LAS
HEREDERAS DE HÉCATE
La profesora Silvia Federici[1] en
su famoso ensayo, Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación
originaria, publicado en español en 2020, nos presenta un amplio estudio a
través de la historia de las brujas y su procedencia. En su mayoría, escribe,
provenían de áreas rurales (por ello su gran conocimiento de las plantas),
además de dominar el arte de la partería. Es este un tema del que se ha escrito
hasta la saciedad, antiguo como el mundo, y que trasciende a partir de la mitología
clásica que es la base de nuestra cultura.
Como representante fundamental,
mito principal y origen de nuestra memoria colectiva está la diosa griega
Hécate (también identificada con la Isis egipcia) y con sus hijas y
sacerdotisas: Circe y Medea. Hécate (pluriempleada) se le asocia, entre otras
competencias, con magia, brujería, conocimiento de hierbas y plantas venenosas,
fantasmas, necromancia y hechicería. En pocas palabras, poderosa en artes
oscuras, como es el caso de otra de sus más insignes sucesoras, personaje
literario que bebe, como toda ficción, de la realidad cotidiana. Estamos
hablando de nuestra “Celestina”[2]
que, por otra parte, no es el único personaje literario dotado con las
connotaciones ya descritas.
No fue el escritor toledano
Fernando de Rojas (natural de La Puebla de Montalbán) el primero, ni desde
luego el último en usar de esta figura en la obra publicada en los últimos años
del siglo XV. A mediados del siglo XIV el Arcipreste de Hita en su Libro de
Buen Amor introduce su “Trotaconventos” (Urraca) y, posteriormente, Lope de
Vega en La Dorotea hace lo propio con la “Gerarda” y con la “Fabia” de El
caballero de Olmedo. José Zorrilla, en su archiconocido Tenorio, introduce
el personaje brujeril de “Brígida”. Escritores posteriores como Pérez Galdós,
con la “Saturna” de su novela Tristana, llevada a la gran pantalla por
Buñuel en 1970; la “Marieta” de Félix Urabayen en su novela Don amor volvió
a Toledo, publicada en 1936 o la “Crispina” de la novela de Mauricio López
Robert Doña Martirio, publicada unos años antes que la anterior. Todas
muestran la reiterativa vigencia del mito.
Pero regresemos de
nuevo al personaje de nuestra exitosa “Celestina”, que fue la obra literaria
más editada y difundida en el Siglo de Oro; sólo en la primera mitad del siglo
XVI sabemos de la existencia de unas noventa ediciones, impresas en España y en
el resto de Europa. En principio, su primera edición aparecía como
“Tragicomedia de Calisto y Melibea”, aunque el título por la que pasaría a conocerse:
“La Celestina”, se lo debemos a la traducción italiana que realizó Cesare
Arrivabene en el año 1519. La obra se tradujo, en poco más de un siglo, a
varios idiomas. Varios estudios de la obra apuntan que, además de Fernando de
Rojas, intervinieron en la redacción de su primera parte dos escritores
coetáneos, también de origen judeo-converso (como Rojas): el cordobés Juan de
Mena y el toledano Rodrigo Cota.
La novela refleja la
amalgama cultural y literaria de la época y, por descontado, como ya indicamos,
se pueden encontrar numerosas referencias de la mitología clásica. Su figura
principal, Celestina, la astuta alcahueta, también se asocia con personajes
mitológicos, y su habilidad manipuladora y dotes de brujería se pueden asociar
a las “artes mágicas” o “artes oscuras” mencionadas. Sólo recordar que, en el
texto de Rojas, al describir a Celestina, el autor, entre otras habilidades, le
adjudica “una punta de bruja”.
Por otro lado, la
Historia ha recogido ciertas biografías de personajes asimilados a mujeres que
ejercieron este tipo de oficio que, en algunos casos, han dejado huellas
palpables, como es el caso que el escritor Gabriel Pozo Felguera describe en un
completísimo estudio donde cuenta el caso de una tal “Mariparda”,
trotaconventos o celestina del siglo XVI, que llegó a ser la primera mujer con
una calle en la ciudad[3].
