"MUJERES QUE CONSTRUYEN LA PAZ. UN PASEO POR LA HISTORIA"
MUJERES QUE CONSTRUYEN LA PAZ. UN PASEO POR LA HISTORIA.
El camino hacia la paz nace de enfrentar la impunidad, la
injusticia, la militarización, la discriminación, la violencia de género, la
pobreza y de defender los derechos humanos y la naturaleza entre otras muchas
cuestiones.
La paz tiene que ver con una manera de hacer, una forma de
enfrentarse a los conflictos desde la no violencia, desde la creatividad, inventando
nuevas formas de actuar y de crear puentes. Es un alegato por la vida. Como
dice María Zambrano “La paz es mucho más que una toma de postura: es una
auténtica revolución, un modo de vivir, un modo de habitar el planeta, un modo
de ser persona”.
Construir la paz requiere
deslegitimar el uso de la violencia, desenmascarar las estructuras que
alimentan las desigualdades y trabajar para que se desprecien socialmente. El
pacifismo es uno de los pilares del feminismo, un movimiento social noble, a
veces mal entendido y peor interpretado.
María Dolores Ramos Palomo es Catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad de Málaga.
En 1986 fue merecedora del Premio de Historia Social Diaz del
Moral por Burgueses y proletarios malagueños. Estancamiento económico y lucha de clases en la crisis de la
Restauración.
1988: Fundadora del Seminario de Estudios Interdisciplinarios
de la Mujer (UMA)
1989: Fundadora Seminario de Fuentes Orales
“ Grupo de Investigaciones Históricas
Andaluzas en la Universidad de Málaga.
1990 Premio Nacional Emilia Pardo Bazán.
1991: Fundó la Asociación Española de Investigación Histórica
de las Mujeres
“ Equipo de Investigación Arenal,
Imparte cursos de
posgrado en los Másteres de Género de la Universidad de Oviedo, Universidad Menéndez Pelayo,
Universidad Complutense, CSIC, Universidad Pablo Olavide de Sevilla,
Universidad de Granada, Universidad de Cádiz, Universidad de Sevilla,
Universidad de Cantabria, Universidad de Santiago y Universidad de Málaga.
Codirigió la Titulación
Experta en Género e Igualdad de Oportunidades (2000-2005) y el Doctorado de Calidad Relaciones de género, sociedad y cultura en el
ámbito mediterráneo (1994-2008) en la Universidad de Málaga.
Forma parte del comité científico de varias colecciones
editoriales y revistas especializadas españolas y latinoamericanas. Ha dirigido
una treintena de proyectos de Investigación de I+D+i, tesis doctorales y otras
investigaciones. Así mismo, ha promovido proyectos, estancias e intercambios
académicos con la Universidad de Santiago de Oriente (Cuba), Universidad de la
República, Montevideo (Uruguay) Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza
(Argentina), Universidad de Guadalajara (México) y El Colegio de Michoacán
(México).
Es autora de más de un centenar de trabajos sobre Historia de
género
En 2019 recibió el Premio Meridiana otorgado por el Instituto
de la Mujer
Esta tertulia no pudo celebrarse por la ausencia impredecible de la Profa. Ramos.
En su lugar la Dra. Rosa Ballesteros dirigió el tema de "La violencia machista en el cine español"
LA VIOLENCIA MACHISTA EN EL CINE ESPAÑOL
(La
importancia del cine como difusor de ideas)
Dra. Rosa M. Ballesteros García
rosaballesteosgacia@gail.com
CINE, CINE, CINE, POR
FAVOR (PARA DENUNCIAR)
Partiendo de la
premisa que el cine es una “construcción social”, el tema que proponemos tiene
como objetivo, a través de una serie de películas realizadas en España, visibilizar
―partiendo cronológicamente del cine mudo hasta el presente, pasando por los
años de la posguerra y el tardofranquismo―, de qué forma se perpetúan los
roles, los valores y las jerarquías que continúan aún instaladas en nuestra
sociedad y que reflejan el papel asignado a las mujeres a través de sus
personajes, que no por ser ficticios son menos reales.
