Alonso
Yáñez Fajardo: ‹‹El putero real››
Los estudios de las mancebías, casas de
putas, burdeles, lupanares o cualquier otro nombre (¡qué rica es nuestra
lengua!) con que son conocidos estos lugares es, donde, a cambio de un pago, se
obtiene gratificación sexual (entonces y ahora). Gracias a estos estudios se ha
demostrado que son tan antiguos como la humanidad desde Sumer, pasando por
Babilonia, Israel antiguo, la antigua Grecia o el Egipto faraónico. Sin
embargo, en el caso que nos ocupa vamos a dar un salto en el tiempo para
situarnos en la Andalucía medieval, de la que se tienen numerosos estudios al
respecto.
Se
sabe que desde mediados del siglo XIV hasta los primeros años del siglo XVI se
inició el proceso de su creación y organización. Según un estudio publicado en
2007 por Andrés Moreno Mengíbar y Francisco Vázquez García en la revista Norma.
Revista de Historia, era la Comunidad andaluza quien presentaba la red más
densa de mancebías (unas cuarenta y cuatro) donde se ejercía la prostitución:
‹‹desde pequeños mesones hasta las más afamadas puterías del país››. Las
mancebías las dirigía un ‹‹Padre››, quien vigilaba horarios, comidas, limpieza
y todo lo relacionado con el buen funcionamiento de la casa, incluida la
revisión médica periódica, efectuada por un físico del Cabildo. En el siglo XIX
estos ‹‹Padres›› perdieron su función y las mujeres se organizaron bajo el
mando de una prostituta madura y en ocasiones con un protector varón. En
general, la sociedad medieval y renacentista clasificaba a las mujeres,
atendiendo a su comportamiento moral, en tres bloques: las buenas, las putas y ‹‹las
otras mulleres››, es decir, las concubinas, amigadas, etc.
La siguiente cuestión
es situarnos en el contexto social que, según los estudiosos, era bastante
violento por varios motivos, destacando al grupo de los señores feudales que andaban
a la greña por hacerse con el control de las mejores tierras y también por
controlar los cargos más lucrativos de las ciudades (eran tiempos de
reconquista). Según algunos autores, se vivía en un clima que podíamos
describir de ‹‹guerra civil›› ya que los bandos de los grandes prohombres como los
Ponce de León, los Guzmán o Carvajal, con sus propios ejércitos, hacían la
guerra entre ellos para hacerse con el control de villas y ciudades. En estos
ejércitos se encontraba enrolada ‹‹la flor y nata›› del hampa: ‹‹la canalla
andaluza››, la definen los historiadores ya citados y, entre esa canalla,
destacaban los rufianes que controlaban a las prostitutas. En definitiva, y
como se deduce por los testimonios de la época recogidos en los documentos
conservados, el triunvirato entre prostitutas callejeras, rufianes y bandas
señoriales era el enemigo al que se enfrentaban las autoridades,
y al que había que vencer para acabar con este terrible estado de cosas.
Y
llegaron entonces los católicos reyes, los pacificadores del reino. Fueron
ellos Isabel y Fernando los que implantaron, como instrumento de control
social, la creación de mancebías. En ciertas ciudades como Écija, Carmona o Cádiz,
fueron los propios monarcas los que instaron a las autoridades de estas plazas
para que crearan las suyas. En general el monopolio y el control lo ejercían
los concejos (ayuntamientos), si bien en los casos de Málaga y Granada este
monopolio, que daba grandes beneficios, fue concedido al murciano Alfonso Yáñez
Fajardo[1],
quien había prestado grandes servicios a los reyes poniendo a su disposición
sus propias tropas, reclutadas en sus tierras, con las que jugó un importante
papel en las tomas de Málaga, Loja o Ronda (de las que fue alcalde), además de
tomar parte en la toma de otras ciudades del entonces Reino de Granada (que
comprendía las actuales provincias de Granada, Málaga, Almería y parte de Jaén,
Murcia y Cádiz). Tuvo una intervención protagonista en la toma de Ronda, acción
inmortalizada en la sillería del coro de la catedral de Toledo. Entre otros
títulos, fue Señor de la localidad malagueña de Cuevas del Becerro.
Sin embargo, Alfonso no
se conformó con estas regalías y pidió algo especial a los monarcas: las rentas
señoriales de todas las mancebías del reino nazarí de Granada, las de las
ciudades conquistadas y las se pudieran conquistar en el futuro. Esa concesión
le fue extendida en el año 1486. A partir de aquel momento, Yáñez Fajardo fue
conocido por toda la soldadesca como ‹‹Fajardo putero››. Había nacido en la
ciudad murciana de Lorca y era hijo natural del alcaide de esta ciudad, quien
le inició en las artes de la guerra al servicio de los Reyes Católicos. Al
finalizar la Guerra de Granada le nombraron corregidor de Loja y Alhama. Muere
hacia 1497.
