que no dudamos que sería un gran bien para la Humanidad el que se incendiaran todos… En tanto llegue ese fuego bienhechor, feliz el pueblo a cuya entrada rece con verdad un cartel que diga: ¡Aquí no hay cine!». Son estas unas frases que vienen a dibujar con gran nitidez el régimen de censura que iba a determinar la sociedad y la vida de los españoles por varias décadas, si bien, durante todos estos años, este estado de cosas pasará por etapas, más o menos restringidas, según las circunstancias. En el caso citado es el cine la diana de los censores, en este caso la Iglesia católica, pero su sombra se alargaría también a la literatura, a la música y a cualquier manifestación sospechosa de atentar contra el Régimen. Si al comienzo de la dictadura la censura tuvo un carácter fundamentalmente político, a partir de 1945 la Iglesia tomaría el mando de la censura estatal, que la juzgaba «insuficiente», reafirmándola a partir del Concordato suscrito con la Santa Sede en 1953.

Hacía sólo unos meses que había comenzado la guerra, Franco había sido nombrado jefe de Estado en Burgos, y ya se había puesto en marcha la máquina represiva. El 23 de diciembre ya había firmado la primera disposición censora; el mes siguiente (14 de enero de 1937) la Delegación del Estado para Prensa y Propaganda publicaba el decreto y al año siguiente, la Ley de prensa de 22 de abril de 1938, Ley que daba origen a la estructura que iba a controlar la producción escrita, sonora y visual en el país. Al frente, y como responsables de la sección de propaganda, el murciano Juan Pujol Martínez y el navarro Joaquín Arrarás Iribarren, ambos escritores y periodistas ultraderechistas. El primero, director de Informaciones y Madrid, que pasó del anarquismo a la democracia cristiana para desembocar en el fascismo; el segundo, periodista y corresponsal de varias publicaciones como El Debate, Acción Española, Ya o ABC y autor de la obra Historia de la Cruzada Española o El sitio del Alcázar de Toledo[1].

Por otro lado, la censura no se limitaría a las manifestaciones populares, de masas, como el cine, la radio o la literatura. También los documentos privados: cartas, telegramas o, incluso, las conversaciones telefónicas, pasarían por este «Fielato». Las cartas, por ejemplo, deberían ir en sobres abiertos que los censores, tras hacer constar el «visado por la censura», se encargarían de cerrar antes de enviarlas a su destino. Las conversaciones telefónicas, si bien había pocos teléfonos, se podían interrumpir y, además tenían un tiempo determinado (no más de tres minutos). Por su parte, los libros considerados enemigos de España fueron «condenados al fuego», justificando la acción catedráticos, entre otros, como el granadino Antonio de Luna García, con el objetivo de «edificar a España una, grande y libre, condenados al fuego los libros separatistas, los liberales, los marxistas, los de la leyenda negra, los anticatólicos, los del romanticismo enfermizo, los pesimistas, los pornográficos, los de un modernismo extravagante, los cursis, los cobardes, los seudocientíficos, los textos malos y los periódicos chabacanos». También la Iglesia, especialmente negativa. En palabras del obispo Marcelino Olaechea, la quema de todas las salas de cine era «un gran bien para la humanidad». A estas opiniones se unía la del sacerdote y educador manchego, muy influyente, Ángel Ayala Alarcó, quien escribió que: «el cine es la calamidad más grande que ha caído sobre el mundo desde Adán para acá. Más calamidad que el diluvio universal, que la guerra europea, que la guerra mundial y que la bomba atómica. El cine acabará con la humanidad». No hace falta decir que muchos de los profesionales de este medio, como también de la radio, fueron objeto de depuración. Una de las víctimas más conocidas, por su popularidad, fue Luis Medina, locutor de Unión Radio de Madrid durante la República. Condenado a muerte, le conmutaron la condena por treinta años de cárcel.

            Como ya se ha apuntado, el estado de censura pasó por momentos de cierta apertura A partir de 1951, con la llegada de Gabriel Arias Salgado al Ministerio de Información y Turismo, se inicia una etapa muy restrictiva para el cine español, durante la cual José María García Escudero, director general de Cinematografía, con apenas seis meses en el cargo, fue cesado por criticar el poder censor de la Iglesia. Le sucedería en el cargo Joaquín Argamasilla, que introdujo un sistema por el que castigaba económicamente, suprimiendo subvenciones a las películas peor catalogados por la censura, así que los productores respondieron con la estrategia de realizar dobles versiones —una para España y otra para el extranjero—, como es el caso de la película Los jueves, milagro, de Luis García Berlanga, una comedia protagonizada por el gran Pepe Isbert. Y la censura siguió indiferente su curso, a pesar de la tímida apertura de la Ley Fraga de prensa de 1966, tan ambigua que permitió que continuase la labor censora del régimen, aunque editoriales, autores y traductores elaborarían, a su vez, sus propias estrategias para intentar eludir el control gubernativo, contraatacadas desde el Gobierno. El censor jefe y director general de Cultura Popular (entre 1973 y 1974), Ricardo de la Cierva, elaboró una lista negra de editoriales consideradas «marxistas» o «izquierdistas» (entre ellas, Barral o a Fundamentos).

