MORIDEROS
La vejez o senectud no es, por
principio, un estado patológico aunque su concomitancia aumenta progresivamente
en comparación al resto de las fases
vitales. La propia degeneración o desgaste solicita el aumento de los recursos
reparadores cada vez en mayor cantidad hasta alcanzar el agotamiento de las
posibilidades de renovación, momento en que también merman las posibilidades
vitales propiciando la aparición de enfermedades intercurrentes, o de fallos
orgánicos y estructurales que terminan
con la vida del individuo.
Es conocido que las enfermedades
que mayor cantidad de recursos orgánicos solicitan para sobreponerse, son las
depresiones internas y por tanto su control evitará esta fuga de recursos que
tan necesarios serán en la vejez. Es relativamente fácil distinguir en
cualquier foto conmemorativa académica o
familiar, a las personas agraciadas por la vida (buena situación profesional,
buena situación familiar, buen entorno vital, etc.), de las personas que lo han
tenido difícil (fracaso profesional, fracaso familiar, mal entorno vital). Los
primeros se ven mejor conservados, más jóvenes y los segundos más deteriorados,
más envejecidos.
Este entorno depresivo se acentúa
sobremanera con la llegada de la jubilación, al cesar los estímulos o necesidades
de decisión, momento en el que el mundo profesional habitual desaparece
abruptamente para sumergir al individuo en un abismo insondable lleno de
temores depresivos, cuyo vacío se acentúa sobremanera con el grado de
marginación social y familiar que sobreviene paralelamente y en el que el
sujeto pasa inopinadamente a ser alguien a quien hay que tolerar y condescender sin ninguna contrapartida activa
hasta el momento de su muerte que puede convertirse, incluso, en deseable.
Entre nosotros el anciano o la
anciana, el abuelo o la abuela, son considerados como seres casi inanimados, improductivos, puede que
molestos, carentes de la más mínima capacidad de contribución positiva al
entorno social, en el que su acervo cultural y experiencia son sistemáticamente
ninguneados o conculcados de forma política o familiarmente intencionada, sin
posibilidad de contraste alguno con las valías demostradas a lo largo de su existencia
vital.
La vejez necesita un enfoque
positivo como un cambio de actividad que mantenga a nuestros mayores en la
posesión de su capacidad de decisión y de realización manteniendo en marcha las
estructuras neuronales que tanto trabajo costó desarrollar, lo que implica el
reconocimiento del derecho del anciano a su individualidad e independencia en
el desarrollo de una segunda vida. Y ello no quiere decir que deban descuidarse
las necesidades médicas de atención que sin duda alguna irán apareciendo y
aumentando con el paso de los años y que necesitarán un seguimiento. Y ojalá
que todo pudiera armonizarse en un entorno próximo, familiar y entrañable.
Ninguna de estas condiciones se reúnen
en las modernas instituciones creadas al
efecto, las residencias de ancianos, en las que no existen entorno familiar, ni
amigable, ni las mínimas exigencias de atención médica, ni ninguna posibilidad
de desarrollo personal o humano. Son apartaderos en los que se apartan y
esconden a los mayores, se los atiende y se los observa incluso profesionalmente,
o familiarmente en los casos en los que la familia vaya a visitarlos, hasta que
la intensidad del abandono, la marginación y el olvido, es decir, el maltrato
psicológico, incrementen de forma suficiente los niveles de depresión interna haciendo
inevitable el fracaso de los recursos reparadores dando lugar a un óbito, en
innumerables ocasiones, prematuro.
Como me comentaba un viejo y
entrañable amigo mío, son auténticos “morideros” para ancianos, expresado cabalmente,
Centros de Eutanasia, legalmente permitidos, perfectamente organizados y,
privados o no, con cargo al erario público.
Jesús Lobillo Ríos
Presidente del Ateneo Libre de
Benalmádena
No hay comentarios:
Publicar un comentario