CUENTO
DE NAVIDAD
No
le extrañó la soledad de los campos a pesar de reconocer deshechos metabólicos
porque pensó que la vida tanto animal como humana huiría de su presencia y
supuso que miles de ojos lo observaban desde el espesor de la selva. Este
supuesto se veía reforzado por la existencia de claros y caminos que conducían
a las cuevas. Llegados a las cuales encontró un paisaje muy distinto al que tenía
en sus días. El agua corría en abundancia por arroyos que ahora están secos. En
una hondonada pedregosa llena de basura en la actualidad, había una laguna de
varios centenares de metros de diámetro donde se notaba abundante vida.
Animales menos temerosos como mamuts e hipopótamos descansaban a la sombra mostrando
total indiferencia hacia el futuro. Cerca del hábitat de sus ancestros encontró
jauría de perros a los que sometió con golosinas inesperadas, lo que le
permitió acercarse a unos corrales donde había cabras, gallinas, conejos y
vacas, separadas de otros donde gruñían jabalíes tan peludos como los de ahora.
En cuanto fue aceptado por los animales aparecieron trogloditas asustados y
asombrados que guardaban las distancias con más signos de miedo que de
agresividad. En menos de media hora la IA que llevaba instalada en un anillo
desentrañó el lenguaje de los pobladores de su pueblo con los que se comunicó
tranquilizándolos como mejor pudo. Como era gente sencilla pronto lo invitaron
a pasar a las cuevas que tenían una profundidad de la que carecen ahora
mostrando una distribución que le recordó un hotel con habitaciones
distribuidas en pisos y apartamentos de temperatura confortable. A pesar de la
mansedumbre de la tropa que lo seguía eligió instalarse en la boca de la Cueva Grande
cerca del rio para evitar humos y no dar pie a una encerrona como la que
Polifemo le preparó a Ulises y aunque él no pensaba provocar como el de Ítaca
se sintió más tranquilo en el atrio que en el templo.
Galimatías
ganó con facilidad la confianza del grupo. Aquella gente no tenía historia de
la que ufanarse, patria por la que verter su sangre, valores que defender ni
identidad territorial por la que pelear. Había venido a parar al sueño de Don
Quijote cuando añoraba “la dichosa edad y siglos dichosos aquéllos a quien
los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en
esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa
sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas
dos palabras de tuyo y mío”. Ocupaban un espacio que consideraban
suficiente porque se extendía desde el mar a la montaña pasando por valles
pantanosos donde pescaban con facilidad y huertas naturales con árboles
frutales a cuya sombra dormías siestas largas y tranquilas. Antes de salir a
dar un paseo por los alrededores instaló la cama rodeado de general admiración.
Sobre una bazareta colocó la nevera con píldoras y jugos que asustaban a los
antiguos. Cuando decidió acostarse ya entrada la noche fue acompañado en
silencio por un grupo de curiosos. Era bastante más alto que los más altos de
la tribu, aunque estos mostraban una fuerza de la que carecía el visitante.
Para no entrar en comparaciones se metió vestido en la cama tras quitarse los
zapatos ante el espanto del auditorio que pensó que se arrancaba los pies. Una
vez acomodado accionó el mando que eleva el tronco lo que provocó una estampida
acompañada de ladridos de perros. Serenada la comunidad acudieron de nuevo a
rodear el lecho desde el que les explicó que el artilugio estaba gobernado por
el alma de los rayos que enciende la tormenta lo que hizo que adoptaran una
postura de adoración al considerarlo un ser superior sin sospechar que
compartían el mismo genoma. Durante la noche notó un trasiego de gente entrando
y saliendo de la cueva. Al parecer se había extendido la noticia por todo el
asentamiento y nadie se quería perder el fenómeno al que en su lengua empezaron
a llamar Fisitrasto que quiere decir portador del rayo. Entraban en actitud reverente,
mostraban su respeto y salían iluminados.
Al día siguiente acompañó a un
grupo de cazadores a recorrer las trampas y a recolectar frutos silvestres por
bosques espesos que hoy son canteras y escombreras. Al volver a la cueva notó
que la cama había sido utilizada porque aparte de hundida estaba llena de
pelos. Al preguntar se enteró que había habido peleas entre las mujeres por
utilizarla para amamantar a sus hijos sobre el rayo con el que crecerían
fuertes. Para evitar incidentes rectificó el propósito que tenía de dejar la
cama de recuerdo antes de volver al presente. Al verificar el programa comprobó
que le quedaban poco menos de ocho horas para la activación automática del
viaje de vuelta, así que decidió pasar la noche conversando con sus antepasados.
Como era verano y lucía una espléndida luna llena convocó a los oyentes en la
ladera a la que daba la cueva grande en la que se colocó la muchedumbre para
oírlo como sucedió en el Sermón de la Montaña. Pero en lugar de cantarles las
cuarenta aprovechó la ocasión para transmitirles algunas nociones elementales
de higiene y alimentación. Al llegar la hora, desapareció de pronto sin poder
apreciar el efecto que causaba su ausencia ni las muestras de dolor si es que
las hubo. Por su parte apareció en su cuarto acostado en la cama articulada,
algo cansado y con la sensación de vestir ropa de calle. Como ese pensamiento
le provocó angustia se quedó inmóvil sin atreverse a comprobar si llevaba
puesto el pijama.
Salvador
Peran Mesa
El Ateneo Libre de Benalmádena
“benaltertulias.blogspot.com”
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