Sería interminable citar la lista de profesionales de los medios que fueron represaliados, que tuvieron que exiliarse obligatoriamente fuera de España o, en muchos casos, a sufrir un exilio interior que les condenaba a vivir y trabajar en cualquier medio que no fuera su profesión. Con la salida del Gobierno de Fraga en 1969, presionado por Carrero, le sustituyó Alfredo Sánchez Bella, del Opus Dei, dando de nuevo un retroceso en las películas, especialmente por cuestiones morales o sexuales. Entre tantas otras, la película de Angelino Fons: Separación matrimonial (1973) la censura argumentó:  que «la mujer española, si se separa de su marido tiene que acogerse a la religión o aceptar vivir perpetuamente en soledad». Este nuevo retroceso provocaría un éxodo de cinéfilos a cruzar los Pirineos, donde se podían ver películas sin restricciones como El último tango en París, que llegó a exhibirse con subtítulos en castellano para los clientes españoles o la película de Chaplin, de 1940 El gran dictador, que no pudo verse en España hasta 1977. Finalizaba el año 1973 cuando la censura cinematográfica llegó (1 de diciembre) con el segundo Gobierno Suárez. De aquella época fueron censuradas películas (nacionales y extranjeras) como Si te dicen que caí, Viridiana, Con faldas y a lo loco, Tarzán, Muerte de un ciclista, El crimen de cuenca, El verdugo, La Venganza (primera película española nominada al Oscar), Noche de verano, La caza, Nunca pasa nada o Al otro lado del espejo. Tampoco la dramaturgia se libró, obras de teatro como Las arrecogías del beaterio de Santa María Egipciaca, de Martín Recuerda, escrita en1970 y estrenada en 1977. Otro caso interesante es la obra Equus, en principio aprobada por Comité de Censura, que suponía un desnudo integral (el primero), pero días antes del estreno fue prohibida por el Ministerio. Tras varios días de negociaciones se llegó al acuerdo de que los actores aparecieran parcialmente desnudos (María José Goyanes y Juan Ribó, los protagonistas).

Tampoco la literatura se vio libre. Ejemplos tan notables como El Jarama, de Sánchez Ferlosio, Cambio de piel (1967), de Carlos Fuentes, Juan sin Tierra (1975), de Juan Goytisolo o La calle de Valverde (1961), de Max Aub, permitida tras purgada por las tijeras moralistas de la censura en 1969. Casos relevantes censuradas son La colmena y la Familia de Pascual Duarte, ambas de Cela, por lo que se da la paradoja del «censor, censurado». Por último, es emblemático, y clandestino, por la forma de circular en nuestro país, el caso de la novela de Arturo Barea La forja de un rebelde, publicada en inglés en 1946, hasta ver la luz en nuestro país 1977. También víctimas de estos rigores fueron los Episodios nacionales, de Benito Pérez Galdós o Flor de leyendas y Nuestra Natacha, del dramaturgo asturiano Alejandro Casona.

                             Rosa M Ballesteros García

                   Vicepresidenta del Ateneo Libre de Benalmádena

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[1] Publicada en 1937 en colaboración con Faustino Jordana de Pozas.


domingo, 28 de septiembre de 2025

Los probióticos

                                                               LOS PROBIÓTICOS

Deben de considerarse alimentos, es decir, residuos alimentarios en los que se conservan solo las bacterias vivas que habitualmente penetran en nuestro organismo, a través de la piel y de las mucosas, fundamentalmente las del sistema digestivo, para incorporarse a nuestra microbiota y colaborar en las funciones que benefician a nuestro organismo.

Hay que diferenciarlos de los prebióticos que son las fibras que sirven de alimento a estas bacterias y que se identifican con los carbohidratos no digeribles, razón por la que pasan rápidamente del intestino delgado al grueso en donde alimentan a estas bacterias mediante su fermentación.

