Resumen
Alejandra
Pizarnik, poeta argentina, poeta a la que se han empeñado en asignarle el
adjetivo de maldita; icono, mito, a veces leyenda, vivió para ser literatura,
para ser palabra.
Su relevancia en la poesía del mundo hispánico trasciende más allá del momento
y movimientos poéticos que le toco vivir. Errante de si misma, “expulsada de
este mundo”, consagró su ser físico y espiritual a la búsqueda de la
esencia en la palabra. Lego pocos libros de poemas (un solo volumen los
recoge) y un extenso diario del que supo
siempre que trascendería, así como innumerables cartas intercambiadas con
autoridades literarias de la época. Peleo con la prosa y dejó textos de difícil
encaje, lo intentó con el teatro, con idéntica dificultad de aceptación. Se
relacionó intensamente con Cortázar (temporalmente su albacea), con las
hermanas Ocampo, Bio y Casares, Borges, Simón de Beauvoir, Olga Orozco, el todo
de su tiempo ya fuera en París o en Buenos Aires , pero sobre todo con Octavio
Paz, maestro, mentor y prologuista de su obra más perfecta, “El árbol de
Diana”. En el ámbito de sus relaciones solo la muerte y el sexo, Eros y
Tanatos, alcanzaron cumbre. Cincuenta pastillas de Seconal fueron la barca que la
trasportó a la otra orilla. Tenía treinta y seis años.
MANUEL DEL CASTILLO es Secretario del Ateneo Libre de Benalmádena
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