EDADISMO Y
SOCIEDAD
Denominamos edadismo al trato
desigual que se tiene con un determinado grupo de personas en razón de su
mayoría de edad. Si bien es cierto que la progresión del deterioro mental es un
hecho constatado, también lo es que su desarrollo, es decir, la aparición evolutiva
de signos externos que manifiestan su existencia, está influenciado por
múltiples circunstancias, que demuestran no ser asimilables al número de años
vividos. Sin embargo el edadismo, llamémosle laboral, tiene marcado su inicio
en la edad de jubilación, mientras que el edadismo real o social suele aparecer
mucho más tarde, o incluso, en ocasiones, puede precederle.
Esta lentitud evolutiva del ciclo
biológico en comparación con las determinaciones del ciclo social da lugar a un
desfase entre ambos que crea un espacio de tiempo en el que muchos edadistas en
posesión aún de sus plenas facultades mentales se ven liberados de sus
obligaciones profesionales habituales y en condiciones de dedicarse a otras
actividades que la sociedad no tiene previstas y que por lo tanto los deja en
un limbo que añade a la inactividad laboral alcanzada, la inactividad propia
del vacío social, o dicho de otra forma, quedan faltos de los estímulos
necesarios para conservar la actividad vital.
Para explicarlo mejor, en la
última etapa de nuestra vida, al producirse la jubilación, el nivel de
exigencia de respuestas neuronales orgánicas y funcionales, cesa abruptamente, produciendo
un vacío o depresión importante que necesitará ser ocupado por otra actividad
antes de ser declarado definitivamente obsoleto con la pérdida de la función. Este
hecho es fundamental para la conservación de la vida y la preservación de los
años. Aunque los circuitos cerebrales ya desgastados por la edad, hacen que
nuestro cerebro disminuya su capacidad de reacción y su plasticidad para
adaptarse a nuevas situaciones, no la han perdido por completo, ya que la
pérdida total solo se producirá con el deceso, que será más temprano mientras
mayor sea el nivel de abandono funcional.
El problema fundamental del
edadismo, consiste en que al interpretarlo como una discriminación y un
abandono, y no como un cambio de actividad, colabora incrementando los niveles
de depresión por la falta de un estímulo, acelerando el fracaso holístico del
tejido conjuntivo y acortando la llegada de la defunción. El edadismo laboral
es un problema legal, pero el social es un problema añadido. Sin embargo el más
lacerante es el edadismo familiar.
La bondad familiar evita
inmiscuir al abuelo o abuela en cualquier tipo de decisión familiar, lo aparta
de actividades primigenias como la capacidad de decisión, y no le solicita su
opinión en ningún problema de aquellos en los que era cabeza decisoria hasta
ese momento, o sencillamente sus decisiones no se tienen en cuenta o se
menosprecian, por no mencionar todas aquellas actividades de destreza manual,
pericia o hábitos dominados, que conllevan riesgos, magnificados a fin de
obligar a una quietud ajena a la verdadera existencia. Desaparecen, por lo
tanto, todos aquellos estímulos que nuestro cerebro necesita para seguir siendo
un cerebro y las llamadas para su reconstrucción aumentan, porque aumentan los
niveles de inactividad y depresión característicos de nuestros mayores.
Esta forma de estimular la muerte
de los ancianos resulta patente en la organización de nuestras residencias de
mayores, carentes de todo programa o iniciativas que estimulen la actividad
senil. Estos centros, dotados de una organización marcadamente castrense,
abominan de la libertad en todos sus actos, limitándose a controlar, a veces con
dureza, cualquier extralimitación a la normativa implantada que pueda ser
interpretada como un peligro para los mayores o una incomodidad para los
cuidadores. La quietud y la contemplación serán las últimas y tristes experiencias
de estos abuelos.
Para prolongar su vida en un
estado aceptable de actividad, los edadistas tienen necesidad de sus propias
actividades que les recompensan, y que
si no las tienen es necesario organizarlas y
facilitárselas, a fin de
mantener viva una actividad cerebral acorde con su capacidad. Hemos de tener en
cuenta que un porcentaje no despreciable de nuestros edadistas son personas de
una formación intelectual elevada y valiosa que han desarrollado en puestos de
decisión importantes en su vida laboral activa y que se encuentran aún en
posesión de muchas cualidades útiles y aprovechables que pueden redundar en el
beneficio de la comunidad, aconsejando y mejorando muchas actividades comunitarias.
Estas actividades no solo
alcanzan a labores simples de pasear, charlar con sus amigos en los bancos
públicos de encuentro, cada vez más escasos, leer según nivel de instrucción, dibujar,
pintar o escribir, jugar al dominó, o más raramente al ajedrez, la petanca, participar
en los grupos de senderistas, trabajar
en los huertos urbanos o rurales, y hasta muchos más, como guardadores o
cuidadores de centros cívicos o de exposiciones, bibliotecas, centros de ocio, asesores
o colaboradores en multitud de iniciativas, que justificarían la existencia de
una concejalía específica dotada y dedicada a desarrollar, facilitar y
compensar todo tipo de actividades practicables e incluso remunerables, y no
encerradas en los centros al uso.
La exhibición de una vejez cuidada
y estimulada que podría denominarse como una jubilación activa, productiva y
remunerada debería constituirse en uno
de los marchamos de orgullo de cualquiera de los municipios de nuestras costas
en los que la prevalencia de edadistas debiera ser considerada como un emblema
de buen hacer municipal, que predisponga a una mejor empatía hacia este conjunto
de personas que junto con el racismo y el sexismo constituyen las formas más
extendidas de discriminación que están ya incluso protegidas legalmente en
algunos países.
Jesús Lobillo Ríos
Presidente del Ateneo Libre de Benalmádena
“benaltertulias.blogspot.com”
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