Las funciones de nuestra microbiota, muy importantes para nuestra economía, pueden clasificarse en dos apartados. El primero defensivo, es decir, como defensa de nuestra integridad impidiendo el paso de forma selectiva a todos aquellos elementos vivos o inertes que pudieran dañar a nuestra biología e incluso combatiendo contra ellos mediante el acrecentamiento del sistema inmunitario. El segundo es potenciador de nuestro desarrollo, pues en su seno se fabrican la práctica totalidad de los elementos hormonales, enzimáticos y fermentos biocatalizadores que, imbuidos por nuestros genes, dirigen el incremento diverso y multidireccional de nuestro organismo, y la posterior conservación vital de sus funciones.

Se calcula que el número de estas bacterias necesarias multiplica fácilmente por cien al número total de células calculadas tan solo en nuestro sistema conjuntivo o de unión, que viene a ocupar la totalidad de nuestro organismo uniendo unos sistemas con otros de manera que nuestra economía forme en su conjunto un todo compacto.

Nuestras células conjuntivas por lo tanto están colonizadas por una multitud de bacterias con cuya colaboración, como ya hemos adelantado, se fabrican los enzimas y fermentos que permiten y contribuyen a nuestro desarrollo. Esta colaboración se denomina “simbiosis” y es la forma en que dos organismos vivos se relacionan entre sí. A esta simbiosis concreta y específica, nosotros la denominamos “microbiota”, en la que nuestro organismo es el huésped y las bacterias, las acogidas, los simbiontes. Esta simbiosis es de tipo mutualista, es decir, produce un beneficio mutuo.

El beneficio que nosotros obtenemos de la colaboración de estas bacterias aumenta conforme aumenta el conocimiento que la investigación de nuestra microbiota nos proporciona.

En primer lugar mejora el buen funcionamiento de nuestro sistema intestinal, es decir, de nuestra propia mibrobiota, evitando descomposiciones y pérdidas inopinadas de nutrientes que necesitamos, y evitando las enfermedades inflamatorias como la colitis ulcerosa y la enfermedad de Crohn

Es aquí en la microbiota donde se fabrican las hormonas y enzimas que facilitan un correcto funcionamiento cerebral, y ello es cierto hasta el punto de que los neurólogos consideran como enfermedades intestinales a la demencia senil, al alzheimer, al parkinson, la esclerosis múltiple y los déficit de atención o hiperactividad.

De la misma forma la falta de fermentos idóneos elaborados en nuestra microbiota, debilitan la adecuada solidez de la calidad ósea dando lugar a la aparición de la osteoporosis y enfermedades afines.

Igualmente el déficit de los elementos precisos, dificultan la formación de los vasos sanguíneos (angiogénesis) mostrando un papel estelar en la patología vascular. Y lo mismo podemos decir de los trastornos pulmonares y de la distribución de la grasa, es decir, en la obesidad. Y posiblemente más cosas que iremos descubriendo en un próximo futuro, que avalan la importancia de la mantener equilibrada a nuestra flora intestinal, cuyos desarreglos se denominan disbiosis.   

Como bacterias que son, los probióticos se encuentran en todas partes y los asumimos e incorporamos a nuestro organismo de forma continua. La leche fermentada o yogurt es una buena fuente de estos microorganismos, así como el kéfir, chucrut, los quesos fermentados, el kinchi, etc.

La industria se ha aplicado a la fabricación de estos productos que mejoran nuestra salud a dosis adecuadas. Pero hay que tener en cuenta que muchas de estas bacterias no son cultivables, y por tanto inasequibles. Las más utilizadas por conocidas son las bifidobacterias y lactobacillus, así como las levaduras del género sacharomyces.  Para que un producto pueda ser considerado probiótico debe de reunir una serie de características como que se mantengan vivos, y que sean capaces de colonizar nuestro intestino inhibiendo la actividad de las bacterias patógenas mediante la inducción de un pH inferior a 4, la producción de ácido láctico, el aumento de actividad de la lactasa y disminución de la permeabilidad intestinal.

El mercado de probióticos asequibles es francamente extenso y enormemente variable por lo que es aconsejable dejarse guiar por unas mínimas normas elementales para acceder a su elección. Según las cepas de probióticos utilizadas y su dosis, la acción clínica puede variar. Por ello es exigible que en los envases de venta se especifique el tipo de cepas utilizadas y sus cantidades e indicaciones. En general, como índice de acción se utilizan las UFC, es decir, “unidades formadoras de colonias”, de las que en cada cápsula deben ir no menos de diez mil millones de estas colonias para que pueda hablarse de utilidad.

Las modernas investigaciones avalan su capacidad antimicrobiana, su poder de restauración de la flora intestinal mejorando su balance y la mejoría de la respuesta autoinmune. Podemos concluir que los probióticos son un complemento eficaz en nuestra alimentación.