Encontramos
en las tramas de estas películas mujeres de toda condición, edad y clase social:
filósofas, jóvenes de clase media, madres enloquecidas porque les han
arrebatado el hijo, prostitutas supervivientes de la posguerra y prostitutas
que también sobreviven en un mundo que las desprecia y también mujeres a
quienes el marido o el compañero les hacen la vida imposible y jovencitas
inexpertas, prostituidas por un proxeneta que, finalmente abandona a su suerte
y que acaban, en no pocos casos, asesinadas. Todas ellas son, de una forma u
otra, víctimas del machismo y la violencia de un sistema patriarcal que,
desgraciadamente, no acaba de superar ese nuevo papel que la sociedad demanda.
De
todos los medios de comunicación de masas el cine es, sin lugar a dudas, el pionero
en impregnarse y proyectar elementos para realimentar a la sociedad, de la que
procede y a quien sirve. El cine fue el primer medio en realizar esta tarea,
inmediata y visual, al mismo tiempo que recogía el testigo de la tradición
literaria y teatral, masificando y ampliando la función de ambas. El cine nació
como un espectáculo popular, con un mayor radio de influencia que el teatro o
la literatura consumidos, en gran parte, por minorías ilustradas, especialmente
el literario. Sintéticamente, parafraseando al historiador de cine J. L. Sánchez
Noriega, se trata de un fenómeno resumido en dos palabras: trasvase cultural.
Por
otra parte, desde sus inicios, las historias transmitidas a través de la “gran
pantalla” han afectado a generaciones de espectadores gracias, en gran medida,
a las imágenes, los argumentos, los contenidos, las ideas plasmadas a través de
sus diálogos y, lo que es más expresivo, al juego de la imaginación, pues ésta,
como ya la definió Octavio Paz, es “deseo en movimiento”. Incluso, durante los
primeros años de ese arte nuevo, la época del cine mudo, también conocido como “la
magia del silencio” ejerció su fascinación sobre el público.
También
se ha escrito que los valores, los roles y, como es natural, las jerarquías en
todos los órdenes propios de las sociedades y sus épocas se reflejan y se
reproducen en el mundo del cine y también que
el cine es una construcción social “dentro del círculo del arte”. Siguiendo
esta línea, y parafraseando al profesor Pierre Bourdieu[1], son las ideas masculinas
las que dominan este arte al legitimar, a través de sus contenidos, ciertos
valores asociados al patriarcado tales como el poder, el sexo, la violencia o
el dinero. En otras palabras: el poderío que ejercen los mitos sociales en función
de si se es hombre o mujer. De su influencia, y del imán ejercido sobre los
espectadores, el académico Francisco Ayala, años antes, ya lo había descrito en
estos versos: “El cine era la nueva cosa estupenda. Todas las fotografías se
ponían en movimiento, y los paletos hacían un viaje a la ciudad para ver lo
nunca visto” (1929 14-15)[2]. Una experiencia
extraordinaria que ha ido impregnando la memoria colectiva e individual de la
ciudadanía, como describe claramente el escritor Julio Llamazares a través de
las páginas de su novela Escenas de cine
mudo, publicada en 2006, a través de metáforas tales como el asociar esta
transcendencia de lo mítico a una oscura mina que se esconde en nuestro cerebro
y que, poco a poco va esclareciéndose. Hipnotizados por el nuevo invento
surgieron poemas como el de Vicente Aleixandre: “Venías cerrada, hermética/ a
ramalazos de viento/ crudo, por calles tajadas/ a golpe de rachas, seco”; o del
maestro Pedro Salinas: “Al principio nada fue/ Ni el agua para en ella el pez/
Ni la rama del árbol para la fatigada/ala del pájaro […] Al principio nada fue.
/ Sólo la tela blanca/ y en la tela blanca, nada...”. Finalmente, uno de
nuestros primeros cinéfilos: Guillermo de Torre, que compara al nuevo invento
con “Subterráneas locomotoras. Constelaciones de aviones. Sierpes de
automóviles. Ramilletes de hélices”.
