CUENTO DE
NAVIDAD
“Tú gritas y te escucha todo el mundo
yo
lloro y nadie sabe de mi llanto”
María Asunción Cascón Sánchez
(Béjar
1914 – Benalmádena 1978)
El nacimiento de Jesús es cosa reciente, mucho antes nació
homo sapiens al que el Génesis coloca en el Paraíso y Darwin lo hace bajar del
árbol. Aunque la narración bíblica no sea cierta su leyenda es verdad porque la
ficción no necesita los comprobantes que exige la ciencia. Ambos relatos se
complementan debido a que el cerebro humano trabaja más con su área instintiva
y emocional que con la racional. Por eso, alimentar los sentimientos ha
resultado siempre más rentable que atenerse a razones. En definitiva, es más
importante disfrutar la vida que saber lo que es.
Desde el punto de vista científico la señal definitiva
del nacimiento de la especie no es ningún soplo divino sino la aparición de
conciencia, algo que se consiguió cuando el mono dejó el árbol para andar por
tierra. Para ponerse en situación hay que imaginar cómo se vivía en las ramas y
qué se esperaba encontrar en el suelo, porque algo que hay que tener en cuenta
es que la evolución, aunque aleatoria no es alocada y siempre progresa en busca
de mejorar lo que se tiene. Las cavilaciones del mono antes de su aterrizaje
son comparables a las que se plantea hoy la humanidad ante la perspectiva de
colonizar otros planetas. También habría que valorar el precio que pagaron
hembra y macho en su transición a humanos para lo que viene bien contrastar
mito y ciencia.
La tradición es el recuerdo que resbala corregido y
aumentado sin soporte escrito de generación en generación dejando cada vez más
lejos la evidencia de los hechos. Lo que se oía hace cinco mil años del eco de
la evolución de mono a hombre (fondo de reminiscencia animal) fraguó cuando
apareció la escritura y dejó de alimentarse el sueño. La Ilíada recoge el
murmullo de la gran berrea que supuso la Guerra de Troya donde dos poderosos
ejércitos sintetizan los millones de años en los que los machos combatían por
las hembras. Allí terminó el instinto y empezó el conocimiento que es lo que
viene a narrar el Génesis en el mito del Paraíso.
Lo que
cambió el enfoque de las relaciones sexuales dando un giro significativo a la
especie fue el desliz de la hembra cuando informó al macho sobre el origen de
la paternidad. Ese conocimiento hizo sapiens al hombre sin añadirle cordura.
Por el contrario, al saber que era padre dejó de respetar a la hembra por el
premio del sexo exigiendo derechos por la fuerza: mi hijo, mi mujer, mi fuego,
mi tribu. Eso debió pasar en el Paraíso mientras la mujer se resistía a abandonar
la postura de madre y las religiones la bajaban del pedestal de diosa. Para compaginar
posición vertical y maternidad la mujer tuvo que fortalecer la musculatura de
la base pélvica y pagar el peaje del dolor del parto. El escriba lo señala como
castigo divino cuando resulta ser el coste de la bipedestación. Al igual que,
según Confucio, el necio se fija en el dedo cuando el sabio señala la luna, el
macho se fijó en el fruto cuando la hembra señalaba el árbol.
Salvador Perán Mesa
Profesor Titular
de Bioquímica. UMA
EL ATENEO LIBRE DE BENALMADENA
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