 

                                                                       Jesús Lobillo Ríos

                                                 Presidente del Ateneo Libre de Benalmádena

                                                              “benaltertulia.blogspot.com”


domingo, 21 de septiembre de 2025

Pitouto

                                     «PITOUTO»: EL PEQUEÑO GIGANTE DE LA COMEDIA

(Partner de «Cantinflas» en el cine mexicano)

 

Se llamaba Pedro Elviro Rodríguez y había nacido en el pueblo extremeño de Valencia de Alcántara el 7 de marzo de 1896. Murió muy lejos de su tierra, en Ciudad de México, donde se había exiliado al finalizar la Guerra Civil, el 24 de agosto de 1971. Fue uno de varios miles de españoles que tuvieron que abandonar el país tras la caída de la República.[1]

En una entrevista realizada por el periodista José Montero Alonso para el periódico La Esfera (26 de enero de 1926) nuestro protagonista le confiesa que su inquietud para conocer mundo se inició, con apenas diez años, escapando de su casa. Entre sus múltiples actividades afirmaba que fue agente comercial de máquinas de escribir, vendió seguros, trabajó en publicidad y fue corrector de pruebas en publicaciones como La Opinión, El Parlamentario o en el semanario «Novela Roja». Sin embargo, su verdadera vocación fue la interpretación: «Me pareció aquello tan natural, tan sencillo, tan dentro de mi temperamento y de mi carácter, que comprendí que estaba allí mi ruta de siempre; me convertí en lo que nunca soñé que pude acabar: en un artista de film». Con estas palabras describe Pedro Elviro su entusiasmo por esta vocación que le había llegado, por casualidad, a través de una recomendación. Su aspiración, le sigue confiando al redactor era «llegar ante los públicos extranjeros». Y lo hizo tan bien, y con tanta personalidad, que se dice que muy pocos directores le hicieron repetir una escena. También confesaba que le gustaba el teatro, y en teatro anduvo sus primeros pasos, decantándose por la comedia, Su físico se imponía para ello: era muy pequeño de estatura, más bien diminuto, y tenía una innata facilidad para los gestos faciales, en los que sobresalían dos enormes y expresivos ojos

Hacia la mitad de los años veinte debuta en el entonces cine mudo con películas como: Los granujas, La chavala, Don Quintín el amargao (con la actriz, después exiliada Ana María Custodio), Ruta gloriosa o Los chicos de la escuela, entre otros títulos, donde demostraría que no hay papel pequeño cuando se tiene un gran talento. Sin embargo, el papel que lo consolidó y lo haría famoso en nuestro país, durante la época del cine mudo, fue La casa de la Troya, estrenada en 1925. En este film mudo interpretó al personaje de «Pitouto», un estudiante de leyes campechano y bufo que lo lanzó a la fama y le acuñó su apodo artístico, con el que fue conocido popularmente en todos los países en los que trabajó, especialmente en Francia y México. En total, intervino en más de diez películas en nuestro país.

Como le confesaba al periodista que le había hecho la interviú en La Esfera, sus expectativas de trabajar en otros países, para «públicos extranjeros», como decía, llegaron gracias a las películas que la empresa norteamericana Paramount rodaba en los Estudios que había montado en Joinville, cerca de París. Allí trabajaron muchos profesionales españoles en películas para el público y el mercado hispanohablante, entre ellas: Un caballero de frac (1931) de Roger Capellani, con Antoñita Colomé y Rosita Díaz Gimeno, la protagonista principal, apodada por el profesor Román Gubern como «La sonrisa de la República», una estrella que también tuvo que exiliarse y que tiene una vida apasionante. Aunque esta es materia para otra historia.

Instalado en Francia desde final de los años 20, llegó a participar en varias decenas de películas, entre las que destacamos: À bas les hommes, 1931 (con Carmelita Aubert); De haute en bas, 1933; Monsieur le vagabondo y Dernier houre, 1934; Quadrille d´Mour, 1935; Le chanteur de minuit,1937; Un scandale aux galeries, 1937; Vacances payées, Le puritain, ambas de 1938, o la comedia Les compagnons de Saint-Hubert, 1939, última película francesa en la que intervino Pitouto antes de exiliarse.

Según datos proporcionados por la Fundación Pablo Iglesias, Pitouto se habría afiliado allí, en París, al Grupo Socialista Español del PSOE. Durante la guerra civil prestó servicio en la Delegación de Propaganda del gobierno de la República en París. Al finalizar la guerra en España solicitó ayuda a la Junta de Cultura Española en la capital francesa para salir del país. En el mes de junio de ese año (1939) embarcaría en el «Ipanema» en el puerto de Pauillac (Gironde) rumbo a México. Llegó a Veracruz el 7 de julio de ese año. Otro público más que lo llegó a admirar y querer como suyo.