En
esta línea de escritores cinéfilos se encuentran nombres, entre otros, como
Benavente, Muñoz Seca, Martínez Sierra, Arniches, Marquina, los Álvarez
Quintero o Rafael Alberti, que escribe: “Yo nací ̶ ¡respetadme ̶ ! con el cine”; También se han
adaptado obras de novelistas como José Francés (La danza del corazón, dirigida en 1953 Ignacio F. Iquino); Eduardo
Zamacois (El otro, 1919, dirigida por
José M. Codina); Pérez Lugín (La casa de la Troya, dirigida en 1925
por Alejandro Pérez); Wenceslao Fernández Flores (El malvado Caravel, dirigida en 1935 por Edgar Neville. Un caso
paradigmático y prolífico fue Vicente Blasco Ibáñez, autor, guionista y
director en 1917 de su propia obra, la popular Sangre y arena, entre la veintena de novelas que se llevaron al
cine, al margen de las series producidas para la TV. Varios de ellos también
ejercieron como críticos. Otros llegarían a viajar a la Meca del cine, Hollywood,
como fueron escritores y dramaturgos como, Gregorio Martínez Sierra, Edgar
Neville, José López Rubio o Miguel de Zárraga, por citar algunos nombres. En
contrapartida, también hubo cinéfobos, especialmente elementos de la Iglesia,
pero también intelectuales con Eugenio D´Ors, que enfatizaban sus fobias basándose
en la perniciosa influencia ejercida, especialmente, sobre la infancia. Sobre
su poder, el poder que este medio ejerce sobre las masas, y su capacidad de
volcar voluntades, podríamos escribir largamente. Por poner un ejemplo nacional,
en 1936, apenas desencadenada nuestra Guerra (in) Civil, leemos en el periódico
anarquista Tierra y Libertad:
El cinema es un arma
formidable, a veces noble, a veces insidiosa y traicionera, filtro envenenado.
No basta con decir que el cinema es arte y quedarse tan tranquilos, no. Es
preciso reconocer su fuerza persuasiva y
su poder de coacción”[3].
Incidiendo
en la atracción que la literatura ha ejercido con el cine, no podíamos dejar de
citar a las obras que han utilizado para sus argumentos algunas de las obras
realizadas por nuestras escritoras: Pardo Bazán, Concha Espina, Luisa Alberca,
Rosa M. Aranda, Aurora Bertrana, Fernán Caballero, Caterina Albert o Encarnación
Aragoneses (la “Elena Fortún” autora del personaje de “Celia”) por citar
algunos nombres (Ballesteros, 2010-2011).
Sobre
el cine y su incidencia vamos a poner el acento en un tema verdaderamente grave
y preocupante: la violencia y el sometimiento ancestral que ha venido ejerciendo
el patriarcado contra las mujeres. Cada vez es más frecuente en el cine
descubrir aspectos que tienen que ver con la situación actual de media humanidad,
desde puntos de vista muy dispares, en idiomas diferentes y sobre contextos muy
diversos. Tiene mucho que ver, a nuestro parecer, el número de mujeres
cineastas: directoras, guionistas, actrices, productoras; en definitiva, profesionales
varias cuyo número crece imparablemente en todos los países y por ello las
películas, las historias que cuentan reflejan cada vez, con mayor énfasis, otra
forma de plantear el mundo y sus conflictos desde un punto de vista más diverso
y complementario. En este sentido no podemos pasar por alto el enorme
movimiento Me Too liderado por un
buen número de actrices y cineastas, algunas reconocidas mundialmente, que han
puesto en el ojo del huracán las agresiones y el acoso sexual que sufren las profesionales,
especialmente las actrices. Es opinión general que estas conductas se insertan en
el marco del abuso de poder y es responsabilidad de todos impedirlo si bien, por
otro lado, el observar que cada vez más hombres condenan estas conductas, entre
ellos varios cineastas, y es de rigor hacer esta referencia. Todo ello está
relacionado con el “macro-machismo” más visible y salvaje, pero toda la
historia del mundo de la cinematografía está impregnada de “micro-machismos”,
mucho más difícil de detectar.
Espigando
en la cinematografía de nuestro país, y centrándonos en el tema central que nos
ocupa, hemos seleccionado las obras de directores como Pedro Olea (1938), Javier
Balaguer (1961), Benito Zambrano (1965), Fernando León de Aranoa (1968),
Alberto Rodríguez (1971) o Alejandro Amenábar (1972), completando la selección
con profesionales más veteranos (ya desaparecidos) como Florián Rey (1894-1962),
Juan A. Bardem (1902-1922), Vicente Lluc (1913-1995) o Miguel Picazo
(1927-2016). Junto a ellos, la actriz y directora Icíar Bollaín (1967),
estrella solitaria de nuestra selección, pues hemos querido poner en valor una
filmografía hecha por hombres que han sabido plantear historias de gran calado
y protagonismo femenino, aunque, en líneas generales, salvo excepciones, están reproduciendo
a través de sus historias una realidad incontestable. De las películas
seleccionadas cuatro de ellas: Calle
Mayor (Juan A. Bardem, 1956), Tesis
(Alejandro Amenabar,1996), Solas
(Benito Zambrano, 1999) y Te doy mis ojos
(Icíar Bollaín, 2003) han sido incluidas entre las 35 mejores películas de la
cinematografía española por la prestigiosa base de datos internacional de cine
(IMDB).