Una empoderada de su época.
Resulta curioso, como
escribe Pozo, que “a todas las mujeres dedicadas a oficios mercantiles o
puestos de los mercados se las comenzaba por llamar Mari, más su apodo
calificativo. En cambio, a las mujeres que ejercían la prostitución en la
mancebía o en los mesones se no se les anteponía el nombre de Mari”. Otro ejemplo
similar fue el de una tal “Margaritona”, otra alcahueta, esta vez madrileña, de
la época de Felipe IV, descrita con todo lujo de detalles por el historiador
José Deleito y Piñuela (apartado de su cátedra al finalizar la Guerra Civil),
en uno de sus libros titulado La mala vida en la España de Felipe IV,
con Prólogo de Gregorio Marañón, y publicada en 1948.
Y el personaje, tan
atractivo, se ha llevado incontables veces al cine, Se han descubierto, gracias
a la investigación, varios expedientes de censura de tres guiones basados en la
novela de Rojas. Corresponden a los proyectos de Juan Guerrero Zamora de 1965,
el de Luis Revenga de 1967 y el de Julio Diamante de 1979, todos ellos censurados
durante la dictadura franquista[4]. Son
muchísimas las actrices que han dado vida a nuestro personaje, tanto nacionales
como extrajeras como la peruana Montserrat Brugué; la francesa Jeanne Moreau;
la ruso-italiana Assia Noris o la famosa actriz mexicana Ofelia Guilmaín,
nacida en Madrid, pero naturalizada en aquel país al exiliarse tras la Guerra
Civil, más toda un larga nómina de actrices españolas, comenzando con la
pionera Carmen Cobeña (1869-1963), quien representó por primera vez el papel de
Celestina en 1909; Irene López Heredia (1894-1962), Margarita Xirgu (1888-1969)[5] o
Amparo Rivelles (1925-2013). Entre las actrices de cine destacamos a Terele
Pávez, Anabel Alonso, María Luisa Pontes, Amelia de la Torre, Tony Soler, Carmen
Machi, Nati Mistral, Nuria Espert, Gemma Cuervo o Charo López.
Parafraseando al ya
citado Gabriel Pozo, el oficio celestinesco no casaba bien con el nombre de la
Virgen, y por ello a ninguna prostituta se le conocía anteponiéndole el Mari
que si llevaban las mujeres “decentes”. Sigue diciendo que, en la historia de
la prostitución local granadina, apenas se ha conservado el nombre de una
sirvienta de Venus de apodo la “Bizcocha”.
Según el autor: “ninguna
de las históricas prostitutas debe haber contraído méritos para que los
próceres le dediquen una calle. Lo cierto es que los tiempos han cambiado
apenas en estos menesteres: Ambos sexos buscan compañía y recurren a
intermediarios cuando por sí solos no son capaces de encontrarla.
Rosa M.
Ballesteros García
Vicepresidenta del Ateneo
Libre de Benalmádena
“benaltertulias.blogspot.com”
[1] Silvia Federici (Parma, Italia,
24 de abril de 1942) es una filósofa, historiadora1, escritora, profesora,
activista feminista y marxista Ítalo-estadounidense.
[2] Conocida también, entre otros
sinónimos como alcahueta, tercera, trotaconventos, encubridora, cobertera,
corredera, correveidile, enflautadora, comadre, encandiladera, encandiladora,
conseguidora, burdelera…
[3] En palabras del autor, sabemos
que Mariparda ya daba el nombre a la calle del centro de Granada a finales del
siglo XVI, por documentos del Concejo. La
calleja perpendicular a la fachada de la Catedral llevó su nombre durante
cuatro siglos, hasta que se lo quitaron para dárselo a un político.
[4] Recomendamos el libro de José
Eduardo Villalobos Graillet: La celestina y el cine censura y recepción
(1969-1996).
[5] También exiliada.
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