Como le sucedió a otro de nuestros paisanos, el director de cine toledano José Díaz Morales, Pitouto llegó al país azteca en plena «época dorada» (1936-1956); un terreno fértil en el que arraigó y que le proporcionó, además de la nacionalización, el participar en más de cien películas. Algunos expertos contabilizan su intervención en 127 títulos. Por otro lado, es necesario decir que este experto en la pantomima en el cine mudo no tuvo dificultad para la transición del mudo al sonoro, como les ocurriría a tantos actores consagrados. Su debut en el cine azteca fue en la comedia Los últimos días de Pompeyo, 1940. De ese número ingente de películas en las que intervino destacamos, entre otras: Las aventuras de cucuruchito y pinocho, 1943, película que dirigió el español Carlos Vejar, con guion de los también españoles Salvador Bartolozzi y Magda Donato[2]. Hay que señalar también las 20 películas que trabajó con Mario Moreno «Cantinflas», entre ellas: Los tres mosqueteros, 1942; El circo 1943; Subida al cielo, dirigida por Luis Buñuel, 1951 (lisiado); El señor fotógrafo, 1953 (recién casado); El bolero de Raquel (tendero) 1957; El portero, 1959 (don Fortino), Sube y baja, 1959 o El analfabeto, 1961 (alguacil). Entre otras estrellas mexicanas trabajó con, Pedro Infante o Germán Valdés (el famoso Tin-Tan) en Hotel de verano, 1944, donde coincide con profesionales españoles como Consuelo Guerrero de Luna, Carlos Villarías o Manuel Fontanals. El papel más largo de su carrera en aquel país fue en el film Cuando la tierra tembló, dirigida por Antonio Helú en 1942 en el rol de un gracioso propietario de un restaurante donde quedan atrapados los comensales hasta que son rescatados. Su última participación en el cine mexicano fue La criada bien criada, dirigida por Fernando Cortés en 1970, un año antes de su muerte. En resumen, desde 1924 hasta su muerte en 1971 filmó más de 170 películas, una buena parte de ellas, como ya hemos adelantado, en Francia y México.

En la página de Wikipedia de su pueblo, Valencia de Alcántara, hay una referencia a este pequeño, pero gran actor que, como tantos profesionales españoles, tuvieron que abandonar nuestro país huyendo de la guerra civil.

                                        Rosa M. Ballesteros García

                        Vicepresidenta del Ateneo Libre de Benalmádena

                                        “benaltertulias.blogspot.com”



[1] Se estima que entre 25.000 a 30.000 españoles se refugiaron en aquel país, la mayoría para no volver.

[2] Sinónimo de la escritora Carmen Eva Nelken, hermana de la que fue diputada socialista Margarita Nelken. Todo los profesionales citados en el artículo estuvieron exiliados en aquel país.


domingo, 14 de septiembre de 2025

José Puche Álvarez

                                                       JOSE PUCHE ALVAREZ

            MÉDICO, PROFESOR, INVESTIGADOR, POLÍTICO, Y REPUBLICANO COMPROMETIDO.

Fue una figura clave en la fisiología española puente entre los trabajos de la escuela catalana de Pi y Suñer, en la que se formó, y la de Negrín López en Madrid donde hizo su tesis doctoral, trabajos que luego desarrollaría en Valencia, en cuya universidad, fue catedrático y rector. Comprometido con la República fue así mismo el principal organizador de la acogida de los exiliados españoles en la república mexicana.

Nació en Lorca en 1896 en el seno de una familia media acomodada que, con tres años, se traslada a Madrid temporalmente y luego a Barcelona al enviudar su madre y contraer segundas nupcias con el primogénito de una familia catalana distinguida. Aquí en Barcelona realiza sus primeras letras en colegios religiosos (escolapios y jesuitas). Tras pasar cinco años en Argentina por un nuevo traslado familiar vuelve a Barcelona y comienza los estudios de Medicina. Obtiene una plaza de alumno interno en el Hospital de la Santa Cruz y San Pablo y se incorpora también como alumno interno al departamento de fisiología dirigido por Pi y Suñer en 1918, y hasta 1928 desarrolla los puestos de ayudante de prácticas, profesor asistente, profesor auxiliar y jefe de trabajos experimentales. Recibe una enorme influencia de Emilio Mira y López otro prócer de la medicina catalana en el campo de la Psicología y la Psiquiatría