En la línea de ocultamiento y de violencia
subterránea contra las mujeres, Mary Bearn, afirmaba que el silencio se ha
documentado a partir de los documentos clásicos, rescatando el primer ejemplo
documentado de un hombre diciéndole a una mujer que se calle. Se constata en la
Odisea de Homero (de eso hace casi
tres mil años). Ella lo describe así:
Cuando Penélope
desciende de sus aposentos privados a la gran sala del palacio se encuentra con
un aedo que canta, para la multitud de pretendientes, las vicisitudes que
sufren los héroes griegos en su regreso al hogar. Como este tema no le agrada,
le pide ante todos los presentes que elija otro más alegre, pero en ese mismo
instante interviene el joven Telémaco: “Madre mía, vete adentro de la casa y
ocúpate de tus labores propias, del telar y de la rueca. El relato estará al
cuidado de los hombres y sobre todo al mío. Mío es, pues, el gobierno de la
casa”. Y ella se retira a sus habitaciones del piso superior (15).
Desde
La aldea maldita, una de las joyas de nuestra
cinematografía, estrenada en 1929[4] ̶ cuando aún no se había producido en España
el salto a las producciones sonoras ̶ hasta La
isla mínima, en 2014, vamos a poder constatar la indefensión psíquica,
física, política y cultural que secularmente han sufrido las mujeres. Es casi
un siglo de nuestra propia historia y, como planteaba el redactor de Tierra y Libertad en el artículo ya
citado, “Propagar un credo, divulgar una actuación digna […] no es inmodestia
ni afán de personalidad; es una necesidad de la hora…”; si bien, en el que caso
que nos ocupa, este deseo no está asociado a la hora y al momento terrible de
la Guerra (in)Civil y al temor de perder la joven democracia, sino a otra
justicia más global y perseverante en la historia humana como es el rescate de
la voz de las mujeres, y para ello nos planteamos este rescate a través de uno
de los medios más eficaces de propaganda. Porque el cine, el cinema, también es
un arma, “un arma de lucha”, como lo define otro cineasta luchador, Ángel
Lescarboure para quien su fuerza sugestiva, innegable [además] “remueve las
conciencias hasta sus fundamentos (…) educa a las multitudes dotándolas de
voluntad de crear, de moverse en el plano social”[5].
El
cine, pues, merece toda nuestra atención para intentar comprender su
repercusión a nivel social, cultural o ideológico, seduciendo a las masas por
medio de lemas. Existe un buen número de ejemplos que avalan el hecho. De uno a
otro extremo ideológico los líderes políticos no han dudado en dar al cine
importancia capital: la Alemania nazi de Hitler, a través del todopoderoso Goebbels,
Ministro de Propaganda, creando un elaborado sistema de propaganda; la Italia fascista
de Mussolini, perfecto ejemplo de macho “Alfa”, misógino y machista. A su
autoría debemos frases inequívocas tales como [que] “A una mujer no se la puede
amar profundamente más de tres meses”; o de mayor “intensidad”, como esta otra:
“A las mujeres, bastonazos e hijos”. Su lema más famoso fue la cinematografia è l’ arma piú forte. En
esta batalla por la propaganda, los norteamericanos, por su parte, no dudaron
en hacer del cine su más eficaz altavoz. El director de cine Frank Capra, por
ejemplo, fue el encargado de realizar entre 1942 y 1945 una serie de siete películas
tituladas Why we fight (Por qué luchamos), para explicar tanto a
civiles como a las tropas norteamericanas las razones de la intervención en
Europa: “Creo que fueron eficaces para decir a los soldados por qué iban de
uniforme y por qué intentaban hacer un poco mejor el mundo en que vivían”, recordaba
Capra en una entrevista. En el otro extremo ideológico, la Unión Soviética utilizará desde sus inicios el cine como arma de
propaganda. En el verano de 1936, iniciada la Guerra Civil, se dio
instrucciones a los cámaras Roman Karmen y Boris Makasséiev de acudir al frente
norte republicano, concretamente a Gipuzkoa. Y es que, como afirma Roland Joffé,
el cine “es un medio para cambiar el mundo”.
