Reflexiones sobre los mitos
femeninos (II)
Ariadna en el laberinto: «Chicas
buenas» VS «Chicas malas»
Son las «chicas malas», las audaces
amazonas que rompen todas las reglas sociales los tipos más exitosos para el
público (y de paso, más productivas para la industria del cine), como puede ser
la Medea clásica de la que beben los diferentes textos tardomedievales y mito
revivido de las literaturas ibéricas, como la «Celestina», de Rojas, la «Bernarda
Alba», de Lorca, la Medea, de la novela de Elena Soriano o la «Marta» de Sob o olhar de Medeia, de la portuguesa
Fiama Hasse. A ellas podemos asociar la «Lady Macbett», de Shakespeare, por
poner algunos ejemplos. En esta línea, en la incomparable Afrodita/Venus se han
inspirado incontables escritores creando personajes tan poliédricos que abarcan
desde la sexualidad más exquisita, como la cortesana «Sónica» de Blasco Ibáñez
(Sónica, la Cortesana), hasta el
sadomasoquismo de Sacher Masoch y su «Severin» de la Venus de las Pieles, novela adaptada en varias ocasiones para el
cine , pasando por la adolescente más incendiaria: la «Lolita» de Navokov,
llevada también en varias ocasiones a la gran pantalla o, en adaptación más moderna la jovencita
(Meena Suvari) que encandila al maduro padre (Kevin Spacey) de su amiga en American Beauty (1999); o la rubia más
ingenua, como la encarnada por otro mito vivo: Brigitte Bardot en la producción
francesa Y Dios creó a la mujer. La
actriz, por otra parte, intervino en una adaptación de La Odisea, de Ovidio, en la producción francesa Le Mépris (1963), además de otras
películas como Mi hijo Nerón, como «Popea»,
o en Helena de Troya, dando vida a «Andraste»,
ambas de 1956.
«Chicas
malas» fueron también las amazonas clásicas, tan bien estudiadas por la
profesora Liliana Pégolo, y lo siguen siendo las amazonas modernas como la
cinematográfica «Lara Croft», a quien da vida Angelina Jolie; o las mujeres
artistas, tan ninguneadas y silenciadas durante siglos que intentan, cada una
con su propia estrategia, romper ese «techo de cristal» que les impide crecer
porque, parafraseando a la profesora Pégolo, para el patriarcado, ese salirse
de «la norma» es entendido como una violación a dicha norma. Apenas se les han
«permitido» ciertas licencias, como la astucia y la paciencia, utilizadas ambas
por la concienzuda Penélope («chica buena») cuyo eco sirvió a Juan Manuel
Serrat para su inolvidable «Penélope», personaje llevado al cine ya en
películas mudas como Le retour d´Ulisse
(1908) de Le Bargy y A. Calmette, con Régina Badet en el papel de Penélope.
«Chica mala» fue Cleopatra, llevada al cine en numerosísimas ocasiones, que se
reclamaba descendiente otro gran mito histórico: la reina Zenobia de Palmira ,
sabia y políglota, como la egipcia, y miembro de una saga de reinas
extraordinarias como Semíramis, reina de Asiria, de quien dice la leyenda que
era hija de una diosa siria llamada Derceto, con rostro de mujer y cuerpo de
pez (de nuevo las sirenas); o la britana Boudica, la pelirroja reina de los
Icenos, de quien afirma el historiador romano Dión Casio que «poseía una
inteligencia mayor que la que generalmente tienen las mujeres». Sobre esta
valiente guerrera se han producido películas, desde la época muda, como Boadicea (1927), con Phyllis
Neilson-Terry, o más actuales como Boudica:
Rise of the Warrior Queen (2018), con Ella Peel, sin contar los
documentales y filmes de animación que tienen a Boudica (o Boadicea) como
protagonista. El historiador Tácito ha dejado escrito que los romanos azotaron
a Boudica y violaron a sus dos hijas, lo que al parecer desató la furia
incontenible de la reina, empujándola a luchar contra los invasores. Perdió la
guerra y también la vida, aunque esto último fue por propia voluntad: se
suicidó con veneno para impedir que la cogieran viva. Su fama llevó a literatos
y poetas a componer en su honor. William Cowper, en 1782, por poner un ejemplo,
escribió un popular poema, Boadicea, an
ode:
When the British
warrior queen,
Bleeding from
the Roman rods,
Sought, with an
indignant mien,
Counsel of her
country’s gods…
Sin embargo, no sólo
indagamos sobre los mitos clásicos, fuente de la que beben mitos posteriores,
entre los que hemos espigado personajes «reales» (en el sentido global) y en el
que incluimos personajes reales (en el sentido literal); mujeres de la realeza
que, a pesar de los inconvenientes relativos a su sexo y, utilizando sus
propias estrategias, lograron ser coronadas, como son los casos de Catalina de
Rusia, Zarina y representante por
derecho propio del «Despotismo Ilustrado» del siglo XVIII; Leonor de Aquitania,
una extraordinaria mujer que rompió moldes y fue una feminista avant la lettre, allá por el Medievo, o
María Antonieta, una reina consorte, mal acogida desde su llegada a Francia, y
guillotinada durante la Revolución Francesa. Mujeres reales, en este caso
consortes ambas de los emperadores romanos Claudio y Nerón, que acabaron
asesinadas por orden de sus maridos; Messalina, por orden de Claudio, acusada
de adulterio y Popea, a manos del mismo Nerón, o Ana Bolena, segunda esposa de
Enrique VIII de Inglaterra, decapitada por el mismo motivo de la primera
citada; o el extraordinario caso de Teodora, una actriz y prostituta que llegó
a ser Emperatriz de Bizancio, a la que se ha considerado como proto-feminista
en atención a las leyes que apoyó en beneficio de las mujeres de su época .
Todas ellas pueden considerarse como «chicas malas» de la historia, como
también lo fueron aventureras como Carolina Otero, Mata Hari o Lola Montez, que
no pertenecieron a la realeza pero que, sin embargo, tuvieron un gran
ascendiente sobre cabezas coronadas, en algunos casos, o sobre hombres y
políticos influyentes en otros; o mujeres que rompieron normas como la marquesa
Luisa Casati, musa de pintores y artistas. A poco que escarbemos en la historia
de las mujeres encontramos similitudes, a veces terribles, que se dieron
incluso en la realeza, como es el caso de las infelices Juana I de Castilla
(1479-1555), hija de la gran Isabel, y Juana de Flandes (1295-1374), ambas casi
octogenarias, ambas recluidas ambas en calidad de «locas». La primera estuvo 46
años, más de media vida; la segunda llegó a travestirse de hombre para luchar
en las guerras. De ella se ha escrito que «tenía el valor de un hombre y el
corazón de un león». Su vida y sus hazañas han sido recogidas por el folklore
popular y feministas tan notables como Harriet Taylor Mill recoge su biografía
en su obra The Enfranchisement of Women.
Varias fuentes coinciden en que pudo influenciar en el mito de Juana de Arco.
Rosa María
Ballesteros García
Vicepresidenta del Ateneo
Libre de Benalmádena
“benaltertulias.blogspot.com”
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