En 1922 obtiene su Licenciatura en Medicina y comienza a trabajar en su tesis doctoral que obtendría en Madrid según normas de la época, lo que le pondría en contacto con el otro gran fisiólogo español Juan Negrín con el que trabaría una gran amistad. Su tesis versó sobre “la influencia del sistema nervioso autónomo en la regulación de la glucemia”. De vuelta en Barcelona consigue una beca de la Mancomunidad Catalana y durante dos años (1928-29) asiste al Instituto de Fisiología de la Universidad Libre de Bruselas (Profesor Demoor), Instituto de Farmacología de la Universidad de Gante (Profesor Heymans), Instituto de Fisiologóa de la Universidad de Utrech (Profesor Noyens), Departamento de Fisiologia de la Universidad de Lund (Profesor Thumberg) y el Instituto de Bioquímica de Yvar Bang (Profesor Vidmark).

Se integra definitivamente en la vida universitaria catalana y en sus sociedades científicas y sobre todo a nivel social contrayendo matrimonio con Carmen Planás con la que tuvo tres hijos (un varón y dos mujeres). Opositó con éxito a la Cátedra de Fisiología de Salamanca (1929) y un año después a la de Valencia “porque estaba más cerca de Barcelona” y en donde permaneció hasta 1939 en que con fecha 29 de junio fue separado definitivamente del servicio y dado de baja en el escalafón de catedráticos de universidad por el Boletín Oficial de Estado como efecto de las depuraciones llevadas a cabo por los fascistas vencedores de la guerra civil.

Prosiguió sus trabajos sobre el metabolismo de los hidratos de carbono, la histofisiología del riñón, y los mecanismos de regulación nerviosa y de sensibilidad trófica. Mantuvo sus enlaces con las escuelas de fisiología de  Barcelona y Madrid e introdujo a Valencia como una importante referencia de la fisiología basada en la experimentación. Al instaurarse la II República fue nombrado brevemente como Gobernador Civil de Palencia y poco después rector de la Universidad valenciana en la que reorganizó los puestos de confianza tras el desencadenamiento de la guerra civil, al comienzo de ésta tuvo a su cargo el Instituto Nacional de Higiene de la Alimentación siendo responsable de la nutrición de la población civil. Poco más tarde fue requerido por Negrin para que se hiciera cargo de la Dirección General de la Sanidad tanto civil como militar a lo que se entregó con el grado de Coronel médico, cargo que mantuvo hasta que abandonó España en 7 de Marzo de 1939.

Por encargo de Juan Negrin se traslada a México para dirigir los trabajos del SERE (Servicio  de Evacuación de los Republicanos Españoles) fundado por el Gobierno de la República en el Exilio instalado en Paris, creando un Comité Técnico de Ayuda a los Republicanos Españoles que creó una serie de iniciativas empresariales e industriales como la Financiera industrial Agrícola S.A., la Cooperativa Pablo Iglesias, la Industria Vulcano, laboratorios químicos y farmacéuticos, industrias pesqueras, etc. Se calcula que unos 15000 refugiados llegaron en una primera instancia.

En 1943 José Puche se incorpora de nuevo a la docencia en el Instituto Politécnico Nacional donde impartió una cátedra de fisiología hasta 1946. En 1947 fue nombrado profesor de fisiología de la Escuela de Medicina de la UNAM (Universidad Autónoma de Mexico), en donde permaneció hasta 1965 año en que se jubiló, y posteriormente hasta su  muerte mantuvo un contrato como investigador.

Sus trabajos en esta época versaron sobre la “influencia de la compresión de las vísceras pelvianas y abdominales en la secreción renal”, sobre la “uremia”, sobre “el funcionamiento de sistema nervioso autónomo”, sobre “el metabolismo de los hidratos de carbono”, sobre “el hambre en Europa”, sobre “el valor de las pruebas funcionales en Medicina” y sobre “el concepto de sensibilidad trófica”. A todo ello se une su participación en la fundación de Ateneos científicos y culturales.

Pese a su temprana nacionalización como mexicano, Puche mantuvo una relación con su país constante, con sus amigos y familiares. A la muerte del dictador fue tentado con la idea de volver a Valencia, pero él lo rechazó porque pensaba acertadamente que tras cuarenta años de dictadura España había cambiado mucho y tardaría mucho en recuperarse, y que lo máximo que podría hacer sería volver a dar alguna conferencia a la Universidad de la que había sido rector y para ingreso en la Academia de Medicina de Valencia. Pero no pudo llevar a cabo estos deseos porque falleció en 3 de noviembre de 1979.