Desde
un punto de vista metodológico hemos agrupado la relación de películas
propuestas siguiendo un criterio cronológico, con producciones españolas como La aldea maldita (1929), Calle Mayor (1956) y La tía Tula (1964). Tres títulos, tres
dramas, y un cuarto: El certificado (1969) que, irónicamente,
ha sido encuadrado en el género “comedia”[6]. Todos ellos, si bien con
distinta factura y con varios decenios de diferencia cronológica en sus
estrenos, introducen a los espectadores y ponen el foco en la persistencia de
la subordinación, el ninguneo y la doble moral sexual en un contexto que abarca
los prolegómenos de la Segunda República, como es el caso de La aldea maldita, y las décadas de 1950
y 1960 durante la dictadura franquista de las restantes citadas.
Continúa
la relación con títulos como Solas (Benito
Zambrano, 1999); Sólo mía (Javier
Balaguer, 2001); Te doy mis ojos (Icíar
Bollaín, 2003) y Princesas (Fernando
León Aranoa, 2005), cuatro dramas, mayoritariamente realizados al albor del
nuevo siglo, que identificamos con el “in crescendo” de la misoginia machista.
Finalizamos la selección con títulos donde la progresión culmina, finamente,
con el asesinato de sus protagonistas. Son dramas como Pim, pam, pum, ¡fuego! (Pedro Olea, 1975) y Ágora (Alejandro Amenábar, 2009) (donde se mezclan historia,
biografía y romance) y los Thriller Tesis
(Alejandro Amenábar, 1996) y La isla
mínima (Albert Rodríguez, 2014), el primero mezclado con misterio y el
segundo con trama policial.
REFLEXIÓN FINAL
Todos los títulos
analizados envían un mensaje claro: hay un tipo de violencia que se enfoca
sobre las mujeres y que tiene unos mecanismos sociales que lo están ayudando a
mantenerse. No es casualidad, no son episodios aislados, no se trata de
personas con desequilibrios mentales, como alguien ha escrito, sino la máxima
expresión del machismo, estructuralmente acomodado en buena parte de nuestra
sociedad, y que es fruto del patriarcado que gobierna el mundo porque, no nos
olvidemos, que esta lacra se ceba tanto en nuestro “Primer Mundo” como,
especialmente, y con mayor rigor, en países denominados como “Tercer Mundo” con
lapidaciones, muertes por “honor”, mutilaciones genitales, ventas de niñas, matrimonios
acordados, violaciones sistemáticas durante conflictos armados… Muchas de estas
aberraciones han sido trasladadas al cine internacional en producciones, entre
otras, como La verdad de Soraya M. (Cyrus
Nowrasteh, 2009), sobre el caso real de una chica iraní, lapidada tras haber
sido falsamente acusada de adulterio por su marido o La teta asustada (Claudia Llosa, 2008), producción peruana nominada
a los Oscar, sobre una mujer que, siendo niña, adquirió miedo a la violencia
sexual que la generación de su madre sufrió durante la época de guerra en Perú,
cuando las mujeres eran violadas como forma de represión[7]. Otro tipo de lucha, esta
vez política, por su derecho al voto, se puede apreciar en la producción Sufraguette (2015), con guion de Abi
Morgan y dirección de Sarah Gavron. Son solo unos ejemplos.
El
repaso de estas 12 películas propuestas, producidas en nuestro país en un
espacio cronológico de casi un siglo, evidencia la vigencia de esta violencia
machista y refleja diferentes formas de violencia que las mujeres del mundo
sufren a diario en muy diferentes situaciones, así como el cuestionamiento, la
sospecha y la presunción de “culpabilidad” hacia cualquier mujer que se atreve
a denunciar cualquier caso de violencia porque, como afirma la conocida
columnista y escritora feminista (firma bajo el pseudónimo de “Barbijoputa”): [que]
“Hagamos lo que hagamos las mujeres, siempre será cuestionado. Y juzgarnos a
cada paso es una herramienta de control de este sistema que, no lo olviden, nos
sigue matando”.
