Las mejores para la
educación de las peores
Iniciamos este artículo con una frase de
Manuel Bartolomé Cossío, historiador del arte y pedagogo, sucesor de Giner de
los Ríos al frente de la Institución Libre de Enseñanza que decía: (que) “para
la educación del peor, los mejores”. Esta frase se la podemos aplicar a la
maestra, política y abogada malagueña Victoria Kent (1892-1987), segunda mujer[1] en
colegiarse para poder ejercer y la primera en hacerlo en Madrid en 1925 durante
la dictadura de Primo de Rivera. Fue también la primera mujer del mundo que
ejerció como abogada ante un tribunal militar y una de las tres primeras
diputadas durante la Segunda República, junto con Margarita Nelken (PSOE) y
Clara Campoamor (PRR). Kent se presentó por el Partido Republicano Radical
Socialista (PRRS). Fue también la primera mujer abogada en abrir un bufete
especializado en derecho laboral. Su primera juventud estuvo muy influida por
sus profesoras en la Escuela de Maestras de Málaga: Suceso Luengo (1864-1931) y
Teresa Aspiazu (1862-1941) y por María de Maeztu (1881-1948), directora de la
Residencia de Señoritas de Madrid, todas ellas de hondas convicciones
feministas.
Con
este bagaje no es extraño que el Gobierno provisional de la Segunda República,
presidido por Niceto Alcalá-Zamora (1877-1949), la nombrara en 1931 directora
general de Prisiones, siguiendo la estela de la primera mujer que lo ejerció en
España: Concepción Arenal (1820-1893), que lo había ejercido en 1864[2].
Ambas estuvieron en el cargo un año escaso y ambas fueron destituidas por las
insidias y el machismo. Ambas dejaron una honda huella del ejercicio de su
cargo en un intento de “humanizar” la vida de las presas. Victoria había sido
discípula del eminente abogado socialista Luis Jiménez de Asúa (1889-1970), y
su influencia se translucía en el impulso
reformador de esta
abogaba penalista que
ya en 1924
se había doctorado con una tesis sobre “La Reforma de las Prisiones”.
Las
primeras funcionarias de prisiones
El día 11 de mayo de
1932 fueron nombradas
oficialmente las treinta
y cuatro mujeres de la primera
promoción del Cuerpo de Prisiones de la historia de España, entre jefes y
oficiales. Por primera vez se trataba de funcionarias al servicio del Estado, y
no monjas —Hijas de la Caridad—. Esta nueva Sección Auxiliar Femenina del
Cuerpo de Prisiones había sido un proyecto personal de Victoria Kent, basado en
la nueva corriente correccionalista europea,
un proyecto ilusionante para ella que creía firmemente en los proyectos de la
nueva república porque pensaba que ya se daban las condiciones necesarias para implantar
un sistema penitenciario moderno, muy alejado de las leyes y reglamentos
vigentes hasta ese momento: “con presidios anacrónicos y empleados ayunos de
vocación y de formación”. Victoria Kent, demostraba así un humanismo que era
fruto de su formación pedagógica: “pedagogía frente al castigo”. Hasta este
momento, como ya anticipamos, habían sido monjas adoratrices y oblatas las que gestionaban, desde 1866, las “galeras” o “casas
de corrección” para “delincuentes, pordioseras o prostitutas”. Muchas de estas
órdenes religiosas serían recuperadas por la dictadura con el fin de “intensificar
valores morales en los establecimientos penitenciarios”.
En 1933 se inauguraría
la madrileña prisión de Ventas y las nuevas funcionarias se repartieron en
varias prisiones femeninas de Madrid, Barcelona, Valencia y Segovia. Por
concurso público, las aspirantes eran mujeres de entre veintisiete y cuarenta y
cinco años. Eran mujeres de clase media
cultas, bien cualificadas: “las mejores para la educación de
las peores”, parafraseando de nuevo a Cossío. Varias eran maestras y las que no
poseían títulos tuvieron que someterse a un examen de cultura general. Las
aprobadas tuvieron que realizar un cursillo especial de conocimientos
penitenciarios en la Escuela de Criminología encabezado por el profesor Jiménez
de Asúa, director de Estudios Penales y diputado socialista. Entre las
aspirantes aprobadas: Áurea Rubio Villanueva, Julia Trigo Seco, Dolores Freixa
Batlle o la granadina Matilde Cantos, colaboradora de Victoria Kent, nombrada subdirectora
y administradora de la cárcel de Toreno.
Al estallar la guerra
la polarización de estas funcionarias se hizo patente plasmándose en las
distintas suertes que tuvieron las de uno u otro bando. Hubo de todo: Julia Trigo Seco, Carmen Castro o las hermanas
Brunete, afectas al nuevo régimen, fueron asimiladas al finalizar la guerra.
Por el contrario, las fieles a la República como Purificación de la Aldea, Dolores
Freixa, Matilde Revaque, o Isabel Huelgas de Pablo no tendrían tanta suerte.
Las dos últimas fueron fusiladas. La granadina Matilde Cantos se escapó a
Francia. Un año antes había sido nombrada inspectora general de Prisiones y
directora del Instituto de Estudios Penales. Estuvo exiliada en varios países y
regresó a España en 1969. En 1998 se publicaron sus memorias Cartas de doña
Nadie a don Nadie y en 2008 Antonio Lara publicó una novela basada en su
vida titulada La renta del dolor.
Victoria Kent, tan
popular que hasta Celia Gámez, la famosa cantante la nombraba en su famoso
chotis “El Pichi” murió en Nueva York exiliada y Jiménez de Asúa, que en 1962
había sido nombrado presidente de la Republica en el exilio, murió en Buenos
Aires, Argentina. Solamente Matilde descansa en su tierra.
Rosa María
Ballesteros García
Vicepresidenta del Ateneo Libre
de Benalmádena
“benaltertulia.blogspot.com”
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