En 1987 el Departamento de Fisiología de la UNAM rindió un homenaje a los que consideró sus maestros entre los que se encontraba Puche, cuya labor quedó recordada en una placa que asignaba su nombre a uno de los laboratorios del centro.

                                                                    Jesús Lobillo Ríos

                                                   Presidente del Ateneo Libre de Benalmádena

                                                               “benaltertulias.blogspot.com”

Bibliografía.

Borona Vilar, Mancebo M. F-“José Puche Álvarez (1896-1979) Historia de un compromiso”

Guerra F.-“La medicina en el exilio republicano” Universidad de Alcalá. 2003.


domingo, 7 de septiembre de 2025

Carlos Villarias

El cordobés Carlos Villarías:  

El primer Drácula del cine hablado

 

Carlos Villarías Liano fue un andaluz de Córdoba (julio, 1892-abril, 1976). Como tantos otros españoles no fue profeta en su tierra. Se le conoció también en el mundo del cine como Carlos Villar y Carolo Villarías. Sus principales personajes los realizó para la industria de Hollywood, aunque también interpretó papeles en películas españolas, mexicanas o británicas.

                     Provenía de una familia de militares (su padre era un general del ejército español) y durante su infancia y primera juventud residió en varias ciudades debido a los traslados del padre. Sus primeros estudios los hizo en San Sebastián y la carrera de Derecho la completó en la Universidad de Valladolid. Al finalizar la carrera abrió su propio bufete, aunque su verdadera vocación era la interpretación, así que fue un abogado de trayectoria efímera que muy pronto cambiaría «el estrado por las tablas del teatro» y «la toga por el disfraz de actor» o cantante en algunas compañías de opereta y zarzuela, e incluso llegó a actuar en París, con cierto éxito, en el teatro de La Gaîté Lyrique (Teatro de La Alegría desde 1792). En España intervino como «Pepe el tranquilo» en la película El pobre Valbuena (1917), dirigida por Manuel Noriega[1]. Actuó también en Italia, en varias ciudades, debutando en Turín en el Teatro Víctor Manuel.  La Primera Guerra Mundial en Europa estaba a la vuelta de la esquina y el inquieto Carlos, ante el panorama que se presentaba, decide emigrar a los Estados Unidos.

                     En 1915 ya está nuestro cordobés al otro lado del Atlántico, en los Estados Unidos de América. Muy pronto, gracias a su dominio del inglés, se incorpora a la compañía dramática del director de origen holandés Lou Tellegen en Nueva York, ciudad donde fue cofundador de la compañía del Teatro Español de Nueva York, en cuya inauguración representó el drama del autor catalán Ángel Guimerá Tierra baja. No es esta la única obra escrita por un autor español en la que intervino como actor. En 1945, para el cine mexicano, lo encontramos formando parte del elenco de la obra de Vicente Blasco Ibáñez La barraca, dirigida por el mexicano Roberto Gavaldón y guion de la hija de Blasco, Libertad Blasco. Entre los actores encontramos varios españoles (exiliados) como José Baviera, Anita Blanch o la toledana Luana Alcañíz, con quien coincidió en otras películas. Carlos da vida al tabernero. Dos años después, es la novela del sevillano Manuel Fernández y González Los siete niños de Écija, otro ejemplo con argumento de sabor patrio. En esta ocasión es el castellano-manchego Miguel Morayta, allí exiliado tras finalizar la guerra civil, quien dirige la película, también con algunos actores españoles como Florencio Castelló, Francisco Jambrina o Pepita Meliá. Carlos da vida al Mayoral. Son algunos ejemplos de las películas basadas en obras de escritores españoles en las que intervino nuestro actor.

                     Sin embargo, el inquieto cordobés, tras pasar unos años en la Gran Manzana, decide lanzarse a la aventura de la incipiente industria hollywoodiense y buscarse su hueco. Hacia 1923 llega a Los Ángeles (California) e interviene en pequeños papeles en películas mudas, alguna con Rodolfo Valentino y otras, como El cuerpo del delito, con el actor español Antonio Moreno; El hombre malo, de nuevo con Moreno y Rosita Ballesteros; El valiente, con Julio Villarreal, María Calvo y Carlos en el papel de «alcalde»; Estrellados, Friend y la versión española de Free and easy, ambas con Buster Keaton (todas ellas de 1930). Sin embargo, su primer gran éxito le llegaría con el papel de protagonista, contratado por la Universal, en la versión rodada en castellano del primer Drácula (1931) sonoro producido por la Universal.