Finalizada
la conquista en 1492 su principal negocio y fuente de ingresos fue el gobierno
de todas las mancebías, negocio que se mantuvo hasta 1539, con un interregno de
1495 a 1514 que pasó a las manos de Francisco Núñez de Toledo, otro fiel
servidor de la Corona. Tras un largo pleito, la familia Fajardo recuperó la
explotación pasando a las manos de Gómez Fajardo, su hermanastro y,
posteriormente, hasta 1539 al nieto de este último. Finalmente, Felipe IV a
través de una pragmática de 1623 intentó abolir la prostitución en un intento
de ‹‹reformación de las costumbres››, vano intento porque este mercado se ha
mantenido en el tiempo. Un ejemplo: la Casa de la Mancebía en Granada, situada hacia
las calles Cobas y Moras, permaneció como tal desde 1492 hasta 1939 y se
especula que allí debió estar ya en época musulmana.
En el caso de Málaga,
cuando ésta fue rescatada en agosto de 1487, las mancebías fueron adjudicadas
al ya citado Alonso Yáñez, como ya anticipamos, siendo ubicadas en la calle Muro
de las Catalinas, una estrecha calle que sigue el perímetro de la antigua
muralla nazarí que rodeaba la ciudad por el norte, paralela a calle Carretería y
que enlaza con la calle Muro de San Julián. Es una zona habitada ya desde el
siglo V (con restos de la época romana). Según recientes excavaciones, las casas
habían mantenido durante siglos su estructura, edificándose sobre los mismos
muros árabes. Lo que si cambió fue el uso, que de ser viviendas familiares
pasaron a ser la mancebía de la ciudad. Otras casas de su propiedad estaban en
la actual calle Calderería (por entonces calle Salada).
Las mancebías eran un
conjunto de calles y casas, donde estaban las habitaciones que se alquilaban a
las mujeres, llamadas boticas, rodeadas por un muro con una puerta como control
de acceso (en definitiva, un gueto), si bien se conoce que esos muros tenían
huecos por los que entraban los delincuentes y por donde se escapaban las
mujeres para ejercer ocasionalmente la prostitución en el exterior (la eterna
picaresca). Por otro lado, y aunque en principio la prostitución se ejercía en
los arrabales heredados de la época andalusí o cerca de las puertas de entrada
a la ciudad, en abril de 1490 se trasladó a una zona cercana a la Plaza de la
Constitución, cuyas callejuelas recibían el nombre de las Doce Revueltas porque
en total eran doce esquinas que comunicaban por un callejón con esta plaza. Más
tarde pasó a llamarse calle de las Siete Revueltas, reduciendo el número de
callejuelas y abriéndose hacia calle Larios.
La
zona de calle Camas también era un lugar de referencia de la época, y hasta
hace pocos años, donde las casas de putas se mezclaban con posadas y tabernas.
El mismo nombre de la calle proviene, de hecho, de estos negocios. Una de las
casas de prostitución más famosas, el Mesón La Victoria (por cierto, propiedad
de los frailes Mínimos), se encontraba en lo que hoy es el Museo de Artes
Populares. Para las prostitutas arrepentidas, se creó la primera Casa de Arrepentidas
en la calle de las Cinco Bolas, junto a la Iglesia de San Juan, bajo protección
y mecenazgo de una de las nueras de Alonso Yáñez Fajardo. En Andalucía durante
la Edad Moderna llegó a haber 43 mancebías, tanto en las ciudades y puertos
como en las villas de cierto tamaño, siendo las más importantes las de Sevilla,
Granada y Málaga.
Finalmente,
es necesario remarcarlo, la infidelidad y maltrato masculino sobre las mujeres
eran tolerados y muy vagamente censurados, mientras la infidelidad femenina era
reprobada y duramente denostada. Si una mujer cometía adulterio, la ley
castellana le daba la facultad al marido para asesinarla a ella y a su amante.
En España, el Código Penal de 1977 aún contemplaba la infidelidad femenina como
delito, penándola hasta con seis meses de cárcel. Se despenalizó en mayo de
1978.
Rosa M.
Ballesteros García
Vicepresidenta del
Ateneo Libre de Benalmádena
“benaltertulias.blogspot.com”
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