Son
muchos las películas que continúan reflejando “micros” y “macro-machismos”. La
lista es interminable y sólo apuntamos un par de títulos de habla española: Las elegidas (David Pablos, 2015) filme
mexicano que muestra una realidad como es la trata de mujeres y menores o la española
Evelyn (Isabel de Ocampo, 2011) que aborda
este mismo tema y que tiene como protagonista a una inmigrante que viaja a
España a buscar un trabajo, pero acaba siendo engañada y se convierte en
esclava de unos proxenetas.
No
es el mítico Sísifo quien sostiene el “peso del mundo”, somos las mujeres, cada
vez que nos vemos sometidas a la violencia de los hombres que dicen querernos…
Pero, ¿por qué tanta violencia? La investigación feminista lo achaca al miedo
ancestral del hombre ante el enigma del eterno femenino. Un eterno
personalizado en mitos como Salomé, Judit, Salambó, las Sirenas… y también en
personajes, mitos más cercanos como los que inspiraron al Romanticismo para dar
vida a la “Carmen” publicada en 1845 por Próspero Merimée o la “Conchita” de
Pierre Louys (mitos hispanos de autoría gala) este último basado en su obra La Femme et le pantin (1898), por poner
un par de ejemplos. Ambos tienen como cuna y escenario de sus andanzas la
embrujadora Andalucía, tan atractiva para aquellos viajeros extranjeros del XIX
que la visitaron, y como protagonistas dos mujeres, dos cigarreras sevillanas,
si bien muy distintas, en cuanto a cómo vivieron su sexualidad con los hombres
y en cómo se resolvió su existencia.
Elizabeth
B. Grimball (1875-1953), una de las cineastas pioneras afirmaba en una
entrevista publicada en 1924: “[el cine] es un juego de hombres, pero eso no me
impedirá jugar” (BALLESTEROS 2017). Un ejemplo de la exclusión a la que se han
visto sometidas las mujeres, cuando estas quieren participar en actividades
exclusivas de los hombres. Lo cierto es que nuestra historia, la historia de
las mujeres, hasta hace relativamente pocos años, había quedado al margen. La
profesora Margarita Sánchez Romero, especialista en Prehistoria, arqueóloga e
investigadora feminista afirma que “la microhistoria tiene como meta principal
la de buscar una descripción más realista del comportamiento humano”.
De
nuevo “la fuerza de los mitos sociales sobre los sexos” traídos a través del
Arte, del “Séptimo Arte” que la sociedad ha visto nacer, crecer y multiplicarse
en un proceso lento, con luces y sombras, con defensores y detractores, juicios
y polémicas, un fenómeno que, imparable, ha trascendido hasta nuestros días.
[1] Pierre Bourdieu (1930-2002). Ha sido
uno de los más destacados representantes de la sociología contemporánea.
Influenciado por Michel Foucault, Karl Marx o Émile Durkheim, es considerado
como uno de los más destacados representantes de la sociología contemporánea.
[2] “A Circe cinemática” Francisco Ayala García-Duarte
(Granada, 1906 - 2009) fue un escritor, narrador, novelista y ensayista, además
de traductor, además de un entusiasta defensor de este “nuevo arte” recién
incorporado a nuestra cultura.
[3] Tierra
y libertad (16 de agosto, 1936, p. 6).
[4] Bajo la misma dirección de Florián
Rey, se estrena una nueva versión en 1942, esta vez con Florencia Bécquer
(Acacia), Julio Rey de las Heras (Juan de Castilla) y Alicia Romay (Luisa),
entre otros, actores de la época, además de los lógicos cambios argumentales que
requería el contexto de la dictadura.
[5] Importancia del cinema en la
Revolución, Solidaridad Obrera, (2
octubre 1936).
[6] Cf.: IMDB (Base de Datos
Internacional de Películas). De esta fuente, y de FILMAFFINITY, son los datos
técnicos de las películas tratadas.
[7] También ocurre y ha ocurrido en todos
los países, como ocurrió durante la Guerra Civil española como un medio de castigo
hacia los republicanos.
Aforo: 55 asistentes
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