                     Por otro lado, aunque los principales personajes de su carrera los realizó en la industria de Hollywood, un buen número de ellas las realizó en los estudios norteamericanos instalados en Joinville (París), durante la década de 1930, como Asegure a su mujer, con Rosita Díaz Gimeno; Granaderos del amor y Asegure a su mujer, con Conchita Montenegro o Señora casada necesita marido, con Catalina Bárcena. También intervino en varias decenas de películas en el cine azteca, entre las que destacamos dos títulos de contenido religioso: María Magdalena, pecadora de Magdala (1946) y Reina de reinas: La Virgen María (1948), ambas dirigidas por Miguel Contreras Torres y Luana Alcañiz, ya citada, como María, Luis Alcoriza como Jesús y Carlos en el papel de San Pedro. En este contexto, es interesante destacar que fue también un español, el toledano José Díaz Morales, exiliado en aquel país, el primer cineasta que llevó a sus pantallas la vida de Jesús de Nazaret. Estrenada en 1942 tiene un amplio repertorio de profesionales españoles, como el escenógrafo Manuel Fontanals y un elenco de actores, presididos por el protagonista, José Cibrián, en el papel de Jesucristo. En La vida secreta de Marco Antonio y Cleopatra (1947), dirigida por Gavaldón, interpretó al emperador Septimio. Entre su extensa producción en el cine mexicano intervino en películas con famosos actores locales como «Cantinflas» (Gran hotel, 1944), Jorge Negrete, Pedro Infante o Lupita Tovar, entre otros, además de trabajar con un buen número de actores y actrices que, tras la guerra civil, se habían exiliado en aquel país.

                     Como ya más arriba apuntamos, su confirmación como protagonista la obtendría dando vida al «gran vampiro» en la filmación de su versión norteamericana en español (destinada al gran mercado sudamericano, especialmente México y Argentina). Los rodajes de estas versiones se hacían de noche, cuando los decorados quedaban libres, y utilizando parte del metraje diurno. La versión inglesa estaba dirigida por Tod Browning y el famoso actor húngaro Bela Lugosi como Drácula. Por su parte, con un presupuesto mucho menor, la versión protagonizada por Carlos la dirigió George Melford. Las protagonistas femeninas eran Helen Chandler y Lupita Tovar, en las versiones inglesa y española, respectivamente. Sin embargo, a pesar de los hándicaps, esta versión es considerada superior en muchos aspectos técnicos. A priori, la versión inglesa tenía todos los triunfos; el húngaro se podía decir que tenía «el traje hecho a su medida» y el andaluz, a diferencia de aquel, se había criado «en la tierra del sol y la alegría», como alguien ha escrito. No obstante, el hecho de que se rodara por la noche, lo que propiciaba una atmósfera tétrica ad hoc, sumado al excelente trabajo de Vallarías, muy bien caracterizado, y con gran capacidad de expresar con la mirada todas las emociones que requería el personaje y la situación, daría como resultado que la actuación de nuestro protagonista saliera triunfante para la crítica y los espectadores. Como curiosidad adicional, no deja de resultar cuanto menos curioso el hecho de que el director de la versión española no supiera una sola palabra de español y, por ello, no le extrañase esa especie Torre de Babel hispanoamericana en la que se entendían los actores, con muy distintos acentos. Varios años después, Villarías daría vida a otro personaje oscuro, Nostradamus (1937), película dirigida por Juan Bustillo Oro. Como resultado final, fue este actor español el primero en protagonizar el personaje del famoso conde en una película hablada, si bien hay una versión alemana anterior, muda, basada en el mismo personaje creado por Bram Stocker, dirigida por F. W. Murnau bajo el título de Nosferatu (1922)[2], con el actor alemán Max Schreck como protagonista. Drácula, junto con Frakenstein, es uno de los dos mitos literarios más potentes y visionarios del siglo XIX, donde se funden «lo ancestral, el pasado, lo oculto, el ansia de eternidad y el progreso y los miedos al futuro y la ciencia».

Después de aquel hito, Carlos Villarías seguiría actuando durante muchos años. Su filmografía incluye casi un centenar de películas en las que aparece acreditado. Falleció en Los Ángeles en 1976, con 83 años.

                                            Rosa M. Ballesteros García

                              Vicepresidenta del Ateneo Libre de Benalmádena

                                                       “benaltertulias.blogspot.com”



[1] En ella actuaba como protagonista femenina la valenciana María Conesa (conocida como «La gatita blanca») quien desarrolló su carrera en México y se convirtió en un mito.

[2] Más de 200 filmes se han rodado alrededor de este mito literario a cuyos pies han caído directores como Francis Ford Coppola. Nosferatu fue prohibida, algunas cintas se salvaron y se convirtió en obra de culto.